¡Hola! Aunque llevo muchísimo tiempo escribiendo, esta es la primera vez que me atrevo con un fanfic y además con uno cuya relación amorosa (porque a todos nos gusta el rollete, aunque no sea lo único que haya) es incestuosa. He pretendido mantener las cosas tan fieles al trabajo de Tolkien como me ha sido posible pero como es obvio lo divertido de esto también es imaginar y cambiar. De todas formas no pretendo ser una experta.
Espero que lo disfrutéis y me dejéis comentarios. Cualquier crítica constructiva sin mala intención es bien recibida :)
Capítulo 1
La luz dorada del sol otoñal bañaba cada hoja, brizna de hierba y porción de corteza que constituían el Bosque Negro. Incluso en medio de su oscura y ponzoñosa enfermedad se podía discernir algo de su antigua gloria y belleza, el porqué había sido conocido como Eryn Galen, el Gran Bosque Verde. La mayoría de los elfos lo recordaban, por supuesto, con un cariño y una añoranza que rivalizaba a veces con el amor tenido hacia la propia familia. Pero es que los Elfos del Bosque no ostentaban ese nombre en vano y para ellos cada resquicio de vida entre los árboles era esperanza. Y esa esperanza cristalizaba de forma absoluta en su Rey.
El Rey Elfo del Bosque Negro era otro que no ostentaba su nombre en vano: era tan vigoroso como un roble robusto, perenne e inmutable, y ciertamente representaba la alegría, el poder y los anhelos de sus súbitos. La primavera hacía tiempo que había terminado y con el otoño había venido el frío y un aluvión rojo y dorado de hojas que, poco a poco, caían para formar una hermosa manta que cubría todo el suelo del bosque. Hojas de estas adornaban la corona del Rey, que tenía su palacio en una enorme cueva de pasadizos y salones por debajo de la tierra. Un río pasaba entre esta sin que su presencia perturbara en lo más mínimo a sus habitantes.
Bueno, generalmente era así.
Las estructuras que formaban el palacio del rey Thranduil eran fuertes, consistentes y llevaban allí muchos cientos, miles, de años, desde que el rey Oropher, padre del actual monarca, había construido ese hogar tanto tiempo ha. Sin embargo, una de las columnas que soportaban el nivel superior había decido a la humedad, el moho y el peso del agua. No se había desprendido del todo y no había causado más desperfectos que una gotera, pero era inaceptable.
Una elfa no dejaba de mirar el recorrido zigzagueante que hacía el hilillo de agua en su camino hacia la profundidad de la tierra gracias a la gravedad y a las vetas de los troncos. Llevaba frunciendo el ceño un rato, lo que no favorecía a su rostro de ninguna forma, cosa de la que era totalmente ignorante. Se acercó unos pasos, sin importarle que el agua mojara la falda de su vestido verde de terciopelo. Pasó la mano por las paredes, por la columna ligeramente inclinada. Creyó oír un crujido y temió que todo se desplomara sobre ella en ese mismo instante. Con el corazón en la garganta, alzó los ojos para observar y aguardó. Los segundos pasaron y el cielo no se precipitó sobre su cabeza así que se relajó un poco. Pasado el peligro, su ceño se acentuó.
Una gotera, en los salones del rey Thranduil. Inaceptable. ¿Acaso algún elfo había sufrido tal cosa alguna vez? No podía recordar que algún súbdito se presentara ante su señor para quejarse de que su cabaña en un árbol se había inundado por una malformación del techo y mucha lluvia. Y en cambio ellos, guarecidos en una red intrincada de cuevas, tenían una. La elfa pensó de pronto, divertida sin quererlo, que parecía una broma.
Desde que había encontrado el desperfecto ningún sirviente ni guardia había pasado por ese pasillo. Echó un vistazo por el corredor más amplio que se abría tras un arco y finalmente cogió un vistazo de una túnica marrón que parecía pertenecer a un guardia. Lo que iba a hacer no era parte de sus deberes, por supuesto, mas no podía permitir que algo así quedara inadvertido por más tiempo. Después de todo era doncella de su padre y toda su vida tenía como propósito servirle.
