[Disclaimer: Harry Potter le pertenece a J. K. Rowling.]
Capítulo I
Linajes
Tiene la vista fijada en el frente y no se da cuenta de que lo están observando hasta que es demasiado tarde. A su derecha, Pansy lo sacude del brazo y lo obliga a prestarle atención. Él gira sus ojos grises hasta ella y la mira con impaciencia. Ve que abre los labios y dice algo pero no puede escucharla.
Algo impacta contra la mesa a su izquierda y el ruido lo atrae. Un vaso con zumo de calabaza se materializó en frente de él. Alza la vista lo suficiente para ver a Daphne observándolo desde el asiento de en frente. Vuelve la vista a su plato y termina su comida en silencio. Cuando la rubia se levanta con gracia y se dirige a la salida del Gran Comedor, él se disculpa con Pansy y la sigue.
—¿Qué te crees, Suiza, que vas a dejarme en ridículo? ¿A mí?
Daphne sigue caminando con la vista en alto como si nadie hubiese hablado. Draco avanza por el pasillo vacío y, tomándola por una muñeca, la aplasta contra una pared.
—¿Qué es lo que te digo siempre? —pregunta Daphne con su voz más melosa y Draco huele el peligro. —Ah, sí, que no soy tu puta muñeca.
Con su mano libre, Daphne le pega un puñetazo en la boca del estómago. Draco se muerde la lengua para no gritar.
—Vale, vale. Lo sé. Pero tenía que llamar tu atención, Greengrass.
Ella se frena y lo mira a los ojos. Ha notado el cambio en el registro. Hace muchos años ya no la llama Suiza. Ahora, sólo se reserva ese término para cuando está realmente enojado con ella.
Los ojos de Draco le devuelven el exacto matiz de los suyos. Ella sabe que los heredó —por línea materna— de Belvina Black, la abuela de su abuela, Elizabeth Burke. Daphne tiene antepasados en tres de las familias de sangre limpia más prestigiosas de todas: los Black, los Burke y los Greengrass. Su familia paterna, que siempre tendió a ser algo distinta a las demás familias tradicionales, acostumbraba a casar a sus descendientes entre sí. Su padre, que ya no tenía una prima soltera con la que desposarse, había realizado el primer matrimonio externo en más de dos siglos. No había sido repudiado: la heredera de los Burke fue considerada por los Greengrass como un buen partido.
—¿Qué tanto miras? ¿Te gustan mis ojos?
—Tanto como los míos —responde Draco con una sonrisa de lado y recuperando su postura soberbia habitual. Además de los ojos gris oscuro característicos de los Black, ellos comparten el cabello rubio platinado. Pero difieren en algo: mientras el de Draco es desesperantemente liso —como siempre decía Zabini—, el de Daphne es ondeado y cae elegantemente en cascada por su espalda.
—Qué lástima que tu amiguita no los haya heredado —ataca Daphne otra vez con todo su veneno. —Qué lástima que haya heredado los aburridos ojos marrones de los Weasley... —dice ella frunciendo levemente el labio inferior. Aprovecha el momento de debilidad de Draco y retoma su camino hacia las mazmorras.
Draco sabe a qué se refiere. Al igual que ellos —y que cualquier mago o hechicera que se precie de tener la sangre verdaderamente limpia— Ginny Weasley tiene antepasados Black. La más próxima en el tiempo no es otra que Cedrella Black, que se había casado con Septimus Weasley y había tenido, entre otros hijos, a Arthur Weasley, el padre de Ginny. Narcissa Malfoy, cuyo apellido de soltera era Black, le había contado a su hijo que Cedrella fue desterrada del famoso tapete de su tía Walburga debido a su matrimonio con un traidor a la sangre.
—¡Suiza! ¡Maldita Suiza! ¡Detente en este instante! ¡Es una ord... — ¡Daphne!
Grita su nombre casi en tono de súplica. Sabe que está perdiendo la compostura y se maldice por eso. Acelera su paso hasta llegar al lado de la rubia. Ella lo mira a los ojos con una tranquilidad que lo exaspera, sin decirle una palabra.
—Daphne... —comienza él, pero su voz se pierde en un susurro. Apoya una de sus manos contra la pared y se cubre con la otra los ojos. Suspira. Cuenta hasta tres y recién entonces es capaz de hablar. —Está bien. Tenés razón. Me... gusta.
Dice todo eso en un tiempo que para él fueron horas. Vuelve a suspirar antes de descubrirse los ojos y encontrarse a su amiga sonriéndole con suficiencia. Por supuesto, Daphne no necesitaba que él le confirmara nada. Ella sabía que le gustaba Ginny Weasley desde mucho antes de que Draco siquiera lo sospechara.
—Ya. —le responde ella mientras le rodea el cuello con sus brazos.
