Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y a la Saga Crepúsculo, solo me adjudico la historia y algunos personajes.

Prólogo

Del amor al odio hay un solo paso. Millones de veces lo había escuchado, Edward era fanático de esa frase. Era su mantra. Su filosofía.

Desde que La Cosa con su… Ya no era parte de su familia, ¿cómo le llamaba? ¿Bicho raro? ¿Traidor? En fin, desde que eso había sucedido, su vida había dado un giro de trescientos sesenta grados y, cabía mencionar, que sus sentimientos también.

Durante años estuvo preparando cada detalle, cada maniobra y cada punto de su plan para que se diera a la perfección y, finalmente, el día había llegado. No… El día estaba cerca.

Si bien no era un amargado, tampoco era un libro abierto con todos, al contrario, era extremadamente reservado. Le encantaba guardar secretos.

Cada día y cada noche lloraba por ella, esa morenita, esa pequeñita que tanto había amado y que amaba. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no regresaba? ¿Qué era de su vida? ¿Estaría bien? ¿Sería feliz? Todas esas preguntas lo atormentaban a diario.

Era la desventaja de crecer, de ser adulto. Tenías que afrontar los problemas que se cruzaran en tu camino, quisieras o no. Ser mayor era una mierda.

—Hola Ed, ¿lo de siempre? —preguntó.

—Lo de siempre —confirmó sumido en sus pensamientos.

Ante él estaba quien había sido su compañera durante esos años de agonía que había pasado sin ella, Zafrina nunca lo defraudaría, como otros habían hecho. De eso estaba seguro, era tal su enamoramiento por él, que dudaba que lo traicionara.

"Lo de siempre" era su habitual café poco cargado de las mañanas. Zafrina lo visitaba todos los días para saber de él y para ayudarle con su casa, que en estos momentos era un asco.

Las cosas jamás volverían a ser como hace seis años, pero al menos haría justicia. Tanto por ella como por satisfacción propia. Lo juró cientos de veces y así sería.

Capítulo uno: La Segunda Dama.

Capítulo beteado por Zaida Gutiérrez Verdad

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Agobiante, así podría describir el estrés que era vivir en la Casa Blanca. Era el jefe de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Y qué?, no era feliz. Vivía de apariencias, sonrisas y mucho, pero mucho estrés. A kilos. ¡A galones! Si bien él había elegido esto, no fue lo que esperaba. Desde luego que no.

Toda una vida de estudios para conseguir lo que más añoraba y, al conseguirlo, se decepcionó. Le costó su infancia, adolescencia y la mayor parte de su adultez devorarse todos los libros habidos y por haber sobre Derecho. Además de, por adelantado, estudiar hasta lo más mínimo de libros para imbéciles como "El manejo de una nación", escrito por otros imbéciles que se creían con el poder para describir perfectamente cómo gobernar un país. Podía renunciar cuando quisiera, pero no podía hacer nada porque, si renunciaba, sería una gran decepción, tanto para su familia y su mujer, como para él mismo.

¡Era un asco! Todos los hombres y mujeres envidiaban su cargo, ¿qué pasaba con él? Debería estar regodeándose de su batalla ganada, no merodeando por el Salón Oval, lamentándose por su desgracia… No tan desgracia.

Había pros, como que tenía mucho dinero, era rico de cuna. Sabía gobernar perfectamente, tenía pocas quejas de parte de los Ministros. Hacía lo que le placía. Tenía una esposa maravillosa que sabía hacer mejor que nadie su papel de Primera Dama. Su familia estaba orgullosa y él también. Vivía en una de las casas más codiciadas, con seis pisos que estaban a su disponibilidad y era querido por los habitantes.

Pero también los contras eran bastantes, como que el dinero que no era suyo no podía ser usado para su placer. Se equivocaba y todos lo sabían, era un chisme mundial. Hacía lo que le placía, siempre y cuando el Gobierno lo aprobara, tenía muchos a quiénes responder por sus actos. Su esposa era quince años menor que él y, a pesar de ser maravillosa, no era todo lo cariñosa que él quería. Su familia era un grano en el culo, siempre con peticiones y necesidades, pedir era todo lo que sabían hacer. Tenía seis pisos a su disposición… Y la de todos los americanos, todos pedían asilo con frecuencia y él tenía que aceptarlo. Era querido por los habitantes, siempre y cuando les diera más beneficios a los hispanos e inmigrantes.

