Disclaimer: Inuyasha y compañía no me pertenecen, desde luego pertenecen a la gran y famosa autora Rumiko Takahashi, yo solo los tomo momentáneamente prestados para realizar esta historia sin el más mínimo ánimo de lucro.
Lágrimas cayendo al final de esta canción
Me presento con un nuevo formato de fics que no he visto por este fandom, se trata de un ABC musical, algo bastante visto en el fandom de Pokémon, pero quise probar suerte acá. No se tratan de un song-fic en regla. Únicamente me inspiro en una canción para la temática.
Primer capítulo
Capítulo inicio antes del abecedario
How could this happen to me
La verdad era que nunca supe porque me tenía que pasar lo que me pasaba. Quiero decir; sé que hay millones de personas que sufren atrocidades, mucho más horribles de las que yo me pueda imaginar, y sí, debían de haber montonales de personas "optimistas", que podrían el reprocharme que mi vida no es una mierda y que debería de apreciar lo que tengo.
Pero…desde mi punto de vista, puedo llegar a pensar que cada cabeza es un mundo, y cada quién tiene la manera de ahogarse en sus problemas. Como la chica que se retuerce del coraje y la tristeza por no poder pasar una materia, y se cree tonta. Mientras que otra mujer se la pasa llorando como descosida todas las noches porque nunca podrá tener un bebé y piensa que por ello su matrimonio se irá al garete.
Es verdad, el dolor es relativo, y los problemas también. Puede que alguien más en mi lugar piense que mi preocupación es estúpida, y que también yo misma soy estúpida. Pero…después de todo nadie puede meterse en mi pellejo y sufrir mis problemas, para saber qué haría en mis zapatos.
Así eran las cosas.
¿Mi problema?
No poder olvidarlo…
¿Razones…?
¿Mi soberana estupidez, así como mi irremediable masoquismo es una buena referencia?
Comenzaré desde el principio.
O mejor dicho, desde que lo conocí.
Antes de entrar en ese colegio, yo me consideraba una niña feliz. Digo…feliz dentro de lo que cabe. Siempre me metía en problemas, bulleaba a mis compañeritos y hacía ridículos tremendos pensando en aquellos años que eso era sumamente divertido.
Me gane la admiración de pocos, pero el miedo de muchos. Y sí, sé que suena difícil de creer que aún a estas alturas de mi vida, si me llego a topar con alguno de mis ex-compañeros de mi kínder y primaria, aún me tengan reticencia y miedo.
Pero luego entendí aquellos comportamientos. No era difícil de entender para mí, ya que yo misma sigo siendo presa de complejos que vienen desde la más tierna infancia. Me di cuenta que para lograr minimizar mis errores del pasado, a veces no bastaba con efusivas disculpas, e intentar demostrarles lo mucho que he cambiado.
Cosas que después de entrar en ese colegio nuevo, empecé a creer seriamente que no se trataba algo más que el castigo del karma.
Haz una, y se te devolverán miles.
Haz muchas más, y la cuenta será triste de pagar…
Pero a pesar de todo, en ese tiempo era feliz. Debo aceptar que aún no recuerdo porque al entrar decidí volverme algo más reservada, decidí ya no sonreír tanto; ni pelear tanto. Desde mi punto de vista infantil—algo adelantado para mi edad debo admitir—esa sería la fórmula perfecta para no seguir metiéndome en problemas.
Desperté nerviosa aquella mañana, no pegué el ojo en toda la noche. Así solía ponerme cada vez que entraría a un nuevo año escolar, o en este caso a una nueva institución. Mi madre me gritó desde la planta baja que me apurara, ya que no quería que llegara tarde el primer día de clases de mi tercer año de primaria.
Me levanté con suma pereza y tomé el jumper, que sería mi uniforme de ahora en adelante por tiempo indefinido. En aquel tiempo, no era lo suficientemente madura, como para notar que había ganado algo de peso, y que mi piel estaba ahora bastante más bronceada. Y de igual forma si me hubiera dado cuenta, no le habría dado importancia.
Mi piel blanca como la nieve había desaparecido, por culpa de una peregrina idea mía, de no ponerme bloqueador solar en aquella vez que visitamos la playa. Un camarón marinado, seguramente había quedado más pálido que yo. En esos días, lo único que me lamentaba era el ardor que me ocasionaban las quemaduras del sol. El peso de más…digamos que había disfrutado mucho la comida de aquella costa.
