Disclaimer: El fandom de Inuyasha, su historia y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi, yo los tomo prestados sin fines de lucro.

The Butterfly and the Hurricane
Por: Hoshi no Negai

1. El primer paso

Rin se quedó muy quieta, como si sus pies estuvieran pegados al suelo. Habría dado lo que sea con tal de no oír lo que le estaban diciendo, ni sentir esas miradas de decepción sobre ella.

―¡No puedo creerlo! ―explotó Inuyasha en cuanto terminó de hablar― ¡De verdad no puedo creerlo! ¡Pensé que Shippo estaba mintiendo!

―¡Eh! ―se quejó el niño. Rin no podía sentirse peor.

―¡¿Después de todo lo que ha hecho aún así quieres…?

―Inuyasha, tranquilízate, por favor.

―¡Es que esto es increíble! ―resopló cuando su esposa le puso la mano en el hombro.

―Si sigues gritándole no conseguirás nada. Rin, ¿nos podrías explicar mejor lo que ha pasado? Me temo que Shippo no puede saber todos los detalles, y cuando lo confirmaste, éste de aquí ―señaló a su marido, rolando los ojos―, comenzó a gritar. Shippo, ¿no quieres ir con tus amigos? Creo que sería mejor si…

―¡De eso nada! ―contradijo cruzándose de brazos.

―De verdad creo que deberías ir con los demás, Shippo ―susurró Rin. El infante le frunció el ceño de manera muy extraña, como si creyera que no tenía por qué hacerlo salir. En un cambio repentino, miró nerviosamente a sus otros dos amigos y luego de una pequeña bocanada habló de nuevo.

―Sé muy bien todo lo que pasó entre tú y Sesshomaru, Rin, así que también me interesa escuchar lo que tengas que decir. No me gusta que me sigan dejando por fuera.

La cara de sorpresa en los adultos no podía ser mayor. Inuyasha y Kagome intercambiaron miradas interrogantes entre ellos y Rin sólo fue capaz de mirar incrédula al niño que se veía tan seguro de sí mismo. Ninguno se había esperado su declaración, y saber que tenía conocimientos de un tema tan delicado era un trago difícil de pasar.

―¿Tú…? ¿Tú sabías? ¿Cuánto es lo que sabes? ¿Y cómo? ―preguntó Rin.

―Todo, lo sé todo. Escuché cuando Inuyasha y Kagome estaban hablando de esto hace dos años, y luego apareció Myoga para explicar otras cosas de las que también me enteré. Sé mucho más de lo que creen.

―¡Sabía que estabas ahí afuera! ―volvió a explotar el hanyou señalándolo acusadoramente. Kagome le hizo una mueca que le dio a entender que ese no era el momento para iniciar una de sus disputas infantiles.

―Shippo, ¿por qué no nos dijiste que estabas ahí?

―Porque habrían actuado así, ¡sólo mira cómo se puso, Kagome! ―el pequeño hizo un gesto hacia el híbrido como toda respuesta. La cara seria que tenía fue reemplazada por una avergonzada mientras fijaba sus ojitos verdes en el suelo―. Sé que no era asunto mío y no tenía derecho de espiarlos, pero me preocupaba mucho por Rin. Y como no me hubieran dicho nada de todas formas, pensé que era mejor averiguarlo por mí mismo.

Inuyasha bufó y las mujeres se removieron incómodas.

La sacerdotisa interrogó mudamente a Rin sobre qué era lo que deberían permitirle saber a Shippo. La menor asintió quedamente con la cabeza luego de unos segundos de meditación. Rin sabía que se acabaría enterando de todo tarde o temprano, como ya lo había hecho la primera vez, así que quizás era mejor que lo escuchara directamente de ella.

―Está bien, quédate. Hablaremos de esto más tarde, ¿sí? ―intercedió Kagome sin más remedio. La joven volvió a sentirse el centro de atención, cosa que no le agradaba en lo más mínimo―. A ver, explícanos mejor cómo es todo esto, por favor. Y tú, Inuyasha, no hables hasta que haya terminado.

Rin los miró con discreción, sintiéndose muy intimidada. Ya le había contado a Shippo de manera muy generalizada qué era lo que hacía el señor Sesshomaru por ahí, y de eso había pasado más de un mes. ¡Parecía tanto tiempo, y a la vez no era nada! Ahora tenía que entrar en detalles al volver a relatar lo sucedido para la pareja que esperaba no muy pacientemente a que se decidiera por dónde comenzar.

Tomó una gran bocanada de aire y describió lo más calmadamente posible lo que había sucedido aquella mañana que había hablado con el Daiyoukai. No quería dar muchos detalles por obvias razones, pero se aseguró de dar a entender todo de manera clara, tratando de no mirar a Shippo en los momentos más vergonzosos que no se había atrevido a decirle la vez pasada.

