Era una tarde de tormenta. Los truenos hacían vibrar y crujir el bosque como un contrabajo enorme; y el agua helada que me recorría el cuerpo frío me llenaba de optimismo, mientras Manoel y yo corríamos presas de la excitación.

Podíamos sentir la fragancia excesivamente dulce de varios seres de nuestro tipo mezclada con los olores del bosque y la tierra mojada; y entre los ruidos de la tormenta se colaban las campanadas de sus voces y risas.

Manoel me miró expectante, podía ver la emoción en sus ojos, y sabía a qué respondía. Sentí una oleada de ternura hacia mi amigo, que, como yo, se acababa de dar cuenta de que esos vampiros estaban jugando. Le sonreí mientras cruzábamos el aire como flechas. Adentrándonos en las profundidades del bosque, ya no llovía. La tormenta debía de situarse sobre el pueblo que visitábamos.

Era un bosque hermoso. Las palabras que desde hace meses me resonaban en la cabeza me hacían acelerar el corazón; el oeste nos traerían la salvación.

Chorreando agua, nos detuvimos al entrar a un claro. Ellos ya nos esperaban. Eran siete; tres hembras y cuatro machos; tres mujeres y cuatro varones, o como sea que nos llamemos. Tenían pelotas y bates de béisbol. Aparentaban una calma causal pero era evidente que estaban prontos a atacar si nosotros les dábamos razones.

Durante una milésima de segundo, Manoel estaba rebotando sobre sus talones y mirando las pelotas y los bates, las pelotas y los bates, una y otra vez, con la expresión que tienen los niños pobres en las vidrieras de las jugueterías o de las tiendas de golosinas.

Me sonreí para mis adentros. Se recompuso, y su mente debe haber comenzado a trabajar como usualmente lo hace; porque midió a todos los presentes con una sola mirada. En el segundo que le tomó al líder y a uno de los machos encaminarse hacia nosotros, Manoel me miró y me guiñó momentáneamente el ojo. Eso quería decir que podíamos estar tranquilos.

Se acercaban a nosotros un vampiro rubio, y un vampiro más rubio y más alto. El primero, que los dos podíamos percibir como el líder, tenía una cara afable y bondadosa. Me llamó la atención ver que tenía los ojos color miel en lugar del rojo borgoña de los vampiros que habíamos conocido hasta ahora. Su acompañante tenía los mismos ojos, y según comprobé de un rápido vistazo, los otros desconocidos también. Eso me descolocó un poco. Manoel y yo sabíamos que significaba, y aunque eso debería haberme tranquilizado, el aire aristocrático y culto de nuestros anfitriones me enervaba. También pude observar que Manoel, inconcientemente, había tensado los músculos del torso, aunque no parecía asustado; era una reacción instintiva que le veía siempre que nos acompañaban vampiros más viejos o más talentosos.

Mirando cuidadosamente la apostura de nuestros posibles contrincantes, me pareció ver trazas de antigüedad simplemente en su forma de pararse tranquilamente, sobre el pasto, como si estuvieran mucho más allá del claro y de nuestras inseguridades.

Estaban limpios, bien vestidos y un aire de leve desaliño apenas indicaba que estaban haciendo deporte. Todos tenían la clásica belleza de nuestra raza, pero con un aire de delicadeza y suavidad bastante poco frecuente. Fui dirigiendo la vista con curiosidad a ellos, uno a uno. Había una mujer preciosa que hacía de réferi, con cabellos color caramelo y un aire de dulzura que me hizo sentir inmediatamente atraída a ella. Me recordó a mi madre. Más atrás, una chica de cabello negro y alocado con aspecto de duende, jugaba de catcher, creo, pues no soy muy conocedora de las reglas del béisbol. Un poco más cerca estaba parada una rubia escultural y expresión bastante asustada. Al lado de ella, un tipo enorme que me recordó inmediatamente a un oso. Y un muchacho de pelo dorado, alto y delgado, que tenía los ojos fijos en mí con una expresión agresiva, airada, calculadora. Eso me dio miedo. Tal vez era el que peor disimulaba una actitud grupal. Quizás su aprensión era el reflejo de lo que todos sentían y ocultaban tras esa pantomima desenfadada y calma. Recordé a Vivian y se me estrujó el corazón. No pude evitar sostenerle la mirada amarilla, como hechizada por sus ojos. Me observó impasible, y luego su expresión se tornó sorprendida.

Manoel y yo nos quedamos al margen prudentemente, hasta que el líder se detuvo cerca nuestro.

Ahora bien, Manoel no parecía en lo más mínimo preocupado; yo sabía a ciencia cierta que había observado ya todo lo que yo era capaz de ver. Seguramente sus conclusiones eran más acertadas que cualquiera de mis suposiciones, como siempre.

De modo que me aferré a su mano, mientras los dos le devolvíamos una sonrisa tímida al líder.

Buenas noches.- saludó Manoel, con una sonrisa pequeña.- Disculpen la intromisión, pero pasábamos por aquí y nos llamó la atención el ruido… Me llamo Manoel y ella es… Isabel. -la pausa que hizo fue casi imperceptible, pero no sabía si decir mi nombre o si referirse vagamente a mí como "su hermana", estando tan cerca de Forks.