De cualquier forma, a mí me daba completamente igual mi aspecto aquel día, mi madre entró apresurada a la recámara para peinarme el cabello, colocándome aquellas odiosas trenzas que se ganaban mi desprecio cada vez más. Dos trenzas en el cabello, una blusa debajo del jumper grisáceo, calcetas blancas altas y unos luminosos zapatos negros.
Yo no sabía la diferencia entre una institución cara, y una que no lo era; y tampoco era como si me preocupara saber aquellas nimiedades. Solo sabía que el colegio era bonito, y que me habían recibido a pesar de que prácticamente me expulsaran de mi otra primaria. Aquel día iba entusiasmada en el coche, ya que creía que me la pasaría bien, y que haría muchos amigos.
Aunque internamente también había hecho la promesa de cambiar mi carácter, para esta vez no ganarme el desprecio y temor de nadie.
Después de entrar por la puerta principal, observé con sorpresa como todos los niños iban de allá, para acá sin rumbo aparente. Mi primer reflejo fue correr hacia ellos para causar el mismo desorden de siempre; sin embargo el fuerte apretón de manos que mantenía mi madre sobre mí, me hizo reconsiderar la idea. A leguas se notaba que ella no deseaba en lo más mínimo repetir la historia del anterior colegio.
Después de hablar con el director, nos indicó cual sería mi salón y como llegar ahí. Mi madre decidió acompañarme hasta mi salón para conocer a mi maestra y charlar un poco con ella. Hasta ahí, todo iba estupendamente; me di un beso de despedida y se retiró para ir a su trabajo.
Me senté sin pensarlo mucho en el primer escritorio que encontré próximo a la maestra. Así era de mustia yo, siempre aparentaba portarme bien los primeros días, para después descomponerme. De cualquier forma yo había hecho la promesa de cambiar aquello, no quería ser como era antes.
Pero todo cambió cuando mi maestra, Shinju, como olvidar su nombre, me pidió que pasara al frente y me presentara. Lo hice sin problemas, y justo cuando estaba al frente, y miré a mis compañeros por primera vez. Conocí lo que era el nerviosismo.
Los rostros aburridos de mis compañeros, así como sus cejas alzadas, me pegaron fuerte, y me quitaron al instante la seguridad que siempre había acompañado hasta ahora. No pasó mucho tiempo para sentirme fuera de lugar en aquel salón, escuchaba los cuchicheos a mis espaldas, y aquello no hacía más que frustrarme más.
¿Qué les había hecho para caerles tan mal?
A la hora del recreo, decidí acercarme a otras niñas de mi salón, para jugar con ellas. Me acerqué con timidez, ya que una parte de mí quería obviar las críticas previas. Me observaron con un sentimiento que yo desconocía—soberbia—y me preguntaron que quería.
—¿No quieren jugar?—pregunté con la voz más suave que pude logar. Ellas se miraron entre sí, y después rieron de manera burlona.
—Nosotras no jugamos, platicamos—respondió una de ellas.
—¿Puedo sentarme a platicar con ustedes entonces?—indagué sintiéndome esperanzada. Se miraron de nuevo entre sí y accedieron de mala gana. Me acaché hasta sentarme en el suelo intentando entrar al círculo que ellas formaban, con reticencia, una de ellas se movió y me permitió el acceso.
—¿Cómo te llamabas?—preguntó dudosa una niña de cabello negro.
—Kagome—respondí con una sonrisa. Se volvieron a mirar entre sí, y después rompieron en carcajadas. Yo fruncí el ceño ante eso, nunca nadie se había burlado de mi nombre, ¿Qué les pasaba a esas brujas?
—Qué raro nombre, nunca había oído uno así—murmuró una de ellas a duras penas.
A pesar de todo, decidí pasar por alto aquel primer ataque. Y permanecí en aquel círculo. No pasó mucho rato, para que empezaran a platicar de cosas que yo verdaderamente desconocía en gran parte, televisión por cable, computadoras, etc. Al haber notado que yo no aportaba nada a la discusión, me preguntaron sobre mí.