Una vez terminado de hablar, el silencio volvió a inundar esa salita de la Mansión Kitsune y Rin recordó muy amargamente cómo había sido contarle las cosas a la señora Kagome dos años atrás. Mantuvo la cara abajo, incapaz de enfrentarse a esas personas que la observaban fijamente sin comprender. Por un momento deseó que nunca hubieran ido para no sentirse así de mal, pero eran sus amigos y entendía muy bien que estuvieran preocupados por ella. ¡Si hasta Inuyasha había decidido ir era porque lo consideraba importante! En ese momento no tenía las agallas de mirarlo a la cara sin sentirse abochornada.

―No me esperaba que el rey del hielo explicara algo ―Kagome fue la primera en hablar, cosa que Rin agradeció―. Que Sesshomaru te haya dicho todo eso es… vaya.

Inuyasha resopló con la intención de decir algo, pero Kagome fue más rápida y le dio un codazo en las costillas sin que la jovencita lo notara.

―Sí, bueno ―se quejó mirando acusadoramente a su mujer―. Pero aún así… ¡No lo sé, esto es demasiado raro! Sigue siendo un bastardo, pero no sé qué pensar ahora.

Claro que lo sabía: quería salir a darle una paliza. Por más extraño que pudiera parecer, Inuyasha siempre había tenido el presentimiento de que el anciano Myoga les había dicho la verdad sobre las intenciones de su hermano. Por menos que le agradara, había reconocido algunas cosas claves que él mismo había sentido con Kagome. Pero nada de esos malditos instintos justificaba el trato tan cruel que le había dado a la chiquilla y lo mucho que la había lastimado. Estaba dividido entre aceptar esa nueva situación o seguir odiándolo. Bueno, odiarlo era ya algo predeterminado, pero no estaba seguro si debería hacerlo todavía más o no.

―¿Cómo te sientes tú al respecto, Rin? ―preguntó suavemente Kagome.

―Yo… ―sus mejillas volvieron a encenderse al ser presa de la mirada de todos, especialmente la del zorrito que no estaba para nada convencido― me siento bien. E-es decir, me alegra que todo haya acabado y que podamos, bueno…

―¿Te está tratando bien? ―la interrumpió Inuyasha, como si esperara que le dijera que no para poder ir a darle caza a su medio hermano mayor. Se sintió entre aliviado y desilusionado al verla asentir modestamente con la cabeza. El que todavía estuviese sonriendo ligeramente con la mirada perdida no se le pasó desapercibido.

―Inuyasha, Shippo, ¿les importaría salir un momento? Quisiera hablar con Rin a solas ―pidió la sacerdotisa, pensando que la timidez de la menor podría desaparecer un poco sin la presencia de los otros dos. Ambos la miraron con reproche y aunque se quejaron, no tardaron en obedecerla. Kagome estaba más que segura de que se quedarían con los oídos pegados a la puerta, pero mientras Rin no lo supiera no había problema. En cuanto la puerta corrediza se cerró tras el kitsune, notó que Rin inhalaba con cierto alivio―. Hay algo que te está molestando. ¿Quieres decirme de qué se trata?

La aludida retorció nerviosamente los dedos de sus manos y se encogió un poco en el asiento que ocupaba. Kagome, que se había puesto de pie para cerrar la puerta, se sentó frente a ella para que supiera que tenía toda su atención. No es que estuviera del todo cómoda con la idea de que Sesshomaru volviera a cortejar a Rin después de todo lo que le había hecho, pero entendía muy bien cómo se sentía la jovencita al respecto. Lo único que quería para ella era que fuera feliz, por lo que le brindaría todo su apoyo sin importar lo que sucediera.

―Tengo miedo ―admitió Rin luego de un pequeño momento de silencio―. Tengo miedo de que esto sea una ilusión o algo así, temo despertar un día y ver que vuelvo a esa habitación mientras él… ―suspiró incómoda―. ¿Y si nada de esto es real? ¿Y si nada cambió? Yo… lo quiero, lo quiero más de lo que podré decirle jamás, pero aún siento algo de miedo cuando estoy con él.

―No entiendo. Dijiste que estabas feliz y que te trataba bien, además de que explicó… ―Kagome se detuvo a buscar alguna otra palabra más adecuada― sí, explicó lo que había pasado en ese entonces como para comportarse como lo hizo.

―Lo sé, realmente me alegra que lo haya hecho y me gusta mucho cuando viene a visitarme, aunque no lo haga a menudo ―se lamentó―. Pero hay veces en las que… no sé qué es lo que me sucede, pero creo que el señor Sesshomaru de ese entonces regresará y todo volverá a ser como era antes. Tengo miedo porque no sé si las cosas puedan estar completamente bien algún día, si de verdad seré capaz de olvidarlo todo. Quiero hacerlo, lo intento… pero es difícil. Esas imágenes siguen volviendo a mi mente.

