*Los personajes de Resident Evil son propiedad de Capcom, esta historia se escribió sólo por diversión*

"Los encuentros más importantes ya han sido planeados por las almas,

antes incluso de que los cuerpos se hayan visto"

Paulo Coelho

—Esto debe ser una maldita broma— murmuró Ada Wong al tiempo que miraba incrédula la tarjeta color marfil que llegó aquella mañana a su buzón.

El sol apenas se asomaba por el horizonte, llevándose consigo la espesa niebla que caía sobre la pequeña villa inglesa. Vestida con un sencillo camisón de encaje rosa bajo un ligero albornoz de seda, Ada Wong leyó una vez más el mensaje, esta vez en voz alta y con una nota de enfado en su voz:

"Tengo un trabajo para ti

Museo de Louvre 9 pm.

NR"

Ada arrugó la tarjeta y la lanzó contra la pared, furiosa.

—Estúpido Nick—bufó al tiempo en que se encaminaba hacia el balcón.

Nick Rabatti era un excéntrico millonario italiano, dueño de varios pozos petroleros en oriente medio, así como de plantaciones de tabaco en Sudamérica. Ada lo conoció mientras hacía un trabajo de espionaje en una de sus propiedades en Nassau. Durante el tiempo que pasó con él bajo la identidad de Belinda Laurent, tuvo que soportar ser el objeto de deseo de Rabatti con tal de obtener el acceso a su mansión, y así poder robar una muestra de un polímero experimental, por el que una empresa alemana había pagado millones para conseguir.

Se apoyó sobre el barandal de madera antigua y cerró los ojos. Pudo sentir cómo las gotas de lluvia y pino fresco que flotaban en la brisa de aquella mañana, se adentraban en su pecho, llenándola de una sensación de paz que únicamente lograba en aquel pequeño lugar del mundo que tanto amaba. Se abrazó a sí misma y esbozó una ligera sonrisa. Quizá para algunos Bibury sea solo una pintoresca villa en los campos ingleses, pero para Ada Wong, significaba algo más que viejas casas de piedra y madera, tiendas rústicas y coloridas flores en las calles; era su santuario, en el cual dejaba atrás a la espía, a la mercenaria frívola para dar paso a la mujer que todavía no lograba encontrar su lugar en el mundo.

Ada miró hacia una de las calles empedradas y divisó a los turistas que visitaban Bibury durante el verano. Algunos de ellos caminaban tranquilamente sobre las calles, admirando cada uno de los colores que la pequeña villa inglesa ofrecía, otros compraban algún recuerdo con los vendedores ambulantes que pasaban cargando amuletos de la suerte y piezas de bisutería hechas con cuarzos rudimentarios y plata antigua. Era la primera vez en meses que se tomaba unas vacaciones; después de su último trabajo, decidió que lo mejor era pasar una temporada alejada del peligro y la adrenalina que conlleva su profesión, así que tomó sus maletas y viajó hasta su casa en Inglaterra.

El chirrido de la puerta la distrajo por un momento. Ada se volvió hacia la señora Lawson, su ama de llaves, que cargaba una charola con una jarra de té verde recién hecho, pan tostado y miel de abeja.

—Buenos días, señorita Adeline— la saludo la mujer en tono afable.

—Buen día, Carol.

—Hoy se despertó muy temprano—Carol puso la charola sobre la pequeña mesa redonda junto a una de las ventanas y sirvió un poco de té.

El aroma de la infusión inundó la habitación. Ada no pudo evitar recordar parte de su niñez en China. De pronto se vio a sí misma como la chiquilla traviesa y descalza que corría entre los campos de cultivo de su pueblo en Litang. Tomó la taza y dio un sorbo a la bebida caliente, cerró los ojos, disfrutando de su sabor amargo y fuerte. Deseó por un momento encontrar frente a ella, el guiso de arroz y pescado que su madre solía preparar para celebrar la buena cosecha. Echaba de menos la risa cantarina de su padre y su hogar a la orilla de las montañas.

Se preguntó cómo estarían sus padres ahora, aunque sabía bien la respuesta; ya no vivían en la casita desvencijada de piedra ni tampoco trabajaban de sol a sol en el mercadito del pueblo vendiendo mercancías, Ada se encargó de darles la vida que siempre soñaron, aunque aquello le costara alejarse de ellos para siempre.

