Disclaimer: Naruto no me pertenece.
Cruzados
Capítulo 1: Paz.
Era una época hostil, donde la guerra era normal e infinita como el cielo de todas las mañanas, sin descansos ni segundas oportunidades. También las calamidades eran algo de todos los días, rutinarias y a veces esperadas, pero no por eso menos dolorosas.
La más reciente se trataba de la muerte de la mujer del líder del clan Uzumaki, un hombre de incontables años, mirada inexpresiva en su totalidad, apegado a la tradición y con un mínimo de humanidad que sólo demostraba a su hija y esposa o lo hacía hasta que ella falleció. Más de la mitad del clan se encontró por meses de luto, pero lo que les causaba más dolor era la niña del viejo líder, Mito. No podía ser que una pequeña conociera tanto dolor a tan temprana edad; había algo en el mundo que estaba fallando.
En eso pensó Hashirama el día en que la vio llorando. Butsuma y el viejo líder de los Uzumaki se habían encontrado, como siempre por cuestiones políticas, cerca de la que ahora era su aldea, pero eso no era algo que a él le interesara, por lo que se alejó del lugar sin decir nada hasta toparse con la figura de una niña, atiborrada en un incómodo y fastuoso kimono rosado que apenas la dejaba moverse con dificultad.
Se notaba tan apesadumbrada.
—¿Porqué tan triste? —preguntó Hashirama, acercándose.
La pequeña se secó una lágrima y se sintió avergonzada al ser cuestionada por un desconocido. Aunque no parecía ser un desconocido desagradable, más bien se veía afable, por eso y con toda su tristeza dentro removiéndose, decidió contestarle intentando no volver a llorar.
—Madre murió —dijo en un hilo de voz.
Comenzó a hipar nuevamente y Hashirama, conociendo el dolor de la pérdida de un ser querido y teniendo en cuenta que en esas situaciones, rara vez las palabras sirven de consuelo, no pudo evitar sentirse impotente. Aún así no se permitió dejar que la niña continuara llorando en soledad y sin decir nada, fue a abrazarla casi estrujándola sin cuidado, porque él también había perdido a un ser querido hacía poco y sentía las mismas ganas que ella de llorar.
A lo lejos Tobirama miraba la escena de brazos cruzados, inmóvil. Ya había visto antes a la niña pero sintió que no era su deber ni de su incumbencia el tratar de calmar su llanto que tanta compasión le hacía sentir; eso quería creer, pues en el fondo sabía que quizá no fue a preguntarle porqué lloraba porque no poseía la misma valentía para esas cosas que su hermano. Quizá su valentía estaba hecha sólo para la guerra.
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Años después, la amistad entre Mito y Hashirama continuaba haciéndose más grandes, al igual que los conflictos y la guerra que parecía nunca terminar. Solían no verse demasiado seguido, pero sabían que podían confiar entre ellos y que por más meses que pasaran sin saber el uno del otro —más que alguna u otra carta— eso era algo que no iba a cambiar.
—Mito, debo contarte algo —dijo sonriente—, ¡pero es un secreto! ¡No vayas a decirle a nadie! —rogó juntando ambas manos.
Ella sonrió.
—No lo haré, lo juro. —expresó, para luego hacerle señas de que bajara la voz.
—Confío en ti... Pues, conocí a un muchacho —susurró.
La niña hizo una mueca de incomprensión, pues no entendía qué era lo malo de haber conocido a un niño común y silvestre, por lo que Hashirama pronto le aclaró que se trataba de un ninja de un clan desconocido y que lo visitaba a diario a escondidas de su padre.
—¿Y si es un espía? Mira si te hace daño —dijo preocupada con voz alarmante.
Hashirama sonrió más aún.
—Él tampoco sabe mi apellido —dijo intentando tranquilizarla—. Igualmente, ese no es el punto. —confesó con nerviosismo mientras se rascaba la nuca.
—Entonces, ¿cuál es el punto? —cuestionó ella.
—El punto es que no es como cualquier niño, él tiene sueños como los míos —expresó sonriente—. Es especial.
Se habían vuelto tan importantes sus encuentros en el día a día que ni él podía describir la sensación que le causaba verlo, porque era la primera vez que sentía algo así y era tan nuevo y desconcertante que lo dejaba sin palabras. Lo extraño para Hashirama era que la niña pelirroja también era su gran amiga, pero no lograba sentir lo mismo por ella que por Madara.