Se apresuró para alcanzar al guardia, a quien detuvo con una suave orden sin apenas alzar la voz:
—Aguarda— el elfo se dio la vuelta y se inclinó ligeramente. Ella cruzó las manos delante de sí, gesto que hacía de forma inconsciente al dar órdenes—. Necesito tu ayuda. Una de las columnas ha cedido debido al peso del río y este se está desbordando— evitó llamarlo gotera porque le parecía demasiado indigno.
El guardia abrió mucho los ojos, alarmado.
—¿Desbordándose, señora? Pero...
—Sólo un poco, no es necesario inquietarse... Una filtración, apenas. Quizás— acabó diciendo de mala gana. Entonces le sonrió para quitarle hierro al asunto, en disculpa por haberle sobresaltado.
Pocos sirvientes fueron necesarios para solucionarlo, y los Elfos del Bosque eran buenos carpinteros en su mayoría así que no tardaron en tener arreglado tanto el techo como la columna que soportaba el nivel superior, que casualmente era donde se encontraba el salón del trono. La doncella elfa se sentía sumamente satisfecha tras supervisar el trabajo, que había sido realizado con habilidad, eficacia y sin necesidad de avisar al Rey. Tal cosa no podría haberla avergonzado más, molestar a su padre por un detalle tan nimio. Claro que, caviló, si por casualidad el Río del Bosque que recorría las estancias del palacio hubiera desbordado definitivamente haciendo que Thranduil, con su corte y su maravilloso trono se hubieran precipitado hacia las profundidades, no le habría parecido a él tan nimio.
No pudo evitar que sus pensamientos se dispersaran debido a esas ideas, por más que intentó evitarlo. Aunque resultaba difícil imaginarse al Rey de los Elfos en cualquier actitud que no fuera majestuosa, no digamos empapado con sus pesados ropajes colgando y sus cabellos rubios enmarañados entre las astas de su corona. La elfa no lo admitiría nunca pero mientras se dirigía a sus propias habitaciones, adonde había estado de camino antes de encontrarse la columna desprendida, se entretuvo sobremanera con la deliciosa y perversa indulgencia de esas imágenes. Era divertido de una forma prohibida y nueva porque nunca había fantaseado con nada semejante a pesar de que la imagen de su padre mojado no fuera nueva para ella.
—¿Señora?
Se dio la vuelta, sorprendida de ser interrumpida por una de sus doncellas, con una pluma en la mano y de pie cerca de su arpa. Los pensamientos sobre Thranduil habían llevado a un esbozo de una melodía que no era capaz de sacar de su cabeza y poner sobre el pergamino. Se dio cuenta, entonces, de que la tinta había manchado sus dedos y su muñeca izquierda. Limpió el rastro negro distraídamente, sin molestarse en comprobar el resto de su vestido, y sonrió a la elfa que esperaba en la puerta. Normalmente no era tan descuidada con su apariencia pero la música, como al resto de su pueblo, inflamaba su corazón. Eso y fantasear con el rey.
La doncella continuó alentada por su sonrisa:
—Es casi la hora de la cena, señora, y Su Majestad ha estado preguntándose dónde estabais.
—¿Tan tarde es ya?— inquirió, perpleja. Dejó la pluma estrujada sobre su tocador, cuyos cajones hacían las veces de escritorio—. No me había dado cuenta de que el tiempo había pasado tan rápido. Es tan extraño... ¡El Rey!— exclamó de pronto, alarmada—. ¿Ha sido...?
—El rey Thranduil está debidamente preparado, señora. Apenas hace una hora que su reunión con el Consejo terminó así que no necesita ayuda.
—Perfecto, entonces— respondió con soltura.
Aunque eso le daba más libertad para centrarse en ella, se sintió un poco triste. Era una de sus delicias, su mayor placer, encargarse de su padre. Sustituyó el vestido que había estado usando todo el día por uno de seda, también verde aunque de un tono más oscuro y apropiado para una velada nocturna, y ciñó sobre su frente, con ayuda de la doncella y unas horquillas, una corona de plata con la forma de pequeñas flores. Dejó sus orejas puntiagudas al descubierto y con una ademán satisfecho dio por culminado el acicalamiento.
