¿Quiénes son los enemigos del hombre?
Es una pregunta básica, pero que tiene muchas respuestas. Algunos dirán las bestias del bosque; otros los dioses; algunos que otros hombres y los más drásticos asegurarán que el propio individuo es su peor amenaza. Pero en la isla de Bjorn tienen clara cuál es su enemigo principal: los dragones. Desde que sus ancestros desembarcaron en la isla han sido perseguidos por estos voraces reptiles desde el aire y tan feroces atacantes como sus hermanos de apariencia humana: los Nidhogsons o Nidhogsones. Y sin duda los más peligrosos eran, pues eran capaces de transformarse de persona a dragón y viceversa en un solo instante y, dotados de una frialdad temible, no temían a derramar su sangre.
Tanto los dragones comunes como los Nidhogsones eran temibles enemigos del hombre. Los primeros atacan lanzando un pavoroso rugido antes de abalanzarse sobre las ciudades, haciendo temblar la tierra, mientras los segundos se infiltran en las ciudades sin peligro alguno. ¿Oh no? El único punto débil de los Nidhogsones eran las joyas, y cuanto más ostentosas, más irresistibles eran para ellos. Nadie sabe cómo, pero como la pólvora corrió el rumor de que los Nidhogsones eran los nuevos dragones, provistos de las fieras armas de un dragón y las de un hombre, como las palabras y sentimientos. Y como brujas fueron quemados o lanzados desde el borde de una de las brechas de la isla hasta despeñarse entre los riscos. Pero eran también criaturas ladinas y astutas. Ni las cuerdas ni cadenas eran rivales para sus poderosos músculos y con un poco de concentración, liberaban su lado más oscuro y volaban, no sin antes haberse vengado de los humanos agresores, al lugar de donde venían, más allá de las montañas de Rhin.
Su lado humano les permitía extender sus genes entre la susodicha raza. Los descendientes de un humano y un Nidhogson eran básicamente otro Nidhogson, pues la rama de esta raza era mucho más fuerte y resistente que la humana, y así, poco a poco, los Nidhogsones pasaron a ser casi imperceptibles entre el gentío. Bellos, fuertes, inteligentes, eran la perfección personificada. Solo tenían un defecto: la codicia y ser seres presuntuosos. Ansiaban la riqueza, aun habiendo nacido en un palacio como sus congéneres. Se adentraban confiados de su superioridad en las ciudades, y cegados por la codicia hasta que era demasiado tarde, para ser presa de las llamas o los riscos.