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Un campamento de Uchihas y Senju se había formado muy cerca de Uzushiogakure, pues al día siguiente tendrían una reunión con Ashina Uzumaki con el motivo de formar un tratado de paz, antes de finalmente volver a la Nación de Fuego donde más de los suyos y otros clanes comenzaban a instalarse en la que en un futuro no muy lejano sería Konoha. La mayoría de los clanes habían respondido de manera muy entusiasta al pensar en llegar a la paz.
Era de noche y todo estaba muy pacífico en el campamento. Madara entró en la tienda con tranquilidad a la tienda, un poco cansado de continuar escuchando la inconformidad de algunos de sus miembros del clan, increíblemente incluso podía escuchar a lo lejos la voz de su hermano diciéndole que la paz de la que le hablaba Hashirama era una mentira y que debía cuidar al clan de que lo opriman con sus falacias de ponerle fin a la guerra. Respiró hondo y se sentó en el medio de la tienda intentando ocupar su mente en otra cosa.
«¿Dónde estará Hashirama?», pensó sin querer. Se dijo a sí mismo que el Senju no era un niño que necesitaba que lo vigilasen y que no tenía porqué diablos preguntarse dónde estaba si estaban exactamente en un mismo campamento, lo que significaba que no podría irse muy lejos de él. Y aunque lo hiciera, seguiría siendo algo de poca importancia dónde o dónde no se encontrara ese idiota.
Gruñó. Debería alegrarse de que lo haya dejado en paz con sus depresiones y alegrías tan intempestivas por unos minutos...
¿Porqué no lograba encontrar la paz estando alejado de él? Estaban formando alianzas, muchos clanes estaban satisfechos con el nuevo sistema de aldeas, no había razón para aferrarse a Hashirama y sentirse mal sin tener razones claras. Pero desde la muerte de Izuna hasta entre los de su clan se sentía perdido. El Senju fue al único a quien dejó que lo vea llorar por eso, inclusive permitió que lo consolara y frenara sus impulsos antes de dirigirse hacia Tobirama para asesinarlo.
Era al único a quien realmente escuchaba antes de seguir a sus impulsos, no sabía porqué pero lo hacía. Y le molestaba hacerlo. Por un demonio, ¡por él despertó su sharingan!
—¿Sucede algo, Madara? —preguntó Hashirama interrumpiendo su paz mientras entraba a la tienda.
—No, ¿qué se supone que debería sucederme? —cuestionó molesto.
—Nada, sólo que estabas tan callado...
—Puedo estar callado y que no me suceda nada a diferencia tuya —interrumpió.
A los segundos el Senju se deprimió, como era costumbre. Se preguntaba porqué siempre su mejor amigo se encontraba enfadado y de mal humor, aunque conociera la respuesta —que simplemente Madara era así y recientemente se había muerto su hermano menor— no entendía porqué debía inculparlo a él de todas las cosas malas que le habían sucedido durante la guerra.
Y a raíz de ello también se preguntaba porqué lo amaba tanto si era como era. El pelinegro rebalsaba en prejuicios, desconfianza y hasta ataques de ira, acostumbrado a que lo maltraten y a maltratar. Lo peor de todo es que era imparable, pues ya todos sus familiares habían muerto y aunque amase a su clan entre más intentaba cuidarlos ellos se más se alejaban de él, a esas alturas ya no tenía nada qué perder, había que temerle a las personas que no tuvieran nada que los frenase.
Hashirama se sentó apesadumbrado junto a su mejor amigo sin saber que este pensaba en ese preciso momento que él era el único ser querido que le quedaba.
—Deja de deprimirte —ordenó enfadado.
—¿Porqué te molesta verme así? ¿Y porqué te enojas también cuando estoy feliz? —preguntó, aún más deprimido.
Madara gruñó.
—Porque...
«Odio verte mal, lo odio», pensó.
—Porque odio a los débiles y tú con tu depresión crónica me haces exasperar.
El Senju respiró hondo e intentó recomponerse, para no hacer enojar más a su mejor amigo.
—Lo intentaré —dijo mientras se servía té.
—¡Más te vale!
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Apenas le había dado la noticia a su hija Mito y ésta ya estaba comenzando a llorar, se esperaba una reacción así pero no por eso no le enfadaba que cuestionara sus órdenes. Además, no era algo totalmente fuera de lugar, se trataba de cuestiones políticas y de lo que podría significar la paz para todos los shinobis.
—¿Porqué debo casarme con un hombre que no amo? —cuestionó entre lágrimas que iba secando con su pañuelo.