Todas estas cosas se salían de sus manos. Era imposible olvidarlas.

Mientras tomaba un sorbo de café, su querida y joven mujer entró, despistada como siempre, y casi cayéndose de bruces sobre el suave piso del salón, en el cual era casi imposible tropezar, pero no para ella.

—Hola, señor Presidente, ¿cómo le va hoy? —preguntó, era el habitual saludo que le dedicaba a su marido.

Él la observó mientras acomodaba su larga falda de tubo que, por el incidente de hace un momento, se había movido. Era hermosa, su cabello castaño y sus ojos verdes eran despampanantes, ella era perfecta. Una chiquita para él, pero era su mujer. Estaban casadísimos, aunque sabía que el matrimonio era arregladísimo.

Enero de 2007.

Carlisle POV.

Para un hombre de treinta y cinco años, no era mucho lo que se podía solucionar cuando estaba soltero.

¿Sabes que si no te casas perderás las elecciones de junio, cierto? —comentó mi madre.

Y vaya si lo sabía.

Madre Anne, no te preocupes. Ya lo arreglaremos —juré con indiferencia.

No estaba muy seguro, pero sabía que encontraría la forma de solucionarlo. ¿A qué mujer no le gustaría casarse con el futuro Presidente de los Estados Unidos de América? No era un hecho, pero era un candidato con mucha oportunidad, lo que me detenía era mi soltería. Cosa que no quise resolver antes, estaba tan enfrascado en mis libros que lo olvidé. Simplemente lo olvidé, y mi contrincante tomó ventaja de ello. Aro Vulturi podía ser un maleante, mafioso y todo lo que quiera, pero no era tonto, no le costó mucho saber sobre mi estado civil para aprovecharse de ello, aunque él padecía de lo mismo, no le tomó ni dos días conseguir a Dios sabe qué putilla para casarse en Las Vegas. ¡Qué honorable, señor candidato!

Días después de mi conversación con Anne, mi padre se encargó de lo que sólo yo tenía que resolver. No podía ser tan frívolo como para casarme con alguien que ni siquiera me gustaba, después de todo sería la Primera Dama, no podía defraudar a la nación.

¡Carlisle Douglas Cullen! —exclamó—. ¡Vas a casarte!

¿Qué?

Explícate padre, desde el inicio—exigí confuso.

¿Recuerdas a mi amigo policía, Charlie? —preguntó y asentí, pero no respondí, creía saber por dónde iba. Mierda, no…

Pues… Quiere librarse de su muchacha y… —Se detuvo al ver mi expresión de escepticismo—. ¡No me mires así! Esa chica es hermosa, Carl. Es educada, está terminando sus estudios y quiere irse de su casa, ¿no es una ganga?

Sentí asco, ¿cómo un padre podía arreglar el matrimonio de su hija con un tipo quehabía visto dos veces en su jodida vida?

Estás demente —afirmé malhumorado.

Yo, creo que… Les arreglé una cita a ciegas. Ella está dispuesta, Carlisle, no estamos obligándola, ¿bien? Así que deja de mirarme así. Conócela y, si te gusta, en un mes les organizaré una buena boda, nada de Las Vegas o esas mierdas.

Suspiré con resignación, lo haría.

. . . . . . .

Dime, Isabella…

Sólo Bella. —Me interrumpió.

Dime, Sólo Bella —hablé de nuevo y ella sonrió—. ¿Qué estudias?

Bufó a modo de respuesta, claramente enfadada o fastidiada por mis poco interesantes temas de conversación.

Periodismo —dijo con indiferencia.