Kagome hizo una mueca un tanto confusa y triste. Era lógico que le costara adaptarse de nuevo a la idea de estar con el demonio, esta vez de una manera más normal, por así decirlo, pero si realmente estar a su lado era lo que deseaba, debía hacer algo para comenzar a superar sus miedos o si no todo le costaría mucho más. Se acercó a ella y colocó una mano sobre las suyas en muestra de apoyo.

―Es natural que todavía tengas miedo, no tiene nada de malo ―la consoló apaciblemente―. Pero no puedes quedarte así o nunca avanzarás. Si lo que quieres es estar con Sesshomaru, debes luchar para vencer tus temores. Dime una cosa, ¿confías en él?

La muchacha se encogió un poco más y respondió en voz baja:

―Sí. Quiero decir… por un lado sé que si algo llega a sucederme será el primero en ayudarme, pero por el otro lado… no lo sé, está oscuro todavía. Han pasado tantas cosas que no sé qué pensar… No quiero que vuelva a lastimarme.

―¿De verdad crees que lo haga? ―Rin abrió la boca para responderle pero la cerró un segundo después―. Por lo que acabas de contarnos no parece así. Sé que es una persona difícil, pero me parece que la única que puede llegarle eres tú. Escogiste seguir a su lado… ―como yo lo hice con Inuyasha, estuvo por decir. Kagome recordó cuando le había confesado a su marido, años atrás, que sin importar lo que pasara, ella estaría con él. Había elegido bien al final y esa decisión era lo que lo había sellado. Era muy curioso cómo las cosas se repetían con diferentes personas―, lo único que puedes hacer es darle una oportunidad para que repare el daño que causó, o pueda compensarlo. Date tú también este chance, Rin ―la sacerdotisa apretó las manos de la jovencita entre las suyas y le sonrió con todo el cariño del mundo. Por un momento, Kagome creyó que se estaba viendo a sí misma, joven, preocupada y con su uniforme del colegio, lo que acrecentó su sonrisa―. Esto es lo que quieres hacer, no dejes que tu miedo te atormente. Toma esta oportunidad ―miró distraídamente hacia el techo con una pequeña sonrisa―. ¿Te digo algo? Yo habría hecho lo mismo que tú.

―¿De verdad?

―Sí. Por Inuyasha he hecho muchas locuras, esta sería otra más ―rió―. Sé cuánto lo quieres, y puedo entender cómo te sientes, así que tienes todo mi apoyo.

El rostro de Rin se relajó como si un gran peso se evaporara de su cuerpo.

―Esperaste mucho por esto, ¿no es así? Disfrútalo, Rin, te lo mereces. Además, si algo llega a pasar seremos los primeros en poner en su lugar a Sesshomaru, no lo dudes.

La más joven rió, pero también se sintió conmovida hasta lo más profundo de su ser. La señora Kagome siempre lograba hacerla sentir infinitamente mejor. No había sido tan mala idea que ella y su esposo fueran a visitarla después de todo. Quizás no estaban muy contentos todavía ―al menos Inuyasha y Shippo―, pero tener a la sacerdotisa como soporte era suficiente como para devolverle los ánimos.

Sin esperarlo más, estrechó fuertemente a la mujer entre sus brazos. Todo le parecía más claro ahora. ¡Bueno, cualquiera se sentiría intimidado bajo la dura mirada del demonio de blanco! Por eso estaba nerviosa cada vez que lo veía, pero ahora se aseguraría de tener un pequeño ajuste de actitud para poner en práctica el consejo de su buena amiga.

―Las mujeres hablan mucho ―suspiró Shippo que había dejado de espiar la conversación desde hacía más de una hora. Inuyasha se había rendido mucho antes, por lo que fue a sentarse en las escaleras de la mansión con los brazos cruzados y los ojos cerrados. El kitsune dejó escapar todo el aire de sus pulmones con un suspiro abatido cuando llegó a su lado. El mayor abrió un ojo para ver furtivamente su expresión de derrota.

―No deberías volver a oír a escondidas las conversaciones de los demás ―le dijo con cierta amargura.

―Como si no lo hubieras hecho tú ahora.

―Esto es diferente, Shippo.

―¿Ah, sí? ¿En qué?

El híbrido frunció levemente los labios mientras buscaba alguna buena excusa.

―Yo soy un adulto.

―Siempre dicen lo mismo. Sólo estaba preocupado por Rin, ustedes nunca me habrían dicho nada de todas formas.