En su camino hacia el comedor se encontró con multitud de sirvientes y funcionarios del palacio que se preparaban para el último acto social del día. No contaban en esos momentos con ningún invitado, por poco notable que fuese, ya que el Bosque Negro no se caracterizaba por una actitud demasiado abierta. Mantenían relaciones con el valle de Imladris y su señor Elrond el Medio Elfo, además de con los Hombres del Lago Largo. Los amigos del rey Thranduil se contaban pocos y luego estaba esa especie de animadversión mutua entre Lothlórien y el Bosque Negro, que nadie parecía entender totalmente pero que todos mantenían.
Al llegar al comedor se encontró a su familia preparada para sentarse a la mesa. El Río del Bosque corría a un lado de la plataforma de madera sobre la que se encontraban y un amplio balcón que se erigía sobre uno de los afluentes. El sonido, extrañamente agradable y no ensordecedor, acompañaba siempre todas las veladas de la misma forma que la vista de las cascadas que recorrían el palacio subterráneo y que eran perfectamente visibles desde allí como desde el salón del trono.
Thranduil ya se encontraba en la cabecera de la mesa, escuchando apenas lo que el mayordomo, Galion, tenía que decirle. Su rostro estaba impasible como la fría piedra mientras sus ojos miraban sin ver delante de él. La doncella elfa bebió de esa visión como si estuviera sedienta porque su padre nunca estaba tan magnífico como en esas ocasiones que hacía gala de todo su porte regio. Antes de que pudiera dirigirse a su asiento a la izquierda del Rey, su hermano ya estaba de pie a su lado para escoltarla hacia allí.
—Corchel, te estábamos aguardando desde hace rato— la voz grave de Legolas sonaba divertida, como si fuera perfectamente consciente de la forma en la que su hermana había estado perdiendo el tiempo.
La elfa adoptó una pose falsamente ofendida mientras se dejaba conducir. Los sirvientes, preparados con fuentes de humeante comida y bandejas con bebidas, aguardaron a ambos lados de la mesa para servir.
—No es como si me retrasara todos los días, muindor. Alguna vez se me podría conceder una merced.
Pero su apuesto hermano —porque era apuesto, sobre todo cuando sonreía de esa forma que era tanto pícara como infantil, el maldito— la conocía casi mejor que ningún otro y sabía que la acritud de sus palabras era tan falsa como el reproche en su propio comentario.
—Por supuesto que sí. Goheno nin— con los ojos brillando, esos iris grises que en ese instante parecían rutilar tanto como las estrellas, cogió la blanca mano de Corchel que estaba sobre su brazo y le dio un suave beso.
Ella se soltó, luchando por contener la sonrisa que quería abrirse paso en sus labios. Apartó los pliegues de su vestido para sentarse.
—Zalamero— murmuró.
Un sirviente la ayudó a acomodarse en la pesada silla de roble, dando libertad a Legolas para sentarse en su propio sitio enfrente de ella. Thranduil había observado la cariñosa riña con diversión y afecto, sin molestarse más en pretender que había estado atendiendo a su mayordomo, que en ese momento se encontraba a la sombra de su asiento situado en la cabecera de la mesa.
Su hija dirigió la vista hacia él y una suave sonrisa de placer estiró sus labios. El Rey tomó nota de su aspecto con agrado, como siempre.
—Añoré tu presencia antes, Corchel, durante la reunión. Hablar de temas aburridos no es lo mismo sin ti— dijo.
—Lo siento, ada— contestó ella—. Me entretuve con otros asuntos y perdí la noción del tiempo.
Legolas carraspeó y su hermana le miró. La misma sonrisa pícara de antes. Entrecerró los ojos.
—Thand. Ya me he enterado de tu pequeña y ambiciosa empresa con esa gotera.
Corchel podía sentir que sus mejillas enrojecían, algo que ni los cortesanos más descarados conseguían jamás y que estaba reservado para muy pocos ojos y ocasiones. Esa, en frente de tantos elfos, no era una de ellas.
—No era una gotera— se defendió con indignación. Sus ojos, más oscuros que los de su hermano, le prometieron venganza—. Era una filtración. El río se estaba desbordando.
—Entonces sin duda todos te debemos la vida a ti y a tus innegables dotes de fontanería— se burló.
