Disclaimer: Los personajes, lugares, y situaciones reconocibles de la saga de Harry Potter pertenecen a J.K. Rowling. Hago uso de ellos sin ánimo de lucro, por pura diversión.
1
Lechuzas mensajeras
— ¡James! ¿Dónde se habrá metido este chico? ¡Jaaaaaames!
Una mujer de pelo negro y ojos color avellana recorrió rápidamente la cocina y salió hacia el jardín trasero. Cualquier persona que conociera a James Potter medianamente bien (y de hecho, Dorea Potter lo conocía perfectamente, ya que era su hijo) habría supuesto que estaba jugando a…
— ¡Quidditch! ¿Es que no sabes hacer otra cosa, hijo?
Un alegre muchacho de cabello revuelto, gafas y ojos color caramelo, muy parecido a su madre, aterrizó con su escoba junto a ella.
—Bueno, no se enfade, por el amor del cielo —respondió este último, muy serio.
James Potter también conocía bastante a Dorey, como la solía llamar cariñosamente y sabía que la mejor manera de eludir sus regañinas, o, en su defecto, charlas y sermones, era poner cara de circunstancias, y tratarle de usted. Esto en realidad no era necesario muchas veces, ya que James era el hijo único de un adinerado matrimonio de avanzada edad, y, como consecuencia, estaba algo mimado.
Dorea sonrió, condescendiente.
— ¡Ay, hijo, no me trates de usted! Me haces sentir diez años más vieja.
— ¿Me buscabas, mamá? —preguntó James, también sonriendo.
— Sí, claro. Ya ha llegado la lechuza de Hogwarts.
— ¿De verdad? ¡Genial! ¿Cuándo vamos al Callejón Diagon, a comprar las cosas? —interrogó el muchacho, ansioso.
—Mañana mismo. Tu padre tiene que arreglar unos asuntos en Gringotts, así que iremos con él —respondió Dorea.
— ¡Qué bien! ¿Está ya lista la merienda, Dorey?
—Desde hace más de una hora, hijo. Te tendré que calentar de nuevo el té, y sé perfectamente que a ti no te gusta nada el té recalentado… Desde luego estás tan obsesionado con el quidditch, que pierdes hasta la noción del tiempo.
—Pero no las ganas de comer —respondió él, al mismo tiempo que le guiñaba un ojo a su madre.
—El amo tiene una carta.
—Trae, Kreacher —dijo Sirius con acritud.
El muchacho arrancó la carta de las manos del elfo doméstico, y se apresuró a abrirla. Su bello rostro se iluminó de inmediato con una gran sonrisa. Ignorando las murmuraciones de su elfo doméstico, entre las que pudo distinguir con claridad palabras como "maleducado", "vulgar", "escoria" y "vergüenza familiar", bajó con rapidez al elegante Salón de Verano para hablar con sus padres.
Al entrar se detuvo, sorprendido. Allí no había absolutamente nadie. Sirius frunció el entrecejo, y comenzó a pensar. Su familia no estaba en el Salón de Verano, así que quedaban descartados también el Salón de Primavera, el de Otoño, y el frío Salón de Invierno, ya que estas fastuosas habitaciones se utilizaban exclusivamente en la estación del año que sus nombres indicaban. Para Sirius, las frases "cuando haya varitas automáticas" y "cuando mi madre use el Salón de Invierno en junio" tenían exactamente el mismo significado. El Salón Slytherin (una tétrica sala donde se llevaba a cabo la tradición familiar de decapitar a los elfos domésticos) también quedaba fuera; solo se usaba en grandes ocasiones. Solo quedaba…
—El salón de té —murmuró para sí.
Ni siquiera lo habían llamado para merendar. Chasqueó la lengua; estaba ya demasiado acostumbrado al trato de su familia como para irritarse. Con paso lento y deprimido, más propio de un condenado a muerte que se dirige a la horca que de alguien que va a hablar con su familia, entró en el salón de té. Tras corresponder a la expresión sarcástica de Régulus con una mirada de odio, comenzó a hablar.
—Madre, padre... Acabo de recibir la carta de ingreso a Hogwarts.
Sirius paseó sus ojos grises de su madre (que lo miraba con intenso desinterés) a su padre (que lo miraba con intensidad desinteresada) esperando alguna reacción. Como no la hubo, continuó.