―Esa clase de cosas no las tendrías que haber escuchado, eres muy pequeño ―contestó Inuyasha. Su tono era ligeramente más apacible, como si ya no quisiera regañarlo. Comprendía muy bien su punto de vista y Shippo lo sabía, pero aún así estaba empeñado en proteger a su amigo de los crudos temas que no debería conocer. Seguía siendo un niño, y los niños no tenían que preocuparse por asuntos que sólo les concernían a los mayores.

Shippo resopló.

―Sesshomaru es un idiota.

―En eso sí tienes razón ―sonrió Inuyasha.

―¿Estás de acuerdo con que Rin esté cerca de él?

―Si te soy sincero, no. No mucho. Es algo complicado ―resopló―. Soy mitad bestia, por lo que puedo comprenderlos más o menos a ambos, a Rin y a Sesshomaru. Pero a veces mi lado humano gana sobre el otro, como ahora. A las mujeres no se les debe herir nunca ―musitó en voz baja. Cómo odiaba ver a las mujeres llorar―. No me gustaría que ese estúpido se le acerque, pero… realmente no es mi decisión.

―¿Desde cuándo tú eres así? ¡Adentro estabas como loco!

―Estaba de malhumor ―admitió molestamente. Por lo menos ahora podía pensar con la mente más fría, el que Rin le confirmara que había reanudado tratos con Sesshomaru no había sido fácil de tragar.

―Pues deberías estar buscándolo para matarlo. ¿De verdad crees que no le quiera hacer nada malo a Rin?

―Dímelo tú a mí, enano, fuiste quién lo vio ese día. ¿En serio le dijo todas esas cosas?

―No lo sé, no pude escuchar nada de lo que decían porque estaban muy lejos ―el niño se cruzó de brazos e hizo una mueca de fastidio―. Pero sí pude olerlo. Estaba muy calmado, tenía un aroma muy extraño, como si de verdad estuviera triste. Era poco natural.

―El sujeto es raro, cualquier cosa que haga es antinatural ―gruñó el híbrido―. La ha estado visitando, ¿no? ¿No has visto nada sospechoso? Vamos, dame una buena razón para cortarle el brazo de nuevo.

El kitsune imitó muy bien la cara de enfado de su amigo cuando negó con la cabeza.

―No, nada. ¡Está desesperadamente tranquilo! Y Rin tampoco parece estar molesta con que venga, ¡no lo entiendo! Debería odiarlo, en cambio hace como si nada hubiera pasado.

―Eso sólo es porque esperas que haga algo malo ―regañó una vocecita a sus espaldas. Tanto el demonio como el hanyou voltearon para encontrarse con que Kiyo los miraba ceñuda con los brazos en jarras―. La verdad es que el perro blanco es amable con Rin, no tienes razones para querer pelear con él cuando no ha hecho nada. Asusta un poco porque no es muy simpático, pero eso no significa que sea malo.

―Habla por ti, niña, no lo conoces ―gruñó Inuyasha al volver su vista hacia el frente.

Kiyo bufó. ¡Los chicos eran tan tercos! ¿Cómo no podían darse cuenta de algo tan obvio? Al menos Shippo que ya había visto cómo actuaba el sujeto cuando estaba con Rin; no era nada expresivo, pero se notaba que tenía mucho interés en ella.

―Puede que no. Pero para ser un demonio tan fuerte y malo como ustedes dicen que es, no da la más mínima señal de tramar nada. Al menos su olor no lo delata, y sus acciones tampoco. Yo confío en él.

―Kiyo, no sabes cómo es ―bufó Shippo―. ¡Puede estar actuando! ¡Puede estar mintiendo! ¿Y si planea secuestrar a Rin y volver a hacerle daño?

La pequeña roló los ojos. No tenía paciencia para lidiar con cabezas duras y acababa de recordarlo. Sólo había pasado por ahí al oír el nombre de su amiga y del demonio blanco, por lo que quiso interceder en su favor.

―¡Por favor! Lo habría hecho desde hace mucho. Después de todo, eso es asunto de Rin y tiene todo el derecho del mundo de hacer lo que le dé la gana con ese tipo. Es su vida. Si está feliz, déjenla serlo y ya ―una sonrisa de suficiencia adornó el rostro de la niña al ver cómo Inuyasha y Shippo intercambiaban miradas sin saber qué responderle―. Yo también sé lo que pasó… más o menos, creo ―admitió avergonzada―, pero no me parece que quiera volver a hacerle daño cuando la quiere tanto, y es por eso que no me preocupo.

―¿Ese es tu argumento para defenderlo, que la quiere? ―saltó Inuyasha, girándose nuevamente hacia ella. La niña no cambió su cara adusta al afirmar con un movimiento de su cabeza.

―¿No te parece suficiente? ¿Acaso a ti te gusta lastimar a los que quieres?