Y fue la palabra más larga que escuché de ella en toda la noche. Se limitaba a contestar en monosílabos, sabía que no le gustaba ni un poco, pero ella a mí sí. Me había hechizado desde que entró por la puerta del lujoso restaurante, vestía unas mugrientas zapatillas con un vestido casual hasta las rodillas, que apenas y dejaba a la vista una pequeña parte de su cuello. Tenía el cabello sujeto en una cola de caballo perfectamente desordenada y en sus ojos había un brillo de juventud que hace tiempo no veía, pero era obstinada hasta la médula. No le gustaban los estúpidos, ni mucho menos los comentarios fuera de lugar. Era… Como yo.

Hagámoslo —cuchilleó e interrumpió mi charla sobre por qué quería ser Presidente.

¿Eh? —pregunté confundido.

Casémonos. Lo haré, ¿vale? —prometió y suspiró. Sus ojos aún brillaban, pero ese brillo era opacado por la tristeza y el cansancio.

No, Bella… Creo que… —balbuceé y me detuve, sin saber realmente lo que quería decir.

Quiero hacerlo, ¿de acuerdo? No estás obligándome a nada —susurró y tomó mis manos—. Mira, sé que vamos a ser grandes amigos y quizá hasta nos enamoremos. Dame tiempo, no será fácil para mí, pero estoy segura de que lo lograremos.

Sonreí y le robé un pequeño beso, beso que ella misma profundizó con diversión y una sonrisita.

. . . . . . .

—¿Cariño?, ¿en qué piensas? —cuestionó.

—Sólo recordaba, ¿necesitas algo?

—Tengo una conferencia por los derechos de las mujeres en Europa, ¿te las apañarás bien tú solo el fin de semana?

Oh, la conferencia…pensó, lo había olvidado.

—Sí, no te preocupes.—Hizo un mohín—. Lo había olvidado por completo, ¿quieres que te acompañe? —ofreció Carlisle

Ella lo meditó durante unos segundos, no se le antojaba ir sola. Bueno, sin alguien con quien platicar, sin su mejor amigo, sin Carlisle. Pero sabía bien que él no podía abandonar la Casa Blanca dos días, sería una complicación innecesaria.

—No, mejor quédate, Alice me acompañará.

Apenas era lunes, pero la Primera Dama, al parecer, no tenía mucho más por hacer. Ella era enaltecida por su eficacia y responsabilidad, si en algo era buena, era en ser eficiente y rápida. Odiaba que se le acumulara trabajo y esta conferencia era muy importante para defender a las mujeres. Esas que tanto han sido pisoteadas y desvaloradas. Odiaba la corrupción y odiaba la violencia.

Había estudiado periodismo para sacar a relucir desde los rincones más pequeños del mundo la maldad que había, ¿y qué mejor alerta que la noticia?

Siempre fue una muchacha muy humilde y desinteresada a pesar de la vida de perros que había llevado junto a Charlie y Renée. Ahora era la Primera Dama, pero seguía siendo muy honesta y objetiva con lo que quería, estaba cursando su primer año en la facultad de Derecho, quería ampliar sus conocimientos, proteger a las personas y ser más de lo que ya era, ¡no era ambición! Sólo necesitaba tener mayor voz y voto, ¿y cómo iba a obtenerlo si era ignorante en cuanto a leyes?

Durante los cinco años que llevaba dentro de la Casa Blanca se había dedicado a estudiar y sólo estudiar. Leer, leer y más leer. Era magnífico el poder que tenía la lectura, además de que contaba con tutores personales, asistía regularmente a la universidad.

Era muy joven, demasiado. Y no podía privarse de la experiencia de estudiar desde el aula, discutió mucho con su marido, pero al final logró convencerlo. ¡Ella quería tratar con la gente! ¿Cómo iba a saber qué problemas tenían si no vivía en carne y hueso las situaciones? Diariamente iba en taxis o buses hasta la GWU en Seattle.

Era probable que por eso siguieran en el poder, por su humanidad y amabilidad con los habitantes. Aunque a Bella le costó mucho aplacar a la fiera Carlisle, por más que se viera tranquilo y recatado, le suponía una prueba ser dócil y paciente. Y más con ella, era difícil verla salir sola tres días por semana a la universidad. ¡Mucho más difícil sería dejarla ir a Europa con su hermana Alice!

