Disclamer: Bueno. Aquí estoy con este fic tan... peculiar que he escrito. La verdad es que lo estuve hablando con una amiga y acabamos concordando en que podría pasar. Bueno, no voy a haceros spoiler, he sacado los personajes del infinito mundo que Rick Riordan ha creado. Dicho esto... por favor, disfrutad.

Los chicos se quedaron paralizados ante la visión de… esa cosa. Mamá y papá les habían explicado hacía no mucho tiempo quién era su hermana en realidad, cosa que no sirvió más que para ampliar su conocimiento y apartar las ideas erróneas que se habían formado sobre ella.

Eso, sin embargo, no explicaba lo que estaba delante de ellos, mirándolos con una sonrisa de suficiencia. Tenía el cuerpo verde y escamoso, con membranas entre los dedos de las manos y de los pies. Algunos pelos castaños y mojados rodeaban la calva de su cabeza, que tenía un hueco en el que había agua del lago junto al que estaban. A su espalda, como si fuera una mochila muy grande, se encontraba un largo y duro caparazón, del tamaño de su torso. Básicamente ante ellos se encontraba la tortuga ninja más extraña de la historia.

–Buenas tardes, niños. Me preguntaba si podríais, por favor, ser mi comida de los próximos días –hablaba un inglés perfecto, quizá más correcto del que se esperarían. Mamá les había hablado de esa criatura y les había advertido sobre ella.

El kappa les observaba curioso, como si no se extrañase del miedo que provocaba en la gente. Vio como los gemelos se dirigían las miradas, sorprendidos.

–Perdona, ¿por qué nos quieres a nosotros? –preguntó Matthew Chase, con toda la educación de la que fue capaz. ¿Tenían miedo? Por supuesto, pero no podían dejar que eso les paralizara, por mucho que tuviesen solo 10 años.

Hasta hace poco no prestaban mucha atención a su hermana, pero una vez sus padres le explicaron la situación, se habían interesado por conocer hasta el mínimo detalle de sus historias. Vamos, ¡su hermana luchaba contra monstruos! ¿Cómo no iba a interesarles eso? La verdad es que oír sus aventuras matando bichos mitológicos les había unido bastante a ella.

–Lo siento, ¿vuestra madre no os lo ha explicado? –suspiró, como si eso fuera más habitual de lo que deseaba– me presentaré entonces, siento haber sido tan poco educado. Soy un kappa, un youkai* de la mitología japonesa. Vivo en los ríos o en lagos y me alimento de niños, por lo que sería un detalle que os dejaseis capturar. Así tendré alimento para sobrevivir un tiempo más.

–Por lo menos es educado –opinó Bobby Chase en susurros, quitándole algo de hierro al asunto.

–¿Puedes explicarnos un par de cosas antes, por favor? No nos gustaría morir sin entender lo que está pasando –Matthew, tratando de ganar tiempo, se sentó en el suelo. Fue seguido por su hermano y por el kappa, que realizo cada movimiento con mucho cuidado para no derramar el agua que había sobre su cabeza. Ah, sí, su madre les había explicado que para escapar de un kappa han de engañarle para derramar el líquido, para lo cual sólo tenían que hacer una reverencia. Esos monstruos comerían niños, pero eran tan educados que imitarían el gesto, haciendo que se les cayese el agua de la cabeza.

Cómo sabían lo fácil que era derrotarlo si sabías hacerlo, prefirieron centrarse en averiguar un poco por qué había un demonio japonés en San Francisco.

–No puedo negarme a un niño tan educado –les hizo una seña con la mano, para que preguntasen. Los niños temblaban de miedo, pero su hermana les había enseñado que lo mejor era pensar con la cabeza lo más fría posible cuando te enfrentas a un monstruo.

–Eres un ser mitológico japonés, ¿por qué estás en Estados Unidos y hablas perfectamente nuestro idioma?.

Puedo hablar en japonés, si os extraña tanto oírme en otro idioma –ellos pudieron entenderlo con algo de dificultad. Su madre les hablaba a veces en japonés, cuando papá estaba en conferencias o como cuando se fue a Boston para buscar a su primo, pero estaban lejos de hablarlo con naturalidad.

