Disclaimer: Los personajes de Ángeles y demonios no me pertenecen, únicamente el personaje original incluido en esta historia lo hace. Este fic sólo tiene el propósito de entretener, no pretende fines de lucro ni hay violación intencionada del copyright. Este disclaimer es válido para el resto de capítulos.


El despertador sonó a las 06:30 de la mañana. Nada fuera de lo normal teniendo en cuenta que se trataba de un día laborable, pero Claire Dilthey seguía sin aprender que no debía salir hasta tarde los domingos por la noche. La joven suspiró de cansancio y se volvió pesadamente hacia su mesilla de noche intentando apagar a ciegas ese dichoso aparato que emitía ese pitido estridente cada vez más fuerte. Pero no había manera de alcanzarlo por más que estirara los dedos de las manos, el maldito parecía esconderse. Entonces el pitido se hizo especialmente insoportable, y ella empezó a dar manotazos al aire, hasta que…

¡Crash!

La primera reacción de la joven fue de alivio, y se volvió sobre sí misma dispuesta a acurrucarse entre las sábanas y dormir hasta mediodía, pero aunque pareciera carecer de él a primera vista, Claire Dilthey tenía cierto sentido de la responsabilidad. Se incorporó con pereza y se pasó las yemas de los dedos por los párpados, intentando hacer que el sueño y el cansancio se marcharan, pero eso no serviría de mucho, al contrario que una buena ducha de agua fría. Se quitó las sábanas color verde claro de encima y se sentó en el borde de la cama buscando las zapatillas a tientas con los pies, pero encontró otra cosa.

- ¡Ay! - se quejó ella.

Ya había tardado en pisar el suelo sabiendo (o sin saberlo, cualquiera sabe algo recién levantado) que probablemente estaría lleno de trozos del reloj roto. Encendió la luz de la lamparita de la mesilla de noche y se miró la planta del pie derecho, un hilillo de sangre había comenzado a brotar debido a un corte con lo que parecía ser un pequeño trozo de cristal. Claire acercó la vista lo más que pudo y sacó el cristal mientras se mordía el labio inferior. Estaba claro que nunca aprendería, pensó ella, no era la primera vez que rompía un despertador, y estaba segura de que tampoco sería la última, por eso la joven los compraba cada vez más baratos. Esquivando el resto de cristales del malogrado aparato, Claire se dirigió hacia la cocina de su diminuto apartamento de Londres en busca de una escoba y un recogedor. Cuando hubo limpiado todo el desastre, miró la hora en su reloj de pulsera: 06:40

- Muy bien, ya puedes pedir un milagro para llegar a tiempo a la redacción - murmuró la joven.

Encendió el reproductor de CD de su habitación, donde empezó a sonar "My girl" de The Temptations. Tras girar un par de veces sobre sí misma al son de la música, se recogió el pelo rubio en una coleta y entró en la ducha donde, mientras se despejaba debido al frío contacto del agua, intentaba recordar por qué se encontraba tan fatigada. Ok, había salido anoche hasta tarde, algo que sin duda no debería haberse ni planteado. Pero, ¿cómo iba a negarse? Era el cumpleaños de una amiga y últimamente estaba pasando unos días de auténtica locura en el trabajo, sólo necesitaba desconectar un rato con alguien como su amiga Violet, la única persona en el mundo a quien se le ocurriría la feliz idea de organizar su fiesta de cumpleaños un domingo por la noche.

Cuando hubo terminado se enrolló en una toalla azul y salió de la ducha, el amanecer londinense la saludaba desde las ventanas de su salón: un nuevo día en la vida de una reportera de la BBC. A eso se dedicaba…

Recién cumplidos los 29 trabaja desde hacía dos años en la BBC londinense, después de haber estado dando sus primeros pasos en el mundo del periodismo, tras licenciarse en su Escocia natal, en la BBC Scotland, eso sí como becaria. Había trabajado muchísimo hasta que le dieron la oportunidad de los reportajes, empezó haciendo reportajes de cosas tontas como un loro al que sus dueños habían enseñado decir las primeras líneas de Peter Pan o el no sé-cuánto aniversario de una tienda vieja que hacía siglos que nadie pisaba. Pero con el poco material que le daban, Claire sabía desenvolverse en su trabajo y eso le había favorecido de tal manera que había llegado a Londres hace dos años.

Cuando estaba dispuesta a cambiarse e inaugurar una nueva semana de trabajo en las calles de Londres con los ánimos renovados, una melodía comenzó a hacer vibrar su móvil desde la mesa del salón de Claire. La joven rubia se acercó para comprobar la identidad del remitente de la llamada, probablemente sería su madre para hablarle de Eddie, pero no era su madre, ni su padre, ni Eddie. Era Gunther Glick.

Claire resopló, no aguantaba a Gunther Glick. Era el compañero de trabajo más idiota que le podían haber asignado jamás, siempre parecía estar ridículamente obsesionado con las ansias de encontrar una noticia que le catapultara de sus reportajes mediocres al estrellato absoluto. Descolgó el teléfono y se llevó el aparato al oído, preparada para oír el mal humor mañanero del señor Glick:

- ¿Hola?

- ¿Claire? ¿A qué dios debo dar gracias porque me has cogido el teléfono? - dijo la voz alborotada de Gunther desde el otro lado del teléfono.

