Bueno estoy resubiendo los capítulos del fic del 1 al 12. Ahora y gracias a la inestimable ayuda de "Silenciosa", mi beta reader, voy a cambiar el estilo de escritura. En consecuencia los capítulos que he nombrado seran rehechos con mejoras en la narración, correcciones gramaticales, etc.

Aprovecho para agradecer el apoyo a todos los que siguen el fic. Y sobre todo a Silenciosa, por la ayuda que me esta dando :D


CAPÍTULO I. Heridas sin sanar.

En una pradera, comprendida por una vasta extensión de terreno fértil revestida con flores, donde animales de diferentes especies convivían en armonía y sin preocupaciones, se alzaba un gran y majestuoso árbol. Este árbol no era uno cualquiera: tenía una puerta de entrada, ventanas, e incluso, una terraza. Era una casa-árbol y pertenecía a los mayores héroes de la tierra de Ooo, Jake el perro, y Finn el humano, quienes eran acompañados por sus pequeños y robóticos amigos, BMO y Neptr.

A pesar del bonito día que hacía fuera, Finn estaba encerrado en su habitación; tumbado sobre la cama completamente sumergido en sus pensamientos. Finn era un chico humano de algo más de catorce años. Iba vestido con sus habituales shorts de color azul marino, una camisa de manga corta celeste y, para finalizar, se cubría su alborotado cabello rubio usando, a modo de gorro, la piel de la cabeza de un oso polar, en la cual destacaban las puntiagudas orejas. Siendo la mayor parte del tiempo un ser alegre, valiente y con ansias por salir a la aventura, era extraño verlo así. Pasaban los días y Finn se sentía cada vez más deprimido; no obstante, había estado evitando por todos los medios demostrarlo abiertamente.

Un agrio sentimiento de culpa le perseguía.

"Ya han pasado cinco meses desde la última vez que la vi.", se dijo para sí, frustrado, con la cara enterrada contra la almohada. "Seguro que sigue enfadada conmigo. No debería haberme comportado así. ¡Fui un imbécil! Tal vez debería ir a disculparme. Pero, ¿cómo la voy a mirar a la cara después de todo lo que ha ocurrido?"

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Cinco meses atrás, Jake y Finn corrían bajo la oscuridad de la noche en dirección al Reino de las Chuches, dispuestos a conseguir la gema de la corona de su gobernante, la Princesa Bonnibel Bubblegum, gran amiga de ambos. Al llegar al castillo del reino, Jake se estiró teniendo a Finn encaramado a su espalda para alcanzar el dormitorio de la princesa situado en una de las plantas más altas de la torre del castillo. Finn bajó de la espalda de su hermano, situándose en el tejado que la coronaba. Acto seguido, tomó la palabra:

―Bien, Jake. A la de tres golpeas el suelo para dejarnos caer en el dormitorio de PB. Yo cojo la gema y nos vamos, ¿entendido?

―Uhm... no sé. ¿Y si simplemente se la pedimos? Es para una buena causa, tío. Seguro que ella lo entiende ―arguyó Jake no muy convencido de lo que estaban a punto de hacer.

―¡No! ¡Ya has oído a Billy! Hay que actuar rápido, no hay tiempo de explicaciones. Ya se lo explicaremos cuando hayamos encerrado al Lich. Seguro que PB se sentirá orgullosa de nosotros cuando hayamos acabado con él ―le replicó a Jake en tono decidido para transmitirle seguridad.

"Ésta será la forma de compensarle por las cosas que le dije cuando creí que estaba celosa de la Princesa Flama", pensó Finn para sus adentros.

―Si tú lo dices, Finn.

―¡Ya lo verás! ¡Venga! ¡A la de una...!

―¡A la de dos...! ―siguió Jake.

―¡Y a la de tres! ―dijeron al unísono.

Inmediatamente después, Jake aumentó el tamaño de su puño y golpeó el suelo, éste se vino abajo y ambos hermanos cayeron al piso inferior entre una nube de polvo y escombros. La caída había dejando a Finn aturdido: tal vez el haber entrado de esa manera no había sido la mejor idea después de todo. Dando tumbos, se aproximó a Bubblegum; ésta aún en estado de shock, presenciando atónita la escena.