–No será necesario –concedió Bobby– ¿podría responder, por favor? –la voz se le rompió, comenzando a perder el control de su miedo. Pudo reponerse rápidamente, aunque el kappa había notado el terror que le tenían.

–Supongo que, como descendientes de japoneses, habréis oído hablar de Japantown, el barrio japonés de esta ciudad. –Ambos asintieron. Una de las razones por las que sus padres decidieron mudarse a San Francisco fue porque tienen algunos parientes por parte de madre en dicho barrio– fue fundado por el asentamiento en 1860 de ciudadanos japoneses. Estos siguen practicando los antiguos rituales, lo que ocasionó que algunos espíritus de la mitología japonesa nos trasladáramos aquí. ¿Qué fue antes, los ritos o la mitología?

–¿Podría explicarnos esa última parte? –los niños se miraron confundidos.

–Los kappas somos seres curiosos, nos gusta observar. He estado observando a los estadounidenses y he llegado a la conclusión de que ningún ser humano puede vivir sin creer en algo. Llamalo como quieras, ciencia, religión, ateísmo… todos creen. Eso modifica sus mundos, la percepción de un católico de todo lo que le rodea no tiene nada que ver con la de un budista o un ateo. Esto cambia su entorno. Por eso no es de extrañar que, después de que ciudadanos japoneses comenzaran a vivir aquí y a practicar ritos religiosos, comenzaramos a aparecer los youkais.

Los gemelos volvieron a dirigirse miradas extrañadas. No entendían del todo aquello que el monstruo les estaba contando, pero no tenían tiempo de pensar en ello en esos momentos. Tenían más problemas por los que preocuparse.

–¿Se han acabado todas vuestras preguntas? No he comido en varios días y tengo que alimentarme, como comprenderéis.

–Por supuesto –Bobby se puso de pie y los otros dos le imitaron. Realmente no querían matar al kappa, era muy educado y se había comportado bien con ellos.

Unos gemelos de ocho años jugaban con los regalos que Papá Noel les había traído aquella mañana. Estaban dejando todo el salón patas arriba, por lo que su padre les sugirió que fueran a ayudar a su madre a hacer la cena. Ese día tendrían un invitado y llegaría en menos de una hora, Frederick Chase tenía poco tiempo para ordenar la casa.

Mamá -llamaron ambos– papá quiere que te ayudemos en esta difícil misión. ¿Qué quiere que hagamos, sargento? –Matthew se irguió como un soldado que esperaba órdenes de un superior.

Su madre rió suavemente, divertida. Sacó dos cuchillos sin punta pero bastante afilados del cajón.

Solo porque tengo a dos valerosos soldados, os dejaré emprender esta peligrosa misión. Tenéis que cortar estos pepinos, pero tened claro que los cuchillos no son para jugar. Como os vea usandolos de juguetes, os los quito y os quedáis en vuestro cuarto hasta que Percy venga.

Los niños comenzaron su labor, con tanto cuidado como si el cuchillo fuese una bomba a punto de explotar. Su madre suspiró cuando se giró a dejar algo en la nevera y los vio tan concentrados, no tenían punto medio. O lo hacían de la manera arriesgada o se tomaban demasiados cuidados. Por supuesto, ella prefería esta última opción, pero tardarían días en terminar su tarea. Decidió ayudarles, ya que el horno tardaría en preparar la carne.

¿Sabéis para qué sirven los pepinos? –preguntó en su idioma natal, rompiendo el cómodo y sosegado silencio. Aprovechaba cada mínima ocasión relajada para explicarles sobre sus mitos y leyendas.

¿Para comer? –preguntó Bobby en un vacilante japonés.

Para que los kappas no os coman. Les gustan más los pepinos que los niños, por lo que algunos humanos se hacían amigos de ellos. Les dejaban comerese los pepinos de sus plantaciones si les enseñaban artes médicas o les ayudaban a regar sus huertos.

¿Controlan el agua como Percy? –preguntó Matthew, levantando bruscamente la cabeza y con los ojos brillantes. No se había dado cuenta de que había hablado en inglés, al parecer.

Solo la de los ríos en las que viven, por lo que he oído –afirmó la mujer, encantada de poder obtener la atención de sus hijos. Normalmente no la hacían mucho caso o, al menos, no mostraban mucho interés aunque la escuchasen.