―Uh, golpe bajo ―se rió una voz desde el interior de la casa. Kagome y Rin se aproximaban a ellos por lo que se podía decir que habían captado una parte interesante de la conversación. La sacerdotisa se sintió un tanto orgullosa de aquella chiquilla, tenía una lengua muy mordaz para alguien de su tamaño. No era nada fácil cerrarle la boca a Inuyasha y por haberlo hecho con tal facilidad, ya tenía todo su respeto.

Rin, en cambio, ojeaba la escena con algo de pena. Kiyo había desarrollado un lazo más fuerte con ella y se podía decir que era su defensora número uno. Por supuesto que le halagaba, pero siempre se sonrojaba al oír sus argumentos para dejar bien parada la extraña relación que mantenía con el señor Sesshomaru.

―Vaya, ¿al fin terminaron? Ya era hora ―se quejó Inuyasha al ponerse en pie, simulando que la niñita no le había pillado desprevenido.

―Lo siento, teníamos que ponernos al día ―Kagome le sonrió con complicidad a Rin―, pero sí, ya acabamos.

―¿Y está todo bien? ―preguntó entrecerrando los ojos acusadoramente hacia la menorde las humanas.

―Claro que sí ―asintió Kagome luego de que lo hiciera Rin con timidez―. Tranquilo, no te preocupes.

―¡Keh! Si la hubieras convencido para venir a la aldea con nosotros hace años no me preocuparía ahora.

―¡Cómo exageras! ―suspiró la sacerdotisa― ¿Te molesta si vamos a casa pronto? Sabes que no me gusta dejar a los niños solos mucho tiempo.

―Como quieras. Tardamos una eternidad porque ustedes no terminaban de hablar. Rin ―la llamó de repente, enseriándose―. No estoy feliz con esto, pero lamentablemente no puedo intervenir ―le dedicó una mirada acusadora a la chiquilla kitsune que sonrió con suficiencia―. Sólo espero que tengas una buena razón para querer volver a estar cerca de ese imbécil, y que sea suficiente como para…

―Sé que ha cambiado, señor Inuyasha ―interrumpió ella con seguridad. Inuyasha hizo una mueca de descontento.

―De todas formas no permitas que vuelva a hacerte sentir mal, ¿me oyes? Es un bastardo malnacido, ser bueno no es algo que esté en su naturaleza y no mereces aguantártelo de nuevo, así que asegúrate de plantarle cara cuando sea necesario ―el hanyou parecía ciertamente incómodo y deseaba que nadie lo estuviera viendo como si tuviera dos cabezas. ¡Por eso no le gustaba hablar de esa clase de cosas, menos con público!―. Ojalá estuviera aquí para darle una paliza… Shippo, si llega a pasar algo quiero que me lo hagas saber inmediatamente para venir y patearle el trasero.

―¡Cuenta con ello!

―Bien ―asintió él. Le dio la espalda a su mujer y se agachó para que montara―. Ya sabes, Rin…

―Lo sé, señor Inuyasha, tendré cuidado ―sonrió la aludida. Inuyasha miró entonces a Shippo cuando se ponía en pie de nuevo.

―Y tú, Shippo…

―¡Me mantendré alerta y te diré si ocurre algo malo!

El híbrido asintió exhibiendo un rostro desafiante. Parecía aguantarse las ganas de gritar y matar algo gracias a la desesperación que tenía por no poder pelear con su hermano mayor y no ser capaz de intervenir en la situación que lo tenía nervioso.

―A ti no te digo nada porque me caes mal ―le dijo a Kiyo antes de marcharse. La pequeña le sacó la lengua con burla cruzándose de brazos.

Inuyasha le dio una última mirada indecisa a la humana que estaba en el umbral de la mansión, como si buscara algún buen argumento para hacerla cambiar de parecer. Por un momento pensó en Kagome. Si ella no le hubiera dado tantas oportunidades, jamás habrían terminado juntos y esa posibilidad le parecía algo inconcebible a esas alturas. Quizás sólo era cuestión de tiempo… Pero confiaba tan poco en su hermano luego de lo que había hecho que le costaba limpiar su imagen. Muy en el fondo, el híbrido también quería que todo estuviera bien entre ellos; conocía el pesar por no tener a su compañera cerca y a decir verdad, era algo que no le deseaba ni a Sesshomaru. O tal vez sí, para hacerlo pagar.

Kagome dio una despedida general a los niños y a Rin, y cuando las respuestas de ellos acabaron, Inuyasha comenzó a saltar por el bosque a mucha velocidad, deseando llegar a casa cuanto antes.