―¡Princesa! ¡Necesito que me des la gema de tu corona! ―pidió Finn desplomándose sobre ella.

―¿...Qué demonios? ¡No! ―gritó la princesa en respuesta, todavía confundida por lo extraño de la situación.

Ante la total negativa de la chica y su propia frustración, empezó a forcejear con ella para quitarle la corona sin tan siquiera sospechar lo que ocurriría después.

―¡Aparta, Finn! ―gritó― ¡Quítate de encima!

Durante el forcejeo, la princesa no se había dado cuenta de que aún sujetaba las tijeras que había estado empleando en unos de sus experimentos antes de haber sido interrumpida y, en un mal movimiento inconsciente, le hizo a Finn un profundo corte en la cara. El dolor hizo retroceder al rubio varios pasos.

―¡Aaaaauh! ―gritó Finn dolorido, cayendo al suelo y cubriéndose la mejilla cortada.

No se lo podía creer, la princesa le había hecho daño. ¡Le había atacado! ¡Y todo por una estúpida joya! Bubblegum le había atacado después de todo lo que había hecho por ella; por todo lo que había pasado, jugándose la vida numerosas veces para protegerla y combatir contra todo mal que acechara a su reino. Y, para colmo de males, lo que estaba haciendo Finn ahora era por su seguridad y por la de Ooo.

Finn se sintió colérico. Tenía la mirada clavada duramente contra aquella joven de la que había estado perdidamente enamorado en el pasado. Al mismo tiempo, Bubblegum mantuvo sus ojos solapados en él. La joven seguía sorprendida y con las tijeras aún sujetas en la mano. Entre toda la confusión, ella sólo logró atinar a decirle con la voz entrecortada:

―Fue un accidente.

Finn sabía que la princesa decía la verdad, que había sido un simple accidente, pero, por el momento, la disculpa no hizo disminuir su enfado; sin embargo, comprendía que no había tiempo para discutir sobre ello. Sin más preámbulos, Finn recogió la corona que había quedado en el suelo tras el forcejeo, quitó la gema y dejó caer la corona el suelo, con desprecio, siendo luego llevado por Jake al exterior. Marcharon a toda prisa; ¡ya tenían todas las joyas! Para entonces Finn se sentía más animado. Procedió a colocar la gema de la princesa en el hueco restante del Enchiridion. En consecuencia, luces de distintos colores fueron emitidas por las joyas incrustadas. La pequeña espada de la portada giró por sí sola hacia arriba y una pequeña calavera que también la adornaba comenzó a recitar extraños hechizos hasta estallar en pedazos. La espada rasgó el libro por la mitad de un extremo a otro hasta volver al punto original de inicio. De este corte emanó un extraño líquido espeso y negruzco, el cual rodeó el ya destrozado libro hasta cubrirlo y dotarlo de una dureza semejante a la de un ladrillo.

Finn quedó atónito ante la transformación del libro. "¿Cómo demonios va esto a abrir un portal a otra dimensión?", se preguntó mentalmente.

―¡Rápido! ―les gritó Billy que había llegado hasta ellos.

"¡Claro! ¡Billy sabrá cómo funciona!", pensó Finn. Sólo tenía que entregárselo.

Pero una voz irrumpió de pronto, alejándolo de sus pensamientos.

―¡Finn, para! ¡Ése no es Billy, es el Lich! ―escuchó gritar a la Princesa Bubblegum que se aproximaba a toda prisa.

―¿Eh? ―preguntó el humano muy confundido, volviéndose para mirar a la joven.

Unos cáusticos gritos de alerta se expandieron a modo de fuertes ecos.

"¡Alerta Lich! ¡Alerta Lich!"

Dichos gritos pertenecían a uno de los gigantes guardianes del Reino de las Chuches que, tras dar la alerta, había procedido a lanzar un rayo que impactó de lleno en la cara de Billy.

―¡Billy!

Finn corrió lo más rápido que pudo para socorrer a su ídolo de la infancia quien había quedado arrodillado tras haber sido atacado. El humo que el impacto del rayo provocó se había disipado y dejó a la vista de los presentes la mitad izquierda de la cara herida de Billy: esta parte ya no era su cara. Piel blanquecina y arrugada cubría únicamente una parte de esa mitad de su rostro, dejando al descubierto media dentadura llena de dientes podridos, y la cuenca entera de su ojo izquierdo, hueca y oscura, emitía un siniestro resplandor verdoso que actuaba presumiblemente como pupila; capaz de helar la sangre sólo con su mirada. Y si por todo eso no fuera ya motivos claros para producir pavor, un cuerno retorcido salía del lateral de aquella horrible mitad transformada de la cabeza de Billy.