—Es un excelente té, Carol—dijo Ada con amargura.

—Gracias, señorita. ¿Piensa salir el día de hoy?

Ada miró la tarjeta arrugada y soltó un suspiro de decepción. Le debía un favor a Nick por no haberla denunciado cuando la descubrió y esperaba que con este último trabajo por fin saldará su deuda con él.

—Viajaré un par de días a París—respondió, resignada.

— ¿Quiere que prepare la habitación de invitados? —inquirió Carol, limpiándose las manos en el delantal.

—No he invitado a nadie a esta casa—dijo Ada, intrigada.

—Pensé que tal vez el señor Kennedy vendría a visitarla.

Ada cerró los puños, intentando contener su furia.

—Leon no volverá a pisar esta casa —dijo ella forzando sus palabras para no mostrar cuánto le afectaba escuchar el nombre de su ex amante.

—Yo creí que…

— ¿Por qué no vas a la cocina y buscas algo que hacer, Carol? —espetó Ada, furiosa—. Y por favor, abstente de mencionar al señor Kennedy en mi presencia.

—Lo siento, señorita Adeline —se disculpó la mujer inclinando ligeramente la cabeza y salió de la habitación.

Ada bebió el resto del té de un sólo golpe, sin importarle que éste le quemara la garganta. Dejó la taza sobre la mesa y una vez más salió al balcón. Miró hacia las colinas que eran bañadas por un manto de luz cálida y ambarina, en un intento de calmar sus nervios; no obstante, el escuchar el nombre de Leon de labios de su ama de llaves sólo logró ponerla furiosa.

De pronto despertó en su pecho una vorágine de sentimientos que la hicieron sentirse por primera vez vulnerable. Jamás pensó que el hombre al cual amaba desde hacía varios años, la traicionaría de aquella manera. Si bien, Leon era conocido por romper el corazón de varias mujeres, Ada sabía que solo era una fachada, al final del día, él siempre volvía a ella, viviendo una vez más su amor entre sábanas de seda y con la luna como único testigo.

Sin embargo, después de la misión en China, Ada notó que Leon había cambiado. Lo atribuyó a la terrible experiencia que vivieron a manos del demente de Simmons, por lo que decidió darle un poco de espacio para que asimilara los terribles hechos, que no hacían más que abrir viejas heridas por lo vivido en Raccon City. Una noche, después de un trabajo por Europa, ella intentó colarse por la ventana del apartamento de él para esperarlo bajo la oscuridad de la noche como venía haciendo desde hacía tiempo. Cuál fue su sorpresa que antes de cruzar el quicio, lo vio completamente desnudo, con la espalda cubierta con una fina capa de sudor y una Helena Harper igualmente desnuda, sentada en su regazo y gimiendo de placer ante las embestidas de su compañero de cama.

En aquel momento, Ada hizo uso todo su autocontrol para no tomar su arma y acabar de una vez por todas con aquella escandalosa escena. Leon volteó la vista y fue cuando una expresión atónita se apoderó de él al verla de pie en el quicio de su ventana. Ella mantuvo la compostura y le dedicó una mirada gélida antes de salir de su vida para siempre.

Una lágrima rodó por el rostro de Ada sin poder evitarlo. Aquel recuerdo aún la llenaba de amargura y es que después de todo, la traición era algo simplemente no podía tolerar. Después de su último encuentro con Leon, decidió que lo mejor era desaparecer por un tiempo, alejarse a un lugar recóndito donde pudiera estar sola y curar sus heridas. Él sabía acerca de su hogar en Bibury; no obstante, ella se encargó de cubrir sus huellas, utilizando un disfraz y documentos falsos para viajar a Inglaterra. Tampoco se atrevería a llamarla; su móvil estaba desconectado y la casa tampoco contaba con teléfono fijo. No era de las mujeres que huían de sus problemas, sólo estaba evitando cometer una locura de la cual se arrepentiría más tarde, al fin y al cabo, tenía un par de balas con los nombres de los agentes Kennedy y Harper grabados en ellas, y una pistola dispuesta a disparar en cualquier momento.

