Disclaimer: Si hubiese sido Rowling le habría dado a Crookshank un nombre elegante, como Rengar. Por ejemplo.
Este fic ha sido creado para el "Amigo Invisible 2014-15" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Y mi amigo invisible era... (redoble) ¡Zarket than Black! ¡Espero que te guste! Quería hacerte la difícil, pero bueno, me metí en una camisa de once varas y entonces decidía hacer cambio de argumento debido a que el tiempo se me echaba encima.
Sobre esta petición, pensé poco en cómo hacerla. La idea se me vino en seguida a la cabeza... Luego pensé que quizá habías pensado en ellos más jóvenes. Pero bueno, ya es tarde para lamentaciones, ahí va:
TRES AZUCARILLOS, POR FAVOR
Lunes 16 de diciembre de 2002
Theodore se detuvo, mientras la puerta se cerraba tras de sí, sorprendido por el calor que hacía en el local. Los parroquianos, frente a los gruesos abrigos que se veían en el exterior, iban con túnicas ligeras y tenían las mejillas sonrojadas por el calor del fuego. Con aire distraído, desanudó la bufanda que llevaba alrededor de su cuello y la buscó con la mirada.
Nunca había sido demasiado fan del Caldero Chorreante. Y mucho menos desde que cambiara de dueño a la bonachona de Hannah Abbot. Era un lugar de paso y despreocupado, con algunos tablones del suelo sueltos y madera ennegrecida. Theodore estaba seguro que había polvo milenario acumulado en alguna de las esquinas.
Y ni siquiera estaba cerca de su trabajo en el Ministerio.
Pero estaba ella.
Daphne. La misma Daphne que en el colegio achicaba los ojos e intentaba copiar desde el otro lado del pasillo durante los exámenes porque se había pasado la noche en vela, preocupada por el resultado del mismo y había olvidado la mitad de lo estudiado. La misma que durante los últimos momentos del mismo le agarró la mano tan fuerte que tuvo la marca de sus uñas clavadas durante una semana.
Por supuesto, ella estaba allí. Tenía su cara redondeada especialmente sonrojada, el pelo rubio recogido en una larga trenza y un estúpido delantal blanco que le daba un aspecto hogareño y cálido.
Le sonrió.
—Hola —dijo moviendo los labios. Theodore asintió brevemente, antes de buscar una mesa solitaria en la que poder sentarse.
Escogió una que todavía tenía un par de jarras a medio terminar de los anteriores clientes. Había una mancha humedeciendo la madera vieja y varias servilletas apiladas sobre ella. Ni siquiera se habían molestado en hacer que el estropicio desapareciera, pensó con cierto desagrado arrastrando la silla.
Se quitó con cierta parsimonia los guantes y el abrigo, los dobló y dejó sobre el respaldo. Echó un rápido vistazo a Daphne (que cruzaba la estancia con una bandeja metálica llena de jarras de hidromiel) antes de sentarse.
Y esperó.
De cualquier manera, no tardó mucho en acercarse a él.
—Buenos días —la saludó inclinando la cabeza ligeramente.
Ella curvó los labios y colocó la bandeja sobre la mesa.
—Vaya, vaya. Si es el mismísimo Theodore Nott. ¿Qué tal?
Lo dijo como si hiciera meses que no se vieran. Como si la vida lo tuviera tan absorto que apenas tuviese tiempo para ir allí a tomarse algo.
—Atareado —respondió casi de manera mecánica, pensando en dónde habría estado Daphne hacía cuatro años. Probablemente en Hogsmeade, cargada de bolsas y con una sonrisa en los labios.
O dónde podría estar si tan solo las cosas hubieses sido un poco diferentes.
—¿Sí? —recogió las tazas y sacó su varita de uno de los bolsillos de su delantal—. ¿Qué ha pasado?
—Los graciosillos de todos los años —respondió fijándose en sus dedos. Llevaba las uñas muy cortas y sin pintar. En el colegio solía dedicar las mañanas de los sábados a hacer complicados dibujos con esmalte—. Con estas fiestas se emocionan. Hemos estado toda la mañana en tiendas muggles. Han estado distribuyendo unos muñecos que salían solos de sus cajas e intentaban matar a los muggles.
—¿De verdad? —lo dijo con sincera sorpresa, sentándose casi de manera mecánica frente a él. Ignorando la suciedad y, por qué no decirlo, su trabajo.
—Bueno, había uno que solo quería un abrazo. Y no paraba de repetirlo. Era un poco tétrico.