. . . . . . .

Bella POV.

Subí la gran escalinata, avancé un poco y frente a mí se alzaba la imponente puerta del comedor familiar, en el que cada tarde almorzaba junto a mi cuñada, y asistente personal, Alice, y junto a Jasper Hale, mi secretario social y amigo de toda la vida. Carlisle nunca tenía mucho tiempo, teníamos poco contacto, pero en las mañanas y noches lográbamos establecer conexión para finiquitar detalles de lo que haríamos al día siguiente, era fatídico, pero así tenía que ser.

En los últimos años nuestro matrimonio no era más que monotonía. Despertar, un besito cortés, él salía, me dejaba reposar un par de horas más, luego yo iba a mi oficina junto a Jasper y Alice y no lo veía más hasta el anochecer para otro besito cortés y un breve resumen del día. A pesar de que teníamos que comunicarnos constantemente, las conversaciones eran de negocios, proyectos, conferencias, entrevistas, viajes… Y esto me lo había ganado yo solita, pero no me arrepentía, porque estaba ayudando a las mujeres con mi proyecto titulado "Segunda Dama".

Consistía en traer una vez al mes a una mujer entre los dieciséis y cincuenta años -o hasta más, dependía del caso-, para que viviera en carne propia el trabajo que hacía la Primera Dama y cómo se movía todo, además de que gozaban de educación luego de finalizar el proyecto, siempre trataba de elegir a las más necesitadas y a aquellas quienes habían sido abusadas, pues había hablado del tema con varios psicólogos y me decían que la compañía y algo por hacer siempre ayudaban a mejorar la situación mental de las personas con necesidades, o bien, abusadas en cualquier ámbito. Durante dos semanas permanecían ejerciendo mi puesto. De allí el nombre, ella era como la Segunda Dama. El Gabinete había aplaudido mi proyecto de pie, les parecía estupendo, al igual que a la población.

Todas estaban ansiosas por ser las elegidas y, a pesar de que yo quería albergar al menos cuatro por mes, no fue posible. Era imposible tener a cuatro primeras damas aquí y financiar su educación, la de sus hijos, enseñarles lo necesario y estar pendientes de ellas. Era mucho pedir, pero era mi prioridad. Me sugirieron crear un albergue para aquellas que lo necesitaban, aunque ya existían los bufetts creados por Carlisle, para los necesitados y hambrientos. ¡No era suficiente para mí!

Vale, sí, era una berrinchuda y caprichosa mujer de veinticinco años. Pero si tenía poder, debía utilizarlo para hacer el bien. Tanto Carl como varios Ministros -y hasta el Vicepresidente- estaban cabreados conmigo por mi actitud derrochadora de dinero del Estado y lo peor era que no lo gastaba en mí, sino que lo regalaba a borbotones. ¡Pero si la administración se encargaba de aquello! ¡Siempre me daban permiso! Por lo que adquirí un trabajo a escondidas en la universidad, daba pequeñas tutorías a mis compañeros por al menos veinticinco dólares la hora y con ello obtuve un fondo bastante amplio para seguir con mi proyecto. Hasta que me compadecí de mis compañeros y les di tutorías gratis. ¡Fue un completo desastre! Y más aún cuando Carlisle se enteró.

—Todo está riquísimo, ¿verdad, Bella? —preguntó Alice, mientras degustaba una lasaña hecha por la señora Brace, la Jefa de Cocina.

Asentí, pero no dije ni una sola palabra, estaba particularmente callada hoy por culpa de la maldita universidad, tenía muchos trabajos que entregar… Y no era el retraso lo que me preocupaba, pues todo estaba hecho con pulcritud y a tiempo, me causaba ansiedad el no saber cuál sería mi calificación final por este trimestre.

—¿Te sucede algo, cuñadita? —susurró ella al ver mi cara de desconcierto.

Negué y balbuceé un "no".

