Y volví pronto con otro fic! No di chance de enfriarme.. (hace poquito terminé mi fic Entre los vivos, ¡al fin!. A quien guste leer, está cordialmente invitado) Todo con mucha educación y cortesía, jajaja.
Desde hace meses esta idea viene tonteando conmigo. Me atrajo, y después de pensarla bien, darle la forma y saber cómo iba a desarrollarla, aquí la tienen. De a pacito me he estado sumergiendo más en el drama. ¡Muchas gracias a quienes decidan acompañarme con esta nueva historia! Sepan que cualquier opinión es bien recibida. Adoro las críticas constructivas, aprendo mucho.
Y sin más, dejo que lean.
Los personajes protagonistas no me pertenecen.
Ilusión
Una fantasía, como la vida vista a través de un espejo. Un golpe seco, y se rompería en pedacitos.
Capítulo I
Veía su reloj constantemente, estaba pesadísima. Las chácharas de Melanie eran tan tediosas, tan cargantes y tan espinosas… Pesada, ¿cómo puedo ser amiga de ella? si habla mal de su gente estando conmigo, ha de hablar mal de mí cuando está con ellos. – Volvió a mirar su reloj, corroborando la teoría que explica la lentitud del tiempo cuando se está condenadamente aburrido. Iba a acabar con aquello, en definitiva. Con esa charla tan absurda y malintencionada, y con esa amistad tan banal y sin base. Melanie no fue así todo el tiempo pero, ¡sabría Dios qué cosa le había sucedido! Su mente se había vuelto tan estrecha que pocas cosas interesantes guardaba en ella.
- ¿Me estás escuchando? Está tan gorda… ¡Santo cielo! No puede ser que se haya descuidado tanto y puesto tan…
- ¡Dios, mujer! ¡Ya cierra la boca! – prorrumpió en un resoplido, palmeando la mesa. Los cubiertos saltaron unos milímetros y el plato con las migajas de pastel tembló junto a su vaso. – Hablas, y hablas, y hablas ¡y no dices absolutamente nada! Eres como un perro que ladra sin parar, sin discutir, sin decir nada. – Elevó una mano y, fingiendo que se trataba de una marioneta, comenzó a mofarse de su compañera. – Blablablablabla… blablablá… y más blablablablabla… - observó como el color rojo, casi tan idéntico como el labial que utilizaba, cubría el pecho de Melanie, ascendiendo por su cuello y pintando sus mejillas plásticas. – ¡Sí, eres así! ¡Cielos! Estás tan aburrida de tu propia vida, careces de tanto, que solo ves la oportunidad de pasar el rato quejándote y hablando pestes de todos. ¡De todos!
- ¡Ginny! ¿Cómo puedes decir eso? Eres…
- Blablablabla… – continuó – Ya para, Melanie, por tu bien.
- ¡Creí que éramos amigas! – la mujer infló los cachetes. Pestañeó varias veces, tratando de entender la escena tan inesperada para ella, y miró a Ginevra sin saber cómo refutar. Era cierto, hablaba pestes de todos, se quejaba de la forma en la que fulanita leía revista, de cómo mengano se fumaba el cigarrillo en el estacionamiento y de cómo zutano se comía sus frituras. Y así vivía, día tras día, sin nada bueno saliendo de su boca tan bien maquillada.
- No me mires así.
- ¿Cómo no? eres una maldita perra – escupió, aún sorprendida, y afectada por semejante verdad.
- ¿Lo soy? Bien, al menos lo dices en mi cara, ahora. – Sacó su cartera – Relaja tu frente, querida. Perderás el dinero del botox si sigues frunciendo el ceño de esa manera. – Sabía que sería un puñal para ella, esa mujercita tan menuda e inmadura, tan cínica y despectiva.
- ¡Ginevra!
- Voy tarde. Esperaba, dentro de todo, tener una velada agradable contigo. Pero ya ves, no soporto las idioteces – tomó su bolso y se levantó de la mesa, dejando antes un par de billetes. – Ya sabes, regresamos a Londres y quería llevarme una despedida satisfactoria, aún cuando fuese contigo – se acomodó el cabello rojo hacia atrás, desprendiendo una ligera ráfaga aromatizada por su champú frutal, y salió del restaurante dando largos pasos. Los tacones de sus zapatillas resonaban contra el pulcro piso de madera.
Poco le importaba si volvía o no a recibir una llamada de Melanie Broks. Miró su reloj, alivianada después de tan inútil momento, y sonrió. La creciente lentitud que se había instalado entre un minuto y otro empezaba a evaporarse. Debía apresurarse si quería terminar de empacar esa noche. Al día siguiente, el último en la capital de Massachusetts, partirían a Vermont, estado del delicioso jarabe de Arce. Creía que tres días no serían suficientes para disfrutar del lindo "monte verde", pero David había comprado los boletos con fecha prevista, y la idea de Vermont, le llegó al ella tener los pasajes en la mano.
