Diez años después…
Por
Rakel Luvre
Advertencia: No soy dueño de Inu Yasha, la historia es de mi autoría.
Argumento
Después de diez años del regreso de Kagome a la época actual, se encuentra de nuevo con el pasado de una manera que nunca se imaginó.
Capítulo I
Descubrimiento
—Cuando te conocí conté hasta 10 segundos para verte salir corriendo. No creía en ti, a pesar de tus buenas referencias. El tiempo te dio la razón, y este viejo tuvo que reconocerlo.
Kagome, era una periodista que dio sus primeros pasos en la revista: Elite. La moda, la sociedad y los chismes más recientes de la farándula, no habían sido el motivo por el que estudió periodismo. Sin embargo, agradecía la experiencia.
En el tiempo que trabajó para la revista: Grandes negocios, el reconocimiento le llegó con el reportaje de una constructora que defraudó a cientos de personas, con casas mal construidas y en subsuelo de alto riesgo. Logró acumular información y pruebas que ni siquiera la policía o los afectados pudieron obtener.
Las amenazas de muerte por la exposición no se hicieron esperar. Kagome, las ignoró sin remordimiento. El exitoso reportaje le trajo a su carrera un nuevo ascenso y es así que después de dos años, se encontraba trabajando para la revista: El hombre y la Política; su meta más ambiciosa.
—No me ofendas con un discurso lleno de palabras dulces —Kagome, sentía que su respetado mentor la había traicionado—. Ambos sabemos lo que debes hacer.
—No quiero alagarte, niña. Eres buena, pero no sabes cuándo parar —declaró Hideo.
— Y por eso vas a despedirme, ¿no?
—En realidad —Hideo, pensó un poco antes de continuar—, si fueras otra persona no dudaría en despedirte por ese error. ¡Ni siquiera estaríamos teniendo esta conversación!
—¿Entonces?
—Eres la hija que no tuve —respondió el hombre regordete y de edad avanzada, mientras levantaba los hombros despreocupado por la revelación. Kagome, tenía un nudo en la garganta, en ocasiones le gustaba imaginar que era su padre fallecido. Su confesión calentó su corazón—. Trabajaras para otra de las revistas.
—¿De cuál estamos hablando?
—Elite, en la sección de: Misterios y leyendas urbanos.
— ¡Demonios!
Misterios y leyendas urbanos, donde los periodistas novatos inician. ¡Qué humillante! Después de haber escalado a la sección más importante, era como un suicidio profesional.
— ¡Vamos Higurashi! Sabes que ningún medio de comunicación te contratará. Al menos no después de declararle la guerra al político más amado del país.
— ¡Miente! ¡Ese hombre es un cerdo cretino! —Se levantó de su asiento y colocó las palmas de sus manos sobre el escritorio inclinándose hacia Hideo—. No es lo que dice ser y tú lo sabes. ¡Te mostré las pruebas!
—Es un hombre con poder que sabe mantener su inmundicia bajo tierra —afirmó—. Esta vez no habrá amenaza. ¡Él te matara!
Kagome se dejó caer de nuevo en su silla sin energía para continuar luchando.
—¿Leyendas, mitos y misterios urbanos? ¡Es peor que ser asesinada! —quería llorar y gritar como una niña berrinchuda.
—¡Kagome, no compliques más las cosas! Agradece que seguirás teniendo un sueldo que pague tus facturas. Es todo lo que puedo hacer por ti.
Kagome, sabía que tenía razón y que debería estar agradecida. Hideo, la salvó de la ruina total, le había enseñado tanto, durante el tiempo que la acogió en su equipo a pesar de no confiar en ella. Él se había ganado su respeto y profunda admiración. Se puso de pie, hizo a un lado su orgullo y agradeció con el corazón en la mano.
—¡Gracias! —Kagome, realizó una suave reverencia.
—Niña, la paciencia es una virtud. No te desanimes, sé que volverás.
Llegó, a su cubículo sin indicios de llanto, su rostro sin emociones y fingiendo que no había daño. Tomó sus pocas pertenencias, una lapicera barata que le regaló su abuelo; una agenda vieja de hace dos años, que usaba puesto que, todavía tenía hojas limpias. No se preocupó por borrar información en su ordenador, guardaba su información en una memoria USB. Siempre la llevaba colgando en su cuello en una cadena.
En el momento que los susurros aumentaron, levantó la vista para descubrir las cabezas de sus compañeros sobre las paredes de sus cubículos, observándola, esperando ver su quiebre emocional. Al ser descubiertos, inmediatamente esas cabezas curiosas y llenas de estupidez desaparecieron. Excepto, la de Mao Hayashi. Y se juró que no les daría el gusto.