—Y bien, necesitaré ir al Callejón Diagon, para...bueno, ya sabéis...comprar el material.
El ambiente en casa de los Black nunca había estado tan tenso, ya que últimamente las travesuras de Sirius habían aumentado notablemente en cantidad y gravedad. Entre las últimas destacaba indudablemente la de haber pintado gruesos bigotes y pobladas cejas en las cabezas disecadas de los elfos del pasillo. El inocente "Yo tan solo pretendía darles un aire más alegre" de Sirius no consiguió aplacar lo más mínimo a ningún miembro de su familia. Desde ese día, todo ser viviente del nº 12 de Grimmauld Place lo trataba aún con más hostilidad que de costumbre, cosa que Sirius había dado ya por imposible.
Su madre al fin se dignó a hablar.
—Bueno, confío en que al menos te pongan en Slytherin.
Sirius rogó mentalmente que lo pusieran en cualquier otro lugar que no fuera Slytherin. Si todos los miembros de aquella casa guardaban el más mínimo parecido con su familia, lo cual era muy posible a juzgar por todo lo que había oído contar a sus padres y a sus tíos, no tenía el menor deseo de que lo seleccionaran para "la noble y antigua casa de Salazar", como la llamaba su padre.
—Necesito ir al callejón Diagon —repitió, haciendo caso omiso de la declaración de su madre.
—Sí, claro. Puedes ir con Regulus y conmigo el martes. Voy a comprarle una escoba, si te parece bien, Walburga —dijo el padre de Sirius mirando a su esposa.
—Claro, claro que me parece bien. Regulus se ha portado muy bien este verano, a diferencia de otros —declaró su madre poniendo especial énfasis en la palabra "otros".
—Bien —concluyó Sirius, saliendo de la habitación.
Los sarcásticos comentarios de su madre eran ya tan frecuentes que no merecía la pena sentirse molesto. En un primer momento había sentido envidia por la escoba que le iban a regalar a su hermano, pero, al fin y al cabo ¿qué importaba? Iba a pasar un año entero lejos de su odiosa familia y eso sí que no tenía precio.
Claro que tendría que ver a otros familiares no menos desagradables como a sus primas Narcisa y Bellatrix, pero ellas eran unos años mayores y además estaban en Slytherin, así que no, no podía ser…Pero, ¿y si a él le ponían también en Slytherin? "No, -se dijo Sirius- yo no soy como ellos." Esto era precisamente lo que irritaba tanto a su madre. "Es como un bull-dog entre los galgos rusos" decía, para referirse a él.
Luego estaban todos esos prejuicios que tenían en contra de los nacidos de muggles. ¿Qué era lo que tenían de malo? Él nunca había conocido personalmente a ninguno (de mantenerlos bien alejados se habían ocupado sus padres) pero estaba absolutamente seguro de que no podían ser peor que su familia. Sirius hubiera preferido mil veces crecer en un hogar muggle, incluso en un orfanato muggle antes que pasar toda su infancia en Grimmauld Place. Con un padre que actuaba como si fuera un extraño, una madre que no desaprovechaba ninguna oportunidad para herirle y dejarle en ridículo y un hermano imbécil, ¿qué podía haber peor?
"Pero yo soy diferente… —se dijo Sirius con satisfacción— diferente", pensó una vez más mientras que se quedaba dormido.
—Severus…Severus —lo llamó su madre en voz baja.
— ¿Qué ocurre? —preguntó un muchacho de pelo negro grasiento.
—Rápido, llega tu padre. Esconde eso, por Dios.
Severus torció el gesto, pero a pesar de eso le hizo caso a su madre. Metió la Guía para las artes oscuras, nivel intermedio debajo de la cama y dejó una taza con restos de té frío en la mesita de noche. Con el corazón en un puño, bajó la escalera. Era muy importante no estropearlo todo ahora. Su padre llegaba borracho, como todas las noches, era de esperar. Ahora estaba hablando con su madre en voz bastante alta. Podía escuchar perfectamente lo que estaba diciendo.