–Mamá nos contó que te gustan los pepinos, señor Kappa. Cuando veníamos con mamá y papá hemos visto una verdulería callejera. Mis tíos japoneses dicen que allí venden los mejores pepinos de San Francisco.

–Y supongo que queréis iros con la promesa de volver. Siento la desconfianza, pero nada me dice que penséis regresar.

–Verá, señor Kappa. Le seremos sincero –intercedió Matthew– queríamos sacarle información y engañarle para que se le cayera el agua de la cabeza, pero ha sido usted muy amable y nos ha ayudado con todas nuestras dudas –sacó un colgante en forma de concha que el novio de su hermana les había regalado unos años atrás– le dejaremos esto, mi hermano tiene uno igual. Así, cuando volvamos, no los devolverás. Volveremos con una bolsa entera de pepinos para que pueda comerlos.

El youkai meditó el trato que le proponían. Desde luego, había oído hablar de la tienda y no podía negar que deseaba probar su producto. Acabó asintiendo, recogiendo los colgantes que los niños le fiaban.

Frederick Chase y su esposa se encontraban a orillas de Mountain Lake, conversando agradablemente. Sus hijos se habían ido a jugar hacía un rato y les habían perdido de vista. Eso no era nada extraño, hasta que aparecieron corriendo como si no hubiera un mañana.

–Mamá, ven, ven. ¡Tienes que comprarnos pepinos! –gritaron al unísono, agitados.

–Vale, a ver. Un momento –su padre puso un tono firme, tratando de tranquilizarlos– ¿Para que queréis pepinos, si puede saberse?

–¡Nos hemos encontrado a un kappa!. Le hemos prometido que le daríamos una bolsa de pepinos si no nos mataba. ¡Tenéis que creernos, existen de verdad! Como los padres de Annabeth y Percy. ¡Existen! –explicó Bobby, con un tono de voz exigente.

Frederick miró a su esposa. Apenas sabía nada de mitología japonesa, por lo que no entendía la referencia a los pepinos. Por desgracia, sí podía creer en eso de que un ser medio tortuga medio niño hubiese querido comerse a sus hijos.

Enseguida fueron a la tienda y compraron la bolsa de pepinos prometida. Por supuesto, sus padres no les dejaron ir al sitio en el que habían estado con el kappa solos, lo que ocasionó que éste hubiera desaparecido del lugar al ver a los gemelos acompañados.

–¡No, no, no!. Les dimos nuestros collares, los que nos regaló Percy. ¿Qué hacemos ahora, mamá? –la miraban desesperados– se lo hemos prometido… él ha sido amable con nosotros, aunque quisiese devorarnos.

La madre sacó un bolígrafo que había comprado en una tienda cercana a la verdulería y escribió el nombre asiático de los niños en dos pepinos. Había previsto que eso podría pasar.

–Para que no coman niños, una vez al año los padres escribían el nombre de sus hijos en pepinos y los echaban al agua, donde el kappa pudiera comerlos.

Les entregó el comestible a sus hijos, que lo tiraron al agua. Así, entre los cuatro familiares fueron tirando todos los que había en la bolsa. Una vez acabada su tarea, se levantaron y se fueron. Los niños caminaban cabizbajos y afligidos, por no haber recuperado aquello que le habían prestado temporalmente al ser mitológico.

Frederick vio por el rabillo del ojo un destello verde y, al girarse, los collares de sus hijos reposaban en el suelo, empapados de agua.

–¡Chicos, venid! –les gritó a los gemelos, que pudieron recoger sus preciadas pertenencias.

–¡Gracias, señor Kappa! –gritaron y volvieron al parque, dispuestos a seguir su paseo familiar.

*Youkai, según Santa Wikipedia: se puede utilizar para abarcar a todos los monstruos y seres sobrenaturales de manera genérica de la mitología japonesa.

No prometo nada, pero si se me ocurren más youkais o algún elemento de la mitología japonesa me llama la atención... puede que haga más fics. No lo sé. Si alguien quiere recomendar algún monstruo/espíritu/coso de dicha mitología... Bueno. Es muy bienvenido