Se me acaban el argumento y la metodología

Cada vez que se aparece frente a mi tu anatomía.

'La chica nueva', le dicen todos.

Y nadie se fija realmente en ella.

Están demasiado entretenidos haciéndole pagar 'el derecho de piso', así lo llaman, como para fijarse en ella: 'trae esto', 'lleva aquello', 'vení', 'anda', 'volve', 'ay, vos que sos tan buena, ¿no me harías un café? Cortado con un chorrito de leche, dos de azúcar, ¿sí?' (esto es probablemente lo que más te irrita, que la traten como si fuera algo inferior a ellos y no una igual que, a fin de cuentas, es lo que es).

Y ni siquiera le dicen gracias: vuelven la vista a la pantalla y siguen con la vida como si nada. No se fijan en ella, no se dan cuenta de que es una persona y no un robot hecho de piezas similares a las de las computadoras con las que trabajan todos los días, prácticamente desde que llegan a las oficinas de la CTU hasta un segundo antes de irse a dormir (la nueva moda es llevarse trabajo a casa, algo así como 'tarea para el hogar'; cortesía de Ryan Chappelle, por supuesto).

¿Sabrán ellos su nombre, si quiera? Crees que no. Es un nombre que raras veces escuchas siendo pronunciado en los pasillos y oficinas de la CTU, lo cual es una pena, porque en tu opinión es un nombre hermoso.

De chico escuchabas The Beatles muy de vez en cuando: ahora hay una sola canción de ellos en tu cabeza, repitiéndose una y otra y otra y otra vez hasta el hartazgo (¿el hartazgo de quién?, ¿tuyo? No: de esa canción jamás podrías cansarte). Es la que lleva su nombre, esa que Harrison escribió alguna vez, probablemente antes de que ella naciera (definitivamente antes de que ella naciera, porque ahora que lo pensas es unos diez años menor que vos, y cuando Harrison inmortalizó esa canción vos ni siquiera habías nacido); esa canción que lleva su nombre, y que estás seguro Harrison no podría haber escrito si hubiera conocido a la mujer que trabaja con vos todos los días: tanta belleza junta es suficiente para dejar a cualquier artista sin argumentos ni metodologías. O al menos es suficiente para dejarte a vos sin argumentos ni metodologías, porque cada vez que se te aparece y tratas de comportarte como un ser humano normal, no te salen las palabras, el cerebro se te bloquea.

Ahora entendés la famosa frase: 'me vuela la cabeza'.

Desearías que no fuera así. Desearías tener algo de auto-control.

Desearías poder interactuar con ella, mirarla a los ojos; no es tu culpa si tiene los ojos más exóticos del mundo, no es tu culpa si son tan expresivos y llaman tanto la atención que cuando los clava en vos desaparecen el mundo que te rodea y el suelo que te sostiene (también ahora entendés eso que dicen, eso de 'me mueve el suelo' y que antes te parecía imposible de imaginar: ¿cómo una mujer va a ser suficiente para moverle el suelo a un hombre? Bueno, ahí está, ahí tenés la respuesta).

Desearías poder comportarte de manera distinta en vez de simplemente quedarte mirándola como si jamás hubieras posado los ojos en cualquier otra cosa que se le asemeje (bueno, en realidad esa es la verdad: nunca nada te había llamado tanto la atención).

Desearías poder poner en práctica algunos de tus argumentos o metodologías para, de alguna manera, hacerla sentir que no es sólo 'la nueva', 'la chica a la que todos mandan a buscar esto y aquello', 'a la que están haciendo pagar el famoso derecho de piso'.

Desearías que esos argumentos y metodologías que en más de treinta años jamás te habían fallado no te sean robados en cuanto ella aparece, porque así podrías utilizarlos para que tus acciones no sean las del típico jefe desinteresado de sus empleados si no las de alguien que sí se ha fijado (y se fija, mucho) en ella, de alguien que la nota, que la tiene en cuenta (a 'pensar en ella las veinticuatro horas del maldito día, todos los días, siete veces por semana' ahora le dicen 'tener en cuenta a la persona').

Desearías poder demostrarle que vale mucho más de lo que ella piensa, mucho más de lo que los demás alguna vez llegarán a saber, suponer o imaginar.

Pero no podés, no te sale, queda todo en intentos fallidos, porque cuando esa anatomía que a tu juzgar es perfecta y carece de defectos - a tal punto que algunas veces cuando estás divagando entre el paso previo a quedarse dormido y el estado de conciencia que precede a la vigilia y tenés la cabeza tan llena de ella que no entraría ni siquiera un pensamiento del tamaño del más pequeño de los alfileres sin correr el riesgo de que tu cerebro estalle, pensás que quizá es tan impresionante e imponente y a la vez tan frágil y rompible a la vista porque es un ángel (hasta que, claro, de repente la estupidez afloja y el sentido te sacude, haciendo que te des cuenta de que es imposible que ella sea un ángel, aunque si alguna vez te pidieran que describieras a uno la describirías a ella) -, cada vez que esa anatomía se encuentra cerca de vos el mundo que te rodea se evapora, el suelo que te sostiene se sacude y te quedas lo suficientemente pasmado como para no acordarte ni siquiera de tu nombre.