Rio.
—Bueno, al menos no podrás decir que te aburres sin hacer nada.
Theodore se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto.
—Veo que está lleno a rabiar. Abbot estará muy contenta.
—Las Navidades siempre dan un empujón al negocio —dijo, aunque realmente no hacía falta—. ¿Qué te traigo?
—Un té —pidió, sintiéndose un poco incómodo—. Con leche, tr...
—Tres azucarillos; una empanada de jamón de dragón y queso. Y el Profeta, claro. Uno que no esté demasiado pringoso. Para qué preguntaré.
—Cómo me conoces.
Daphne se encogió de hombros, levantándose. La bandeja giró entre sus dedos.
—Ahora te lo traigo. Luego quiero que me cuentes todo lo de esos muñecos.
—Ya sabes que no hay mucho —farfulló mientras ella se alejaba, no muy seguro de que le hubiese oído.
Su trabajo era aburrido. Cosas de la vida. Antes del Señor Oscuro sus esperanzas sobre el futuro habían sido bastante positivas. Su padre había manejado los canales de distribución de prácticamente todo el Callejón Diagon antes de ser encerrado en Azkaban. Por supuesto, en cuanto aquello ocurrió todo sus clientes les bombardearon con lechuzas para cancelar sus servicios.
Su abuelo cerró la empresa antes de que generara grandes pérdidas y Theodore jamás tuvo la oportunidad de heredarla.
Trabajar en el Departamento de Accidentes y Seguridad Mágica no se acercaba a sus expectativas. La parte buena era que siempre tenía una historia que contar. La mala es que dudaba que alguien con su apellido pudiera aspirar a algo más que a ser un desmemorizador.
El Señor Oscuro siempre manchó todo lo que tocaba.
Probablemente, otro ejemplo de aquello fuese Daphne. Los Greengrass nunca habían sido mortífagos y habían hecho bien al mantenerse al margen durante la primera guerra. Pero al final volaron demasiado cerca del sol y se quemaron.
El padre de Daphne no había llevado la Marca, pero sí había aportado fondos y contactos. Y para los tribunales aquello había resultado sinónimo de multas y expropiaciones debido a colaboracionismo indirecto.
Luego... Luego, simplemente, habían tenido mala suerte.
—Aquí tienes. Te he escogido una de las recién hechas, que sé que te gusta el pan caliente. —Daphne volvió a aparecer delante suya, dejando sobre la mesa su bandeja.
—Eres increíble —murmuró con cariño.
—Oh. Ahora cuéntame lo de los muñecos —le animó sentándose de nuevo frente a él y apoyando la cabeza entre sus manos.
La mesa era enorme y parecía estar lejísimos. Theodore se aclaró la garganta e intentó reordenar sus pensamientos. Cuando él había llegado al lugar, gran parte del trabajo ya había sido hecho. Tan solo había una muñeca grande y de trapo agitando sus débiles brazos y suplicando algo de cariño.
Casi todo lo que sabía lo hacía tras escuchar los testimonios de los testigos.
—Pues verás —dijo bajando la voz, obligándola a inclinarse un poco más sobre la mesa para escucharle. Le encantaba hacer eso, asegurarse que tenía su atención—, aún no se sabe si las muñecas entraron así en la tienda o fueron manipuladas de manera posterior. El caso es que fueron colocadas en el escaparate y en las estanterías, hasta que a eso de las seis de la tarde, en hora punta, una de ellas empezó a moverse.
»La vio una niña. Dicen que se fue corriendo a llamar a su madre, ni siquiera se asustó. La madre... ah, eso es otra historia. Llamó la atención de toda la tienda...
Martes 17 de diciembre de 2002
Theodore salió aquel día una hora y media tarde del trabajo. Estaba cansado y la cabeza le daba vueltas, pero no fue directamente a casa. En su lugar, se apareció en el Callejón Diagon.
El invierno se había apoderado de la calle, a pesar de los múltiples hechizos que pretendían protegerla de la nieve. Los tejados y las esquinas formaban pequeños montículos que brillaban ambarinos a la luz de las arregló la capa, más por meticulosidad que porque fuera a pasar frío, y golpeó con la varita el ladrillo que marcaba el paso de la calle mágica y el bar.
Por supuesto, Daphne estaba allí. Estaba frente a la barra, llenando su bandeja con bebidas. Theodore sonrió al verla y se encaminó a una de las mesas. Con suerte, su favorita estaba libre: una pequeña, junto a las escaleras que daban a los dormitorios. Desde ella podía verse todo el local y, aun así, pasar ciertamente desapercibido.