―¡Riiiin! ¡El perrito blanco está aquí! ―canturreó Mikiko cuando pasaba a su lado en un pasillo. Los niños tenían la manía de llamar al Daiyoukai perro o perrito, cosa que le hacía mucha gracia. Excepto Shippo, él se refería al señor Sesshomaru bajo el nombre de ése cretino. Aún le costaba adaptarse a la idea, pero Rin no sabía cómo hacerle entender que de verdad todo estaba bien.

Dejó la carga de ropa limpia recién sacada del tendedero en una habitación al azar y salió al exterior de la mansión mientras se peinaba el cabello con los dedos y sacudía la posible suciedad de la falda del kimono. Siempre la atacaban los nervios cuando le tocaba verlo, y sabía de antemano que era algo que tardaría en desaparecer.

Estaba anocheciendo, por lo que el calor del día de verano se aplacaba poco a poco, dándole paso a las frescas brisas nocturnas. Aún había suficiente luz como para ver con claridad, pero como conocía el camino hasta el lago a la perfección, podía atravesarlo con los ojos cerrados. Siempre se encontraban ahí, sentía que tenían la suficiente privacidad para estar a solas cómodamente. Además de que se había enamorado de ese lugar desde la primera vez que encontró al enorme perro blanco esperándola y no podía imaginarse otro sitio más adecuado para verlo.

Ahí estaba él, de pie en la orilla del lago, completamente sereno con la vista fija en el horizonte. Su estola y largo cabello blanco se mecían a la par del débil viento, y en opinión de Rin, no podía verse más atractivo.

Se le acercó con las rodillas algo temblorosas y la mirada desviada hacia el suelo. Aunque le agradaba verlo, le era imposible no sentirse horriblemente intimidada. Era como si tuviera el impulso constante de mantener sus distancias, o mejor dicho, de alejarse lo más posible para no estar a su alcance. Era un reflejo adquirido por los malos tiempos, y siempre estaban a flor de piel, sin importar lo mucho que dijera que quería remediar las cosas. A veces no se creía capaz de hacerlo, pero seguía intentándolo.

Por más complicado que se le hiciera, por más fuertes que fueran sus ansias de correr, simplemente se negaba a hacerlo. Qué contradictorio era estar enamorada de él.

―Rin.

―Buenas tardes, señor Sesshomaru ―le saludó en voz baja al llegar a su lado. El youkai apenas se movió para verla de reojo. Podía percibir a la perfección su incomodidad y los altos niveles de adrenalina que corrían por sus venas, como si esperara el momento para emprender su huída.

Sesshomaru sólo iba hasta esa montaña con el único propósito de verla por unos minutos. Ella se lo había pedido, y simplemente no podía negarse sin importar lo mucho que lo quisiera. Sus encuentros eran breves y algo forzados, y pese al tenso ambiente que los rodeaba en cada ocasión, ella siempre se despedía pidiéndole que volviera pronto. Parecía que el único propósito de aquellas visitas era que Rin se acostumbrara gradualmente a su presencia, pero los avances eran tan lentos y poco alentadores que parecía necesitar demasiado tiempo como para pasarlos.

No hacían nada en especial, apenas intercambiaban algunas palabras y se quedaban un rato de nuevo en silencio, con Sesshomaru vigilando atentamente el horizonte y Rin estrujando sus dedos nerviosamente. Nunca se había sentido tan extraño estando con ella, y no era algo con lo que estaba contento.

―¿Cómo se encuentra, milord?

―Sin novedades.

Y de nuevo el silencio incómodo. Pero ya era algo normal, y se extrañaría que no lo fuera. A pesar de su miedo, Rin realmente disfrutaba poder estar con él durante aquellos minutos y saber que se encontraba bien, al menos le brindaba algo de calma. Si tan sólo ese enorme muro de hielo no los rodeara, todo sería mucho más sencillo. Y creía que era hora de empezar a derribarlo de una vez por todas.

―Ten ―la sorprendió extendiéndole una caja de madera muy pulida que había sacado de su manga. Otro kimono, seguramente. Lo curioso del mononoke era que nunca aparecía con las manos vacías, como si necesitase entregarle algo como excusa para verla. Un suave rubor cubrió sus mejillas cuando tomó el objeto y examinó sus delicados detalles.

―S-se lo agradezco mucho, es muy atento de su parte. Yo… ―dudó, buscando algo de valor en su interior. Vamos, tú puedes, no es como si te fuera a comer. Tragó con dificultad y colocó la caja bajo su brazo, pegada a su costado― t-también tengo algo… para usted.

Con algo de torpeza, sacó de sus ropas una fina cadena de la que pendía su broche de mariposa y un sencillo dije transparente con un centro rojo. El Daiyoukai lo reconoció como el sortilegio que Jaken había hecho para ocultar su aroma. Jamás había expresado su desprecio por dicho objeto ―ni pensaba hacerlo nunca―, por lo que le pareció interesante que Rin extrajera la cadena y la sujetara con la mano, dejando que el colgante se balanceara describiendo círculos.

