Disclaimer: Saint Seiya NO me pertenece a mí sino a ese ser superior que es Kurumada.
Advertencias: …
Pareja/Personajes: Shura de Capricornio + Aioria de Leo
Acotaciones:
¡Hola! :D
El coso este en cuestión empezó como un experimento de esos en dónde trato de escribir sin escribir o sin estar consciente de que escribo y tanto que escribí y escribí que se convirtió en cinco capítulos.
Ya sé, perdón y perdón, pero es que estuve con unos de esos infames bloqueos de escritor como por cinco meses y escribir a mi consentido era lo que bastaba para sacarme de ese infierno.
El título era una tontería en un principio, soy de ponerle títulos muy blehbleh a mis borradores y claro que después los cambio porque se me van ocurriendo cosas más ingeniosas e imaginativas, pero le doy novecientos puntos al que descubra el porqué del nombre de este coso.
Anyway, la cabra es como una pared incomprensible para mí, por lo que esto está escrito desde su perspectiva pero sin ser su perspectiva en realidad, por lo que igualmente mis disculpas por eso y que lo disfruten.
Mala Sangre
I.
Él le enseña a leer a Aioria.
En sus años posteriores, cuando se convirtió en caballero dorado, por decisión propia presentó una sola, simple, sencilla y particular petición: El que jamás se le entregara un discípulo a su cargo durante su extenso servicio a la orden como orgulloso santo de oro.
Tal vez el motivo es que nunca se sintiese capacitado para la enorme responsabilidad que representaba entrenar futuros caballeros, una decisión que, mal que mal, significaba una carga y constantes dolores de cabeza.
En tanto sería él mismo el que, sin embargo, se encargaría de romper el trato de presentarse un sucesor digno para heredar el manto dorado del que era santo, pero aún así, aún así.
Él le enseña a leer a Aioria.
Aioros está demasiado ocupado con sus nuevas obligaciones, así que con el niño a su lado le muestra el libro más cursi y colorido que ha podido encontrar. Le enseña con un dedo cómo se escriben las cosas que de hecho están más cerca de ellos: Árbol. Montaña. Cereal. Manzana. Granadas. El libro, contrariamente, sirve para enseñarle cosas más extrañas, esas que no se encuentran en el santuario con facilidad: Teléfono. Chimenea. Casa. Familia, mamá. Lo sienta en su regazo y repite las lecciones de memoria, una a una nombra las letras que componen el complicado alfabeto griego.
Se acerca, igualmente, el instante en que Shura debe probar que es un digno merecedor del manto dorado al que está postulando y le preocupa estar descuidando su propio entrenamiento, pero es paciente y cuando Aioria no consigue memorizar una letra en cuestión, detiene por completo la lección, retrocede, repite y comienza desde el principio, y desde el principio y desde el principio.
Se sientan tarde tras tarde a practicar a la sombra imponente de un árbol solitario en los alrededores del santuario. Es así como los momentos, poco a poco, pasan a ser semanas y las semanas se extienden en meses que pasan a ser eternidades, por siempre y para siempre. ¿Verdad?
Sin embargo, aún así, con terquedad y tozudez, Shura se dirige todas las tardes, después de la practica matutina con su maestro, al sitio en dónde siempre Aioria lo espera, puntual, sin falta ni falla, con los ojos fijos en un punto imaginario en el piso, entre sus piernas o en la punta de sus pies, mientras balbucea lo aprendido y arranca la maleza cada vez que es incapaz de recordar lo siguiente en su repaso mental.
A veces en vez de estudiar se tienden encima del pasto que en esa época está tan verde, tan verde que se confunde con los ojos de Aioria, al que de cuando en cuando se le cruza por la cabeza preguntarle cosas, complicadas, complejas y confusas que nada tienen que ver con griego, ni escritura, ni gramática, ni nada de nada en particular, pero es que Aioria lo ve como un igual, no un inalcanzable como su propio hermano, sino que como un igual que está a su altura, sin importar que sea Shura el que tenga que agacharse para que el castaño pueda alcanzarlo.
Ni aun así el español tiene la respuesta a sus cuestionamientos y contesta una a una sus preguntas con un: No sé. No sé. No sé.
Shura prefiere mantener la imagen de ese Aioria en su memoria, ingenuo e inocente. Sin la constante presencia de la ira a punto de estallarle en la cara.
