Buenas.
Sí, ya sé que debería ponerme a escribir el capítulo doce de mi otro fic pero simplemente se me fueron las ideas.
En su lugar me puse a escribir lo que sigue y, como ya terminé el capítulo, quise publicarlo.
Disclaimer: Gravity Falls y sus personajes pertenecen a Alex Hirsch.
Capítulo 1
El regreso
Las vacaciones de verano ya habían pasado y fue momento para el regreso a clases. Esto significaba malas noticias para los chicos, especialmente los de la secundaria. Pero cierta chica no esperó a quejarse ni bien empezaba la escuela. No, las protestas de Wendy se oyeron mucho antes, en el día de la reinscripción, exclamándole hecha una furia a una asustada Mabel que ser adolescente era de lo peor. No sólo los compañeros estaban unos contra otros, sino además que sus cuerpos también lo estaban, con esos cambios repentinos. Por eso, todos odiaban ir a la escuela y por eso trataban de hacer planes para sacarse ese mal sabor de boca. No sucedía muy a menudo, por los deberes y también por el mal clima, pero la experta en hachas se reunía con sus amigos para por lo menos salir a pasear por ahí.
Sí, Gravity Falls tenía muchos lugares y sitios de interés, ya sea por ciertos locales comerciales, o por el lado misterioso que tenía la ciudad. Desde que aquel acontecimiento que no debía ser recordado, a menos que uno quisiera ser castigado por la policía, aquellas criaturas que se mantenían ocultas en el bosque pasaron a ser consideradas como unos habitantes más, ya que no representaban ser una amenaza. Por eso las salidas de ese grupo de amigos tenían variedad, sin olvidar darse una vuelta por la famosa Cabaña del Misterio, ahora bajo una nueva administración. A pesar de que la pelirroja extrañaba a los recién adolescentes Pines, sus camaradas estaban ahí para sacarle una sonrisa en cada momento, dándole fuerzas para seguir adelante. Los seis jóvenes parecían inseparables y estaban allí juntos para enfrentarse día a día con la espantosa preparatoria.
Un nuevo fin de semana se acercaba y, durante el momento del recreo, el grupo se reunió para ver qué podían hacer de divertido. Se juntaron en algún punto del corredor junto a los cientos de casilleros y, haciendo como si los demás no existieran, conversaron primero de algo que les había pasado durante la mañana. Pasando a lo importante, Thomson exclamó con entusiasmo que podía usar tranquilamente la camioneta, así que los demás debían pensar en algo grande. Luego de idas y venidas de muchas propuestas, decidieron armar un simple campamento, y Tambry se encargó de averiguar el pronóstico del clima por su teléfono móvil: ningún indicio de malas condiciones. Todo parecería darse para cometer el plan sin problemas, aunque sería mejor que se hubiera dado en los días cálidos del verano. Cada uno de ellos avisó a sus padres lo que tramaban y, a la media mañana, la camioneta los vendría a buscar.
Bastante comida, mayormente chatarra, y algo para pasar la noche tenían que llevar esos adolescentes para pasar un tiempo en la quietud del bosque. Algunos de los padres les echaban un último vistazo a sus hijos en el momento en que se alejaban de ellos, especialmente los de Robbie, quienes se despidieron con una alegría que él no mostraba. Rápidamente se alejaron del bullicio de la ciudad y se internaron a una ruta paralela a la arboleda que poco a poco comenzaba a tomar densidad. Mientras que en el estéreo sonaba música de los artistas de moda, los jóvenes trataban de entretenerse con lo que tenían al alcance. Nate y Lee, sentados en los asientos del fondo del vehículo, estaban planeando algunas bromas y desafíos para hacer en cuanto llegaran y, más delante de ellos, estaban el Valentino y su novia, viendo en el teléfono de ella cómo les iba en las redes sociales.
—¿Estás bien, Wendy? —le preguntó su amigo pasado de peso quien iba tras el volante. Ella por su parte, se sobresaltó al estar tan ensimismada observando por la ventanilla.
—¿Eh? Si, por que no. Sólo me distraje… Es bueno ver que todo está tan tranquilo.
