Las veces que nos vimos
(Palimpsesto)
Capítulo I.
La primera vez que lo vi, su mirada azul penetrante me azotó como un golpe feroz y un estremecimiento me sacudió. Fue un momento realmente intenso, poderoso, sensual y efímero. Una oleada de calor me asaltó el cuerpo y la imagen de cuerpos sudorosos, desnudos, extenuados, ardientes tocándose, entrelazándose, formando una unidad surgió en mi mente alucinada.
Cuando digo la primera vez que lo vi me refiero a cuando acudí a su oficina para entrevistarlo como el empresario más exitoso del último año, pero ya lo había visto antes en fotografías. La verdad es que es mucho más increíble en la realidad, más guapo, más duro, más inaccesible.
En las fotografías podías mirarlo sin sentirte ni intimidado ni conmovido por sus imperturbables y fríos ojos y podías sostenerle la mirada sin esfuerzo y hacerle las preguntas sin titubeos y siempre portaba en su rostro una expresión seria y concentrada.
En fin ¿a qué va todo esto? Es que estoy sorprendido y un poco inquieto por la gran impresión que tuvo en mi espíritu tranquilo hasta ahora esta primera entrevista. Ya suponía yo que me iba a costar un tanto hablar con él cara a cara, pues ya estaba un tanto afectado con sólo verlo en el papel, pero nunca pensé que el asombro iba a llegar a tanto, que cuando salí de su oficina me encaminé a una discoteca y cogí con el primer tipo de ojos azules que se me acercó. No quedé saciado.
¿Cómo llegué a conocerlo? Francamente, es imposible que alguien nunca haya escuchado su nombre, ya que Seto Kaiba es uno de los hombres más famosos de este último tiempo. Antes de que el director de la revista en que trabajo me asignara la ardua labor de entrevistarlo, yo sólo sabía que Seto Kaiba era un empresario joven, cuyas empresas en todo el país habían producido una rentabilidad sin igual en los últimos tres años. Sin embargo, cuando llevé a cabo mi investigación sobre él, no pude menos que sentir admiración y respeto por este hombre de treinta años.
Seto Kaiba y su hermano menor Mokuba habían sufrido la pérdida de su padre cuando el primero tenía seis años. Su madre, mujer pobre y sin educación, pero muy bella, se casó con Gonzaburo Kaiba, empresario sin mucho éxito pero rico. Lamentablemente, la madre fue asesinada a los pocos años. En ese entonces, Seto tenía once años. En su infancia y adolescencia se destacó siempre por su gran inteligencia, logrando egresar de una de las universidades más prestigiosas del país a la edad de veitiún años con el título de ingeniero comercial. Cuando alcanzó la mayoría de edad, o sea, a los dieciocho, Seto Kaiba denunció a su padrastro por abuso sexual, violación a menores y parricidio, ya que él sería el autor del homicidio de su madre: tras tres años de juicio, Gonzaburo Kaiba fue condenado a cadena perpetua sin beneficios. Seto Kaiba y su hermano Mokuba heredaron las empresas de su padrastro, las cuales estaban al borde de la quiebra, pero fue Seto quien asumió la dirección y logró revertir los pobres resultados financieros.
La vida de este hombre me tocó hondamente, porque mi vida, comparada con la suya, fue un remanso de paz. Muchas veces las víctimas de abusos sexuales jamás denuncian a sus agresores por miedo a ellos, por vergüenza o por temor al qué dirán. Sin embargo, Seto Kaiba no se amedrentó y triunfó. Hasta ahora, jamás se ha sabido de desórdenes protagonizados por su hermano o por él. Su intimidad siempre se ha mantenido en la más estricta privacidad, y su sobre exposición pública sólo es consecuencia de sus logros comerciales. Al parecer, Gozaburo no ha dejado huellas visibles en sus vidas, aunque yo no lo creo, pues experiencias como las que ellos sufrieron son muy difíciles de superar.
¿Quién no admiraría a un hombre así? Soy un hombre común y corriente y, por tanto, uno de los muchos hombres y mujeres que admira a Seto. Pero debo admitir, también, que yo albergaba algo más que un simple sentimiento de admiración hacia Seto Kaiba: terminada mi investigación sobre él, estaba muy ansioso por conocerlo en persona, hecho que nunca antes me había sucedido.
La segunda vez que lo vi, en la conferencia anual de los empresarios, sentí otro violento temblor recorrerme la columna y un fuego voraz quemarme el vientre. Deseé con una pasión desenfrenada, desconocida para mí, tener sexo con él en ese momento. Algo ardiente, furioso, animal. Joder, que este es un hombre muy especial. Seto Kaiba exuda una sensualidad innata con su caminar leve y silencioso, con sus labios llenos, con sus pómulos altos finos y suaves, con sus ojos grandes, azules e intensos, con sus gestos pausados y someros y con un aura de confianza en sí mismo rodeándolo, que te deja con la respiración entrecortada, un ligero sonrojo en las mejillas y un cosquilleo en el bajo vientre. ¡Qué hombre, joder! Otra vez debí recurrir a un polvo de una noche. Otra vez no fue suficiente.
Pero fue la tercera vez que lo vi que, por fin, él me estaba mirando devuelta con ojos elocuentes, que dejaban en claro que quería algo más que saludarme. Nos dimos la mano y entablamos una conversación sobre cómo el desempleo había bajado este último trimestre. Cuando ya no quedaba mucha gente en la conferencia, nos encaminamos a un motel. Antes de pasar, Seto se cercioró de que yo no llevara conmigo ningún micrófono o cámara ocultos. Ni siquiera alcancé a ofenderme de lo caliente que estaba en ese momento. La noche prometía fuegos artificiales. Por fin, pensaba para mis adentros, mientras lo observaba humedecerse los labios con su lengua, con el efecto inmediato de que mi excitación alcanzara ya el limbo del dolor. En la oscuridad de la pieza, nos quitamos la ropa con impaciencia y nos contemplamos un instante breve antes de abalanzarnos el uno sobre el otro.
Yo esperaba que todo fuera salvaje y brutal, impetuoso y caliente, que me dejara todo tembloroso y vulnerable y exhausto, y añorando ya otra ocasión, pero no fue en absoluto nada de eso. Seto ni siquiera me miró cuando lo hicimos. El sexo fue rápido, pero doloroso y ajeno. Él no se preocupó por darme placer. No hubo besos ni caricias. Todo el rato sus ojos azules reflejaron la inmensidad del vacío, algo que realmente te hela hasta la última fibra de tus huesos y que echa a peder cualquier experiencia sexual. Cuando terminamos, salimos a la noche fría de la capital y él me susurró un adiós definitivo.
Mientras me dirigía a mi casa, confirmé una de mis previas presunciones que me había formado sobre Seto Kaiba: Gozaburo sí ha dejado huellas, y huellas profundas y dolorosas, en este hombre fuerte y capaz y valiente. Ah, pero Seto Kaiba también ha dejado huellas en su paso fugaz por mi vida. Huellas desastrosamente imborrables: seguiré a Seto hasta que él me acepte en su corazón, porque, no sé en qué momento ocurrió, yo ya profeso fuertes sentimientos por él. Es verdad que esta noche me sentí decepcionado, pero hay algo más que sexo en mi interés por Seto y, ciertamente, no estoy dispuesto a rendirme tan fácilmente. Hay algo en este hombre, algo misterioso, extraño y desconcertante. Y yo quiero saber, y, además, siento la incomprensible y apremiante necesidad de entregarle algo que él no es capaz de dar: sentimientos.
Continuará…
Notas de la autora: Gracias por leer.