Alice, que era experta en ser inquisitiva, comenzó a vomitar preguntas al azar como: "¿Te duele la panza? ¡No me digas! ¡Estás en cinta! ¿Peleaste con tu maridito?", para todas me reí y negué. Ella solía ser muy dramática y exagerada. Me aterraba la primera pregunta, pero en casa, todos se desvivían porque algún día llegara con la inminente noticia de que traería un Cullen más al mundo. Si bien Alice, que tenía la misma edad que yo, no lo había hecho, tampoco Carlisle a sus cuarenta años. Anne y Garrett ya estaban algo mayorcitos, por lo que eran quienes esperaban con ansias al pequeño o a la pequeña Cullen, no querían morir sin antes conocer a sus nietos. Pero bastante bien los veía yo como para esperar unos años más. Era difícil de tratar el tema de un hijo en este momento, a pesar de que en cinco años nos la habíamos apañado bien en la Presidencia, aún quedaba camino por recorrer y eso era decir poco.

—A ver si te entiendo, ¿estás ansiosa por la calificación final? —cuestionó por decimoctava vez Alice ante mi breve relato sobre qué me preocupaba.

—Que sí, pesada. Me pone de los nervios no saber si voy en la dirección correcta. —Me encogí de hombros.

Ella lo meditó durante unos segundos y resopló, evidentemente fastidiada por mi inseguridad.

. . . . . . .

—Mire, señora Primera Dama, es usted algo modesta. Puesto que es una experta en la materia, por algo es la primera en su clase, ¿eh? Le aconsejo calmarse, relajarse y seguir por donde va, dese cuenta que en unos pocos días tendrá la nota final del trimestre y podrá tomar un respiro, pero es mejor que lo vaya tomando por adelantado. ¿Es que no se ha dado cuenta? Tiene excelente memoria, comprensión y además es usted rapidísima para analizar, leer, devorar y resumir los textos que le sugiero en cada clase —musitó mi profesor de Derecho, Economía y Mercado.

Le sonreí en respuesta, estaba agradecida. Su discurso me había calmado… Por ahora. Me estaba preocupando por nada, apenas veía tres materias semanales, una por día e intercalados y se me hacía bastante fácil. Contando con que apenas era mi primer semestre y que iba por la mitad del mismo. Me estimaron un aproximado de cinco años para graduarme si seguía viendo tres materias por semestre. Es decir, seis asignaturas anuales. ¡Y eso si no dejaba una bajo cinco puntos! Decir que esa era mi preocupación no era una total mentira, le temía a atrasarme o a fallar. Bastante me había costado estudiar con la cantidad de responsabilidades que estaban sobre mis hombros, aun cuando mi promedio era un ocho punto cinco, no podía confiarme. Estaba en la etapa más básica de la carrera.

Ese día estuve desde las tres hasta las ocho de la noche en la universidad. Era duro, pero nadie dijo que sería fácil.

Tenía pocos compañeros, pero al menos no estaba sola. Durante la merienda de las cinco estuve en una mesa de la cafetería, sentada con algunos de ellos, como Kat y Matt, eran gemelos y, al contrario de los demás, me trataban como a una más del montón. No me llamaban "Primera Dama", ni "señora Cullen", ni "señora", sólo Bella. Como a mí me gustaba.

—Eh, ¿qué tal tu día? —Saludó un amigo de Matt.

Simon, creo que era su nombre, era moreno de ojos azules. Nunca me había dirigido la palabra, pero era un ligón de primera, lo había notado por su habitual coqueteo con casi todas las chicas que se le cruzaban.

—Bien, gracias. ¿Qué tal el tuyo? —pregunté con cortesía.

—Uh…, bien, señora. —Sonrió.

—Sólo Bella —protesté.

Siempre lo hacía, estoy segura de que en varias oportunidades me había escuchado pedir que me llamaran Bella.

—Dime, Bella… ¿Sales con alguien? —Bromeó.

Kat puso los ojos en blanco y le propinó un buen golpe en la parte trasera de la cabeza, dejándolo atónito y sin palabras. Cuando las recuperó me pidió disculpas y se retiró, sobándose el lugar donde minutos antes había estado la palma de mi compañera.

—Creo que tus grandotes le darán una paliza si sigue propasándose —comentó Matt y me reí.