―¿Billy…? ―articuló costosamente el joven humano a efecto de aquel grotesco espectáculo visual― , ¿... eres tú?

Bien sabía para entonces que aquel ser no era Billy; en cambio, era la criatura más temible que Ooo, en sus más de mil años de existencia, podía haber tenido nunca.

La criatura fue el Lich desde el principio y Finn, pensando que era Billy, lo había ayudado a lograr su objetivo: la extinción de toda la vida.

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"Si no fuese por el extraño cambio de deseo de Lich que Jake sabe y no me cuenta nada, seguramente estaríamos todos muertos. ¡Soy un mente caca!", se reprendió duramente Finn entre frustrado y triste. "Y PB sólo pretendía avisarme. ¡Si yo la hubiese escuchado...! ¿Cómo pude llegar a pensar que ella me iba a atacar aposta? ¡Por Glob, es una de mis mejores amigas!"

Se incorporó en la cama y tiró de las orejas de su gorro con desesperación.

"¡Yo no quiero que siga enfadada conmigo! Y... la echo tanto de menos", desistió en tirar del gorro y profirió un largo y cansado suspiro. "Tengo que ir a disculparme con ella, pero, ¿y si no quiere perdonarme?"

Finn quedó callado un momento, pensando qué podría hacer para que la chica de piel de golosina le perdonase. Y no paró de cavilar mentalmente hasta que tuvo una idea.

―¡Ya se! ―dijo de pronto con entusiasmo, naciendo de sus labios una sonrisa que desde hacía días había quedado extinta― ¡Le haré un regalo único! ¡Uno que le encante! Y sé el sitio perfecto donde encontrarlo.

Se levantó de un salto de la cama y bajó corriendo las escaleras que lo llevarían al salón de su casa. En ese momento sólo estaba BMO jugando consigo mismo a un videojuego. No había ni rastro de Jake; posiblemente habría ido a ver a Lady, su esposa, y a sus hijos. Un día de familia. Lo más probable es que su hermano no regresaría hasta bien entrada la tarde.

―Ey, BMO, voy a salir ―avisó al robot mientras iba rumbo a la puerta― Ocúpate de la casa hasta que Jake vuelva. Si no he llegado aún para cuando él esté, dile que regresaré a la hora de la cena.

―Vale, Finn, ¡no te preocupes! Si alguien intenta colarse en casa, lo mato ―respondió la pequeña videoconsola con su tierna vocecilla que, al final de la frase, sonó un poco más amenazante aunque sin dejar de ser adorable.

Finn rió. ―Confío plenamente en tí, BMO. ¡Adiós!

El chico humano cerró la puerta tras de sí y, dando una voltereta de alegría, empezó a correr en dirección al bosque.

"¡Va a ser el regalo más matemático que le hayan hecho a PB en su vida. ¡Sé que le va a encantar!", se dijo animado sin aminorar el ritmo ni un momento. "Y con eso seguro que ella me perdona... seguro."

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A un buen puñado de kilómetros más allá de la pradera se alzaba solemne el Reino de las Chuches. En el laboratorio químico del palacio se encontraba la Princesa Bonnibel dedicando su tiempo en su más apasionado hobbie: la ciencia experimental. Aquel lugar oscuro y apartado frente a la reluciente alegría de las más dependencias de palacio era, por decirlo de alguna manera, su mundo. Puede que muy pocos la entendieran, pero a ella no le importaba. Sumergida entre un amplio equipo electrónico de curiosa ingeniería y mesas pobladas de tubos de ensayo, probetas, matraces y demás recipientes, en cuyos interiores burbujeaban líquidos de diversos colores, ella se sentía más feliz y plena que haciendo lo que típicamente hacían las demás princesas: cuchichear y pensar obstinadamente en casarse con un príncipe azul que tanto idealizaban en sus huecas cabezas.