Él sabía a qué se refería ella con exactitud: sabía que aquella torre de agua que recién pasaron iba caminando como si nada durante esos días oscuros, en que la rareza se fue de control. Pero no era momento de pensar en el pasado, sino en todo lo contrario. Luego de media hora por la carretera, el vehículo siguió adelante por una ruta sin pavimentar y pronto los compañeros divisaron el lago en el horizonte. Al parecer, ellos no habían sido los únicos en pasar el rato allí ya que también se veía a unas tres familias en las cercanías del agua. Antes de empezar con los problemas, por la propia naturaleza de los adolescentes, la camioneta siguió su rumbo, alejándose del gentío. No todos estuvieron de acuerdo con eso: los varones del grupo prometieron portarse bien con tal de bajar ahora mismo para estirar las piernas, pero Thomson ya había tomado una decisión.
—No voy a hacerlo —respondió él, temiendo a que sus amigos se enfadaran—. Les había dicho que no golpearan más el techo de la camioneta y no me hicieron caso.
Eso último activó un reflejo involuntario en sus oyentes, con lo que el techo volvió a ser castigado mientras que se oía un par de veces el apellido del conductor. Con más razón, el castaño se adentró al bosque a pesar de que los integrantes de su pandilla estaban disculpándose con él. Continuando aun ignorando las voces de aquellos, el joven condujo por un camino que nunca había tomado pero, al poco tiempo, llegó a un claro en el bosque. Los comentarios de Wendy acerca de que podría ser mala idea todo esto, fueron desvaneciéndose al ver el lugar a donde habían llegado. El sitio era perfecto para acampar, alejado de la muchedumbre para poner la música a todo volumen, sin restricciones. Ni bien paró el auto, ellos bajaron de éste y comenzaron a armar el campamento. No les llevó mucho tiempo su trabajo, así que lo siguiente por hacer era prender una fogata.
—Yo me encargo de eso —dijo la pelirroja con una sonrisa, haciendo acrobacias con su hacha. Los demás mientras preparaban algo para su almuerzo.
Luego de que el fuego ya estaba prendido y de que la comida fue repartida, los jóvenes se posicionaron alrededor de las llamas y empezaron a charlar mientras devoraban lo que habían traído. A medida que dejaban de comer, surgía la ronda de chistes y también algunos desafíos que, en su mayoría, era el chico gordo quien terminaba cumpliéndolos. Desde comerse los insectos que le picaban hasta cantar a todo pulmón con el acompañamiento de guitarra del gótico, fue lo que el de nombre de pila desconocido hizo para quedar bien con sus amigos. Las risas sonoras fueron interrumpidas de repente por un ruido extraño que iba aumentando en cuestión de segundos. El sonido se asemejaba a un desprendimiento de rocas, pero no podía ser eso porque no había montañas por ahí cerca. Los adolescentes se pusieron de pie y miraron a sus alrededores para buscar el motivo de ese estruendo, pero la gran cantidad de pinos que había no les permitió ver con claridad.
—¡Corran! —exclamó la chica de camisa escocesa cuando vio a los primeros ciervos acercarse hacia ellos—. ¡Es una estampida!
Esto los tomó tan de sorpresa que no sabían hacia dónde refugiarse, pero atinaron a ir detrás de la camioneta o de unos gruesos árboles para que les sirvieran de escudo. Asomándose con cuidado, la ex-empleada de la Cabaña del Misterio consiguió divisar al guitarrista y la novia de éste acurrucados a espaldas de un frondoso pino, esperando a que los animales dejaran de pasar. Finalmente eso sucedió, después de lo que parecía ser horas, y se dieron cuenta que los responsables de asustar a los cérvidos fueron unos hombre-tauros, quienes consideraban que hacer eso era algo divertido. Cuando la calma se hizo presente, los muchachos trataron de reunirse, sin embargo, sólo aparecieron cuatro de ellos. Faltaban en la tropa Nate y Lee, y esos nombres empezaron a escucharse en voz alta en el ahora silencioso bosque.
—¿Te sigue doliendo, hermano? —preguntó el muchacho de piel bronceada no muy preocupado, ya que le molestaba caminar despacio por esperar a su amigo.
