Disclaimer: nada del potterverso me pertenece.

Nota del autor: esta historia versa sobre Crookshanks y sobre la idea de que en realidad sea un animago. Según el canon, Crookshanks NO es un animago, Rowling ya lo dijo, pero los fics están para romper ciertas afirmaciones, así que simplemente es una idea que tenía en la cabeza y que quiero desarrollar. Por motivos lógicos, no desvelaré la identidad humana de este Crookshanks hasta dentro de un tiempo, únicamente diré que es una mujer.

Crookshanks, naturalmente, es un macho, pero bueno, el único personaje que se me ocurre es femenino, así que... Un saludo.


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La rata

Como muchas noches, los cuatro volvían a hurtadillas al castillo, protegidos por aquella mágica capa de Potter, tan pequeña que no les cubría lo suficiente, de modo que siempre veía unos pies caminando por la Sala Común en mitad de la noche. Ellos, naturalmente, no podían verla, pues al igual que los cuatro Gryffindor, ella también podía convertirse en animaga. Para ello había elegido ser un gato anaranjado de color canela, un cruce entre un gato común y un kneazle, pues sintió que en el futuro necesitaría tal cosa.

Por supuesto que nadie sabía su secreto, ni siquiera Lily. Para el resto de alumnos de Gryffindor, por las mañanas era la chica de siempre, bajita, regordeta y de pelo color canela. Por las noches era ese misterioso gato color canela y con la cara aplastada que deambulaba por la Sala Común, picoteando a veces de lo que le daban los alumnos.

Se quedó mirando a los cuatro chicos hasta que subierto hasta su habitación. El gato maulló. Era así desde hacía mucho tiempo. Pero las cosas, naturalmente, siempre cambiaban a peor.

Con el tiempo dejó Hogwarts. Al poco tiempo todo su mundo se vino abajo. Sus padres fueron asesinados. Lily, su mejor amiga, igualmente. También James Potter. Sirius Black fue encerrado en Azkaban después del asesinato de Peter Pettigrew y un grupo de muggles. Y Remus Lupin decidió continuar con su vida, sólo.

¿Y ella? Ella decidió dejarlo todo y se convirtió en un gato, quizás la última vez que lo haría. Deambularía por ahí, llevaría la vida de un gato callejero y se olvidaría de la magia, de la gente a la que había conocido y de aquella absurda guerra. Naturalmente, la vida callejera no era para ella, de modo que decidió asentarse. Después de pasar por muchas familias, finalmente se quedó en el Callejón Diagon, en el Emporio de la Lechuza, como el eterno gato que nadie querría como compañía.

Y entonces, una mañana, todo cambió. Fueron tres personas las que entraron en la tienda. Juraría que una de ellas era el mismísimo James Potter reencarnado, pero cuando lo vio mejor se dio cuenta de que no era así. Los otros dos no le sonaban de nada, pero sí que reconoció al instante a la rata que llevaba el pelirrojo en los brazos. En cuanto la depositó sobre la mesa, no lo dudó un instante y se abalanzó contra ella.

Fue como una milésima de segundo, el tiempo suficiente para mirarse a los ojos, pero él también la reconoció. Y puedo ver el miedo en sus ojos. Iba a matarlo. Lo tenía claro. Iba a hacerlo.