Una pequeña viñetita. Taito+Taiora+Sorato. O Taiorato, como gusten. Una historia que se me vino a la mente poco antes de dormir. Espero les guste.

Lo de costumbre: Ningún personaje me pertenece.

Beso.

Se acerca, con su kimono impecable y el cabello recogido en un elegante moño elevado. Sus ojos, rodeados de delicado maquillaje, le miran sin mirar, atravesándolo, desnudándolo; sus manos salen del escondite detrás de la espalda y rozan las de él. Suavemente, caricias.

Y está mal.

Terriblemente mal.

Un invierno, años atrás, empezó todo. Galletas, confesiones y secretos desvelados. No es que él no supiera, solamente lo tomó por sorpresa, fue demasiado brusco, demasiado pronto; mientras él se rompía en pedazos al ver su sonrisa (la de ambos), aquella que buscaba para sí.

Se congeló.

No pudo evitarlo.

O no quiso hacerlo.

La historia hubiera tenido un final feliz si el perfume de ella no lo hubiera seguido después de tanto tiempo; desde el colegio hasta su habitación, en cada día, pasando por cada estación, recordándole cosas que ahora desearía poder olvidar. Y los ojos, azules, que le seguían, dudosos y extrañados. Ojos que le miraban en cada entrenamiento, que le apoyaban en cada examen fallido, que le sostenían la mirada en cada concierto.

Y falló otra vez.

Dos veces.

O posiblemente más.

Muchas más.

Ahí se torcieron las cosas. Llamadas nocturnas, celos, deseos de ser esas manos, esos dedos, esa piel. Ese beso. Ese que quita la respiración, íntimo e inconcluso, al anochecer. Ese beso, que amenaza con dejar de existir ante el primer respiro. Frágil, fugaz.

Fue a su casa. A la de ella, bajo el techo de primavera, aún con uniforme de soccer, ella el de tenis. Aún con el sudor fresco sobre su cabello y el corazón a más de cien. Fue, porque simplemente ya no podía ser.

Beso.

Ella le correspondió, y sucedió el segundo error. Citas sin ser citas, escondidos en la seguridad de la habitación, en el amanecer; apenas roces, apenas palabras, apenas nada. Nada, que se rompe, con una llamada, con una palabra, con él.

Y sucedió, poco después. Ojos castaños y azules, en un concierto de tantos, al llegar al camerino, sin saber que decir. El orgullo en la mirada y el abrazo correspondido, que huele a sonrisa y a algo más que una simple amistad. Cubiertas que caen, entre instrumentos, chamarras y sed. Sed, de beso, de él.

Así pasó.

Culpa de los tres.

Pero ahora, ahora parece que el final llega, que no son más lo que solían ser. Ella se casa; sus ojos azules también. Ella lo besa. Lo besa a él. Mientras el padrino no puede sino pretender una sonrisa forzada, extender los anillos y proponer un brindis que de antemano sabe no podrá cumplir. Luego abraza a ella, vestida en su kimono. Lo mira a él.

Beso.

Que se ahoga.

Que ya no puede ser.

Miradas que pretenden.

Rubí la de ella.

Azul la de él.

Beso.

Roto por el silencio.

Ojos castaños, que no quieren ver.

o.O.o.O.o

Sí, el tema ya está muy tocado, pero no pude evitarlo. Me gusta el Taiorato XD

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Gracias por leer =)