—Estoy bien —respondió el rubio mintiendo ya que en verdad sí le dolía y mucho el tobillo, después de que tropezó durante la huida de los animales asustados.
Él trataba de caminar, apoyándose de tanto en tanto con los árboles, pero no sabía por qué Nate estaba empecinado en ir hacia una dirección, como si supiera dónde encontrar a los demás. A ambos les costaba admitir que estaban más perdidos que pingüino en desierto, aunque era mejor sentir que estaban haciendo algo para salir del problema. Para complicar aún más las cosas, empezó a llover y, aunque las gruesas ramas de los árboles actuaban como paraguas, tarde o temprano se mojarían y enfermarían, con lo que buscaban alguna clase de refugio. Pero, ¿dónde encontrarlo? Si lo único que veían era más y más pinos. Por lo menos, con todo esto de la lluvia, el moreno se apiadó del sufrimiento que le tocaba pasar a su amigo, y acudió en su ayuda para ver si podían apresurar la marcha.
El clima se volvió gris por el mal tiempo y eso causó esa sensación de que todo se oscurecía. Sensación o no, debían darse prisa por encontrar a su pandilla ya que ninguno de los dos quería adoptar al bosque como su nuevo hogar. Por más que ambos llamaran a sus amigos a gritos, nada se escuchaba a excepción del sonido del agua golpeando todo a su paso. Sin embargo, sí había algo distinto entre el bosque: un punto oscuro que no se llegaba a identificar a simple vista. Algo les decía que tenían que ir allí y, pensando que ya nada podía ser peor, fueron a para descubrir que se trataba de una cueva. Se encaminaron hacia allá sin considerar si había algún animal ahí dentro; la búsqueda de un techo fue más fuerte que el temor de encontrarse con una bestia.
—Por lo menos, acá no nos alcanza la lluvia —dijo el de los tatuajes con una sonrisa.
—No puedo ver nada —se quejó Lee, ya a unos cuantos pasos dentro de la caverna.
Ante eso, el otro sacó algo de su bolsillo del pantalón que resultó ser un encendedor; aun así, las cosas no mejoraron mucho con esa débil llama. Casi a ciegas, ellos caminaron un poco más y todo parecía ser que nadie vivía allí. Olvidándose por un rato de su lesión, el que fue a parar en una caja de cereales, por obra de unos fantasmas, recordó que tenía una linterna en su abrigo y allí fue que vieron un poco mejor. La cueva era bastante alta y amplia, con algunas estalagmitas en algunos lugares, y sabiendo que no había peligro, el de la gorra se decidió a prender una fogata. Por eso, él se alejó en busca de leña (para ver si con fuego se secaban un poco del diluvio que les cayó encima y así pasaba el tiempo para que se calmara la lluvia) mientras que el otro se tiró al piso para ver cómo andaba su pierna dañada.
Por minutos, él permaneció allí y, luego de ver que su amigo no volvía y de que ya se estaba aburriendo de tanto esperarlo, se levantó con algo de dificultad. El de pelo largo comenzó a llamar a su compinche, preguntándole dónde se metió, pero sólo oía una voz lejana como respuesta. Él fue en su búsqueda, aunque su pierna exigía reposo, y la luz de su linterna descubrió unos dibujos en la pared de la cueva. Eso le llamó la atención, no lo había notado antes, y al alumbrar vio una escritura extraña; lo leyó en voz alta. No sabía bien por qué lo había hecho; quizá por su actitud despreocupada de siempre o porque sabía que la gran amenaza había sido borrada. Nada malo podría ocurrir, además, tal vez él estaba pronunciando mal las palabras, con lo que sólo estaría diciendo incoherencias.
—¿Encontraste algo interesante? —se oyó detrás de él la voz del joven tatuado, echando algunas ramas en el suelo para luego ir envolviéndolas en llamas.
—Nada —respondió y se acercó al fuego—, sólo algunos grafitis de los nativos. ¿Ves?