La conoce hace cinco años y reconoce ante todo el mundo que es su mejor amiga. Ante todos, menos ante ella misma, claro.
—Te gusta Nott. —dice, queriendo recuperar algo de su orgullo perdido.
—¿Cuándo te lo negué? —le pregunta ella con su voz suave y aterciopelada.
Draco se entrega al abrazo de la rubia y deja de aparentar ser fuerte por un segundo. Cuando se separan, no deja de sorprenderle que dentro de Daphne puedan convivir comprensión y veneno sin límites. Ella le daba sus abrazos favoritos, quizás sólo superados por los de su madre... y también era capaz de pegarle un puñetazo en la boca del estómago que lo doblara en dos.
Draco parpadea pesadamente y su máscara ya se ha apoderado otra vez de él.
—No insinúes nada más, Greengrass. Ya tengo suficiente con Pansy haciéndome escenas de celos por vos.
Daphne frunce los labios con desdén ante la mención de Parkinson. En realidad, la relación entre ambas puede ser explicada también por sus linajes. No todo pasa por nuestras familias, decía regularmente Daphne, aunque sabía que en esta cuestión eso no se cumplía.
La madre de Parkinson había nacido en el seno de la familia Borgin. A fines del siglo XIX, Caractacus Burke se había aliado con el heredero menor de los Borgin y juntos habían fundado una tienda dedicada a las Artes Oscuras en el callejón Knockturn, Borgin and Burkes. Con el correr de los años, los Borgin habían ido desplazando paulatinamente a los Burke, hasta volverlos sólo un nombre vacío en el escaparate de la tienda. En la actualidad, la tienda estaba atendida por el Señor Borgin, el abuelo materno de Pansy. La relación entre ella y Daphne había sido como la de sus familias: muy unidas al principio, despreciándose cada vez más con el correr de los años.
A Draco le agradaba el Señor Borgin y Daphne tenía que morderse la lengua para no decirle que era porque quería verlo casado con su nieta. Si Draco llegaba a terminar comprometiéndose con Pansy, Daphne tendría que ser buena amiga y saber aceptarlo. Pero, antes que eso, haría lo imposible por evitarlo.
—Y, si tanto te molesta, ¿por qué no la dejas?
Dilatando sus fosas nasales, él dejó salir el aire con violencia.
—Y, si tanto te gusta Nott, ¿por qué seguís acostándote con todo lo que se te cruza por el camino?
Daphne ensancha su sonrisa permanente y sólo Draco es capaz de advertir lo mucho que le afectó ese comentario.
—Creí que me conocías... —deja salir ella en un ronroneo, mientras acaricia con lascivia la corbata del rubio. —Y, a propósito, sólo era un vaso con zumo de calabaza.
Se aparta de él en un único movimiento cargado de gracia y se pierde por los pasillos de Hogwarts. Antes de desaparecer, sacude su cabeza y su cabello platinado se balancea primero hacia un lado, después hacia el otro. Ese gesto, Draco lo sabe, se le ha quedado de tanto imitar a Fleur Delacour durante el curso anterior. A nadie le había agradado tanto la partida de los estudiantes de Beauxbatons como a Daphne, que sabía que, indiscutiblemente, volvía a ser la más linda del Colegio.
Draco suspira y vuelve al Gran Comedor a buscar su mochila. Su próxima clase era la de Cuidado de Criaturas Mágicas. Maldice a Greengrass por no haberle hecho caso, por no haberle creído cuando dijo que esa iba a ser la peor asignatura de todas. Cuando regresa a su lado, Pansy no le pregunta nada. Se ha acostumbrado, ya sabe que no tiene que pedirle explicaciones, que se las daría sólo si él quisiera.
Esa noche, Draco tiene pesadillas. Sueña que se cae en el lago de Hogwarts y el agua se vuelve zumo de calabaza. Él quiere nadar y volver a la orilla... pero no puede. Alguna fuerza lo lleva hacia el centro del lago. Cree que es el calamar, cree que se lo va a comer. Pero, en lugar de eso, llega a una gran roca. Se trepa por ella como si la vida se le fuera en ello y mira en todas direcciones. Y la ve. De espaldas, con su cabello color calabaza cayendo lacio e impoluto, está ella. No puede verle el rostro, pero el sonido de su risa llega hasta él y cae de rodillas.
Se despierta y maldice a Suiza por no ser un chico. Si lo fuera, ahora estaría saltando a su cama a decirle que tuvo una pesadilla. Se gira hacia un costado e intenta dormirse. Sabe que no va a poder hacerlo. Cierra los ojos y empieza a recordar cómo se había enrollado con Pansy, cómo Daphne Greengrass se había vuelto su mejor amiga... y cómo #$%& había comenzado a gustarle Ginny Weasley.