La bruja tenía una sonrisa de autosuficiencia plasmada en su rostro. Al fin, su competencia había sido removida. Aunque la mueca burlona del rostro de Mao enfermaba a Kagome, la ignoró. Pensó, que no valía la pena desgastarse. Sin dar una última mirada a sus compañeros se retiró con la cabeza en alto, convencida de que había hecho lo correcto al intentar desenmascarar a un político pedófilo y corrupto.
Utilizó el elevador para ir al piso de las oficinas de la revista Elite, al entrar no pudo evitar cerrar los puños con fuerza y pensar que todo lo que había logrado se había ido al retrete.
En el tiempo que las puertas metálicas se abrieron, Kagome observó que nada había cambiado desde la última vez. Las paredes seguían siendo blancas y los muebles rojos. Siempre se preguntaba por qué rojo. Lo detestaba, no podía darle otro significado que: el de la pérdida.
Pérdida de la inocencia, de la amistad, del amor y de sí misma.
Echando un segundo vistazo, la privacidad entre compañeros periodistas no existía, las paredes que dividían los cubículos eran más bajas que las de su anterior lugar. Odiaba escribir notas bajo la mirada de otros. Se sentía frustrada por no poder ni siquiera rascarse la nariz mientras escribía. ¡Estúpida alergia al polvo!
Caminó hasta la oficina del jefe de redacción, topándose con uno que otro curioso. Frente a la puerta, dio dos toques y esperó…
—Adelante.
La sonrisa burlona del hombre, le provocó ganas de vomitar sobre la alfombra roja. El morbo degenerado que delataban sus ojos negros le causo escalofríos.
Joji Yukimura, tenía el cabello teñido de un negro imposible para su edad, que contrastaba con las arrugas de su rostro. Joji hablaba y Kagome escuchaba. Lo conocía y sabía cómo tratar con él, en pocas palabras amaba su papel de amo. Ese hombre con voz chillona le recordaba, a un diablillo de color verde. ¡Tan odioso! Una vez que estuvo fuera de la asfixiante oficina comprendió que volver a Hideo, no sería tan fácil.
Llegó a su nuevo cubículo, sacó unas toallas húmedas y limpió su escritorio. Frente a ella, había un hombre extranjero con calvicie, era robusto y usaba lentes. Mientras escribía en su computador, tarareaba una vieja canción de Elvis. Ya le agradaba por el simple hecho de que no le prestaba atención. Eso estuvo bien, no deseaba charlas innecesarias.
A sus lados estaban dos mujeres, pero ninguna dio señales de querer conocerse. Ni siquiera ella. Se instaló en silencio y luego se dispuso a iniciar la investigación de su nota.
Los ojos le picaban en ardor, cansada, no podía recordar cuantas cartas de aquellos fieles seguidores a la sección había leído ya. Ninguna era la que necesitaba para poder destacarse nuevamente.
Kagome había hecho una investigación de los números presentados. Desde edificios malditos con muertes inexplicables, casas embrujadas y las que tenían un inquilino que se le acusaba de ser un asesino en serie.
Con la mente atiborrada de historias sin sentido decidió continuar al día siguiente con la lectura de más. Se mordió el labio inferior con preocupación, tendría que tomar una de esas historias estúpidas para sacar su primer reportaje.
Al tomar las cartas y guardarlas en una bolsa negra, cayó una en sus piernas. La miró con repugnancia, en el sobre estaban las huellas de lo que sin duda era grasa de algún tipo. «¿Quién podría enviar algo así?» Se preguntó mientras la tomaba con sus dedos en forma de pinzas. Suspiró derrotada por la curiosidad. Pero si era otra tonta historia inventada para obtener sus cinco minutos de fama se daría de topes en la frente con la pared más cercana. Abrió el sobre sin ningún cuidado.
Masao Mori, era un hombre que vendía Mochi en la esquina de un barrio pobre de Tokio. Hablaba de un hombre que tocaba el violín con un talento único. Masao aseguraba que era un Ángel caído que tocaba tristes melodías expresando así, la añoranza del paraíso. Llevaba diez años observándolo casi frente a su carrito y podía asegurar que no había cambiado nada físicamente en el transcurso de los años, como si no envejeciera.
Kagome se preguntó si valdría la pena o no salir a investigar. Al final se dio cuenta de que no tenía una mejor historia hasta el momento. Decidió arriesgarse a hacer de la nada, una nota con lo que la gente amaba. El chismorreo con un poco de tragedia y toques de romanticismo eran las favoritas del público.
Durante semanas había buscado entre los barrios bajos, como en las avenidas principales y transcurridas sin éxito para hallarlo. Al parecer la tierra se lo había tragado. Sus informantes estaban ya cansados de recibir sus llamadas pidiendo cualquier dato que hubieran olvidado dar sobre él. Ya lo sabía todo. Los días y lugares donde lo habían visto tocar. Estaba consciente de que su trabajo no era fácil, pero necesitaba la nota para sobresalir. Y tenía un presentimiento, que no la dejaba abandonar la persecución e ir por algo más.
