Harry Potter no me pertenece.

--

Ella sonrió y él lo hizo también. Las manos entrelazadas. Las miradas cruzadas. Los corazones latiendo con un ritmo lento, melancólico; ambos entonando una triste canción de despedida que no necesitaba ser enunciada. Ambos sabían que sucedería. Era algo que él había aceptado hace mucho tiempo, no obstante ella aún no lo concebía.

—No lo entiendo Harry —no se notaban más señales de tristeza que su voz apagada. Sus ojos también podían ser muy expresivos; él podría haber dicho en ese instante que su color se fue opacando a medida que el tiempo pasaba.

—No podemos estar juntos. Nosotros no deberíamos tener conexión alguna. Tú sabes… cuáles son mis sentimientos —es extraño cómo algo tan bonito de escuchar sea tan dificultoso de expresar. En cuanto más necesitaba estar cerca suyo no se atrevía a acercarla.

—Pues ya no quiero entender nada de eso. No sé qué piensas hacer, pero lo que sí sé es que será peligroso. ¿Cómo piensas lograrlo sin ayuda de nadie? —en su voz se denotaba también una fuerte necesidad. Él enmudeció, la respuesta a esa pregunta todavía no la tenía, pero tarde o temprano la descubriría.

—Sólo prométeme que todo saldrá bien —Ginny lo abrazó y Harry también lo hizo. Esa escena y esa conversación se repetían siempre que la realidad se interponía entre ellos, abriéndolos los ojos a ella.

—Te lo prometo, Ginny. Por ti y por todos —hundió la cabeza en la cabellera pelirroja, pensando.

Harry lo sabía desde el principio, tendrían que separarse. Pero no sólo eso. Sabía que se quedaría prendado de su mirada y su valor, de su cercanía. Y que cuando menos se lo esperara, se apoderaría de su tiempo, de su cuerpo, de su mente, de su vida… y se volvería más necesaria que el aire o el agua. Se enterraría en su ser como un afilado puñal: estaba completamente consciente de que si se lo quitaba la herida sería tan grande que moriría desangrado. El puñal, su puñal, estaría siempre ahí, siempre que viva para tenerla aunque sea en sus pensamientos.

Se volvió adicto a la sensación de pertenecer y poseer que con nadie antes habría experimentado. A su cabello rojizo y a la piel blanca; al perfume que se colocaba por las mañanas y los golpes sin moderación que le daba si llegaba a enojarse con él.

Harry y Ginny no estarían juntos, pero dentro de cada uno seguirían a flor de piel las marcas que habían dejado el uno sobre el otro: cada risa, cada confesión y cada encuentro, fluyendo junto a la sangre, palpitando junto al corazón.

Un beso costo selló lo apenas antes sucedido. Harry no tenía nada más que irse. Ginny no tenía nada más qué hacer que acostumbrarse a ello.