—¿Y quién dijo que debías amarlo? Recuerda que no lo haces por ti, lo haces por tu clan y en todo caso porque yo te lo ordeno —ladró firmemente—. Actúas como si te estuviera entregando a un desconocido, ambos sabemos que Hashirama es un buen hombre, un shinobi excepcional y de mucha confianza. Deberías estar feliz, ya lo conoces y siempre se han llevado bien.
—Pero, padre...
—¡Nada de peros! Ya está todo decidido así que será mejor que elijas tu vestido y te involucres en los preparativos, es una decisión tomada y ya nada podrá revertirlo, hija. —dijo Butsuma mientras giraba sobre sus talones para abandonar la habitación de Mito.
Cerró la puerta de su cuarto y comenzó a llorar por el destino que le deparaba, pero no es que no amara a Hashirama, lo hacía pero no de esa manera, de una forma pasional, no estaba enamorada de él. No podía imaginarse una vida atada a una persona que no amaba, compartiendo la misma cama todos lo días.
Además estaba casi segura de que Hashirama tampoco la quería de esa manera, tal vez ni si quiera estaba de acuerdo con el casamiento o lo estaba pero por razones políticas, debía hablar con él para saber si realmente había pedido su mano en matrimonio o era una conspiración de su padre.
Se encerró hasta el día siguiente en su cuarto y al atardecer, luego de la ceremonia de la alianza, fue a hablar con Hashirama, esperando que le explicase de qué se trataba la idea de unirlos en matrimonio.
—¿Mito? No te vi durante la ceremonia, ¿sucede algo? —cuestionó preocupado por el semblante de la mujer.
—Padre me obligará a casarme contigo —dijo al borde del llanto.
Él sostuvo una expresión afligida, la abrazó y consoló. Tampoco quería casarse con ella, pero se trataba de algo muy delicado, pues sino lo hacía se rompería la alianza con los Uzumaki y se trataba de un clan tan fuerte que era preferible tenerlos de amigos que de enemigos; lo que quería Ashina era un casamiento porque de esa manera creía que su clan no perdería poder político al formarse la aldea y porque además tenía una edad avanzada, por lo que le urgía dejar a su única hija atada a algún shinobi influyente.
—Yo te amo Hashirama, pero no de esa manera —sollozó.
—Lo sé —expresó con tristeza—, tampoco te amo de esa manera pero tienes que pensar que se trata de una alianza crucial. Podemos darle a las futuras generaciones un mundo lleno de paz, conoces la guerra y los niños que han muerto en ella, mientras nosotros tuvimos la suerte de sobrevivir otros perdieron la vida en ello —dijo intentando calmarla—. Aunque, tampoco haré nada en contra de tu voluntad, le dije a tu padre que sólo me casaría con tu consentimiento, si no quieres hacerlo respeto tu decisión, no puedo obligarte a aceptarme como esposo.
—Gracias... —dijo ella, aún intentando dejar de llorar.
—Sólo te pido que lo pienses —expresó interrumpiendo a la pelirroja.
Sabía que no ninguno de los dos lo quería, pero se trataba de una decisión delicada que hacía tiempo Hashirama había premeditado y que tenía un significado mayor al de sus deseos.
En efecto, sólo porque era su amigo, pensó mucho tiempo en la propuesta y en el bien que haría al aceptarla, no era lo que deseaba en definitiva pero bien podría enamorarse y casarse con otro hombre y vivir entre la guerra constante, las muertes y la miseria, sabiendo que eran mayores las probabilidades de morir con el pasar de los días, y ella honestamente no quería cargar con eso.
Además, no era como si pudiera desobedecer tan fácilmente a un hombre como su padre. Al recordar que Hashirama dijo que sólo se casaría con su consentimiento, sonrió asombrada de que estuviera dispuesto a poner la paz del mundo detrás de sus lágrimas que, al tiempo se dio cuenta, eran de egoísmo.
Por sólo pensar en ella le estaba negando la paz a personas que se la merecían, personas que amaba; su clan por ejemplo. Otra razón para aceptar era el hecho de que no estaba siendo entregada a cualquier desconocido, si su padre eligió de entre muchos hombres, no podría haber elegido mejor shinobi que a Hashirama.
Quizá si fuera con él, no se negaría a estar atada a una persona de la que no estaba enamorada.
Allí en su habitación, al tercer día consecutivo de encierro y meditación sobre la idea de casarse con su amigo por otras razones que no fueran amorosas, fue cuando entendió lo que debía hacer. Salió de su habitación y aprovechando la ausencia de su padre, se dispuso a ir a hablar con el Senju.
