Para Joanne, con algo más que
el cariño que se suele poner
en estos casos.
Y para el resto de la banda,
que me "animó" a subirlo.
LEYENDAS
Aunque todos crean que no son más que leyendas, las historias antiguas siempre tienen una base real. La vieja Tata lo sabe, pero suele desacreditarse ella misma por miedo a lo que pueda pasar. Hay muchos mitos que deberían quedar en el olvido, cuentos que no merecen ser recordados, que su simple mención desencadenaría prejuicios y desdicha.
Leyendas, como la de los Stark.
Esta se remonta a los antepasados de Eddard, a los tiempos donde los dragones dejaban estelas de fuego y los dioses eran algo más que árboles y estatuas.
El mito dice que dentro, muy dentro del linaje Stark, existe algo más que orgullo y nobleza. Algo más grande, más antiguo, e infinitamente más peligroso. Se dice que en las batallas que libraban, donde el primer pelotón estaba formado por Reyes y Príncipes y no por carnada, Invernalia caminaba a cuatro patas, con colmillos por espadas e instinto animal como escudo.
Cuenta la leyenda que en cada generación había solo un lobo dominante, y que el resto de la manada debía aceptar su voluntad. Aquellos que se oponían, morían descuartizados.
Mas cuando marcharon los dragones y la magia con ellos, el Don se atenuó hasta desaparecer casi por completo, y el viejo cuento se olvidó. Quedan ya muy pocos en Poniente que hayan escuchado la historia, y aún menos en Invernalia.
La vieja Tata sabe, siempre sabe, y aunque no crea en esas cosas -¡por favor!- no se lo piensa contar, no señor. Menos aún cuando esos dos se exponen así frente a su ventana.
Y es que ha pasado lo inevitable, los niños crecen y las relaciones maduran, se consolidan y se preparan para lo que vendrá después. Se llevan bien, por supuesto. La camarería es palpable y suelen haber más risas que otra cosa. También hay escaramuzas, como en cualquier buen desarrollo. Pero hay peleas y peleas, y mientras que con los más pequeños hay gritos, lloros, insultos y de vez en cuando alguna cachetada, con los mayores es diferente.
La de hoy es de las últimas:
Tata no sabe muy bien qué ha pasado, algo sobre cómo enseñar a Arya a manejar la espada, pero ahora que los está mirando, se encoge.
Robb invade el espacio personal de Jon. Están en el patio de armas, frente a un muro de piedra con el sol a sus espaldas. Cubiertos de arena, sudor, y mucho más orgullo del que se puede percibir a primera vista. Se han quedado momentáneamente solos, con los guardias intentando resolver el estropicio que han causado Arya y Bran –con mucho tiempo libre y media docena de gallinas de corral.
A Tata le recuerdan esas luchas de Titanes. Las mandíbulas apretadas con los colmillos –los dientes, se obliga a corregirse- sobresaliendo, los puños cerrados y la lengua vibrante. Robb levanta la barbilla y parece que vaya a morder. Jon, en vez de retroceder –lo que haría un lobo normal en una manada normal- sonríe de medio lado, provocando, jugando a algo bastante más grande de lo que puede controlar.
Robb dice algo, y esta vez Tata puede leer en los labios la respuesta clara, precisa, perfectamente vocalizada de los labios de Jon:
-Real bastardo, si no te importa.
El puñetazo es inminente, y Tata no se sorprende cuando Robb saca de una bota su cuchillo –una pequeña navaja desdentada, para ser justos- y la aprieta contra el cuello tenso de Jon. Este, sin hacer caso de su condición precaria, se acerca más a Robb, y un hilillo de sangre comienza a bajar por su piel.
Y entonces ya.
Rickon interrumpe la escena para reclamar la atención de Tata, y cuando la mujer consigue apartarlo de su campo de visión y sentarlo en sus rodillas ya es demasiado tarde y se ha perdido el desenlace.
Jon ya no tiene sangre en el cuello.
Robb está relamiéndose.
