¿Era de noche? ¿Era de día? ¿Quizá de madrugada?
Había estado encerrado en esa mazmorra por muchos días, su agua empezaba a agotarse y sus energías estaban empezando a hacerse nulas. ¿Y su esperanza? ¡Claro que seguía ahí! Y era lo que más le motivaba a continuar su deber como héroe elegido por la princesa y todo el reino de Hyrule. Pero esta ocasión, simplemente estaba cansado. Creyó por unos momentos que se merecía un descanso.
Se echó en la tierra mientras ponía la última ración de petróleo en su quinqué. Apenas con la iluminación sabía que saldría de ahí pronto. Pero, ¡ah!, cómo recordaba aquellas ocasiones donde hizo contacto con la princesa, cuando le dijo que él era el elegido por las Diosas y que debía prevenir la llegada de Ganondorf a Hyrule. ¿Por qué lo habré hecho?, se preguntó de repente. Recordó a la perfección que era nada más ni nada menos que un pobre huérfano, vago, ladrón y aventurero que estaba de paso y por diversas circunstancias había llegado hasta la princesa. Esa hermosa dama de cabellos dorados, ojos brillantes como los diamantes—vaya que sabía de eso—y labios tan delicados como las flores que crecen en los lugares más fríos del mundo y que no se pueden adaptar a climas cálidos. Tenía un deseo con ella: tocarla, sentir su piel tan blanca como la arena de donde había llegado pero suave como esas telas que sólo la gente de altos recursos tienen… Y sus labios… Quizá besarla… Sin embargo puso los pies sobre la tierra. ¿Y si me está utilizando?, dijo mientras cambiaba ese gesto de amor a uno enfadado. El pobre héroe era un huérfano: sus padres habían muerto cuando ni siquiera era consciente de sus propias acciones; un vago: nadie, ni siquiera sus tíos o sus abuelos habían querido encargarse de él, a lo que le conllevó vivir de errante; un ladrón: debía sobrevivir de alguna manera, robaba a la gente que podía, incluso a aquellos que eran sus propios camaradas, era un traidor; y finalmente, y lo que más le orgullecía, era un aventurero. Pues a pesar de que nadie se fijara en él, prefería ir de sitio en sitio, conociendo nuevas tierras, nuevos mundos, nuevas personas. Eso lo hacía inteligente y un hombre de saber. Escuchaba todo lo que le ocurría a su alrededor y por eso cuando algún hombre le preguntaba algo, sabía responder con las palabras más fantásticas que se puedan escuchar.
Pensó entonces cuando conoció a la princesa Zelda en su palacio, ¡qué momento! Todo el mundo hablaba de él y cuando la princesa supo de su existencia, acudió con él para saber qué sucedía en todas las partes del mundo. Supo a la perfección que en el momento cuando Zelda escuchó su amplio léxico, lo había elegido. "Y mírenme aquí", dijo Link mirando con nostalgia la flama de su quinqué, "lo hago por ella a pesar de que esté desinteresado en los valores, en la sociedad. Soy un egoísta, un traidor y un interesado. Sin embargo ella me hace ver lo que creí ser de otra manera".
Finalmente se puso de nuevo de pie y siguió caminando en la oscuridad sin tenerle miedo a la muerte. Desvaneció entre las sombras del calabozo.
