Prologo.
Nerviosismo.
Esa era la palabra que describía totalmente su estado de humor en ese justo y avergonzado momento, ahí estaba, parada justo donde el austriaco el cual era su pareja durante algunos años, él tomaba su mano mientras pronunciaba las palabras más peligrosas de toda una vida.
¿Te quieres casar conmigo? -
La tensión subió después de eso, su familia, amigos y seres que ella ni siquiera conocía pero de seguro su pareja si, estaban atentos, esperando la respuesta, el momento era tensión aclaro su garganta dispuesta a decir algo definitivo pero ¿Qué? No tenía opción además, ella lo amaba, a pesar de todo, pero era tan rápido, a lo lejos miro a su madre haciendo varias señas, no entendía absolutamente nada, pero ya sabía lo que diría realmente.
Sí. . . ¡acepto! –
Su primera respuesta fue seca, lo cual se dio cuenta al instante, lo tomo por el cuello y abrazo este con fuerza mientras pequeñas lágrimas de felicidad, según ella, salían de sus orbes, las personas aplaudían y celebraban, todos querían acercarse a la joven pareja ella enseñaba con una alegría pequeña su anillo, el símbolo de que estaría junto a esa persona toda su vida.
La idea la asustaba, así, pasaron semanas, tal vez dos, su madre no dejaba de llamar a su departamento haciendo millones de citas, vestido, peinado, zapatos, banquete, flores, iglesia, no sabía cuan duro seria todo eso, y aún más el hecho de que apenas y podía ver o hablar con su futuro marido, ya no le prestaba atención como antes, y si salían juntos, el terminaba en otra mesa conversando alegremente con otros, al final de todo eso tenía que decirle que era mejor que se fuera a casa sola, y el sin ninguna objeción aceptaba.
A veces, solo muy a veces, se decía si el hecho de decir si había sido un error, pero ¡claro que no lo era! Ella lo amaba, bien, eso le hizo creer él y todo el mundo.