Ella tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no propinarle una patada en la espinilla por debajo de la mesa, cosa que cada centímetro de su cuerpo se moría de repente por hacer.
—Pe-channas.
Thranduil levantó una mano e inmediatamente interrumpió la discusión entre sus hijos. Sus ojos aún conservaban el rastro de buen humor que tenían al haber visto aparecer a Corchel pero su expresión era más severa.
—No quiero oír ni una palabra más de este molesto asunto. Legolas, contrólate y no sigas importunando a tu hermana. Quiero cenar, no oír vuestros quejidos.
Legolas se había erguido con toda su dignidad en cuanto su padre le había hablado. Su rostro, enmarcado por unos mechones oscuros, estaba dotado de una inusual seriedad. Generalmente reservaba estas muestras de jovialidad para cuando estaba a solas con su hermana o cuando su padre, simplemente, no estaba delante.
—Y ahora, ¿dónde está...?— la pregunta de Thranduil quedó contestada en cuanto una elfa, ligeramente acalorada por las prisas, se precipitó dentro del comedor, haciendo que todo el mundo levantara la cabeza para observarla.
Esta, vestida con una armadura de cuero verde y castaña, murmuró unas disculpas antes de dirigirse a la mesa, donde se sentó al lado de Corchel. La otra le sonrió amablemente, notando lo nerviosa que estaba por llegar tarde.
—Bien. Como nuestras damas por fin nos han honrado con su presencia, podemos comenzar— dijo Thranduil y con un ademán descuidado de su mano la cena fue puesta ante ellos.
Podrían no estar agasajando a ningún invitado pero sin duda dar de comer a la propia familia real no era algo que los cocineros se tomaran a la ligera. Carnes y pescados de varios tipos se mezclaban con cuencos llenos de las frutas de temporada. Sirvieron vino, al que el Rey era tan aficionado, en cálices de oro. Como siempre, Corchel y Thranduil compartieron uno y ella aguardó a tomar su primer sorbo después de que lo hiciera su padre y se lo entregara con una sonrisa. Ella le dirigió otra antes de deleitarse con el sabor especiado.
La familiaridad de esas comidas era muy preciada para ella. Su padre y su hermano, hablando de asuntos que concernían sobre todo a la seguridad de las fronteras, en cuyas conversaciones Tauriel, con prudencia, intervenía de cuando en cuando. No era que Corchel no estuviera interesada o fuera una ignorante en tales cosas —hacía un gran esfuerzo por no ser ignorante en cualquier materia aunque sabía que para eso le faltaban todavía muchos milenios— sino que prefería escuchar lo que los demás tuvieran que decir y concentrarse en otras cosas, cosas que dependían únicamente de ella y que por tanto requerían su atención total. Ella no era una guerrera como Legolas y Tauriel. Era la doncella del rey Thranduil.
Hacia el final de la cena, cuando los estómagos estaban reconfortantemente llenos de carne de venado y vino de Esgaroth, pasaron la sobremesa hablando aplaciblemente mientras los sirvientes iban y venían para llevarse platos y los restos de la comida. Thranduil cogió la mano de Corchel en la suya, mucho más grande y masculina, y ella no la separó en ningún momento. El tacto de su piel, cálida y endurecida por la espada, llevaba un agradable calor hacia el centro de su pecho que poco tenía que ver con el alcohol ingerido.
Hablaron de la fiesta que celebrarían la noche siguiente, de los preparativos necesarios y la caza que tendrían que llevar a cabo para procurar toda la comida necesaria para el evento. Legolas, como pasaba casi más tiempo fuera de la cueva en sus patrullas que dentro, tenía ya el ojo echado a un ciervo y una piara de jabalíes.
—Esperemos que las arañas no hayan dado buena cuenta de ellos para cuando vayamos a cazarlos— comentó Tauriel.
—Cierto— convino Corchel, jugueteando con el pie del cáliz ante ella—. Aún así contamos con todos esos barriles de pescado del Lago Largo. No pasaremos hambre si la cacería no va como esperamos.