Joji no le perdonaba su rechazo a pesar de que había sido hace más de cuatro años. Eso la ponía nerviosa, a punto del pánico. No podía permitirse perder el empleo por un hombre que no sabía manejar un "No", por respuesta. Se apresuró para salir de la oficina una hora más temprano. Algo en su pecho la incitaba a ir en busca del violinista.
Kagome, había estado buscando al violinista por los lugares que le habían dicho que podía encontrarlo. A penas estaba llegando, Masao, le señaló la acera frente a su negocio.
—Ahí está su nota señorita —dijo Masao con una sonrisa orgullosa y muy feliz.
Kagome giró su cuerpo a la dirección de los primeros acordes del violín. Su mirada encontró al hombre que había estado buscando. Vestía un traje negro, sucio y rasgado; los zapatos estaban rotos de un lado. Su rostro medio, oculto por ese horrible y viejo kasa que, no combinaba con su traje roto. Su cabello atado en una trenza blanca, que le llegaba a la cintura.
La gente pasaba sin mirarlo mientras que el extraño afinaba el instrumento con destreza. Una vez conforme con el sonido de las notas, retiró su kasa, y comenzó a tocar.
Kagome estaba atenta de cada movimiento, sin darse cuenta se acercó un poco más y pudo distinguir los rasgos finos de su rostro. Sus ojos estaban cerrados, una sombra coloreaba sus párpados. Lo más curioso es que estaba segura de que no era un hombre mayor como el color de su pelo indicaba, su piel era tan lisa como la de ella. Su corazón comenzó a latir más rápido y con fuerza, al darse cuenta de que los rasgos del músico eran poco comunes, las sombras en su mejilla estaban ocultas con suciedad le martillaban el cerebro empujando algún recuerdo lejano. Los ojos del intérprete se abrieron en una mirada perdida, notando al fin su color.
Dorado.
Kagome hubiera gritado, si no hubiera estado tan sorprendida que se olvidó de respirar. La mirada del violinista estaba llena de melancolía, una que ella veía cada mañana al mirarse al espejo. Su mente en completa negación se decía: «¡Esto no es real!»
El violinista comenzó a tocar una segunda pieza y ella casi podía sentir la tristeza del intérprete.
Al finalizar la melodía, reinó el silencio. El pequeño público permaneció en sus lugares despertando del trance en el que se encontraban sumergidos. Algunos permanecieron en la espera de una nueva pieza, mientras que otros pocos depositaron monedas o billetes en el estuche del violín. Para la tercera interpretación, más personas quedaron cautivadas.
—Él, toca tres piezas y se retira. Sí quieres entrevistarlo ponte atenta. ¡Se marchará de inmediato! Nunca se detiene lo suficiente para entablar conversación.
Kagome, escuchó murmurar a Masao.
—¿Has visto lo que ha recibido de la primera pieza? ¿Por qué no conseguir un poco más?
—Supongo que no le gusta llamar la atención.
«Eso, o era el orgullo pisoteado de un príncipe demonio que no le permitía hacer más por él», pensó Kagome y continuó apreciando la música. Lo examinó con mayor interés, preguntándose cómo y por qué, o si ella había perdido la razón. Al término de la melodía, el músico tomó el dinero del estuche y lo guardó en el bolsillo de su pantalón. Luego, se marchó del lugar.
Al ver su huida, Kagome agradeció a Masao y siguió a lo lejos al yōkai. No estaba lista para enfrentarlo, además podría ser humillante para él. Tal vez para ambos. El violinista giró en la siguiente esquina, fue entonces que corrió y al dar la vuelta había desaparecido.
El corazón de Kagome todavía latía desenfrenado. ¿La había descubierto? ¿Sintió su aura? ¿Volvería a verlo?
Su mente la transportó a otros tiempos lejanos, donde un orgulloso e insensible yōkai, vagaba por los bosques con una niña humana, un dragón de dos cabezas y un demonio inútil. Kagome, impotente susurró su nombre:
—Sesshōmaru.
Al llegar a casa, se permitió llorar por el medio demonio vestido de rojo que le robó el corazón, una guerrera hermosa, un monje pervertido y un pequeño hijo perdido en el tiempo. Después de diez años se dio cuenta de que no había logrado superar ni un poco la pérdida de sus amigos.
También lloró por el príncipe indomable y letal, Sesshōmaru. Que de su grandeza y orgullo habían perecido, así como lo había hecho una sacerdotisa de noble corazón. Ambos estaban muertos en vida a causa del tiempo que no los perdonó.
«¿Era así cómo se sintió Kikyo?»…