Y de nuevo me sentí terriblemente mal, porque se burlaron de que mis padres estaban divorciados, que no tenía coche del año, que compartía mi recámara con mi madre, que no tenía cable.
Lo sé, ahora mismo que yo lo estoy diciendo, me suenan argumentos estúpidos, y no saben cuánto desearía haber tenido el carácter que tengo ahora para haberlas puesto en su lugar en aquel momento. Y desde ese día…supe lo que era sentirse menos.
No pasó mucho para que le reclamara a mi madre el no tener los mismos lujos que ellas. Lo cual solo me traía fuertes reprimendas, y un castigo que yo consideraba injusto. Después de eso, ellas no querían que me acercara a ellas en el recreo, y no temían decírmelo a la cara; en clase de educación física, era siempre la última en ser escogida, en los trabajos en equipo, siempre me quedaba sola y debía ir llena de vergüenza con la maestra a rogarle que me dejara hacer el trabajo sola.
Lo que más detestaba era que la maestra me viera con lástima y después se levantara de su escritorio y preguntara.
—¿Quién puede agregar a Kagome a su equipo?—
Nadie respondía, y solo cuando la maestra comenzaba a enfadarse, alguna niña de un equipo levantaba la mano y aceptaba con desgano. Siempre me dejaban la mayoría del trabajo y en ocasiones, llegaron a decir que yo no hice nada, solo por no haberme juntado en la casa de alguien, con ellos.
Mi madre solía decirme que más vale sola que mal acompañada; sin embargo aquello solo era una manera tonta de querer subirme el autoestima que estaba en el sótano.
Tiempo después, supe lo que significaba sentirse fea.
Un comentario tonto, de un niño aún más tonto. Supo calarme hondo.
—¡Qué te crees solo eres una fea!—
Aquello solo hizo que la rabia surgiera de lo profundo de mí ser, y le asestara un golpe. De nuevo aquella agresividad que tanto había deseado evitar. Un aviso al director y mi madre me pegó aquella tarde.
Con el paso de los días, semanas, meses…supe sobrellevar sus comentarios despectivos. Aprendí a no caer tan fácil a sus provocaciones, pero no por ello cesaban. Las visitas al despacho del director eran tan numerosas como cucarachas, y los castigos también lo eran.
Un día como cualquiera, mi madre me llevó con ella a una comida con amigos suyos. Al entrar al restaurante, me sorprendí al llegar a la mesa, encontrar a un compañero de mi salón. Era Inuyasha, uno de los pocos que evitaban llamarme despectivamente.
Mi madre saludó alegremente al señor mayor que se encontraba junto a él y supe que aquel hombre de aspecto bonachón era su abuelo. Vaya, que coincidencia, el abuelo de Inuyasha era muy buen amigo de mi mamá. Pudimos platicar durante aquel día, de la escuela, de nuestros compañeros, cosas sin importancia.
No supe diferenciar que aquella pequeña charla, había tenido más repercusión en mí de lo que esperaba. Me sentía agradecida de que me hablara. Sí escucharon bien, yo era así de patética. En el salón podía hablar algunas veces con él, pero no pasó mucho para que los demás lo notaran, y comenzaran a burlarse de él, por mantener contacto con la rara. Me daba muchísima tristeza el ver que muchas veces me ignoraba, y solamente me hablaba cuando no había nadie cerca.
Lo avergonzaba, aquello lo sabía muy bien.
Sin embargo mi gran necesidad de amistad, me hizo llegar a pasar por alto aquello.
Al año siguiente, supe lo que significaba Inuyasha para mí. Y es que solo verlo, el hablarle, el estar cerca de él, me llenaba de un sentimiento que no lograba describir. Quería estar junto a él, quería que me pusieran en el mismo equipo que él. Quería que se le perdiera su borrador, para que tuviera que venir a pedirme alguno a mí.
Me había enamorado de Inuyasha.
A la escasa edad de nueve años estaba perdidamente enamorada de Inuyasha.
Su cabello rubio, sus mejillas, aquel sonrojo que jamás lo abandonaba de tan güero que era. Sus ojos color ámbar, que muchas veces me sorprendían mirándolo, sus labios, aquellos que desde hacía tanto tiempo deseaba poder comprobar su suavidad.