—Se han vuelto muy insolentes— dijo Legolas, tras intercambiar una mirada con la capitana de la guardia—. Hace apenas dos días acompañé a Tauriel y a una partida de los nuestros a matarlas y acabamos con todas las que se encontraban a un par de millas de aquí al sur.
—Está claro que no ha sido suficiente— el reproche en la voz del Rey era más que evidente. Hendió el aire como un cuchillo y Corchel apretó suavemente la mano de Thranduil pero él hizo como si no lo notara. Quizás era así porque sus ojos azules, helados, estaban clavados en su hijo—. Tengo que tolerar diariamente el acoso de esas monstruosidades mas no deseo que nada, y menos un problema que ya tenía que haberse resuelto tiempo ha, estropee los banquetes de mañana.
Legolas tragó saliva y el movimiento de su garganta fue dolorosamente visible para su hermana. Sin embargo, Corchel no intervino.
—Sabes que matamos cada día a decenas de ellas, adar— repuso el elfo con aplomo. Parecía más pálido contra el fondo castaño del muro que tenía tras él y su cabello moreno relucía con tonos rojizos debido a la luz de las antorchas.
—Son escurridizas y astutas— agregó Tauriel.
Ni la propia hija del Rey pudo decir si fue un movimiento acertado o no. Por algún motivo, que Corchel creía saber pero que había sido incapaz de sonsacarle, Thranduil sostenía una especie de animosidad contra la elfa silvana que dejaba traslucir en contadas ocasiones. Algunos podrían pensar que se debía a su arrogancia y superioridad para con una súbdita de otra raza, pero ella le conocía mejor. Ese brillo peligroso no era por eso.
—No pueden ser más astutas que los elfos, que mis guerreros— repuso—, que mi propio hijo, que mi hîl y dŷr, que mi heredero y sucesor— según hablaba más se iba enfadando. Corchel, apiadada de su hermano y pupila, entrelazó los dedos con los de Thranduil y se puso a juguetear con ellos como si nada pero ni ese juego le distrajo. El Rey lo daba por hecho y, además, cuando dirigía su ira hacia alguien nada podía detenerle. La doncella elfa lo sabía pero por intentarlo no perdía nada—. Durante mucho tiempo he tolerado vuestra ineptitud y la de la guardia pero se ha acabado. Mañana quiero que estén muertas las suficientes arañas como para tener una fiesta tranquila y sin interrupciones. Para el día siguiente quiero que este problema se haya resuelto definitivamente.
Su hijo apretó la mandíbula. La elfa sentada a su lado tenía la vista clavada en su plato y Corchel quiso que la mirara para poder esbozarle una sonrisa de ánimo. No podía no estar de acuerdo con las palabras de su padre pero sí detestar el tono lleno de aspereza que había esgrimido y cuyo único propósito había sido herirles a ambos. No podía recordar cuándo la relación entre su padre y su hermano se había vuelto tan tensa. En algún momento indeterminado de esos años, seguramente, que habían acercado más y más las voluntades y temperamentos de ambos machos hasta hacerlos enfrentarse.
Thranduil ladeó la cabeza, su espesa cortina de cabello dorado se derramó sobre un hombro y su corona de bayas y hojas otoñales quedó intacta en toda su regia complejidad, sin que su equilibrio se viera nunca comprometido. Corchel siempre había admirado la fuerza de su padre para llevarla como si no pesara nada, cosa que sabía que no podía estar más alejada de la realidad dado el hecho de que era ella quien se la ceñía por las mañanas. El Rey sonrió suavemente y dio por finalizada la conversación, sabiendo que sus órdenes, como todas, serían tomadas y ejecutadas.
—De cherithon— respondió Legolas.
Al día siguiente no se mataron todas las arañas. La guardia, dirigida por Legolas —que estaba de un humor de perros por no poder cobrarse por sí mismo ese ciervo al que había echado el ojo— y Tauriel, masacró a unas cuantas de las abominaciones que habían venido desde la fortaleza deshabitada de Dol Gundur, suficientes para dejar las inmediaciones del palacio de Thranduil despejadas para poder entrar y salir sin que ningún elfo fuera atacado, al menos para la fiesta y un par de días más.