Lo que él no sabía era que la chica había estado tan insegura al inicio de su nueva situación que había optado por dejarlo en su cuello por si las dudas. En ese entonces, Rin se recriminaba el habérselo quedado y pensar de una manera tan cobarde. Miró directamente al mononoke luego de quitar el dije de la cadena y supo que era hora de empezar a actuar.

―Creo que… ya no lo necesito más, cumplió su tarea ―le dijo―. Me protegió y ayudó mucho, pero… es tiempo de una nueva etapa. Espero que al señor Jaken no le moleste ―añadió con una mueca mientras contemplaba el pequeño objeto que centellaba en su palma. Cerró el puño y lo extendió hacia él―. Tómelo, por favor.

Como el demonio se quedó quieto, Rin tuvo que mirarlo con algo de insistencia para que hiciera lo que le pedía. Sesshomaru sintió el peso y calor de aquel sortilegio cuando fue depositado en su mano, y hasta pudo percibir un minúsculo movimiento proviniendo de él, como un aleteo frenético. Por un momento pensó que estaba sosteniendo algo que se encontraba vivo, y le desagradaba. No, lo odiaba. Después de todo era esa cosa lo que mantenía tan bien oculta la esencia de Rin.

―Si lo hago no habrá vuelta atrás ―habló con su voz inmutable.

Rin asintió y volvió a sonreír esta vez más convencida.

―Es lo que quiero ―hacer desaparecer el pasado, agregó para sí.

El demonio se quedó inmóvil por unos instantes más, mirando con desprecio el dije que seguía emitiendo su calor. Sin un dejo de vacilación cerró el puño con fuerza, destruyendo lo que había en su interior.

―Oh, iba a sugerirle que lo lanzara al lago, pero… ―murmuró cuando el demonio dejó caer al suelo de guijarros los restos pulverizados del sortilegio. Rin esperaba que no se hubiera lastimado al hacer eso, pero no tuvo mucho tiempo para pensar al respecto.

Casi de inmediato, sintió un débil escalofrío recorrerle el cuerpo, como si un balde de agua fría se hubiera vertido sobre su cabeza y con el líquido invisible, un peso se le resbalaba de la piel. Se sentía desnuda y desprotegida del clima. Tembló un poco ante el frío, pero éste la abandonó con extrema rapidez. Parpadeó varias veces con confusión, preguntándose si eso había sido todo. Seguramente tardaría unas horas en recuperar su olor, pero por algo se empezaba. Levantó la cabeza hacia él, mirándolo con los ojos muy abiertos, como si le preguntara si él era capaz de notar la diferencia.

Y lo hacía. Un ínfimo aroma floral llegó hasta su sensible olfato, como lo hace algo que está a demasiada distancia como para distinguirlo con claridad. Pero conocía esa esencia a la perfección como para identificarla, y algo en su interior se removió inquieto. El mononoke recordó muy vívidamente lo atrayente que era el aroma de Rin.

Pese a lo incómodo que pudiera resultar estar con ella en ese momento, cuando la vio dedicarle una sonrisa sincera, Sesshomaru deseó no tener que marcharse nunca de aquel lugar.

―¡No puedo creer que lo haya hecho! ―musitó Shippo entre dientes―. Ahora no podrá escapar, ¿en qué estaba pensando?

―¿Otra vez aquí? Te tomaste muy en serio las palabras de tu amigo ―lo sorprendió la voz de Kiyo. La niña estaba a sus espaldas, mirándolo ceñuda. Lo había pescado otra vez vigilando al demonio blanco y a Rin, escondido en unos matorrales justo como habían hecho cuando la pareja se reconcilió―. Pensé que no soportabas ver al perro y estabas molesto con Rin. ¿O todo es una farsa para encubrir que realmente te preocupa?

―No te metas, Kiyo ―se volvió hacia el frente para seguir con su tarea.

―Pues lo hago. No te entiendo, Shippo. ¿Qué pretendes? ¿Esperar que le haga algo malo para decir que tenías razón o qué?

―¡Claro que no!

―¿Entonces qué? ¿Crees que podrás protegerla mientras peleas contra él? ¿Crees que si ves lo que hacen evitas que suceda algo?

―¿Quieres dejarme en paz? ―Shippo ya estaba muy molesto, y Kiyo era la menos indicada para tranquilizarlo.

―¿Quieres responderme?

―No es tu problema.

―¿Pero Rin y el tipo son el tuyo?

―¡Kiyo, ya! Sólo quiero asegurarme que esté bien, ¿de acuerdo? ¿Tienes algún problema con eso? No confío en Sesshomaru y no quiero que le haga nada a Rin.