Lo amaba, nunca me cupo la menor duda. Me mataba de celos, saber que a muchas del salón también les gustaba Inuyasha. Y me morí el día que supe que andaba de novio con la hija de la maestra Shinju. Esa triste chiquilla se creía mucho por ser rubia, bonita e hija de la maestra.
No tengo que precisar ni siquiera que Shinju—si se llamaba igual que su madre—no duró casi nada con él. Y es que había que precisar que era tan guapo, que muchas querían estar con él. Siendo yo, la primera de ellas.
Los años pasaron, nosotros crecimos, y mi amor por él también. Todo este tiempo había podido mantenerlo en secreto. Era muy cuidadosa de no decirle nada a nadie. Bueno…tampoco era como si yo fuera muy comunicativa, los niños disfrutaban de molestarme, mientras que las niñas gozaban de ignorarme y hacerme sentir mal.
Un buen día, Inuyasha nos invitó a todos a su rancho.
¿No lo dije?
Inuyasha también era rico. O bueno, más bien su familia era jodidamente rica.
Salimos en una excursión a su rancho ganadero, donde nos subimos a caballos, vimos vacas, e incluso algunos se atrevieron a montar becerros. Yo, como siempre, disfrutaba de la soledad—y es que la soledad no podía herirte más de lo que ya lo hacían las demás personas—me alejé del grupo, y caminé sin rumbo hasta llegar a uno de los límites del rancho. Había algo parecido a un remolque ahí, y sin pensarlo mucho, me senté en él disfrutando de la sombra de un generoso árbol y de la vista de la carretera, con muchas montañas al fondo.
Mi tranquilidad no duró mucho, ya que pronto fui sorprendida por aquella voz, que hubiera sería capaz de reconocer entre miles.
—¿Qué haces Kagome?—preguntó con curiosidad, acercándose a mí, mirando con extrañeza alrededor, como si buscara aquello tan emocionante que me mantenía ahí.
—Na…nada, solo veo el paisaje—respondí con tartamudeos, me ponía sumamente nerviosa su presencia. Él bufó, y se sentó a mi lado en el remolque, observando el paisaje.
—No hay nada genial aquí, solo está la aburrida carretera—resolvió de mala gana—ni siquiera pasan correcaminos o coyotes—agregó con aburrimiento, recargando su mano en sus rodillas.
Aquel comentario fue el paso a una amena conversación respecto a los animales que había por ahí. ¿Qué podía decir?, me gustaban mucho los animales…Después pasamos a hablar de sus tres hermanos, me caían muy bien. Sesshomaru y Shiori eran mellizos, aunque no se parecían mucho. El primero a pesar de ser callado, me pareció muy atento y educado. A Shiori y Kanna las encontré juntas, y me invitaron a montar la bicicleta con ellas, a falta de haber otra, Kanna me prestó la suya y Shiori y yo jugamos carreras.
Realmente su familia era bella, y el parecía que disfrutaba de ella. La mamá de Inuyasha, Izayoi, también era un amor de persona. A su padre solo vi de lejos, así que no sabía que pensar, pero supuse que era agradable.
—¿Por qué estabas sola aquí?—indagó con genuina curiosidad, estudiando mi rostro. Yo sentí una punzada dolorosa en el pecho, y la atmósfera feliz a mi alrededor se esfumó.
—Porque no tengo amigos—contesté con tristeza, rogando a dios que no fuera a causarle lástima. Él me miró de manera indescifrable, y después sonrió.
—Me tienes a mí, yo siempre seré tu amigo—manifestó con simpleza, transmitiéndome una calidez con su sonrisa, que me tomó por sorpresa. Jamás esperé que me dijera eso, son las palabras más bellas que había escuchado nunca.
—Gracias—
Desde aquel día me enamoré aún más de él—si es que era posible—todo era felicidad, no parecía volver a mostrarse avergonzado por mí, pero por si acaso procuraba no acercarme mucho a él para no ponerlo en aprietos con sus amigos. Era costumbre que yo comiera en el descanso sola, escondida tras algún arbusto del patio, o con la señora que estaba en el salón de copiado.
Pero yo debía de haber sospechado que no todo podía ser felicidad para mí. Por una maldita vez, que se me ocurrió confesar, que me gustaba Inuyasha. Supe que había firmado mi sentencia de muerte. Jamás de los jamases, me pasó por la cabeza que Inuyasha podría llegar a corresponderme. Y es que…
Solo había que verme, era fea, rara y pobre…
Ok, no era pobre, pero al menos yo no entendía aquello en ese tiempo.