La fiesta, la tan mencionada fiesta. ¿Y a qué se debía?, si acaso el Rey Elfo del Bosque Negro necesitaba un motivo para la algarabía y el regocijo. El evento había tenido a todos entusiasmados durante la última semana. Los cocineros llevaban días esmerándose en crear nuevas recetas, las costureras en confeccionar hermosos vestidos y la hija del rey en no volverse loca en busca del atuendo perfecto para Thranduil.
—No es adecuado— masculló.
Nuevamente estaba frunciendo el ceño aunque esta vez por un motivo distinto. Estaba ante las puertas abiertas del ropero de su padre, pasando las manos y los ojos por terciopelos, sedas, cueros y decenas de otros tejidos que eran tan fastuosos y preciosos de una forma que sólo podían serlo los ropajes del más grande rey elfo y, aun así, nada era... lo suficiente.
Un par de doncellas, junto con el mayordomo del Rey, estaban prudentemente alejados de irritada elfa. Llevaban ahí mucho tiempo, recogiendo las prendas que se descartaban, y estaban convencidos de que habían sido olvidados y les parecía estupendo. Corchel no era una señora malhumorada, injusta ni cruel pero su furia, a pesar de no estar dirigida a nadie en particular, podía ser muy lacerante. Y si de por sí evitaban ahorrarse disgustos, más que mejor.
—¿Cuánto tiempo lleva esto aquí?— preguntó Corchel a nadie en particular, levantando ante ella una túnica de color verde con bordados de pájaros en oro. Acarició el terciopelo con las yemas de los dedos—. Creo que lo recuerdo de cuando era apenas una niña. ¿Es que el rey Thranduil no merece vestiduras nuevas?— gruñó. Se la pasó descuidadamente a una de las elfas, que lo tomó como que todo eso debía ser sustituido inmediatamente—. ¿Cómo si quiera ha durado tantísimo?
Corchel tuvo que parar un segundo para aclararse la mente y despejarse. Se apoyó pesadamente contra las puertas de roble que se habrían a una de las salas adyacentes de las cámaras reales y clavó los ojos en el suelo, en la punta de sus zapatillas de color crema. Notó que fruncía el ceño y se lo tocó con los dedos. Intentó alisar las arrugas pero eso no evitó que siguiera pensando en ello. Sólo su propia ineptitud, grandísima ineptitud, le había hecho darse cuenta de ese problema precisamente entonces, el mismo día de la fiesta. Podían haber usado esos días para, en lugar de practicar con el arpa o leer en sus ratos libres —que eran pocos, todo había que decirlo—, coserle un nuevo atuendo a Thranduil. Un nuevo atuendo digno de él.
En ese instante oyó su voz y después hasta pudo distinguir el sonido de sus pisadas que, como le pasaba con los más cercanos a ella, reconocería en cualquier parte. Apenas un segundo y el Rey estaba en el otro lado de la sala, sus zancadas tan largas que había obligado al guardia que le seguía a aumentar el ritmo de sus andares. Thranduil se detuvo en el umbral de la puerta y observó la escena ante él. Su ropero, esa habitación tan ridículamente grande en la que uno podía perderse, estaba abierto y parecía que había vomitado casi todo su contenido. Su mayordomo y unas pobres sirvientas parecían haberse encontrado en el medio de todo el caos. Fue la visión de su hija entre tanto desorden lo que le llamó la atención. Despidió al sorprendido guardia y entró en sus aposentos cuidadosamente, sin querer pisar nada de lo que había en el suelo. Sus ropas, tiradas como si fueran trapos. No podía estar más atónito.
—Man cering, ielling?
Corchel pareció súbitamente avergonzada. De todas formas, elevó la barbilla orgullosamente e intentó que su rostro no trasluciera nada, pero Thranduil la conocía demasiado bien. Sabía que estaba luchando porque su blanca piel no enrojeciera.
—Estaba buscando algo apropiado para que llevaras esta noche, ada— tras decir eso su actitud altiva decayó visiblemente—. Olvidé hacerlo antes y ahora...— abarcó con las manos todo el desastre— nada es adecuado.