Bueno, serán tres días magníficos. Y después, Londres. Rió al recordar la reacción de su familia. La pequeña vuelve. La nena de mamá y papá, la consentida de sus hermanos. ¡Vuelve a Londres!Todos gritaron de alegría, incluido Percy, el serio y estirado Percy Weasley. La noticia les cayó como azúcar nevada sobre las tortas caseras. Y, después del pequeño agasajo por el júbilo de tan buen aviso, soltó algo igual de importante. Me voy con David. ¡Y auch! El silencio fue atronador. Pudo imaginar, sin problema alguno, la cara fruncida de los gemelos, de Ron y hasta del mismísimo Bill. Sus padres seguro apretaron los labios después de un segundo, un gesto que buscaba darles más tiempo para una respuesta... Lo amarán cuando lo conozcan en persona. David es encantador, sin duda lo amarán.
Llamó un taxi para llegar más rápido. Su departamento estaba ubicado en el centro de Boston, pequeño y confortable. Ideal para una pareja sin hijos y, ¡hela ahí! David se había mudado con ella ocho meses después de comenzar su relación. Le ayudaba muchísimo; pagaba la mitad de la renta, se turnaban para la limpieza, y él solito había decido encargarse de los víveres.
Me alimento como un dragón, mi amor – decía él. – ¿Y cómo puedes estar tan bueno? – preguntaba ella, recorriendo el fuerte pecho con sus manos. – Ejercicio tres veces por semana, y la compañía de una hermosa mujer todas las noches. – Después la tomaba en brazos y, Dios, se perdía. Caía un en un recio trance de enajenación que le hacían desvanecerse entre los dedos de él, dentro de su boca, contra su figura, debajo de ella… su cuerpo se sacudió, deseoso. Estaba tan enamorada…
- Ey, señorita – llamó el conductor.
- Disculpe – movió la cabeza, desprendiéndose de su imaginación. - ¿Cuánto es?
- Uno con cincuenta – Ginny dio dos dólares.
- Conserve el cambio.
- Gracias - el chofer no le quitó el ojo conforme se bajaba del auto. Sus tacones volvieron a resonar contra la acera y en dos pasos entró a su edificio.
Carl el portero le saludaba con una mano, siempre con la sección de deportes del periódico sobre su mesa. El ventilador giraba y hacía que las páginas del diario bailaran de un lado a otro.
- Buenas tardes – saludó, sonriente. Estaba de muy buen humor y bien se sabía que así, era imposible no ser tan buena onda y gentil con toda persona que se cruce en tu camino.
Carl era un hombre casi viejo a veces desagradable, a Ginny no le caía muy bien, mas allí no pudo evitar sonreírle grácilmente y hasta guiñarle un ojo en plan de coqueteo inofensivo. Y Carl podía ser desagradable y también casi viejo, pero no podía negar el placer ocasionado por una muestra de interés que venía de una mujer realmente atractiva. Le aumentaba la autoestima.
- Buenas tardes, señorita Wesss… - las puertas del ascensor cerraron, apartándolo de la visión de la pelirroja. Bufó, rascándose la calva y volviendo al periódico.
Ginny terminó sus maletas en poco tiempo, felicitándose por la iniciativa el día anterior. Tenía embalado casi todos sus abrigos, pantalones, faldas y camisas. Faltaban solo sus zapatos y mucho no tardo en empaquetarlos. Las maletas de David estaban ya junto a la puerta. Debían madrugar si pretendían llegar en horas de la mañana a Vermont, para así disfrutar el día. Será una fantasía, pensaba con placer. No solo la visita al monte verde, sino también su reencuentro familiar. No veía a su familia desde la navidad de hacía dos años, cuando fue a pasar las fechas en la madriguera. Lo había disfrutado tanto que lamentó no poder quedarse un poco más, si no podía regresar aún. Su trabajo le quitaba tiempo y, además, estaba terminando de estudiar su maestría. Había culminado su formación como reportera desde hacía tres meses y, antes de pensar en conseguir un trabajo en Estados Unidos, pensó en regresar a Inglaterra, a su mundo. Las noticias muggles eran demasiado deprimentes y si bien sabía que en el mundo mágico había igualmente revelaciones poco atractivas y también tétricas, le fascinó la idea de prestar sus servicios en él. Podría ser corresponsal en El profeta, le iría muy bien, no lo dudaba. Y además, estaría en casa.
Puedes recorrer el mundo, visitar sitios maravillosos y sentirte un gigante. Pero nada se compara a casa. No, nada. – David se había establecido en Estados Unidos a los veinte años. En su última visita a Inglaterra, compartieron traslador. Fue un accidente el roce de sus dedos cuando tomaron la lámpara que los transportaría, pero no después, cuando entre tanta atención compartieron un café.