Ella puso los ojos en blanco: adiós al buen humor mañanero. No era que no le cogiera el teléfono, muchas veces Claire buscaba tiempo para ella y ponía en silencio el móvil, aunque luego se encontrara mil llamadas perdidas necesitaba que su tiempo libre, fuera eso, su tiempo libre. Le sentaba fatal que Gunther Glick viniera a amargarle las mañanas con sus prisas y sus historias sólo porque creyera que la oportunidad de despegar estaba a la vuelta de la esquina. Lo había oído muchas veces murmurar que debería estar presentando en vez de ese estúpido de Leonard Head. Que apenas tenía talento y era un enchufado. Sí, nadie mejor para animar una mañana que Gunther Glick.

- ¿Qué quieres, Gunther? - murmuró Claire apoyando el móvil entre su oído y su hombro a la vez que abría el armario.

- ¿Que qué es lo quiero? ¡Quiero que dejes aparecer esa cara bonita por la redacción ahora mismo! ¡Tenemos reunión para decidir los contenidos de los reportajes! - farfulló Gunther enfadándose cada vez más.

- ¿Te recuerdo a qué hora entramos, Gunt?

- ¿Te recuerdo qué valoran los jefes más que nada? Las horas de curro, Claire. La clave para alcanzar la cumbre es la entrega en el día a día, la pasión por la profesión…

Bien, ahora Claire no le estaba escuchando. Había dejado a Gunther desahogarse desde la mesa del salón, mientras ella iba a cambiarse a su habitación. Muchas veces Gunther hablaba hasta hartarse, sin necesitar a alguien que realmente le escuchara la misma arenga de todos los días. Se puso unos vaqueros y una blusa blanca, y se puso ante al espejo para quitarse la coleta que se había puesto para no mojarse el pelo en la ducha. Se soltó el cabello rubio ondulado sobre los hombros hasta que quedó presentable, y se echó en las puntas algo de perfume. Miró su reloj de pulsera: las 07:10, ya iba siendo ahora de volver a prestar atención a Gunther Glick. Se giró sobre sí misma para coger el teléfono móvil, pero al acercarse comprobó que Gunther había colgado el teléfono. Claire se sintió mal por un instante, pero se le pasó en cuanto pensó que ya tendría tiempo para escuchar sus interminables discursos durante la jornada. No había hecho más que darse la vuelta para echar un último vistazo cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo. Claire suspiró, apagó el equipo de música y respondió la llamada.

- ¿Hola?

- Soy Gunther. Claire, pon la TV. - contestó con voz impasible su compañero de trabajo.

Ella se extrañó, ¿qué había pasado con el Gunther de hacía unos minutos escasos?

- Vaya, ¿qué ha pasado con el exaltado Gunther Glick?

- Pon la TV - se limitó a contestar.

Vale, estaba empezando a asustarse. Se dirigió con paso veloz hacia su salón, cogió el mando del aparato y encendió el televisor. Apareció en la pantalla la última cadena que había estado viendo la noche anterior, la BBC, para que luego Gunther dijera de 'entrega en el trabajo'. Sin embargo, la calma de la noche anterior respecto a noticias parecía haber desaparecido. Mostraban imágenes recientes de la Plaza de San Pedro, en Ciudad del Vaticano, donde se estaban empezando a instalar pantallas gigantes y cada vez iba acercándose más y más gente.

- Dios mío - pensó Claire, sentándose en el sofá - Ya hay mucha gente, debe de haber… ¿Cuántas? ¿50.000, 60.000 personas?

Empezó a leer uno de los muchos subtítulos que corrían veloces en la parte inferior de la pantalla para averiguar a qué se debía tanta expectación, pero entonces comenzó a emitirse un vídeo que probablemente ya habían emitido unas cuantas veces. El anciano portavoz del Vaticano leía unos folios detrás de un escritorio con el símbolo del Vaticano. Tomaba aire y murmuraba:

- Nuestro amado Santo Padre ha regresado a la casa del Padre

Claire no puso evitar sorprenderse, abriendo ligeramente los ojos y la boca. ¿El Papa había muerto? Vale, no era un niño de Primera Comunión pero tampoco tenía edad para morir, debía tener unos 60-70 años, nada más. Antes de que pudiera pensar nada más, una compañera de trabajo que reconoció al instante apareció en un edificio que mostraba una impresionante vista de la Plaza de San Pedro. Pantalla verde, por supuesto. Debido a la repentina muerte del Pontífice era imposible que nadie estuviera ya allí destinado a cubrir ese acontecimiento, además se podía apreciar en un reloj lejano que la fecha era distinta de la actual.

- …Como han podido escuchar, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica ha fallecido esta madrugada debido a un ataque de apoplejía - comenzó a narrar la reportera haciendo pausas dramáticas y remarcando con la voz los datos más importantes - Tal y como marca la tradición vaticana, el camarlengo Patrick McKenna…

Claire se pasó la mano por la frente. Increíble, en los próximos días no iban a hablar de otra cosa y con razón. El fallecido Pontífice era muy progresista y, por lo tanto, muy querido y respetado, no sólo entre los católicos, sino entre gente de todas partes del mundo y religiones posibles. Comenzaron a pasar algunas de las imágenes en las que el Pontífice mostraba su cara más carismática, y Claire no pudo evitar apenarse profundamente. Quien quiera que le sucediera, no podría hacerle sombra… Ya podían rezar para que no saliera elegido alguien ultra conservador que significara un retroceso respecto a lo que había conseguido el difunto Pontífice.

- ¿Claire? - preguntó Gunther al otro lado del teléfono - ¿Estás ahí?

- Sí, sí, estoy - dijo Claire saliendo de sus pensamientos - Es… Es muy fuerte

- Fuerte esto, adivina a quiénes les han cargado el muerto - dijo Glick con su habitual amargura.