'La chica nueva', le dicen todos. ¿Tan difícil es acordarse de su nombre?

Y la pobre está pagando el derecho de piso sin que su jefe sea capaz de defenderla, no porque no quiera, si no porque semejante belleza lo sacude tanto que le destroza todo argumento y toda metodología.

'La chica nueva'... Nadie la llama por su nombre, y eso es algo que te molesta tanto.. Serías capaz de escribir una nueva regla que prohibiera referirse a ella llamándola de cualquier otro modo que no fuera so nombre: de ese modo, lo escucharías todo el tiempo, y no sólo cuando escuchás esa canción que Harrison escribió alguna vez, pensando en alguna otra Michelle, que seguramente no era ni la mitad de lo que es tu Michelle; caso contrario, la canción no existiría, porque hasta un hombre como Harrison se habría quedado desprovisto de metodologías y argumentos válidos.

Vos no la llamas por su nombre – no te animas, no podés. Se forma en tus labios a veces pero muere antes de ser pronunciado, porque con sólo pensar en ella, con sólo escuchar su nombre retumbando en tu cabeza perdés la capacidad del habla y el corazón te late tan fuerte que sentís se te va a subir a la garganta en cualquier momento -: la llamas por su apellido.

Teléfono en mano, marcás a su estación para comunicarle que hay un par de cosas relacionadas con los nuevos protocolos que necesitas revisar, y mientras esperás a que conteste, se te ocurre de repente que hoy es el día en que tus argumentos y metodologías van a mantenerse intactos, fuertes y efectivos y vas a lograr – al menos -, llamarla por su nombre.

"Dessler"

Ya está. Ya la escuchaste hablar. Adiós a los argumentos y a las metodologías. Adiós a tus planes de superarte a vos mismo y lograr comportarte con ella de la forma en que te querés comportar. Ni siquiera por teléfono podés hacerlo. Es demasiado, mucho más de lo que podés manejar, aún con todo lo que ya manejaste en cuestiones amorosas durante los últimos años (de todos modos, pensándolo bien, con Nina y con todo lo que eso significa, jamás entendiste bien eso de "me vuela la cabeza", "me mueve el piso" y jamás se te acabaron ni los argumentos ni las metodologías. Pero con ella te pasa. Con ella lo entendés bien).

Siete letras simples, comunes y corrientes que forman una palabra, palabra que resulta ser su apellido, apellido que ella acaba de pronunciar al contestar el teléfono, y el mero hecho de haberla escuchado hablar y respirar y existir (porque a fin de cuentas su sola existencia es suficiente para causarte este efecto), y a vos ya no te quedan fuerzas para nada, ni siquiera para hacer el enorme esfuerzo de que tu cerebro y boca conecten y que de alguna manera, de alguna forma, seas capaz de llamarla por su nombre.

Dios, Almeida, da el primer paso: por algo se empieza es la sentencia que cruza tu cabeza, dos segundos antes de que, sin siquiera saber lo que estás haciendo y completamente ajeno a cómo es que finalmente lo estás haciendo, tomas aire y decís:

"Michelle…"

La conversación empieza, y aunque vas a través de ella desprovisto de argumentos y metodologías que puedan servirte para hacer de ella algo más que una comunicación estrictamente laboral, al menos tenés la tranquilidad de que el primer paso fue dado: la llamaste por su nombre, ese que Harrison repite en la letra de su canción, ese que viene consumiéndote completo y sin misericordia prácticamente desde que la conociste.

Por algo se empieza, ¿no?

'La chica nueva', le dicen todos, y nadie la registra más que para 'hacer esto' y 'llevar aquello', porque claro, tiene que pagar el derecho de piso.

Y el jefe, tan desarmado como está en cuanto a ella se refiere, es incapaz de defenderla.

Pero hoy la llamó por su nombre, por primera vez, y eso es suficiente para que la chica nueva se vaya a casa sonriendo, se quede dormida sonriendo, sueñe con él, y se levante a la mañana siguiente – sonrisa aún ahí, por supuesto – con ganas de ir a trabajar, porque sabe que existe la posibilidad de que él ya no le diga "Dessler", si no que empiece a llamarla "Michelle", como esa canción de Harrison que a veces él tararea cuando piensa que nadie se da cuenta, cuando cree que nadie lo está mirando.