Siempre es café en la primera cita – pensó Ginny. – Café, después puede ser vino, y ya veremos. Y se enamoró perdidamente de él, con la taza de café primero, después con el vino, y luego mucho más. La abarcaba una felicidad genuina, una calma gustosa que cataba con todo goce en su paladar. La invadía una paz mental demasiado adictiva, ¿y cómo no? se sentía completa, como nunca antes. A veces apabullada por tan buena suerte, pero de lo bueno uno nunca termina por cansarse.
Escuchó el cerrojo de la puerta, click, y cedió. Se levantó de un salto de la cama y fue a recibir a David con las mejillas arreboladas. Se sentía niña con él, pequeña y al mismo tiempo gigante. Era el primer y único amor de su vida… ¿y acaso se pueden tener dos amores así de importantes, Ginevra?
Rió cuando sus pies abandonaron la estabilidad del suelo; David la elevó unos centímetros, dejándola una cabeza más alta que él, y enterró la cara en su cuello blanco. Se había quitado las prendas que tan afanosamente había escogido esa mañana para decorar su pecho, solo para que él al llegar, pudiese besarle a su antojo.
- ¿Qué tal el día, hermosa? Pensé que no llegarías sino hasta la noche.
- Debía terminar de empacar – suspiró por un beso en su barbilla. Deslizándose contra el cuerpo del hombre, volvió a poner los pies en el piso.
- ¿Almorzaste con Melanie?
- Esa mujer – soltó en un bufido. – Si pierdo todo contacto con ella, no lo lamentaré.
- ¿Acabaste con ella?
- Es una maldita pesada.
- ¡Ya era hora! ¿No te lo decía yo? – David se descalzó los pies y caminó hacia la cocina. – Increíble que en un cuerpo tan pequeño, pudiese caber tanta frivolidad.
- No era así cuando la conocí.
- Sí lo era, tan solo disfrazó su verdad para tenerte en su vida – abrió el refrigerador, metiendo casi toda la cabeza. – Eres tan maravillosa que toda persona ansía tenerte como amiga, de una u otra forma. ¡Cielos! La has dejado sin lo único que valía la pena en toda su fútil existencia – Ginny rodó los ojos, negando con la cabeza.
- ¿Qué buscas?
- Creí que quedaba pizza de anoche.
- ¿No has comido nada?
- No desde esta mañana – se enderezó y la miró. - ¿Pedimos comida china?
- Comí con Melanie, recuerda. ¡Ay, Dios! Debo cuidarme de una indigestión – David rió.
- Guardaremos para la noche – tomó el inalámbrico del mesón y verificando el número pegado en la hielera, llamó al restaurante.
- ¿Seguro empacaste todo lo que necesitas? No planeo regresar de Vermont a Boston por tu olvido – dijo después de verlo colgar el teléfono. Había ordenado arroz frito especial con jamón, costillitas y pollo en salsa agridulce, a ella le encantaba.
- Descuida, todo está listo – se sacó la varita de un discreto bolsillo de su chaqueta y la dejó sobre la mesa. – Cualquier cosa, amor, tenemos la ventaja de la magia con nosotros.
- ¿Llamaste a tu abuelo?
- Cuando te fuiste, sí – David fue criado por su abuelo materno en un pueblo apartado al oeste de Bulgaria. Asistió a Durmstrang para su educación mágica, y Ginny se conmovió al imaginárselo solo, entre esos pasillos elegantes, sí, pero lóbregos al mismo tiempo. Con maestros, estudiantes y otras entidades "ligeramente" inclinadas hacia la magia oscura.
Le preguntó por qué no había asistido a Hogwarts. ¡Pudimos habernos conocido ahí, empezado esto tan lindo que tenemos desde ese momento! Había dicho ella con un brillo inusual en sus ojos. – Mi padre fue a Durmstrang, mi abuelo paterno también. No tengo nada de ellos, casi nada de él. Creí que yendo a Durmstrang, algo podría conseguir.
Ginevra decidió no preguntarle más. Era un buen hombre, atento, centrado y muy guapo, con su pelo rubio ceniza, sus ojos azules, sus brazos fuertes y su metro setenta. Le gustaba el Quiddicth, se le daba bastante bien, tanto como a ella. Ambos, en ocasiones, huían hacia campos ignorados por Muggles y practicaban hasta altas horas de la noche. ¿Por qué, aún con sus habilidades, destrezas y su gran pasión por aquel deporte, no se dedicaron a jugar profesionalmente? Ginevra se había prendado de la escritura, de la investigación y de una poderosa necesidad de justicia para con las noticias. Esas mentiras disfrazadas de verdades, como decía David, inundaban todo y a todos. Ella ansiaba dejarlas en evidencia, darse por enterada, porque odiaba las mentiras, y decir cuánto descubriese. Vena de editora, mi amor. Dijo él cuando le confesó sus planes al partir de Londres. Había conseguido empleo en una modesta revista ecológica en Massachusetts mientras culminaba su maestría en Norteamérica, y ya con la preparación obtenida, ambicionaba algo más. David, quien estudió gerencia empresarial en Reino Unido, trabajaba como exportador de diferentes artículos mágicos que eran netamente elaborados en Londres. La principal exportadora que recibía dichos productos para luego distribuirlos por el mundo, residía en Estados Unidos.