No era una persona fácil de molestar, después de todo eran sólo juegos, no tenía por qué ponerme de mal humor, siempre y cuando me respetaran. Tenía límites y, además, tenía una imagen que mantener. ¿Qué iban a decir de una Primera Dama que andaba de aquí para allá con cualquiera? Según decían, las paredes tienen oídos.

Matt se refería a mis guardaespaldas como "los grandotes", entre ellos, uno de mi entera confianza, Emmett. Decidí contratarlo por ser familiar de Carlisle, se hizo un buen amigo mío cuando llegué a la familia Cullen. A pesar de que al principio Carlisle no estaba muy contento de que fuera uno mis escoltas, logré convencerlo, mi gran poder de convicción no ha fallado nunca.

Mientras charlábamos recibí un mensaje.

Hola B, ¿nos vemos a las ocho para la cena?

J.B.

Jacob. ¡Oh, Jacob…! Sonreí con alegría y le respondí.

Vale.

B.C.

—Llegas tarde, B —dijo, tratando de contener una sonrisa.

Suspiré.

—Sí, hermanito, estaba en clases. Son las… —Miré mi reloj de bolsillo—. Ocho con treinta. No suelo estar retrasada, ¿eh?

Él sonrió y me abrió los brazos para darme un abrazo de oso, que recibí gustosa.

Jacob Black era un gran amigo para mí y mi asesor bancario. Siempre había estado en esa profesión y cuando entré en la Casa Blanca fue el primero al que contacté para el puesto, tenía toda mi confianza puesta en él desde que teníamos dieciséis años y nos habíamos prometido cuidarnos el uno al otro. Lo de hermanito iba porque por varios años fuimos vecinos, hasta que él se fue a vivir a Seattle, pero nunca perdimos el contacto.

A veces la vida no te regala hermanos sanguíneos, pero estoy segura de que te compensa con hermanos de corazón. Y si había alguien a quien yo consideraba eso, era a Jacob. Admito que me gustaba muchísimo, era un tipo bastante genial y guapo y me encantaba que me llamara "B", era su apodo con estilo para mí. Palabras suyas, no mías.

Comenzamos una amena charla, teníamos al menos dos semanas sin vernos y era mucho lo que había por relatar. Hay cosas que la tecnología no permite, como las sonrisas cálidas y los abrazos.

—Así que te vas a Europa, específicamente a Madrid, España… ¿Cómo va eso? —preguntó.

—Es una conferencia por los derechos de las mujeres. —Sonreí—. Es mi gran oportunidad, Jake.

Él me regaló una sonrisa de orgullo.

—¿Me llevas? —preguntó con cara de cachorrito. Puse una perfecta cara de póker ante la mención, sólo para cabrearlo un poco—. Si no me llevas le contaré a Carlisle lo derrochadora que has estado últimamente, ¿vale? —Advirtió. Mis ojos se abrieron de tal forma que casi salían volando de sus cuencas y Jake soltó una carcajada, dejando claro que sólo bromeaba. Entrecerré los ojos y el chasqueó la lengua con fastidio—. ¿No te enojarás, verdad? Es que… B, estás siendo muy caritativa, demasiado, diría yo. A él no le gustará —comentó.

—Prepara tus maletitas, J. ¡Nos vamos a Madrid, olé! —dije en un perfecto español.

Jacob sonrió y me tomó en sus bien formados brazos para darme vueltas por todo el comedor mientras nos carcajeábamos. Él entendía muy bien el español, a diferencia de Alice o Jasper, necesitaba a otra persona que me ayudara a conversar en ese idioma.

. . . . . . .

—Primera Dama, ¿qué nos dice de la conferencia en Europa?

El martes era mi día libre de universidad, pero tenía que atender una rueda de prensa.

—Gracias por preguntar, señor. —Me detuve—. Originalmente sería el día veintitrés de abril, pero se recorrió la fecha al primero de mayo. ¿Algo más?

