1
El despertar de Alan Westwood
Eran casi las 12 de la medianoche, un quince de Julio. El manto de oscuridad había caído sobre la calle desierta de Little Hangleton, y en una de las casas donde todavía se veía una débil luz, un niño de 10 años veía su reloj de mesa atentamente, con una mezcla de emoción y aburrimiento. Parecía fastidiado por tener que esperar a que la aguja pequeña del reloj diera las doce, y le hubiera gustado saber cómo adelantar el tiempo, pues su madre era muggle, pero su padre era un mago de sangre limpia. El chico tenía el pelo marrón y abultado, sus ojos eran grises, y era blanco como la cera. El nombre de este niño era Alan.
Alan Westwood.
Al dar las once y cincuenta y nueve, Alan se levantó de su cama para apagar la luz de su cuarto, y volvió a recostarse para seguir mirando el reloj.
Cuando se hicieron las 12 de la medianoche, Alan escuchó un golpeteo que hizo que se sobresaltara, y por un momento creyó que sus padres vendrían a felicitarlo, pero luego un segundo golpeteo le dio a entender que en su ventana había una lechuza con una carta para él, y estaba impaciente por entrar.
Alan abrió la ventana y le quitó la carta con cuidado al ave de su pata, luego la volvió a cerrar mientras vio a la lechuza desaparecer. La carta rezaba:
COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA
Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore
(Orden de Merlín, Primera Clase, Gran Hechicero, Jefe de Magos, Jefe Supremo, Confederación Internacional de Magos).
Querido señor Westwood:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.
Muy cordialmente,
Minerva McGonagall
Directora adjunta
El chico no había terminado de leer la carta cuando de repente…
¡TOC, TOC, TOC!
Ya empezaba a escuchar golpeteos otra vez, y de nuevo se sobresaltó, porque creyó que sus padres estaban tocando la puerta a ver qué había sido ese ruido, pero no: Era una segunda lechuza, que traía otra carta, la cual explicaba los libros, los trajes y el equipo necesario para entrar en Hogwarts.
La segunda lechuza se fue, y Alan Westwood no hallaba qué hacer; estaba emocionado porque acababa de recibir la noticia de que había sido aceptado en un colegio de magia. La idea le había producido euforia desde la primera vez que su padre (al cual se parecía mucho) se lo había comentado y le demostró que podía hacer que los objetos flotaran con una simple sacudida de su varita.
Sin embargo, mientras pensaba qué hacer, se oyó un tercer golpeteo que volvió a sobresaltarlo, y esta vez sí fueron sus padres los que tocaban la puerta.
-Alan, ¿estás despierto? - preguntaba una voz masculina gentil.
-Sí, papá, ya voy - respondió el muchacho. Al abrir la puerta, su padre y su madre habían preparado para él una torta de chocolate con 11 velitas, mientras le cantaban la típica canción de cumpleaños.
-Pide un deseo - dijo su mamá.
Alan cerró los ojos, se concentró en un deseo y sopló las velas. Su mamá y su papá aplaudían.
-Mañana iremos a comprar lo que te hace falta en el callejón Diagon, hijo - dijo su papá sonriendo mientras revisaba la lista de útiles.
A la mañana siguiente, Alan Westwood y su padre caminaban por la calle casi vacía de gente hacia la tienda de mascotas mágicas. Al llegar, vieron a un hombre gigante saliendo con una lechuza blanca enjaulada, y se apresuraron a entrar. Salvo por Alan, su padre y el señor que dirigía, la tienda estaba completamente vacía.
-Y bien hijo, ¿qué mascota quieres? - le preguntó su padre sonriendo.
Alan le susurró a su padre en el oído que quería un sapo. El hombre soltó una carcajada.
-Que no te dé pena, hijo, mi primera mascota también fue un sapo -le dijo su padre con amabilidad. Alan tenía las mejillas encendidas. Su padre sonrió y le pidió un sapo al hombre que dirigía la tienda.
Alan estaba muy contento con su sapo nuevo mientras caminaba por el callejón Diagon con su padre. La siguiente parada fue la tienda de varitas de Ollivander. Sin embargo, antes de entrar, vieron que un chico un poco más bajo que Alan, acompañado del hombre gigante de la tienda anterior, salía con aire risueño de la tienda, y el resto de la gente lo miraba, como si vieran pasar a un rey.
