Tres semanas en Bruselas

La casa parecía estar en completo silencio, sin alborotos ni alteraciones en el ambiente. La maleta fue arrastrada por su dueña hasta quedar a un lado de la puerta, al mismo tiempo que sacaba su chaqueta y la colgaba en el perchero del recibidor.

¿Hola? —preguntó en alto, sin obtener respuesta— ¿Hay alguien aquí? —preguntó de nuevo

No obtuvo más que el puro y magnífico silencio, algo turbio y desesperanzador. Se encogió de hombros y decidió revisar su dormitorio, dejando allí la maleta sin desempaquetar y regresó sobre sus pasos, tomando su chaqueta y abandonando el edificio con rapidez. Si no estaban allí, estarían en su hogar: 221 de Baker Street. Le tomó poco tiempo llegar hasta allí, aún recordaba las líneas de bus que necesitaba para acercarse al prolífico centro de Londres: tras alcanzar la parada de bus, caminó un par de manzanas hasta llegar al portal donde estaba segura que estarían ambos hombres. Llamó a la puerta, hasta 4 veces, sin tener respuesta alguna.

Estarán en algún caso…— susurró para sus adentros, observando el número enmarcado en la puerta— ¿Señora Hudson?

No había absolutamente nadie en el edificio, lo cual era extraño: la señora Hudson ya no estaba para trotes, ella lo sabía bien, siempre estaba en su casa, dispuesta para preparar té o ser la perfecta anfitriona para el cuerpo de policía en busca de Sherlock Holmes y el Dr. Watson. Ya preocupada, la joven buscó su teléfono con impaciencia, tecleando el número de ambos detectives.

A la mierda la sorpresa…— bufa, marcando primero los números del Dr. Watson

Escuchó el tono 6 veces, lo cual indicaba que no respondería de ninguna manera. Probó a continuación con el número del detective Holmes. Tampoco tuvo suerte, lo que hizo que soltase un profundo suspiro. Tras unos pocos minutos, recibió un mensaje: "Estación de policía. Pide un taxi y llegarás en 10 minutos. SH". La muchacha sonrió al comprobar que no estaba del todo desamparada y alzando el brazo, acercándose a la acera, consiguió parar uno de los múltiples taxis que circulaban por allí.

Creo que vas a recibir visita, John— susurró por lo bajito, inclinándose hacia su compañero

¿Disculpa?

Con las manos contenidas a su espalda, Sherlock sonreía ante la incredulidad de su amigo John, con el gesto de enfado y el ceño fruncido: Lestrade les estaba reteniendo, por supuesto, ante las sospechas de un posible asalto a nivel nacional del que habían recibido misteriosos avisos. Necesitaban la ayuda de Sherlock, pero éste estaba pendiente de su teléfono, deduciendo sin dificultad alguna lo que en cuestión de minutos sucedería, para sorprender a su amigo Watson.

Greg… está claro que no necesitas nuestra ayuda para solucionar esto— sentenció Holmes

¡Os he llamado porque SÍ necesito tu ayuda, Sherlock!

Oh, estoy seguro de que has aprendido mucho en estos años…

Greg Lestrade era el primero de todo el cuerpo de Policía que podría declarar que su relación amor-odio con el detective era longeva y desastrosa como con el resto de oficiales (exceptuando John, claro). Y odiaba tener que recurrir a él, a pesar de tantos años y a pesar de tantos casos resueltos… nadie como Sherlock para afilar los cabos y unirlos de forma precisa.

Es una lástima. Pero John y yo tenemos planes y tenemos que irnos inmediatamente— declaró Sherlock con contundencia

Ehm… no, no tenemos planes— argumentó John

Sí, Hamish, tenemos que irnos

Después de tantos años, John tenía claro que Hamish era el código adaptado para escaquearse de Lestrade cuando comenzaba a aburrirse. Pero Lestrade también lo sabía. Agarrando a John por el brazo, un pequeño tirón y fue suficiente para estar ambos caminando hacia la salida de la estación de policía, alzando el brazo para pedir un taxi. Ocho minutos después, otro taxi aparcaba frente a la estación, con la joven bajando con toda ilusión, queriendo encontrar allí a Sherlock y a John.

¿Y qué querías decir con lo de "creo que vas a recibir una visita"?

Se había acomodado en su butaca, con el portátil sobre su regazo y revisando el correo, despreocupado, mientras Sherlock deambulaba por el apartamento.

Oh, nada… era una excusa para salir de la estación

Pero me lo dijiste al oído. No era una excusa, era algo que solo yo debía saber… ¿no?

Posiblemente

Los ojos de John rodaron hasta percibir la figura de Sherlock, en la cocina, en busca de algo en las alacenas, de forma casi compulsiva.

¿Queda algo de té rojo?

¿Té rojo? No lo sé, ¿le has preguntado a la señora Hudson?

Hoy no está, se ha ido esta mañana a la revisión

Oh, es cierto— recordó John— ¿entonces para qué quieres el maldito té? No te gusta el té rojo. Solo a…

¡TE VOY A MATAR, SHERLOCK!