Bonnibel tenía dieciocho años. Su piel estaba hecha de chicle rosa y poseía un largo cabello de la misma sustancia y color, aunque éste último era algo más oscuro; haciendo que así resaltara sobre el resto de sus características corporales. Llevaba un vestido de color rosa a juego con el resto de su apariencia, una bata de laboratorio por encima y, finalmente, llevaba puestas unas gafas grandes y redondas. Aparte de ser la gobernante de su reino, ella era uno de los seres más inteligentes de todo Ooo. Como toda alma dedicada a la ciencia, era perfeccionista y meticulosa hasta alcanzar el límite de la obsesión; incapaz de equivocarse ni en el más mínimo detalle.

¡BOOOOOOOOOOOM!

Excepto cuando sí lo hacía.

La terrible explosión que sobrevino sin avisar retumbó por todas las áreas del castillo y asustó al mayordomo de la joven.

―¡Princesa! ―gritó como pudo el ya exhausto caramelo al llegar a la puerta destrozada del laboratorio, adonde se había dirigido con toda la velocidad que su pequeño cuerpo le permitió. La estancia era ahora un completo desastre: todas las paredes estaban ennegrecidas, cristales rotos, pertenecientes a las ventanas y recipientes de cristal, esparcidos por el suelo. El humo viciaba el aire del lugar.

―¡Princesa! ―volvió a llamarla el mayordomo, más preocupado que antes al no haber obtenido ninguna respuesta.

Esta vez la princesa respondió, tosiendo un par de veces primero a causa del humo.

―¡Estoy bien, Mentita! ―tosió nuevamente― Bueno, más o menos.

La chica apareció, saliendo de la humareda, y quedando a ojos del mayordomo. Tenía la ropa hecha jirones y llena de suciedad.

―¡Gracias a Glob, princesa! ¡Creía que le había pasado algo! ―dijo ya más tranquilo Mentita.

―Fue por culpa de la mezcla que estaba haciendo. ¡Diablos...! ¿Es que no puedo hacer ni una combinación simple de elementos químicos correctamente? ―gritó alzando los brazos, enfurecida consigo misma― ¡Hasta un niño pequeño lo habría hecho bien! ¡Soy una inútil!

―Princesa… ―la llamó el mayordomo en tono apaciguador.

―¿Qué? ―gritó todavía furiosa. Hecho que hizo que su acompañante se encogiera de miedo.

Al darse cuenta de la reacción de éste y cómo lo había tratado, la princesa sintió una terrible culpa.

―Oh, lo siento mucho Mentita. No quería gritarte ―se disculpó sentándose luego en el suelo para estar a la altura de su fiel ayudante― Es sólo que... en fin, últimamente tengo los niveles de norepinefrina un tanto inestables. Bueno, ¿qué querías decirme?

―Precisamente de eso quería hablarle, princesa. Últimamente la he notado... rara. Es la tercera vez en esta semana que hace estallar el laboratorio. Usted no suele ser tan descuidada. ¿Le ocurre algo?

―No... no m-me pasa nada; no tienes por qué preocuparte ―aclaró ella con la voz temblorosa.

El nerviosismo de la chica hizo que el mayordomo dirigiera una pequeña sonrisa a su gobernante.

―Princesa, con todos mis respetos, no soy sólo su mayordomo, también soy quien le ha cuidado desde que tenía cuatro años y jugaba con usted con la señorita Mar... ―el mayordomo Menta calló de pronto. Aquel tema era tabú y lo había recordado. Prosiguió: El caso es que la conozco mejor que nadie. Sé cual es la cara que pone cuando algo le hace sentir mal y, ahora mismo... tienes esa cara.

Era verdad: cuando Bubblegum era pequeña, sus padres apenas tenían tiempo para ella; se sentía sola. Un día llegó al castillo como nuevo empleado un pequeño caramelo de menta, blanco y de rayas rojas en sus bordes, para ocupar el puesto de mayordomo. Una de las principales labores que tenía que cumplir era encargarse de ella. Y, de algún modo, él siempre había sabido ayudarla cuando le ocurría algo.

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Una pequeña princesa Bonnibel de seis años se encontraba correteando por los pasillos del castillo. Escondía algo entre sus brazos. En poco tiempo llegó a su habitación y entró en ella.

―¡Oh, Glob! ¡Tiene que haber un sitio para esconderlo! ―dijo con su infantil voz la pequeña, muy desesperada.