-¿Papá? - empezó el chico, mirando al hombre mayor que tenía a su lado.
-¿Sí, Alan?
-¿Quién es ese chico y por qué todo el mundo lo mira? - preguntó Alan con una mezcla de curiosidad y celo. Su padre se arrodilló para responderle en un susurro:
-Él, hijo mío, es Harry Potter. Es el que venció a aquel-que-no-debe-ser-nombrado y ha sido el único que sobrevivió al maleficio asesino. Su cicatriz es lo que lo caracteriza.
Alan observó al muchacho mientras se alejaba. Desde luego, su padre le había contado historias de que Lord Voldemort había caído debido a un niño, pero nunca le había contado cómo sobrevivió, ni cómo era físicamente aquel niño, y sin embargo, ahora lo tenía ante sus ojos. Alan sintió una mezcla de admiración, respeto y celos hacia aquel muchacho, pero antes de que pudiera suceder algo más, su padre le dijo:
-Vamos a comprar tu varita, Alan.
El muchacho entró en la tienda de Ollivander a toda prisa detrás de su padre, y vieron al viejo reparando las estanterías que Harry Potter acababa de destrozar.
-En un segundo estoy con ustedes. ¡Reparo! - gruñó el viejo mientras agitaba la varita hacia un lado y hacia el otro. Parecía un conductor de orquesta.
Las cajas con las varitas se colocaron de vuelta en su sitio y las lámparas que estaban rotas se repararon al instante. El hombre mayor se volvía hacia los invitados en su tienda.
-Ah, Lawrence Westwood. Lo reconocería a leguas por esa varita de maple, treinta y dos centímetros, con núcleo de pelos de unicornio que le vendí hace 30 años - recitó el viejo mecánicamente.
-Gracias, Ollivander - sonrió el padre de Alan, mientras éste veía confundido al viejo y a su padre. - Vinimos a comprarle una varita a mi hijo Alan.
-Excelente, excelente - dijo el viejo con una sonrisa - Veamos, qué tengo aquí… - sacó una caja que contenía una varita y se la dio a Alan. -Arce y pluma de fénix. Diecisiete centímetros y cuarto. Muy elástica. Agítala - El muchacho la agitó y la lámpara recién reparada estalló en pedazos. - Oh, no. Otra vez no. - gruñó el viejo. - Bueno, ya sabemos que los núcleos de plumas de fénix no te van, Alan.
-Lo siento, señor - se apresuró a disculparse Alan.
-No hay problema, chico - lo tranquilizó Ollivander. Le quitó a Alan la varita que le acababa de dar, y fue a buscar otra en un oscuro rincón de su tienda. El hombre miró la caja con esceptismo por unos segundos. - No creo que… - añadió en un susurro. Fue hacia Alan y le entregó la caja con la varita. - Prueba esta, es de madera de haya. Veintitrés centímetros. Bonita y flexible.
Alan tomó la varita, y por unos instantes no ocurrió nada, pero al agitarla ligeramente, unas cuantas chispas verdes empezaron a saltar de la punta de ésta, lo cual se interpretaría como que la varita había escogido al muchacho que ahora la sostenía. Su padre se veía orgulloso, pero Ollivander se veía bastante curioso.
-Interesante - murmuró.
-¿Qué sucede, Ollivander? - preguntó el hombre mayor que estaba enfrente de él.
-Esa varita… Su núcleo es de nervios de corazón de dragón - respondió Ollivander, como reflexionando.
-¿Y qué tiene? - insistió el padre de Alan.
-Por lo general… esas varitas con esos núcleos son las que se llevan los mortífagos. - respondió Ollivander en un susurro. -Y esa varita en particular tiene una afinidad por los encantamientos y las maldiciones - añadió.
El padre de Alan y el viejo miraron al muchacho, que se veía muy contento con su varita nueva, con la inocencia y la ingenuidad dignas de su edad.
-Bah, por favor. ¿Y qué si mi hijo se lleva una varita con un núcleo así? Aquel-que-no-debe-ser-nombrado no va a regresar. Además, ni que a su edad fuera a convertirse en mago tenebroso - se mofó el padre de Alan en un susurro. Le pagó a Ollivander el costo de la varita, y padre e hijo salieron del local.