No pasó más que un día, para que la bomba explotara. La más bruja de todas las del salón—Kagura—atrajo la atención de todos, y luego me puso en evidencia delante de todo el salón, estando él, estando sus amigos…
No supe que fue peor, si la vergüenza, las burlas, o la cara que puso Inuyasha en ese momento.
Desde luego que sabía que era peor que eso. Al instante cambió la forma de tratarme, se volvió como los demás, se comenzó a burlar de mí, a molestarme, a insultarme. E incluso fomentaba que me molestaran aún más.
Aquello fue un golpe para mí terrible, los maltratos de los demás era costumbre, sin embargo…los de él dolían muchísimo más que los de todos juntos. La violencia contra mí creció, ya no solo eran palabras, ahora también me empujaban, me pegaban. Un día me agarraron en mi escritorio entre todos y me golpearon mientras yo me cubría la cabeza con mi chamarra.
La maestra entró y preguntó enojada que me habían hecho, porque estaba llorando. No era para nada habitual que yo llorara. Sentía que tenía que mantener la poca dignidad que me quedaba. Con voz temblorosa dije que no tenía nada, y que hablaba así porque estaba enferma.
Mentira, estaba que me moría. No entendía el actuar tan cruel de los demás.
Lo único que me consolaba, era que al menos, él no había participado en ello.
Pero desde luego…tampoco hizo nada para evitarlo, y mucho menos para defenderme.
Sin embargo, un día estaba discutiendo con él tremendamente. Si soy sincera no recuerdo de que trataba la pugna, solo soy capaz de recordar unas palabras.
—¡Porque, porque, porque!—rugió embravecido mientras rompía la distancia entre nosotros y me tomaba por los hombros—¿Por qué a mí?—
—¿Por qué, que?¿de qué hablas?—chillé enfurecida deseando que lo que me estaba imaginando no fuera verdad, mientras intentaba zafarme de su férreo agarre.
—¿¡Por qué te fijaste en mí?!—respondió aumentando su furia, yo me quedé congelada, sintiendo como mis ojos comenzaban a inundarse de lágrimas, simplemente era demasiado dolor lo que sentía—¡solo mírate!, eres horrible, nunca jamás conseguirías a nadie que te quisiera—completó zarandeándome con fuerza.
Esta vez no pude contenerme, me solté a llorar frente a él, frente a los demás que observaban el espectáculo. No me importaron sus gritos coléricos diciendo que me callara, que dejara de llorar, tampoco presté atención al golpe que me dio en la cabeza con la mano abierta. Simplemente todo lo que me decía y me hacía me superaban por completo.
No fui consciente de cuando mis compañeros intercedieron por mí, asustados por la manera tan lastimera en que lloraba. Aquel solo estaba enfurecido, totalmente fuera de sí. No me importó el falso apoyo que me otorgaron mis compañeras, al abrazarme, al pedirme que dejara de llorar. Sabía que su preocupación solo era miedo a que la profesora supiera lo que me hicieron.
Bah, después de todo nunca nadie me creía, siempre terminaba en lo mismo…era mi palabra contra la de ellos. La palabra de la inadaptada contra la de todo el salón. Sobraba decir a quién le creían. Me zafé del agarre de aquellas hipócritas y salí corriendo del aula sin importarme nada más. Aquellas crueles palabras resonaban en mi cabeza como un interminable eco.
Entré en una depresión terrible, no había día en que no llorara. No quería ir a la escuela, mi madre me llevaba a rastras a clases. Ni siquiera prestaba atención a lo que me decían mis compañeros, solo tenía cabeza para sentirme mierda. No quería seguir viviendo, quería dejar de sentir este dolor en mi pecho tan asfixiante. Quería dejar de sentir este rencor tan terrible hacia mis compañeros.
Ellos eran los culpables de todo. Y pasó, mi primer intento de suicidio. Era lo suficientemente tonta para creer que quizás mi muerte pudiera hacerlos sentirse mierda, que se sintieran como yo me sentía. Pero fui cobarde y jamás lograba terminar con mi cometido. Después comencé a tener muy malos pensamientos, quería venganza, venganza contra todos los que me hacían daño.