Al llegar al campamento de los Uchiha y Senju y luego de preguntarle a varios shinobis, finalmente encontró la tienda en la que debía encontrarse su amigo y donde efectivamente se hallaba.
—¿Mito? —dijo levantándose de su asiento, sorprendiéndose al verla parada en la entrada.
Respiró profundo y se aseguró de que lo que iba a decir era lo correcto.
—Acepto —expresó firmemente—. Nos casaremos y sellaremos la paz, Hashirama.
Él alzó las cejas, impresionado con la decisión que acababa de tomar su amiga, no pudo evitar sonreír dichoso y alegrarse de que si debían obligarlo a casarse con una mujer, fuera ella. La abrazó con fuerza y ella se sintió más aliviada con ese acto.
—¡Prometo ser un buen esposo! —expresó con alegría.
Y entre la risa de ambos y el alivio de saber que podría haber sido peor —podrían haberlos atado a personas que odiaban— entró en la tienda con toda su aura de odio y antipatía, cortando cualquier viso de regocijo, Madara. Allí estaba, el hombre del que tan bien Hashirama le había hablado a la pelirroja, pero que todo el resto del mundo tenía como un despiadado y sanguinario shinobi, parado sin pronunciar palabra pero diciéndolo todo con sus gélidos ojos negros. Se notaba de lejos lo disgustado que estaba al encontrar a la "feliz pareja" —como los llamaría él más tarde— abrazados y riendo en su tienda, mientras él volvía de escuchar más quejas de su clan.
—Oh, Madara —dijo soltando a la mujer y rascándose la cabeza—, te presento a...
—Tu prometida —interrumpió—. Uzumaki Mito, ¿cierto? —dijo casi escupiendo.
Ver a una pelirroja aferrada al Senju cual garrapata no era algo que lo pusiera de buen humor. Ella entre tanto no se inmutó por la tensión que parecía verse entre ambos y el odio inexplicable que estaba lanzando contra ella con cada palabra que decía. Sólo pudo respirar hondo y asentir, pensando en si hacer una reverencia o no, pues probablemente no le sería devuelta.
—Uchiha Madara, he oído mucho de ti —habló con calma, para luego mirar a su amigo—. Debo volver a casa, nos veremos pronto supongo.
Rió nervioso ante aquella frase, pues había olvidado un pequeño detalle.
—Pues, en realidad partiremos mañana temprano hacia el previo en el que será la Aldea, luego de terminar con algunos otros asuntos y el lugar esté listo para festejar el evento, algunos shinobis de mi clan pasarán a buscarte y te llevarán allá para que, bueno, ya sabes...
—Se casen —finalizó un impaciente Madara.
Odiaba la idea de verlo caminar al altar y celebrar algo que ninguno de los tres presentes en otras circunstancias hubiera elegido. Y a su parecer tampoco es como si aquella mujer que se veía tan corriente fuera merecedora de casarse con el hombre al que llamaban Dios shinobi.
La pelirroja asintió ante la noticia de que se casaría ya en la Aldea terminada y lejos de su ciudad natal, tratando de tomárselo como un pormenor y haciendo una reverencia como despedida.
—De acuerdo, aguardaré hasta entonces —contestó con simpleza, para luego abandonar la tienda.
Al sentir su chakra lejos, el pelinegro chasqueo la lengua con disgusto.
—¿No se suponía que se trataba de una mujer excepcional? —cuestionó con molestia.
—Y lo es —aseguró Hashirama—, aún no la conoces bien pero se trata de una kunoichi muy fuerte, también es muy atenta, creo que cuando la conozcas bien...
—Jamás dije que tenía ganas de conocerla, sólo aclaré que no luce como tú la describes. Poco me importa saber de ella, con lo que vi me basta. —ladró el moreno.
Sabía que aquella farsa de una boda para la unión de ambos clanes sólo se hacía para disfrazar cuestiones políticas, pero por Kami, ¡cómo odiaba la mera idea de verlo al lado de una mujer al Senju! Si pudiera detener era boda, lo haría.
—¿Y qué es lo que ha oído de mi? —gruñó enfadado.
—Pues, yo le he hablado de ti —dijo nervioso— y de seguro habrá escuchado otras cosas por ahí.
Cosas de las cuales Hashirama siempre intentó convencerla de que no eran ciertas, pero los rumores de un hombre que le arrancó los ojos a su hermano y ahora los usaba porque estaba llegando a la ceguera casi completa fueron más fuertes que sus palabras.
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¿Review?