—Theodore —le saludó Daphne un rato después—. Pensé que hoy no te pasarías, a las horas que son ya...
—He tenido lío —respondió con tono hosco. Ella parpadeó, un poco sorprendida—. Yo... ha sido un mal día.
—¿Y eso?
—Malfoy me ha mandado una invitación para una fiesta de Navidad.
Era una broma, claro. Y funcionó, Daphne bufó divertida y se encogió de hombros.
—Yo también. —Arrastró ruidosamente una de las sillas y se sentó—. No sé que es lo que pretenden.
—Supongo que querrán restregarnos que vuelven a tener sus arcas llenas. —Theodore arañó distraído la mesa. Había gente que tenía demasiada suerte.
—Astoria está emocionada. Está buscando como loca un diseño de vestido para mandar hacer.
Theodore levantó sorprendido la mirada.
—¿Qué?
—Ya sabes cómo es ella.
—Pero...
Daphne se encogió de hombros, quitándole hierro al asunto.
—Supongo que acabará llevando una de las túnicas viejas de mamá. Ya sabe lo que hay.
Desde la muerte del padre de Daphne, un par de años atrás, había sido ella la encargada de mantener a su familia. Y eso eran muchos gastos, si tan solo se hubiese presentado a los EXTASIS.
Theodore le había recomendado muchas veces que convenciera a su madre para vender la vieja casa familiar. Pero era como hablar a una pared. Parecía que ninguna de las tres Greengrass estaba dispuesta a enfrentarse a la realidad.
—¿Vais a ir?
—Cualquiera le dice que no... Además, ya casi nunca os veo a todos juntos.
Theodore asintió. La verdad es que él mismo no podía recordar la última vez que había visto a Pansy o a Blaise. A Draco le veía más amenudo, solía pasarse por su oficina y hablaban. Muchas veces pretendía que pasaba por allí; otras le buscaba.
Aunque casi nunca le interesaba lo que le tenía que decir.
—Supongo que yo también iré, entonces —dijo, sentándose correctamente sobre la silla y sonriendo.
—Así se hace. Ahora, ¿qué te pasa?
Theodore negó ligeramente la cabeza. No porque no quisiera hablar, sino más bien para aclarar sus ideas.
—Cinco tiendas más a lo largo del país. Todas igual, con las malditas muñecas. Se han involucrado hasta los aurores, creen que se debe a algún tipo de banda antimuggles.
Daphne arrugó la nariz.
—Vaya rollo.
Theodore asintió. Cada vez que algún grupo así actuaba, la prensa levantaba todas las viejas historias y no era raro recibir alguna carta de un lector indignado por lo que habían hecho sus antepasados.
—Y Draco monta una fiesta justo en medio. Siempre tan oportuno, ¿eh?
Thedore sonrió.
—Supongo, entonces, que iremos todos como amigos. ¿No?
Daphne asintió.
—Voy a por tu pedido de siempre. Espera.
Viernes 20 de diciembre de 2002
Cuando Thedore salió de uno de los despachos que ocupaba el departamento de desmemorizadores se encontró cara a cara con Malfoy.
—¿Qué haces tú aquí? —le preguntó con cierto desagrado. Malfoy captó al vuelo el tono y achicó los ojos, claramente disgustado por el recibimiento.
Con el paso de los años, Malfoy había ido acortado las diferencias que le distinguían de su padre. La misma mirada, la misma pose. Incluso la misma ropa escuprulosamente negra y cara.
—No seas idiota, Nott. He venido a hablar contigo.
A Theodore le habría encantado mandarle a paseo, así, sin más. Pero no era algo a lo que él acostumbrase. Así que en su lugar señaló hacia delante.
—Ya he confirmado lo de tu fiesta. Mandé la lechuza esta mañana.
—A nadie le importa eso. ¿Tienes un momento, entonces?
—Podemos ir a donde Daphne y tomarnos algo. Parece que hoy es un día tranquilo, puedo escaparme un rato.
Los ojos de Malfoy brillaron con un maldisimulado interés.
—Si, vamos. Es sobre una oportunidad de negocio. Ya sabes, como hacían nuestros padres tiempo atrás.
—Ya —dijo, aunque realmente no tenía ni idea de lo que solían hacer sus padres tiempo atrás. Más allá de molestar muggles, claro está.