―Shippo, mira, por más buenas que sean tus intenciones esto es algo que no te incumbe. Además, sé que vas a contarle a tu amigo Inuyasha todo lo que ves para que puedan meterse con Rin. Supéralo ya, vamos.

Shippo soltó un agudo gruñido y se puso en pie de un salto para encarar a la niña.

―¡Yo hago lo que quiero! ¡Eres tú quien se está metiendo donde no debe!

―¿Ah, de verdad? ¡Pues yo no espío a nadie ni voy a contarle el cuento a los demás! ¡No seas tan metiche y deja de meter la nariz donde no te incumbe!

―¡Claro, como si tú fueras un ejemplo a seguir! ¡Eres la primera que salta a defender al cretino ese sin que nadie te lo pida!

―¡Eso no es algo malo!

―¡Claro que es malo! ¡Lo defiendes sin razón, tú eres la metiche!

―¡Y tú eres un bebé inmaduro!

Cuando ambos estaban a punto de tomar alguno de sus interminables trucos para iniciar una pelea, cerraron súbitamente la boca y se congelaron en su sitio. Les tomó menos de un segundo darse cuenta que sus gritos eran lo suficientemente altos como para retumbar por el claro, y por supuesto, llegar hasta los oídos adultos, quienes los veían sobresalir del arbusto a punto de caerse a golpes.

Era el peligroso youki de Sesshomaru lo que los había hecho detenerse. Estaba enojado y los miraba a la distancia como si quisiera matarlos sólo con sus ojos entrecerrados. Rin estaba muy extrañada y un tanto avergonzada ante el comportamiento de los niños, jamás pensó que la seguirían observando a la distancia cuando se encontraba con el Daiyoukai. Y lo que habían estado vociferando era sumamente incómodo al ser el demonio el tema principal de la disputa.

―Eh… ya nos íbamos. ¡Qué disfruten el resto de la tarde! ―Kiyo tomó el cuello de la ropa de Shippo y lo arrastró a gran velocidad por el bosque mientras él se quejaba por su rudeza―. Es lo que pasa cuando te metes donde no te llaman, ¿lo ves? ―le dijo al soltarlo bruscamente, mirándolo ceñuda.

―¿Yo? Si tú no hubieras llegado no se habrían dado cuenta de nada, pero no, tenías que venir a gritarme para que nos vieran ―se volvió a poner en pie, apretando sus puños en pose de pelea.

―Pues qué bien, así no se te ocurrirá hacerlo de nuevo.

―¡Lo arruinaron todo! ―saltó una tercera vocecita. Anonadados, vieron aparecer a Mikiko justo por el mismo sitio del que habían salido. Sus mejillas se inflaron de indignación mientras los observaba ceñuda con los brazos en jarras―. ¡Ahora el perrito estará más pendiente y no podré volver a subir al árbol para verlos! ¡Muchas gracias! ―chilló al irse hacia la casa dando fuertes pisotones.

Desafortunadamente para los zorritos, la pelea seguía siendo lo bastante audible hasta para los oídos humanos, y ni hablar de los sobrenaturales. Rin no sabía si sentir mucha vergüenza o comenzar a reír.

―Espero que no lo vuelvan a hacer ―le murmuró al demonio, que aún vigilaba el sitio por el que los infantes se habían ido. La kitsune más pequeña tenía razón. De ahora en adelante debía estar más atento a los alrededores, odiaba contar con público no deseado. Especialmente cuando estaba con Rin.

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NOTA: Sí, me borraron esto porque lo puse accidentalmente en la sección de inglés. En lugar de notificar para que uno arregle la cosa, FF decide borrarlo de una sola vez. Sólo puedo decir... vaya.

...

Así es, he vuelto. Lamento haberles hecho esperar a aquellos que estaban ansiosos por esta secuela, pero creo que a pesar de eso la traje en tiempo récord. Y como ya algunos me conocen, sabrán que si empecé a publicar es porque toda la historia está completa, por lo que las actualizaciones serán continuas. Eso sí, sólo podré subir una vez a la semana, los sábados o domingos. Lo siento, pero ya no cuento con mucho tiempo libre y aunque no tenga que escribir nada, me gusta releer un par de veces por si las dudas, y si puedo hacerlo con tiempo de sobra, mejor.

Ahora a la historia. Como ya dije al final del original, Butterfly Wings, éste fic será para mostrar el avance entre Rin y Sesshomaru, sin nada de angst y drama emo, porque creo que tuvimos suficiente con el anterior. Habrá más romance, comedia y hasta algo de fluff, aunque no mucho.

Gracias especiales a Ginny, mi beta querida, que me ha estado asesorando a lo largo de estos meses y sé que se muere por ver el producto final xD

¡Mil gracias por leer y nos vemos la próxima semana!