NdA: Fui muy astuta, y elegí el claim Crabbe/Goyle sin especificar si son los padres o los hijos. Prefiero a los padres, la verdad, pero puede que haga fics con ambas parejas, según me convenga. Son bastante intercambiables xD.

En este fic son los padres y, dado que no conocemos su nombre de pila, usaré los que inventamos para el rol de mortífagos en el que yo hago de Bernard Crabbe y la encantadora Miss Marlene es Gabriel Goyle. Allá vamos. Long live the Crabboyle.

--

Cada bocado era una explosión de sabores y texturas. El limón ácido y frío, el merengue esponjoso y dulce, el chocolate caliente, amargo e intenso. Gabriel lo saboreaba con los ojos cerrados, concentrándose sólo en sus papilas gustativas y en la oleada de sensaciones que le transmitían al cerebro, como si de repente toda su boca se pusiera a saltar de alegría.

Se relamió los labios y chupó la cuchara hasta dejarla brillante como recién comprada.

-Esta tarta es algo de otro mundo, Bern. Creí que no probaría nunca nada mejor que tu confit de pato, pero esto es realmente… -volvió a chupar la cuchara, para no perder ni una chispa de sabor- esto es de otro mundo.

-Bueno, hoy me habrá salido especialmente buena porque la he hecho sólo para ti -Se sonrojó hasta los dedos de los pies y escondió la cabeza entre sus enormes hombros como una colegiala vergonzosa.

Gabriel sonrió, sonrojándose también. Ese no era el tipo de cosas que estaban acostumbrados a decirse. La verdad es que no se decían demasiado. A veces, un solo gesto de cabeza de Goyle significaba mucho más para Crabbe que un millón de palabras en boca de cualquier otro.

Gabriel le tomó de la barbilla y le besó, muy suave, apenas rozándole los labios, y se despertaron las mariposas de sus estómagos.

Nunca habían tenido la necesidad de hablar de eso, de lo que hacían cuando se quedaban solos. No se planteaban si estaba mal, si era raro, si la gente lo entendería; era lo de menos. No les importaba, porque a nadie más debería importarle. Era algo suyo, sólo suyo, y nadie lo sabría nunca. De eso tampoco habían hablado, pero los dos lo entendían. Lo suyo era demasiado especial para dejar que los demás lo dañaran.

-¿Más tarta?

Goyle asintió, y Crabbe hundió la cuchara en el plato y se la ofreció.

-Que no se te caiga, que mi mujer se molesta si como en la cama.

Goyle volvió a besarle, esta vez con todo el cuerpo. Se enredaron en las sábanas, y hasta su ombligo acabó sabiendo a tarta de limón.