Theodore empezó a ponerse nervioso cuando Malfoy no dijo ni media palabra mientras se dirigían al ascensor. No dijo nada, ni siquiera, cuando atravesaron el Atrio medio vacío, claro indicio de que todavía estaban en horas de oficina.
Ni cuando salieron a la zona habilitada para las desapariciones.
Daphne los recibió con una expresión un poco rara. Como si fuera algo que no acabase de creerse.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —les preguntó, levantando su delgada muñeca y mirando su reloj de pulsera. Thedore sabía que lo llevaba desde quinto. Era de plata, muy ligero, y con números alargados. Si no se equivocaba, había pertenecido a una de sus bisabuelas. Solía pulirlo y darle cuerda todas las noches, antes de acostarse. Suponía que seguía haciéndolo.
—La pregunta es qué haces tú aquí —replicó Malfoy, sentándose en su mesa favorita—. ¿No descansas nunca?
Daphne levantó un poco la barbilla. Theodore sabía que no le daba vergüenza trabajar, o por lo menos ya no. Pero Malfoy era Malfoy y uno no sabía cuando estaba de buen humor.
—Eso no te importa. ¿Qué os pongo?
—Solo el té —pidió Theo—. Lo de siempre.
Daphne le sonrió y giró un poco la cabeza hacia Malfoy.
—Whisky. Sin hielo. Y espero que sea de mis bodegas.
—Lo que tú digas —replicó cambiando a un tono bastante más brusco y alejándose a la barra.
Malfoy esperó, incluso entonces, a que estuviese a una distancia prudente para que no pudiese oírles.
—He oído sobre una oportunidad de negocio.
Theodore no respondió en seguida. Había algo en el tono de Malfoy, en su mirada vidriosa y en su expresión corporal -demasiado echado hacia delante, con una mano extendida, como si apenas pudiera contenerse- que le decía que debía mantenerse al márgen. Le recordaba a cuando llegaba con uno de sus planes maestros para hacer que Potter saliese escaldado.
(Y no hace falta recordar lo que solía ocurrir después).
—¿Dónde?
—Eso no importa. El caso es que conozco a un tipo que va a traer un cargamento de coches voladores...
—Esos coches son ilegales —respondió en el acto Thedore. En los últimos años se habían convertido en una moda bastante molesta, sobre todo para su departamento. Al parecer, Harry Potter había conducido uno años atrás.
Y cosas del destino, ahora todo el mundo quería uno.
—¿Qué más dá? El caso es que me los va a dejar tirados. Y había pensado que podríamos ser socios en este caso.
Si Theodore hubiese sido un mago un poco más impulsivo se habría levantado en ese mismo momento, habría pagado la cuenta, habría rodeado a Daphne por la cintura y le habría dado el beso que nunca se había atrevido a dar y habría vuelto a la oficina. Pero en su lugar se quedó allí, esperando.
—Yo no tengo dinero, Draco —respondió con cansancio. Como si aquella fuera su gran pega.
—No socio capitalista —replicó haciendo una mueca—. Necesito tus contactos. Y tus habilidades.
—Draco, ¿sabes dónde te estás metiendo?
—¿Qué?
—Esto no es el colegio.
—No soy estúpido, Nott —Malfoy se recogió hacia atrás, volviendo a poner la espalda recta y apretando los puños—. Es una buena oportunidad para ganar dinero. Dinero que, como bien has dicho, no tienes.
—El castigo a estas cosas no es limpiar unos cuantos orinales sin magia.
Malfoy tamborileó la mesa con los dedos, un poco impaciente.
—No puedes dejar pasar esta oportunidad.
—No voy a encubrirte.
La expresión de Malfoy hubiese valido la pena inmortalizarla. Perdió el color de su cara y abrió la boca, sin llegar a pronunciar palabra.
—No te preocupes. Tampoco te voy a denunciar. Pero no cuentes conmigo.
Recogió toda su compostura en un instante.
—Piensa en lo que podrías ganar. Haciendo cálculos por la baja, podría llegar a darte cerca de quince mil galeones. Eso no lo ganas ni en un año.
Thedore no hizo ningún gesto ni respondió.
»No seas idiota. Podrías hacer grandes cosas con ese dinero. Pagar la entrada de una casa. Sobornar a un par de idiotas para que intenten promocionarte. Incluso podrías comprar uno de esos coches.
Malfoy se echó un poco más hacia delante y sonrió. Idiota.
»Incluso podría servirte para que escapara de aquí. Comprarle un anillo, esas cosas.
Se estaba refiriendo a Daphne.