Todos en la sala enloquecieron, hasta yo había enloquecido cuando me dijeron lo de la fecha. Tuve que cambiar muchos planes y mover fechas. ¡Gracias, conferencia por los derechos de las mujeres! Pero si había podido con eso, podría con cualquier imprevisto.

Un hombre fornido, cobrizo y de ojos claros se levantó, me dedicó una sonrisa de suficiencia y procedió a preguntar.

—Me parece muy hipócrita todo esto de su parte, sin ofender, señora. Pero mírese, bañada en dólares, con ropa carísima y llena de lujos, ¿cuáles son los derechos que usted defiende si no está en el lugar de otros?

Abrí los ojos como platos. Estaba sorprendida, ¿sin ofender? Pues me había ofendido bastante, ¿cómo se atrevía a cuestionar lo que hacía? ¿No sabía todo lo que yo hacía por la Nación? ¿Todos los caprichos que me restringía por dedicar ese dinero a otra cosa? ¡No sabía nada!

Respiré profundo, cuadré mis hombros y respondí con toda la naturaleza y paz del mundo.

—Mire, señor…

—Dígame Vulturi.

Alcé mis cejas con asombro. Ese apellido…

—Señor Vulturi, le ofrezco, pero no le reto, a que permanezca unos días en la Casa Blanca para observar de cerca y con lupa mi trabajo, luego nos reunimos de nuevo aquí y así, sólo así, le permitiré que diga todo lo que quiera sobre mí —dije.

El hombre cobrizo me miró sorprendido y tosió para disimular, finalmente se retiró de la sala con una disculpa que sonó como excusa barata.

Punto para la Primera Dama. Joven sin modales, juzgador y que creía saberlo todo, cero.

Varias mujeres, periodistas todas, se levantaron y me sonrieron. Momentos después, con toda la confianza del mundo, me pidieron entrevistas privadas para sus programas, yo le pedí a Jasper que anotara todos los números y les diera el suyo, así podrían ponerse en contacto conmigo para ponernos de acuerdo.

¿Quién iba a decir que podría llegar a ser más que una celebridad adolescente? Era, sin duda, una mujer muy conocida a nivel mundial. ¿Y quién me iba a decir que podía llegar hasta tantos lugares con mis palabras? A diario recibía cartas, mensajes y mails de personas que citaban palabras que yo decía durante las ruedas de prensa, adjuntando una nota al final donde ponían "Gracias por ayudarme con sus palabras, señora", eran cosas que me llenaban de alegría y entusiasmo por seguir luchando. Muchas de las personas ni siquiera eran norteamericanas, lo que quería decir que todo lo que había estado haciendo para llegar a otros lugares y ayudar estaba funcionando… Finalmente.

—Felicidades, Primera Dama —susurró en mi oído—, la rueda de prensa fue un éxito —dijo y besó el lóbulo de mi oreja. Percibí la sonrisa en su voz y me alegré, Carlisle estaba feliz por lo que yo estaba logrando y yo estaba feliz por él—. Ese Vulturi, ¡Dios, casi te arruina todo! —exclamó una vez se hubo separado de mí.

Yo le sonreí para tranquilizarlo. Desde luego que ese tal Vulturi me había irritado, casi se sale con la suya, pero no pasó y no iba a permitirlo.

Carlisle y yo nos fundimos en un largo y apasionado beso mientras caminábamos a trompicones hasta nuestra habitación. Entre risas, nos entregamos el uno al otro.

. . . . . . .

N/A: Hoooooola chicas. Acá el primer capítulo de esta locurita mía. ¿Qué les ha parecido? Ya sé que están ansiosas porque todo se ve bien en el paraíso Carlisle/Bella y se supone que es Edward/Bella. Peeeeeeeero… ya verán. Gracias por leer. Les recomiendo seguir las páginas de FFAD para saber la próxima actualización de este fic, mientras me decido si crearme un grupo en Facebook, o no. O… escríbanme al privado de FF para agregarnos a FB. O… (Hablo mucho, lo sé) síganme en twitter " robstenftbizzle", y responderé a cualquier preguntita que tengan. Además de publicar la siguiente actualización allí. ¡Adiós, nenas! ¿Hay nenes aquí?

A x.