Ada sabía de la fascinación de Nick por el Cofre de los Espíritus malditos Durante el tiempo en el que fungió como su acompañante, el millonario no dejaba de hablar de la historia detrás de dicha reliquia y su deseo por poseerlo. En una ocasión, Rabatti pagó a un ladrón de cuello blanco para hacerse de la caja; no obstante, el bandido no dio con la ubicación precisa donde se escondía y fue aprehendido por la policía.

Aunque no se sentía en condiciones de volver al trabajo, Ada se sentía en deuda con Nick. No la denunció cuando descubrió que era una impostora y además le ayudó a robar la muestra del polímero experimental para los alemanes. Si bien, sabía que Rabatti no la dejaría en paz, al menos intentaría hacer un último robo para él y negociaría su libertad. Se encaminó hacia el armario y abrió una puerta secreta, al fondo del mismo. Sacó un maletín metálico y lo puso sobre la cama; pulsó la clave numérica en uno de los broches de seguridad, éstos cedieron y la tapa superior se abrió, dejando ver tres granadas de mano, una pistola Punisher 9mm semi- automática con dos cargadores y una lanza garfios.

—Creo que un poco de acción no me vendrá mal —murmuró al tiempo que acariciaba con los dedos el suave terciopelo rojo del maletín.

.

.

Chris Redfield miraba con cara de hastío la pintura de Las bodas de Caná de Paolo Veronese, mientras su hermana no dejaba de hablar de la belleza que encerraba dicha obra. No era un fanático del arte como Claire y aún no comprendía por qué aceptó visitar el museo de Louvre con ella, se suponía que él debería estar en algún bar parisino, bebiendo vino francés mientras flirteaba con alguna soltera desesperada buscando aventuras de una noche, no fingiendo que le importaba el legado de un pintor ya muerto.

Se metió las manos a los bolsillos e hizo un esfuerzo para evitar soltar un sonoro bostezo de aburrimiento. Durante todo el día, dejó que Claire guiara su visita por París, lo cual fue un terrible error; ya que su hermana pasó la mayor parte de tiempo visitando museos y galerías de arte, cuando lo único que él deseaba estar a solas consigo mismo por un buen rato. Era el primer día de sus vacaciones y Chris ya echaba de menos la BSAA; las prácticas en el campo de tiro y los duros entrenamientos en la base, desde que el sol se asomaba por la mañana hasta que éste se ocultaba tras las colinas, dando paso a la noche, dejándolo completamente exhausto; pero sobretodo, extrañaba bromas de su pelotón en los vestidores y salir con ellos a tomar una cerveza después de una misión difícil.

Aún le esperaban dos semanas más de descanso y no tenía pensado que hacer en todo el tiempo libre que le quedaba. Posiblemente viajaría hasta Washington para hospedarse en la casa de verano de su amigo Pete. Donde la pasaría en un bote, en medio del lago Riffe, pescando truchas; aunque la idea de estar tumbado en su sofá, con una cerveza fría en la mano y el control remoto del televisor en otra, comenzaba a sonar tentadora.

— ¡Esto es tan hermoso! —Exclamó Claire mirando la antigua pintura que estaba frente a ella—. Es una pena que tenga que volver mañana a Nueva York. Me encantaría seguir en París por unos días más.

—Sí, es una lástima —dijo Chris fingiendo tristeza. Aunque amaba a su hermana, deseaba que ésta tomara el primer avión a Nueva York lo antes posible. No soportaría visitar otro museo o galería de arte con ella.

—Aún nos falta visitar dos pisos más —Claire tomó del brazo a su hermano y lo arrastró con ella hacia las escaleras de mármol—. Démonos prisa.

— ¿Por qué no subes tú primero? —Sugirió Chris—. Creo que olvidé cerrar con seguro el auto.

—Está bien, pero no tardes—Claire subió las escaleras, dejando a su hermano atrás.

Chris caminó por el amplio pasillo, buscando la salida. Quería tomar aire fresco y descansar unos minutos antes de volver a escuchar a Claire dándole una cátedra de acerca del arte renacentista en Europa. Para no ser un aficionado a la arquitectura, debía admitir que el museo de Louvre era en sí mismo, una obra de arte. Desde sus techos altos y cóncavos, algunos de ellos con tragaluces tan grandes que con tan sólo levantar la mirada, se podía mirar el cielo parisino asomarse a través del cristal. Detalles dorados de concreto pintado adornan los bordes de las paredes y los quicios de los enormes ventanales que daban hacia el patio principal. En su camino, dio un vistazo rápido a cada una de las obras expuestas, y quedó asombrado con el talento de cada uno de los artistas responsables de aquellas creaciones. Fue entonces que comprendió la fascinación de su hermana por todo lo relacionado al arte.