La voz era inconfundible, una voz que ambos hombres habían echado de menos entre aquellas paredes. Un fuerte estruendo, al subir las escaleras les alarmó, mientras John se ponía de pie sin aún asociar todo lo que estaba pasando. ¿Acaso era posible…? En el salón, entrando cual caballo de carreras, la joven enardecida, bajita y de rostro dulce con gesto de enfado, de cabello castaño y rizado, ojos azules con motas castañas, gritaba con todo énfasis que estaba dispuesta a empalar a Sherlock Holmes.

¡Me has hecho dar dos vueltas a la ciudad para nada!

¡Rosie! —exclamó John, sorprendido y gratamente, al ver a la joven, mientras se acercaba a abrazarla. Ella le corresponde— Cariño, no sabía que volverías hoy… ¿Cómo no me avisaste?

Era una sorpresa. Vine, no había nadie, os llamé… Sherlock me envió a la estación de policía y allí me dijeron que acababais de marcharos a toda prisa…

Padre e hija, abrazados estrechamente, miraron con el ceño fruncido hacia Sherlock, que sonreía con cierta diversión.

Bienvenida a casa, Rosie. Estaba a punto de prepararte un té

Soltando el abrazo de su padre, Rose se encaminó hacia Holmes, para propinarle un leve golpe en el brazo y luego, abrazarle con todas sus fuerzas, inspirando hondo.

Es bueno estar de vuelta en casa…— susurró, con los ojos cerrados y el rostro contra el pecho de Sherlock

Es bueno que estés de vuelta en casa

Me debes 30 libras, Sherlock…— murmuró, sin reaccionar ni un ápice

¡No te has gastado todo eso en el taxi!

Lo sé. Es por las molestias que has causado…

Definitivamente, es hija tuya, John— murmuró molesto

Y no había nada que hiciese sentirse más orgulloso al doctor Watson que su pequeña Rose, su niña… su (ahora) adolescente rebelde y con carácter, su pequeña copia en temperamento, inteligencia y determinación.

La tetera comenzó a silbar con fuerza una vez el agua se había hervido en su interior, con el inspector retirándola del fuego. Oía de fondo la conversación de John con su hija, que parecían no haberse visto en 10 años.

¿Y como se te ocurrió venir tan pronto?

No lo sé, papá. Estaba ya aburrida de Bruselas y bueno, últimamente las cosas no van tan maravillosamente bien por allí, así que decidí regresar para estar con vosotros

Supongo que debo agradecértelo, ¿no?

Sin duda, papi querido

El tono de Rose era mordaz, como siempre: se había convertido en una joven de 16 años, inteligente, cariñosa, con gran temple y con inmensa curiosidad. Rodeada por el doctor Watson y su inseparable Sherlock, el entorno de la pequeña Rose había sido absolutamente frenético y mediático. Dirigió la vista hacia Holmes, que estaba rellenando la taza de cerámica que la joven guardaba en Baker Street desde que era una niña.

¿Me has echado de menos, Sherlock?

No mucho. Hemos estado ocupados. Cuéntaselo, John

He estado al tanto. También hay Internet en Bruselas

No lo dudo. Solo cuestiono tu capacidad de interés estando a kilómetros de distancia, en un curso de estudio intensivo al que probablemente no hayas prestado atención. Voulez-vous du thé avec sucre?

Bien sure, Monsieur. Merci beacoup

Las cejas de John se arquearon, pues después de todo, su hija no parecía haber desperdiciado las últimas 3 semanas en Bruselas como Sherlock parecía querer demostrar. Con cuidado, el detective acercó la taza de té al comedor, entregándosela a la chiquilla que la aceptó de buen grado.

Y… ¿te gustó Bruselas? ¿Me echaste de menos tú a mi?

¡Oh, por supuesto, papá! Bruselas es precioso, me gusta mucho. Me he hartado a comer gofres, muchos, muchos gofres… y si, te he echado de menos. A pesar de llamarte todos los días

Rose puso los ojos en blanco, pero enseguida arrancó una carcajada sonora, que Sherlock contemplaba en silencio, con la respuesta en cadena de John, otra sonora carcajada.

He leído que habéis tenido mucho trabajo

Oh… no es nada, cielo. Ya sabes, lo de siempre…

No lo sé. Porque nunca me dejáis participar

Una pequeña sonrisita, un atisbo de satisfacción se asomó en el rostro de Sherlock al ver como procedía la conversación. La frustrada y desesperanzada Rosie soñaba con trabajar con ellos, como era evidente: durante sus primeros años de vida, a Sherlock le había resultado un verdadero estorbo la niña, requiriendo la constante atención de John (especialmente, tras la muerte de Mary) y ahora, que era una joven precoz e inteligente, ansiaba que aprendiese las dotes de Watson y del propio Holmes… pero John quería mantener a su hija alejada de todo ese mundo de crímenes y de investigación criminal. Lo que el buen doctor no sabía era el constante arraigo de Sherlock, su trabajo para llevar a la pequeña una y otra vez a la morgue (junto a la escandalizada Molly Hooper), contándole absolutamente todo sobre cada crimen o incluso, su entrenamiento precoz en el arte de la deducción desde que la niña había comenzado a articular vocablos y a caminar sobre sus propios pies.