Había visto en la televisión que en alguna parte del mundo, un chico que sufría lo mismo que yo, simplemente había llegado un día a clase y mató a todos. Incluyendo al profesor y después terminó con su vida. Podía hacerlo, sabía dónde mi abuela tenía escondida un arma. Innumerables veces consideré aquella posibilidad, pero la descartaba siempre.
Yo no era una mala persona. Yo no podría hacerle a alguien más lo que me hacen a mí. Ni siquiera a los causantes.
El último día de clases—y mi último día en aquel infierno—todos me pidieron perdón, absolutamente todo el salón. Y quisiera decir que eso me hizo sentir bien. Pero no fue así…porque aún en aquel día, siendo el último que nos veríamos quizás en toda la vida. Inuyasha me hizo querer morirme, había dejado una paleta de malvavisco en mi pupitre y me fui a hacer algo. Cuando regresé Inuyasha la tenía en sus manos, se la exigí, y con toda calma la tiró al suelo y después la pisó.
—Recógela del piso—
Salí a duras penas de aquel infierno llamado colegio. Me despedí para siempre de aquella banda de hipócritas y gente sin nada de sentimientos. Y me despedí de a quien más amaba. Pero yo a su vez, era quién él más odiaba.
La secundaria fue una coma en mi vida. Yo seguía con mi amor enfermizo por aquel desgraciado. Jamás llegué a fijarme en nadie, en mi primer año, le rompí el corazón a mi único amigo de la peor manera. Pero no era decisión mía, simplemente yo era incapaz de amar a alguien que no fuera Inuyasha. Continué con mi solitaria vida, conocí otras personas, y de nuevo era rechazada.
No era capaz de mirarme en el espejo sin sentirme un adefesio, un adefesio gordo.
Sobra decir el problema en el que me metí con tal de adelgazar.
Toqué fondo…conocí el infierno.
Y un día, decidí cambiar todo. Decidí llegar a la secundaria, y hablar con el primero de mis compañeros que se atravesara, decidí volver a sonreír, decidí dejar atrás todo el doloroso pasado. Y tuve amigos, y fui feliz.
Conseguí lo imposible. —Lo que yo creía imposible—
Terminé la secundaria maravillosamente, y entré a la preparatoria. Ahí conocí a Sango, mi mejor amiga. Incluso llegué a olvidar a Inuyasha. Me enamoré de otro chico, y juré que lo quería. Pero cuando éste me falló, la ilusión se destruyó delante de mis ojos.
Mi abuela murió, y asistí al funeral. No sabía si sentirme triste, o no sentir nada. Prefería no pensar en ello. Le pedí a mi amiga Sango y a Yuka que me acompañaran ese dia. Pensé que sería un día gris, y lo fue. Pero mi corazón se detuvo al verlo entrar por la puerta, acompañando a su abuelo que buscaba a mi madre.
Fue un shock total. Jamás en mi vida me había pasado la remota idea de volverlo a ver. Y mucho menos en un momento como este. Me quedé congelada, y no supe cómo reaccionar. Busqué a mi madre, y le avisé de la llegada de ambos. Su abuelo me halagó de lo cambiada que me encontraba, lo hermosa y alta que estaba.
Y era verdad, había cambiado mucho. Ya no era ni la semejanza de como ellos me recordaban.
Y de pronto…él se acercó a saludarme, me sacaba una cabeza completa, a pesar de que yo traía tacones. Se veía tan endiabladamente guapo, me dio un beso en la mejilla y sentí como mi corazón se detenía. Y después me abrazó.
—Siento mucho lo de tu abuela—murmuró mientras me abrazaba.
Mis ojos se abrieron como nunca antes, y sentí un molesto y conocido escozor en mis ojos. Sin embargo, cuando me soltó y me miró a los ojos, yo me mostré impávida, negándome categóricamente a mostrarle algún sentimiento. Sin embargo, el verlo a los ojos, me afectó, una parte de mí me hizo creer que había algo más en sus ojos.
Creí ver arrepentimiento, y desde luego quise creer que mis ojos me engañaban, que solo estaba viendo lo que quería ver.