Salió del museo, se apoyó en uno de los pilares de piedra y contempló el río Sena al tiempo que encendía un cigarrillo. Divisó a una pareja de enamorados, caminar cerca de la pirámide de cristal, ubicada en el patio principal. La joven reía alegremente mientras que su novio la abrazaba por la cintura y le murmuraba palabras al oído. Aquella escena podría haber conmovido a cualquiera con vena romántica, pero no a Chris Redfield; quien a pesar de tener un currículum digno de la envidia de cualquiera de sus superiores en la BSAA, en cuestión de mujeres, su vida era un completo desastre.

Había resuelto viajar a París, no para pasar el tiempo visitando museos o bebiendo café a los pies de la Torre Eiffel, tenía una misión y ésta vez no debía rescatar civiles en peligro o limpiar un poblado de los restos de una infección o arma biológica; quería cerrar un capítulo en su vida y éste tenía que ver con una mujer que fue para él algo más que una compañera de armas en su vida.

Su relación con Jill Valentine en el trabajo era el perfecto ejemplo de lo que dos compañeros de armas debían ser dentro del campo de batalla: dos profesionales que siempre cuidaban las espaldas llegando a entablar un gran compañerismo que con el tiempo se transformó en algo más. Su romance con ella trató de mantenerlo al margen de su deber como miembro de la BSAA, era por ello que ambos mantenían un trato amistoso y cordial dentro de la agencia, pero fuera de su jornada laboral, eran un par de amantes deseosos de demostrar lo que sentían el uno por el otro.

Pero todo cambió después de aquella terrible experiencia en África. Después de rescatarla de las garras del infierno, Jill trató de recuperar su vida y lo primero que hizo fue volver al trabajo, a pesar de que tenía una licencia de tres meses por incapacidad. Chris pensó en aquel momento que un poco de acción le ayudaría a sanar sus heridas; sin embargo, la situación de su compañera no hizo más que empeorar más, al punto de que ella le pidió separarse para siempre de él, puesto que su presencia le recordaba lo vivido bajo el dominio de Albert Wesker y las cosas terribles que hizo estando en su control.

Chris dio una calada fuerte a su cigarro y dejó que la ceniza cayera por sí sola, sin importarle que ésta le quemara el dorso de la mano. Después de su ruptura con Jill, él se dedicó más que nunca a su trabajo dentro de la BSAA, llevaba cerca de año y medio de misiones sin descanso, siempre elevando el nombre de la agencia en todo lo alto; no obstante, sus superiores decidieron que debía tomarse un descanso, a pesar de que el mismo Chris se oponía a ello.

Sacó de su bolsillo una sortija de oro blanco con un pequeño diamante incrustado en el centro. Tenía pensado viajar con Jill hasta París y cumplir el sueño de ella de conocer la ciudad de la luz. Después de un paseo por sus calles, la llevaría al Pont des Arts, y ahí con el río Sena como testigo, y bajo el velo de la noche, le propondría matrimonio. No obstante, debió desechar aquella idea atrevida y romántica cuando se dio cuenta de que su compañera ya no estaba interesada en pasar el resto de su vida con él.

Se encaminó hacia la orilla del río y una vez ahí, se quedó de pie admirando la belleza del mismo. Sus aguas lucían tranquilas y su movimiento al compás del viento formaba pequeñas olas que bailaban al ritmo que la naturaleza les marcaba. La tarde comenzaba a caer sobre la ciudad y el sol se ocultó en el horizonte para dar paso a la primera estrella de la noche. Chris tomó la sortija y murmuró: —Hasta siempre, Jill.

Arrojó la joya al río y ésta se perdió en las profundas aguas del Sena. Con aquella acción, Chris pretendía poner punto final a su historia con Jill y así continuar con su vida; aunque olvidarla no sería sencillo, ya que ambos aún trabajaban en la misma agencia. Era por ello que el Capitán Redfield tenía pensado pedir su cambio a la BSAA División Europa, la distancia y el trabajo sin duda lo ayudarían a superar su decepción.