Y ahí estaban, a punto de tomar juntos unas minis vacaciones en Vermont, para luego empezar de nuevo en Londres. David se ofreció para todo con ella, y Ginny, amándolo un poco más, saltó dichosa. Estaba emocionada e impaciente.
Miró en derredor, analizando cada rincón del departamento, era pequeño pero muy cómodo. Una habitación, dos baños diminutos, cocina y una salita comedor. Habían buscado minuciosamente un buen lugar en Londres, no tan lejos del Callejón Diagon ni tampoco tan apartado del centro muggle. David le había dado el visto bueno a un barrio en particular, un edificio nada ostentoso pero decente, que cumplía con su capricho en cuanto a la ubicación. Y era igual de pequeño, con solo una habitación. Una habitación.
Ginevra compartía con él de todas las íntimas maneras posibles desde hacía un poquito más de un año, ¿era muy pronto para pensar en pasos más grandes e importantes en cuanto a su relación? Sacudió la cabeza, apenas y empezaría a establecerse en Inglaterra después de siete años viviendo en Massachusetts, y debía darle prioridad a ese nuevo comienzo.
Llamaron desde recepción y supo que la comida china había llegado.
- Dile que suba, Carl, por favor – pidió David a través del intercomunicador. Ginevra caminó hacía la despensa y buscó un par de platos, David buscaba en su billetera el dinero para cancelar.
- Recuerda una buena propina. Ese restaurante queda lejos de acá.
- Sí – miró la mesa. – ¿Comerás de una vez?
- Solo probaré el pollo – sonrió.
La puerta sonó y en poco tiempo ambos disfrutaban de la comida.
- ¿Sabes? Este es un pollo que no sabe a pollo – comentó Ginny, recordando ciertas charlas por correo con su cuñada Hermione, la esposa de su hermano Ron. A ella no le gustaba la comida china y decía, muy segura, que sus ingredientes no eran del todo sanos, ni sinceros. El pollo sabe a gato, aseguraba. ¿Y acaso tú has comido gato? le preguntaba ella.
- Y estas son costillas que no saben a costillas – dijo David, y los dos rieron para luego seguir engullendo.
O O O O
En una remota isla volcánica, con apenas trescientos habitantes, se levantaba una pequeña cabaña. Nada en su aspecto, externo ni interno, llamaba la atención. Estaba apartada del centro principal de la isla. Tras ella, un rico terreno verde se extendía kilómetros y kilómetros; y en frente, se divisada la arena blanca, blanquísima, y cientos de caracoles de todas las formas y colores. Era todo demasiado tranquilo. La serenidad del ambiente podía palparse. Y eso era lo que él buscaba, un poco de serenidad.
No utilizaba la magia, no desde que llegó a aquel vetusto lugar paradisiaco. Desde hacía años que no sentía la vibración de su varita después de un hechizo. Tan solo conservaba, para su bienestar o desgracia, un pensadero, y muchos frasquitos con importantes recuerdos. Importantes, sí, los más significativos de su vida. Y aún creyendo que no era bueno para su salud mental, revivir al menos uno a diario, no podía evitarlo. ¿Cómo, cuando eran lo único que le quedaba? Sus recuerdos, alterados para que fuese él, el Harry de veintinueve años, el que disfrutara en lugar de su yo de dieciocho, diecinueve y veinte años.
Respiró, expandiendo sus pulmones. La brisa salada se coló por sus fosas nasales, aletargándolo, y el cabello se le despeinó. Escuchaba el sonido de las olas y la arrulladora conversación de las palmeras.Tanta paz, y cada día mueres un poco más. Cualquier persona que lo viese, pensaría sin duda alguna que se trataba de un simple y pobre pescador melancólico, y no del salvador del mundo mágico.
Giró su cuerpo y fue a casa, sus recuerdos le aguardaban.
Fred no está muerto (capricho mío).. Prefiero aclararlo ahora por si se me olvida mencionarlo más adelante, y evitar las dudas que puedan tener en cuanto aparezca (ya acá sale adjunto al decir "los gemelos")
¿Algún comentario? Esto apenas empieza y quizá no haya mucho que decir, pero una opinión nunca está de más.
¡Gracias infinitas por leer!