Rose Watson, en el fondo, llevaba una vida totalmente normal: sí, era reconocida como hija del Dr. Watson y ahijada de Sherlock Holmes, pero había acudido a la escuela primaria de St. Vincent Street durante su infancia y actualmente, asistía al St. Marylebone, en sus estudios de secundaria. Tenía su grupito de amigos y amigas, realizaba actividades extraescolares y estaba muy interesada en viajar y aprender idiomas, de ahí su curso intensivo de 3 semanas a Bruselas. Y era inteligente, muy inteligente.

Cariño, no arruinemos tu bienvenida…

Claro, Hamish. Sin problema

Su acidez al contestar era puro entretenimiento para Sherlock, que se mantenía al margen, tan solo escuchando y disfrutando de la elocuente joven que, de alguna manera, habían criado entre los dos. A John no le gustaba nada que fuese así, que tuviese ese efecto rebote al instante, con cualquier negativa a sus intereses… pero nunca había sido capaz de coartar su libertad de expresión, dado que no consideraba que hubiese cruzado alguna línea insalvable.

Rose… no quiero que te pongas de morros nada más llegar a casa. Deja que tu padre disfrute de su niña mientras aún decide regresar a casa, ¿si? —pidió Watson, con un tono cálido y amistoso, que ablandó a su única hija— La señora Hudson se morirá de felicidad al verte de vuelta

¿Dónde está, por cierto? Me he preocupado al ver que no estaba en casa, cuando vine antes…— explicó, dedicando una fugaz mirada de rencor a Sherlock— ¿se encuentra bien? ¿O me he perdido algo importante estas semanas…?

No, no, tranquila, ha ido a una revisión médica

Uhm… ¿revisión médica? ¿con un médico en casa?

Por sorpresa, la habitación se inundó con las carcajadas de Sherlock, ante las atentas (y sorprendidas) miradas de los Watson. Era algo inaudito, extraño y que raramente sucedía, ver a Holmes riéndose tan escandalosamente. Pero en silencio, esperaron su explicación.

¡Oh, John! Deberías dejarla trabajar con nosotros… es sagaz y tiene una gran perspicacia. La necesitamos en el equipo

Sherlock, el equipo somos tú y yo. Rose es una niña

No soy una niña— intervino Rose

Eres una niña— respondió John, mirándola por un instante y regresando la vista enseguida hacia Sherlock— Tengo suficiente con ser tu niñera, como para estar constantemente preocupado por si mi hija está bien

Siempre estás preocupado por si tu hija está bien— retractó Holmes, rodando los ojos como si fuese obvio— Además, así estaría bajo tu mando y la podrías controlar en todo momento

¡Hey! — se quejó la joven

Lo siento. Lo siento… sé que os gusta hacer complot y que tratáis de que acceda. Pero Rosie es una niña, tiene 16 años y no voy a dejar que mi hija se meta en situaciones en las que ni yo quiero involucrarme. Está decidido— concluyó el doctor, con el semblante serio y arqueando las cejas, para que nadie objetase nada más— Además, había pensado que estaría mejor en un colegio interna

¿Interna? ¿Qué harías tú sin mi día a día? — replicó Rose

¿Trabajar tranquilo?

Te morirías sin mí

Exageras— comentó John, con una leve risa de incredulidad

No exagera— sentenció Sherlock

Los ojos claros de Sherlock se cruzaron con los de Rose: John no podía enterarse de lo que ambos habían descubierto recientemente, de lo que habían charlado casi cuatro semanas atrás, cuando la joven había tomado la decisión de viajar a Bruselas. El pobre John no entendía a qué jugaban, pero simplemente se rio, siguiéndoles la broma; a continuación, Rose siguió las risas y con un gesto sutil, animó a Sherlock a reírse también. Después de unos breves minutos, se formó el silencio.

Así que… ¿un internado?

Si. Bueno, he pensado que es mejor que dejarte sola de vez en cuando, ¿no crees?

Nah— aseguró la joven, con una sonrisa— Como en casa, en ningún sitio, papá

¿Tú qué opinas, Sherlock?

Creo que deberías dejarla tal y como está— sentenció con seriedad, pues resultaba evidente que no duraría ni una semana en el internado— Pero si pudieses reconsiderar la oferta d…

¿Ves? —intervino Rose— Papá Sherlock tiene toda la razón. Mejor en casa, junto a vosotros, para cuidaros

La sorprendida reacción de ambos fue positiva, pues la última vez que Rose había pronunciado esas palabras, tenía alrededor de 10 años y nunca más le había llamado así. Pero la joven Watson, como había dicho Sherlock, era perspicaz y sabía cómo usar sus armas más afines. Y estaba en casa, estaba para cuidarles… especialmente a John.