Theodore parpadeó, sorprendido, y notó como las mejillas se le encendían. Tomó aire lentamente.
—Métete en tus asuntos, Malfoy.
—Toma, Theo. —Prácticamente pegó un salto de su silla y levantó la mirada, para encontrarse con Daphne. Su expresión no indicaba que hubiese oído demasiado ed su conversación, para su propio alivio—. Y para ti, pequeño monstruo, el whisky.
Daphne descorchó una vieja botella de vidreo con el logo de la familia Malfoy y sirvió una generosa ración.
»Ahora, ¿se puede saber a qué se debe esta extraordinaria reunión?
—Nos hemos encontrado —dijo rapidamente Theodore—. Hoy casi no tengo trabajo, la cosa está tranquila.
—Leí que pillasteis a los de las muñecas. Al final eran unos críos, ¿eh?
Theodore sonrió. De esa hazaña estaba especialmente orgulloso. Tras una de sus entrevistas predesmemorización le había sonsacado a uno de los testigos una descripción de uno de ellos. De ahí, el departamento de aurores había hablado con los muggles y lo habían reconocido en cuestión de minutos.
—Al parecer.
—Qué idiotas.
Se miraron y sonrieron. Probablemente Daphne se estaba imaginando a los chicos que pensaban que habían sido lo suficientemente listos como para engañar al Ministerio de Magia. Theodore solo la miraba a ella, con el pelo recogido y los mechones que se le escapaban.
—¿Qué muñecas? —intervino Malfoy, rompiendo en el acto el encanto de la escena. Daphne parpadeó sorprendida y lo miró, sin saber muy bien qué decir.
—Cosas del trabajo de Theodore. Ha salido en el periódico.
—¿Ah, sí?
Suspiró con cansancio.
—Lee el periódico, Malfoy, no hay gran cosa que pueda contarte. Ya sabes, mi aburrido y mal pagado trabajo.
Miércoles 25 de diciembre de 2002
La noche de la fiesta de Malfoy llegó mucho más pronto de lo que habría deseado. Theodore recordaba las viejas fiestas en la Mansión Malfoy de su infancia a la que acudía todo el que era alguien en la sociedad mágica. Y, sobre todo, todos los sangre limpia. Hacía años que no organizaban ninguna.
Y no podía decir que las echara de menos.
La señora Malfoy lo recibió con una sonrisa encantadora y una mirada crítica. Theodore le devolvió el gesto.
—Tus amigos están junto a la chimenea —le indicó. Parecía la misma mujer que tomaba el té mientras Malfoy, Vincent y él jugaban en el patio trasero persiguiendo las aves albinas del señor Malfoy. Y de eso hacía una eternidad.
—Gracias —murmuró alejándose.
Habían arreglado unos de los salones para la ocasión. Luminoso, de paredes altas; habían retirado una gran mesa que solía presidirlo para dar paso a una sala de baile. Al fondo, en una esquina, un cuarteto de cuerda tocaba concentrado una pieza. Había camareros por todas partes, llevando copas y canapés.
Aprovechó que uno pasaba por su lado para tomar uno de cada.
Junto a la chimenea, habían colocado unos sillones. Millicent, que llevaba el pelo recogido, ya estaba allí. Le sonrió con su cara regordeta.
—¡Estás más flaco! —le saludó con alegría, echándose a un lado para que se sentara, bajando sus pies desnudos al suelo. A un lado había abandonado unos altísimos tacones.
—Nos vemos casi todos los días —respondió . Millicent trabajaba en el departamento de aurores y sus oficinas estaban relativamente cerca—. ¿Somos los únicos que hemos llegado?
—No. Pansy y Greg están buscando alcohol y comida, respectivamente. Y la última vez que vi a Blaise estaba intentando conseguir que alguien le compre alguno de sus diseños.
—¿Aquí?
—Ajá.
Thedore frunció el ceño. El sillón era espantosamente duro, como todo en aquella casa. Tan elegante como incómodo.
—No sé si seré solo yo —le dijo con cierta malicia—, pero la idea de que una mujer se ponga la ropa interior que diseñe Zabini me resulta perturbadora.
Millicent, acorde a su falta de autocontrol, soltó una fuerte carcajada. Se rio con tanto ímpetu que se dobló sobre sí misma. Le dio un pequeño empujón que provocó que se vertiera parte de su copa sobre su túnica.
—Ropa... interior... Merlín, nunca lo había pensado. Zabini...
—Ya —respondió un poco incómodo, haciendo desaparecer la mancha con un movimiento de varita y arrugando el ceño.