—Gracias—
Aproveché la primera oportunidad para escabullirme, ya que él parecía tener ganas de entrar una conversación. Lo entendía, desde luego él no conocía absolutamente a nadie ahí. Aproveché que un tío me ofreció llevarme a comer algo, y tomé a Sango de la mano arrastrándola conmigo. Le dije quién era, y frunció el ceño notablemente.
—¿Ese maldito patán?—gruñó la castaña con rabia—¡Kagome no me digas que lo llegaste a considerar—rugió mi mejor amiga, tomándome de los hombros.
—Claro que no—respondí sin dudarlo, en este tiempo me había vuelto una perfecta mentirosa—claro que sí, está haciendo una revolución total en mi cabezota—me mordí la lengua conteniéndome de decir aquella sarta de estupideces, yo misma sabía que eso era descabellado, tonto y patético.
Pero lo amaba…
Durante meses mantuve aquella esperanza latente en mi corazón. ¿Estaría arrepentido de lo que me hizo?, ¿de verdad?
Al no poder vivir con la duda, aproveché que mi madre había hablado con él y le había dicho que me diría a mí que lo felicitara por su cumpleaños.
En aquel momento quise asesinar a mi progenitora por ponerme en ese incordio. Pero después supe apreciarlo. Entre a su perfil en Facebook, preparada para dejarle un mensaje, ya que era si no difícil, prácticamente imposible encontrarlo conectado.
Hola!
Mi mamá me dijo que cumplías años felicidades C:
Ojalá que cumplas muchos más, y te la pases súper bien. (Oh que te la hayas pasado bien)
Por cierto...
Muchas gracias por haber asistido al funeral de mi abuela, fue un gesto que tanto mi mamá como yo apreciamos mucho.
n.n
Fue un mensaje corto, y que solamente buscaba iniciar un tema de conversación. Según yo no dejaba entrever nada, y solo me quedaba esperar su respuesta. Pasaron los días, y después pasó una semana. Revisé el mensaje y aquellas palabritas supieron hacerme sentir mal.
Visto Ene 17
Eso rompió en millones de diminutos pedazos todas mis esperanzas. Claro, como pude llegar a suponer que el señor Inuyasha se fuera a fijar en mí. Seguramente fue más a fuerzas que con gusto. Y como no, si tiene una novia tan bonita, refinada y rica—hija del presidente municipal de la ciudad vecina.
Y claro, yo entendía, ¿Quién querría tenerme de novia a mí?
Exceptuando al lindo de Kouga, y al tranquilo de Houjo.
Bueno, quizás los del trabajo se la pasen diciendo que soy linda, y que quisieran salir conmigo, pero…desde luego ellos solo están jugando. Yo no puedo ser hermosa, porque el amor de mi vida no me dice que lo soy.
Si soy una retrasada mental, soy una masoquista de las grandes.
Pero algún día debía olvidarlo. O más bien algún día estaré a su lado.
Da igual, mejor me voy a estudiar mi carrera. Una donde puede ser, que lo vuelva a ver…
¿Lo llaman obsesión?, pues yo lo llamo, no saber olvidar…
Siempre me he preguntado, ¿Por qué me pasa esto a mí?, y luego me respondo, ¿Por qué no habría de pasarme a mí?, soy diferente a los demás, y me encanta serlo. Pero no olvido que en este mundo, el karma está sobre nosotros, esperando el momento justo para castigarnos.
Yo ya lo hice, y estoy afrontando las consecuencias, de seguro el amor que siento por aquel rubio, de ojos dorados se trata de eso. Pero…quizás, el debería de estarse preparando para pagar su deuda, que creo que se vendrá gigante.
Y a pesar de todo y del dolor que me causó…no le deseo ningún mal.
¡Hola!
¿Se preguntarán porque escribo algo tan jodidamente depresivo?, pues…no sé, fue una idea que traía en mente, al final no sé, trama fue saliendo sola. Quería que el primer capítulo les diera una idea de lo depresiva que será esta ronda de fics. He puesto manos a la obra para buscar las mejores canciones de mi reproductor de música y hacerlas llorar a ustedes de la misma manera.
Adoraría que me dejaran un comentario, y que me pusieran lo que piensan respecto a esta historia.
Sobra decir que a partir del próximo capítulo comenzara el abecedario.
Besos…