El corazón de Thranduil se apiadó de su hija, que en ocasiones podía ser terriblemente sensible y en otras, por el contrario, esgrimir una fiereza que rivalizaba con la suya propia. Sin tener que decir nada en voz alta, dio a entender que les dejaran solos lo que los sirvientes cumplieron con mucho gusto. Se detuvo ante Corchel y agarró su rostro. Parecía tan pequeña y vulnerable en ese momento. Sus manos, más grandes, más masculinas y en definitiva innegablemente más toscas contrastaban de forma asombrosa con su piel más clara y suave. El Rey pensó con afecto que podía ser muy tonta.
—Mi dulce Mírwen— susurró, ladeando la cabeza y observándola. Sonrió, conmovido y con unas fortísimas ganas de besarla. Inmediatamente Corchel se sintió mejor al escucharle llamarla por su otro nombre, un nombre que sólo tenía sentido cuando lo pronunciaba él—. No necesito que te encargues de tales cosas. Soy perfectamente capaz de vestirme a mí mismo. Incluso de ceñirme mi propia corona— dijo con humor. Los labios de la elfa se fruncieron, listos para decir algo, pero el Rey se inclinó y los besó suavemente—. Si te dejo que lleves a cabo tú esas tareas es por complacernos a ambos, no porque sea necesario. Ahora deja esa melancolía y sonríe como me merezco. A, na vedui.
El amor la abrumó y notó cómo la dejaba tan dócil y laxa como una hoja caída. El beso que siguió la estremeció hasta la punta de los pies y Thranduil debió de sentir el temblor porque su brazo la rodeó por la cintura. Otra y otra y otra caricia más de sus labios, pero nada lo suficientemente profundo como para satisfacer el anhelo que no la abandonaba nunca y que acababa de estallar como una tormenta.
—Ada— dijo con reverencia, sin separarse más que unos pocos centímetros de los labios del Rey. Este sonrió, con una sonrisa tan sincera y tan amplia, de una alegría tan verdadera, que convirtió su apuesto rostro en uno totalmente apabullante.
Se cernió sobre ella de nuevo para otro mimo y Corchel sintió la frialdad y dureza de sus anillos en las mejillas, el calor de su palma y el olor que desprendía su cuerpo. Olía a bosque, como debía oler un rey como Thranduil, con un aroma potente, masculino y salvaje. El brazo que la rodeaba hizo su agarre más estrecho y la intimidad del momento que compartían pareció reducir sus ropas, la distancia mínima que les separaba, a menos aun.
—Disponemos de tan poco tiempo ahora, hening. Maldita sea— Thranduil respiró profundamente, con la mandíbula apretada y sin dejar de mirarla. Corchel sentía su erección contra su muslo, los pesados ropajes que ambos llevaban no significaban nada—. Tan poco tiempo para paladearte como te mereces. Dentro de nada tendremos que empezar a movernos hacia el bosque— posó su barbilla sobre la oscura coronilla de su hija, intentando luchar contra los pensamientos de amor y pasión que se inmiscuían en su cordura. La suavidad de su cabello no le ayudó precisamente pero él era un rey y eso quería decir de igual forma entregarse a todas sus pasiones como no estar supeditado a estas.
Fue ella quien decidió por ambos. Acarició los brazos que la apresaban con las manos, mirándole a los ojos.
—Más tarde tendremos tiempo, ada, cuando podamos estar solos con todas nuestras responsabilidades debidamente cumplidas. Asimismo, la fiesta es un motivo de alegría, no algo que lamentar. Habrá ocasión para el amor después— dijo.
Thranduil la besó de nuevo, complacido. Se formaban unas arruguitas en las comisuras de sus ojos y boca cuando le sonreía de esa forma. Sólo a ella. A Corchel le encantaba.
—Sabia y dulce. Qué bendecido estoy.
No reclamo saber nada de élfico así que para las frases me he ayudado de unas páginas webs geniales. Todo el mérito para y .
Traducciones:
-Muindor: hermano.
-Goheno nin: perdóname.
-Ada/adar: papá/padre.
-Thand: es verdad.
-Pe-channas: idiota.
-Hîl: heredero.
-Dŷr: sucesor.
-De cherithon: lo haré.
-Man cering, ielling?: ¿qué estás haciendo, hija?
-A, na vedui: ah, por fin.
-Hening: mi niña.