Entonces escuchó un ruido: alguien estaba abriendo la puerta de su habitación. Asustada, la princesita escondió lo que llevaba oculto debajo de la cama y se sentó sobre ella. La puerta finalmente se abrió revelando que era el mayordomo Menta que, nada más ver el estado de la temblorosa niña, sabía que algo malo le ocurría.

―Hola, princesa. Vine a revisar si se encontraba por aquí. Llevo toda la mañana sin verla y me preocupaba que hubiese salido del castillo sola o algo así.

―Oh, no. He estado por aquí todo el día ―carcajeó nerviosamente ella en respuesta. Cosa que el mayordomo volvió a notar.

―¿Se encuentra bien, princesa?

―¡S-sí, por supuesto! ¿Por qué me lo preguntas? ¿Qué te hace pensar que yo escondo algo? ―dijo inocentemente la princesita, dándose cuenta al instante que había hablado de más.

―Yo no he dicho que esté escondiendo nada. Se ha adelantado usted solita. Así que, veamos, ¿qué está intentando ocultar? ¿No habrá traído otro animal al castillo? Sabe que su padre no soporta a los animales.

―No, no es eso. Es que... ―arguyó ella, ya resignada. Sabía que no podría engañar a su cuidador. Se agachó y sacó de debajo de la cama el objeto en cuestión.― es esto.

Era un vestido. Un precioso traje color rosa, terminada en una larga falda de tela vaporosa, de cuello abierto bordado en seda. Era un vestido de novia y estaba rasgado hasta la altura del muslo.

―Es el vestido de mamá. El que se puso en su boda con papá. Yo lo vi y... y me pa-pareció tan bonito que quería probármelo y... y entonces me puse a jugar a las bodas en el jardín, pero me caí y… y el vestido se rasgó con la rama de un arbusto ―declaró encogida la pequeña, preparándose para el sermón que le vendría a continuación.

―¿Se ha caído? ¿Está usted bien? ―preguntó enseguida el mayordomo revisándole brazos y piernas; más preocupado por las posibles heridas que podría tener la dulce niña que del vestido.

Esta actitud sorprendió a Bonnibel, que se esperaba que éste se enfadase y la regañase duramente.

―Estoy b-bien... pero el vestido no. ¡Mamá se va a... ―sorbió por la nariz nada más empezar a llorar desconsolada― a enfadar mucho conmigo!

―Vamos, pequeña, quédese tranquila y no llore. Yo puedo arreglar el vestido ―dijo el mayordomo acompañado de una tierna sonrisa.

―¿En serio? ―lo miró atónita, dejando de llorar.

―Por supuesto; su madre no se enterará. Será nuestro pequeño secreto. Pero antes me tiene usted que prometer una cosa.

―¿El qué? ―preguntó confundida la niña.

―Que va a poner usted una gran sonrisa en esa cara, ¿vale? ―pidió, dibujando una sonrisa a la niña con los dedos.

―¡V-vale! ―afirmó un poco nerviosa aunque ya empezando a sonreír dulcemente― Muchas gracias, Mentita. ¡Eres el mejor!

La niñita le dio un fuerte abrazo, hecho que sorprendió al mayordomo pero que pronto empezó a corresponder y a acariciar la cabeza de la pequeña.

―No hay de qué, princesa. Pero la próxima vez tenga más cuidado, ¿eh?

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Era innegable que el mayordomo Menta fue siempre la figura paterna de Bonnibel. Ella sentía tanta estima por él que había veces que la situaba por encima de la que sintió por sus verdaderos padres. El mayordomo siempre estuvo ahí para ayudarla. También ella reconocía que cuando cumplió diecisiete, la relación de ambos cambió, pues él había empezado a tratarla más como la gobernante que ahora era y adoptó a rajatabla su papel como mayordomo. Ello no quería decir que ese cariño no siguiese ahí y que éste no le prestara su ayuda o dejara de ser su figura paterna. Menta estaría ahí siempre que lo necesitara; tal y como estaba ocurriendo en aquel momento.

La princesa Bubblegum dio un hondo suspiro y se dispuso a contarle al mayordomo lo que tanto le afligía.

―Verás... ―inició diciendo― es por Finn.

FIN CAPÍTULO I.