Buenas noches. -el líder parecía amable,- Yo soy Carlisle, éste es mi hijo Jasper- Manoel y yo disimulamos el sobresalto. No conocíamos más vampiros que establecieran relaciones de parentesco ficticias (era evidente que no podían ser padre e hijo), como nosotros dos- y ellos son mi familia: Esme, Edward, Alice, Rosalie y Emmet.

Qué tal, mucho gusto.- respondió Manoel, ofreciéndole la mano izquierda, para lo cual tuvo que soltar la mía por un instante. Carlisle pareció sorprendido, pero le tomó la mano, a lo cual Manoel sonrió más contento que perro con dos colas. Le dio la mano a Jasper, mientras yo miraba bastante intimidada.

Mucho gusto- repetí con un hilo de voz. No sabía muy bien que pensar ni que sentir, pero algo me daba un buen presentimiento sobre esta gente. Los que estaban atrás se acercaban prudentemente, sorprendidos por la sincera cordialidad de Manoel, y con expresiones que variaban de la desconfianza a la curiosidad.

El gusto es mío.

Hace mucho que no nos cruzamos con nadie,-retomó Manoel- y por lo general no nos va muy bien con nuestros encuentros, pero sabíamos que éste iba a salir bien.

Yo lo miré, levantando una ceja. Él estaba convencido de que algo bueno iba a pasar y había logrado transmitirme esa sensación, pero yo aún estaba preocupada.

Bueno, yo estaba convencido de que nos iba a ir bien, e Isabel tuvo la cortesía de seguirme.- dijo, riendo con su suave risa mientras me tomaba la mano. Como siempre, me reí con él.

Cualquier reticencia que los desconocidos pudieran tener se diluyó ante la hermosa risa de Manoel, y casi todos sonrieron, todos menos el muchacho que me había mirado fijo, que no sonreía pero parecía más relajado, y ahora dirigía su escrutadora mirada a Manoel. Tengo que reconocer que la nuestra era una actitud demasiado abierta para ser un primer encuentro, y bastante sospechosa a ojos de cualquiera; pero Manoel no podía con su genio. Había estado aislado mucho tiempo, y su peculiar intuición para medir las habilidades y las intenciones de su entorno no lo engañaba jamás; encontrar otros de nuestra especie y percibirlos como buenos hacía que rebotara quedamente sobre sus talones a causa de la emoción. Era evidente que el entusiasmo había eliminado sus reservas habituales; y se moría de ganas de hablar con toda esta gente.

Nosotros estábamos jugando un poco, aprovechando la acústica de la tormenta.- explicó el líder, que me caía mejor a cada momento. La mujer preciosa que hacía de réferi se había deslizado a su lado; parecía una doncella de cine mudo. Al lado del tal Jasper estaba la duendesa, y los otros tres se habían acercado imperceptiblemente, lo que me puso nerviosa. – Pensábamos volver a casa en un rato.

Ah, están establecidos aquí…-aventuró Manoel.

Sí.-respondió secamente Carlisle.

Nosotros estábamos de paso. En este momento estamos pasando por una etapa un poco nómade – (no pude evitar atragantarme la risa amargamente, la chica con cara de duende me observó con una mezcla rara de simpatía y prevención)- pero hasta hace no mucho vivíamos en Skowhegan, en Maine. Y ahora hacemos noche en Port Angeles, y después partimos de nuevo, en unos días.- mi amigo ya estaba más allá de toda esperanza. Una vez que comenzaba a hablar así era como una locomotora sin conductor; iba a contarles absolutamente todo y yo no veía el modo de detenerlo.

¿Y están aquí por una razón en especial?- preguntó Carlisle. Apreté la mano de Manoel, quien me miró levantando las cejas. Quería que respondiera yo, y negué con la mirada. No quería mencionarle mi filiación a un grupo de vampiros desconocidos. Pero parece ser que el instinto de Manoel lo estaba llevando por un camino que a mí me parecía terriblemente ilógico.

Vinimos a visitar al padre de Isabel.

Los siete vampiros se nos quedaron mirando.

Es el jefe de policía de Forks. – dijo Manoel, a mi pesar. Tuve que esforzarme mucho para no gruñirle.

¿Charlie Swan?- preguntó la mujer dulce que estaba al lado de Carlisle.

Sí. ¿Lo conocen?- pregunté, tensa.

Sí, por supuesto. Es un buen hombre.- respondió Carlisle, con una sonrisa bondadosa, y yo me atraganté de la emoción. Miré para otro lado. – Perdona la pregunta, pero ¿sigues en contacto con él ahora…?

Lo miré, sin entender del todo, por un segundo.

No… no, yo lo voy a ver… el no me ve a mí.- repuse con tristeza. No podía explicarme la sensación de apacibilidad que tenía esta pequeña reunión. No era para nada normal entre dos grupos de vampiros.

Ayer fuimos a su casa para ver como estaba, pero muchos detalles no pudimos apreciar.-dijo Manoel, tanteando territorio.- Bueno, las cosas son así. Pero aparte de eso, vinimos a buscar a una persona, quizás ustedes puedan ayudarnos a encontrarla.

El semblante de Carlisle se puso levemente más serio. No podía saber qué clase de vampiros éramos, no podía saber para qué buscábamos a alguien del pueblo. Nuestros desconocidos anfitriones parecieron tensarse en anticipación.

Probablemente piensen que somos un par de crédulos, pero estamos buscando a una bruja…