La luz de la lámpara fue iluminando de a poco el largo de la pared y, cuando llegó a cierto punto, la linterna casi se cae de las manos del chico alto. Él y su amigo saltaron hacia atrás del susto que se pegaron al ver el retrato de cierto demonio triangular, provocándoles que recordaran de repente aquellos días en que todo se salió de control. En ese momento, se olvidaron de todo: de su falta de consideración al peligro, de lo mojados que estaban, hasta incluso de aquella dolencia; querían salir de ahí a toda costa. Nate y Lee volvieron al bosque y no pararían de caminar a toda prisa hasta perder de vista a esa cueva. Lo habían logrado y, cuando ya bajaron la velocidad de su marcha para recuperar el aliento, el milagro se hizo presente: ambos dieron con la camioneta de Thomson y, sin perder más tiempo, fueron hacia allá.
—Espera —dijo de repente el moreno, poniéndose en el camino del rubio para que se detenga; el otro, por su parte, no se esperaba tal actitud con lo que se alarmó—. Será mejor que no les digamos lo que vimos. Ya sabes, para no preocuparlos.
El de pelo largo asintió con seriedad pero, la voz de Wendy llamándolos, hizo que los cómplices sonrieran mientras que se acercaban y se subían al vehículo. Una vez adentro, los demás les exigían respuestas, con lo que el chico de la gorra les fue contando la historia, bromeando de paso con que el alto se la pasó lloriqueando por el resultado de su tropezón. Mientras que el de piel bronceada se ganaba un golpe en uno de sus hombros, como castigo a su relato alterado, el conductor ponía el motor en marcha para regresar a la ciudad. El campamento se había arruinado y consideraban que era mejor llevar al lastimado para que lo atendieran de una buena vez. De nuevo tuvieron que soportar un largo viaje por la carretera, aunque los seis se las arreglaban para pasarla bien. Según la pelirroja, no había necesidad de ir a un hospital, con lo que cada uno regresó a su casa.
El tiempo fue pasando, e incluso pasaron meses después de esta salida, llegando así al crudo invierno. Los posteriores paseos no tuvieron ese grado de aventura accidentada ya que, después de lo que pasó, la idea de estar en el bosque fue totalmente rechazada, buscando alguna salida un poco más normal. Eso no era problema para los jóvenes, que la pasaban bien igual, mientras que estuvieran juntos. Sin embargo, algo no marchaba bien y tenía que ver con que ellos notaron en los últimos encuentros: aquel muchacho despreocupado, que tiró a Dipper desde lo alto de un alambrado, se veía distante. Él cambiaba el tema de conversación cada vez que alguno de sus amigos le preguntaba qué rayos le pasaba, y los días siguieron pasando pero él no volvía a ser el de antes. Hasta incluso la hija del varonil Dan se acercó para hablarle a solas, pero él no le contaba qué le preocupaba.
Este asunto era algo que sólo su mejor amigo podría solucionar y era mejor hacerlo cuanto antes, porque el distanciamiento se hacía cada vez mayor. Un día él se apareció en la casa y consiguió llegar a la habitación del desaparecido. El cuarto estaba hecho un desastre, cosa normal en los adolescentes, pero el dueño de ese lugar parecía perturbado, como en ese momento en que fue convertido en piedra. El visitante comenzó a hablarle sólo para entablar una conversación normal, como para no ir directo al interrogatorio. A pesar de que el alto intentaba parecer el de siempre, se notaba que algo marchaba mal y tampoco quería decir qué le molestaba. Una o dos veces éste último cambió de tema para hablar de otra cosa pero la paciencia del otro se estaba agotando. Exigió saber el porqué de tanto misterio e incluso lo amenazó sin más con cortar la amistad que tenían ambos.
—Tengo sueños, o más bien pesadillas, sobre el… Raromagedón y… cada vez se ponen peores —soltó por fin el de pelo claro, mientras cerraba con fuerza sus ojos. Luego, los abrió.
—¿Sólo por eso estás así? —preguntó como si lo que escuchó recién no importara nada—. Creo que todos pasamos por eso y, además, recuerda que los sueños no son reales.
—Creo que tienes razón —dijo de repente con determinación—. Sólo tengo que pensar en eso para que no vuelva a afectarme. De seguro que a partir de ahora nada malo ocurrirá.
¿Qué les parece este primer capítulo?
Déjenme sus reviews para saber si lo sigo o no.