—…y entonces llegó Jim, y me dijo "¡Vaya, Tobías, cuánto tiempo!" Y yo le dije "Claro, desde que te has convertido en un tipo legal, ya ni siquiera tienes tiempo para ver a tus viejos amigos, ¿eh?" y luego nos tomamos unas copas, y cuando fui a pagar él me detuvo y dijo "Por los viejos tiempos, Tobías", y lo pagó todo él, ¿qué te parece, eh? Dick, el tabernero, se quedó asombrado, porque el pensaba que yo…
—Tobías, necesito hablar contigo.
Tobías Snape se interrumpió. Amaba más que nada hablar. Hablaba casi siempre de la taberna, de los amigos que había encontrado allí, o de cuantas copas había tomado. Hablaba, simplemente, por el puro placer de escuchar su propia voz. Y odiaba, más que nada, que lo interrumpieran en medio de un apasionado discurso.
— ¿Qué pasa, Eileen? —dijo con cara de pocos amigos.
—Bueno…verás… —contestó su esposa, acobardada—. Severus ha recibido una lechuza…
— ¿Una lechuza? ¿Cómo que una lechuza?
—Una carta. De Hogwarts.
La expresión de Tobías, ya de por sí adusta, se tornó amenazadora.
— ¿Ah, sí? Y ¿qué decía esa carta?
—Que…bueno, que lo habían admitido en Hogwarts —dijo Eileen—. Para este curso, ya sabes…
Tobías Snape soltó una sonora carcajada. Eileen sonrió con nerviosismo. Pero de repente, la carcajada de su esposo se apagó, y en su cara apareció una expresión de intenso odio.
— ¿Y cómo piensas que voy a llevar la tienda yo solo? ¿Y cómo piensas hacer todas las tareas de la casa tu sola, eh? ¡Estúpida! —exclamó, enfurecido.
—Por favor, por favor, Tobías…Yo puedo ayudar en la tienda, y hacer las tareas de casa, de veras, a mi no me importa…—sollozó Eileen, con voz ahogada—. Pero él debe estudiar, él tiene que hacerlo…
— ¿Dónde está? ¿Dónde está? —bramó Tobías, enfurecido.
—No, por favor, Tobías, no le hagas daño a él…A él no…
—Estoy aquí —dijo Severus entrando al salón.
—Bien, así que ya ha llegado esa estúpida carta, de ese estúpido colegio, ¿eh? Y tú querrás ir, supongo. Pues te diré una cosa, hijo mío —susurró Tobías, acercándose a Severus. Este pudo percibir un fuerte olor a alcohol—. Tienes dos opciones…O quedarte en casa como un buen chico, por las buenas, y sin armar escándalo…o quedarte por las malas, con terribles consecuencias tanto como para tu querida madre como para ti-Tobías se sentó en el sofá- Magia ¡ja! Me río yo de la magia…Además, todo ese material… ¿qué te crees, chico, que nadamos en dinero, o qué?
—Seguramente tendríamos más dinero si tú no te lo gastaras todo en bebida —dijo Severus en voz baja.
— ¿Qué has dicho? —la voz de su padre se había tornado baja y más peligrosa si cabía.
—Que…que voy a por un poco de comida —respondió Severus, acobardado, saliendo de la habitación.
Dos horas más tarde, el permanecía en su cama, despierto. Llevaba muchísimo tiempo esperando ir a Hogwarts… y ahora su padre no le dejaba ir. "Maldito muggle", pensó con odio.
— ¿Severus? —su madre había abierto la puerta sin que se diera cuenta—. ¿Duermes?
Él no contestó.
—Sé que estas despierto. Y te digo una cosa, que irás a Hogwarts, aunque sea lo último que haga en mi vida, ¿comprendes? Tu padre dirá que la magia no sirve para nada, pero eso no es verdad. La magia cambia muchas realidades desagradables, aunque por desgracia no todas. Pero yo te juro, hijo, te juro… que tú aprenderás a hacer magia. Encontraré el camino para convencerle…aunque él no quiera.
Y diciendo esto, salió de la habitación.
Y aquí vengo, con mi primer fic. De merodeadores, cómo podéis ver. Creo que nunca haré un fic de Harry Potter, ya que su historia está escrita y bien resuelta por nuestra querida Rowling. En cambio, de la época merodeadora hay mucho por descubrir (: Espero que os haya gustado.