Se encaminó de vuelta al museo de Louvre, seguramente Claire se pondría furiosa al ver que se había demorado más de la cuenta y no estaba de humor para darle explicaciones por su retraso, lo que menos necesitaba era tener a su hermana alrededor suyo dándole un sermón acerca de las relaciones de pareja.

Cruzó la puerta principal y se dirigió hacia las escaleras, de pronto se escuchó el sonido de un objeto pequeño metálico cayendo al suelo. Chris reconoció aquel sonido como el de un casquillo usado sobre el piso y se puso alerta. Pensó en advertir a los guardias de seguridad; sin embargo, él no hablaba francés y Claire —quien tenía un manejo perfecto del idioma—quizá estaría ya en el tercer piso del museo. Caminó hacia la fuente del ruido, tratando de no llamar la atención de los turistas y del personal que trabajaba en el lugar.

Llegó hasta un ala alejada y solitaria, dónde se guardaban algunas pinturas y otras obras que no estaban en exposición. Notó que alguien había abierto la puerta con el código de seguridad y había dejado un par de casquillos más en el suelo, buscó con la mirada a los guardias que custodiaban aquel sitio; los dos hombres se encontraban tumbados en el suelo, inconscientes. Chris se acercó de inmediato y rápidamente les tomó el pulso, afortunadamente aún seguían con vida, pero bajo el efecto de un poderoso sedante.

—Pero qué demonios… —musitó Chris al tiempo que examinaba los casquillos del suelo.

El ruido de unos pasos lo obligó a ponerse de pie y entrar al pequeño salón donde se albergaban las obras. Caminó con sigilo, esperando a atrapar al ladrón. Se maldijo por no portar por lo menos un arma corta o un cuchillo de combate. Podía escuchar el ruido de una ganzúa de metal, removiendo las rocas del suelo. Encontró un trozo de varilla de hierro y lo empuñó, continuando su camino.

Se detuvo a unos metros de donde estaba el ladrón. La suave luz que entraba desde el ventanal, dibujó la silueta del intruso y se sorprendió al darse cuenta de que no se trataba de un hombre sino de una mujer. Algo en ella le resultaba familiar, su habilidad para quitar la pesada piedra del suelo lo dejó perplejo; sin duda se trataba de una profesional, pensó en ese momento. Se acercó lentamente y fue entonces que la reconoció entre las sombras.

— ¿Ada? —preguntó Chris

Ada se volvió hacia Chris y se contuvo de soltar un grito de asombro.

— ¿Qué demonios haces aquí?, ¿Estás siguiéndome?—inquirió ella, perpleja.

—No —Chris la tomó por la muñeca con fuerza y agregó: —Más vale que dejes esa obra en su lugar.

—No eres policía, Redfield —respondió Ada con una sonrisa maliciosa.

—Lo sé —Chris la acercó hacia él de forma violenta, haciendo que Ada soltara el cofre y éste cayera en el suelo—. Pero no por ello permitiré que una ladrona se salga con la suya.

Chris intentó arrastrarla hacia la puerta del salón, pero Ada soltó una patada, golpeándole el estómago y sacándolo de combate. Ella tomó el cofre, lo metió a un bolso de lona e intentó salir por el ventanal que daba hacia la calle. De pronto se escuchó un pitido agudo y una pesada reja de hierro selló la salida de la sala, dejándolos atrapados.

Ada corrió hacia el ventanal e intentó romper el cristal, pero para su mala suerte, estaban blindados, así que no pudo hacerle ni siquiera un rasguño. Chris soltó un leve quejido de dolor y recuperó la compostura de forma lenta, llevándose la mano al abdomen.

—Olvídalo, Ada. No saldremos de aquí hasta que llegue la policía —dijo Chris poniéndose de pie.

—No van atraparme —afirmó Ada, nerviosa.

—Mejor siéntate y espera. Pareces una rata intentando salir de su madriguera.

— ¿¡Quieres callarte!? —Ada perdió los estribos y le dedicó una mirada asesina.

Chris se sentó sobre una de las cajas de madera que se encontraban en el salón y soltó un suspiro de decepción, miró hacia el ventanal y contempló la luna de esa noche en lo alto del cielo, mientras que Ada soltaba puñetazos contra la pared de piedra, furiosa… Definitivamente viajar a París había sido una mala idea.