Durante unos instantes, el único sonido que se produjo entre ambos fue la risa decadente de Millicent. Cuando terminó, Theodore se aclaró la garganta y le sonrió.
—Ay, qué risa —murmuró acalorada.
—¿Y cómo te van las cosas?
Millicent se encogió de hombros, abanicándose con una de sus manos.
—Bien, supongo. Aunque nunca tan bien como a los Malfoys. ¿Eh?
No supo bien distinguir si había malicia detrás de sus palabras o, simplemente, el reflejo de alguna de sus investigaciones.
—Los Malfoy siempre han sabido como hacer fortuna —replicó en tono neutro.
—Demasiado bien, diría yo.
Theodore giró la cabeza para mirarla. Millicent parecía absolutamente normal, con sus mejillas sonrojadas y el pelo demasiado tieso sobre su nuca. Malfoy no era tan estúpido como para haberle ofrecido a ella el mismo trato. ¿Verdad?
—No estarás insinuando...
—Lo sabes ta bien como yo.
Apretó los labios. Ella no parecía estar preocupada.
»Hay gente que nunca paga lo que hace. ¿Verdad?
—Supongo.
Se miró las manos, sin saber si añadir algo más. Millicent parecía entretenida solo con ver a la gente ir y venir.
»¿Y si te digo que sé en qué está metido Malfoy?
—Te diría que no seas perra y que compartas el cotilleo, por supuesto —respondió Millicent con tono serio.
—Claro —replicó con cierta amargura, lamentándose de haberlo dicho.
—No, en serio, si fuera al revés te lo diría. Siempre es divertido ver como hace tonterías. Y es más divertido si podemos criticarlo entre todos. A míster perfecto.
Theodore bebió un trago más largo.
—Y siempre viene bien un ascenso, ¿no?
—A mí me da igual. Mientras no esté relacionado con magia tenebrosa puedo reírme a gusto.
»Bueno, ¿entonces qué?
Aún no había decidido si se lo iba a decir cuando Daphne se dejó ver entre los invitados junto a su hermana. Astoria iba deslumbrante, con una túnica de gasa de color pastel y el cabello recogido en un moño. Llevaba un pesado collar que hizo que Theodoro apretase ligeramente los dientes.
Daphne estaba... Theodore no pudo apartar la vista de ella. Llevaba un vestido largo y oscuro, de color azul, y el pelo suelto que le caía en cascada sobre los hombros. En los últimos tiempos nunca llevaba el pelo suelto.
Se levantó.
Millicent dejó escapar una risa débil a su lado.
Daphne sonrió y se dirigió hacia ellos.
—¡Daphne, cielo! —Pansy apareció detrás de ella y se lanzó en sus brazos. La bebida que llevaba se balanceó dentro de su copa, amenazando con derramarse.
—¿Aún estás colado por ella? —le preguntó Millicent en voz baja, haciendo que Theodore se ruborizara—. Hay cosas que nunca cambiarán.
—No te metas.
—Oh, vamos, no seas así. Lo vuestro ya es asunto de todos. Respublica. Ya sabes.
No respondió de inmediato. Volvió a sentarse, sin apartar la vista de ella.
—¿Y qué? —dijo con tono seco.
—No. Nada.
—Suéltalo de una vez. De todas formas, sabes que me lo vas a decir.
—Si sigues prolongándolo un día llegará con un chico del brazo. Es cuestión de tiempo.
Apretó los dientes. La idea dolía, pero no sabía como afrontarlo. Había pasado tanto tiempo que le resultaba absurdo pensar que diría que sí. Eran amigos y ya estaba.
—Deberías dejar de preocuparte por los romances ajenos y empezar a buscar uno propio —replicó cínicamente.
Millicent bufó y se levantó de su asiento para saludar.
Theodore observó como Daphne bailaba con Malfoy. No es que estuviera celoso. A él no le gustaba esa cosa de bailar y Malfoy era lo suficientemente idiota como para no suponer un competidor.
Eso sin contar que el hecho de que Daphne trabajara en el Caldero Chorreante debía de resultar todo un repelente para él.
—Draco me ha dicho que no te apuntas —dijo Greg sentándose a su lado. Theodore lo miró de reojo y asintió—. Es una pena. Es un buen pellizco.
—No tengo ganas de meterme en líos.
—Ya... Pero realmente no es tan, tan, peligroso.
—¿Para ti o para él?
Greg se detuvo y frunció el ceño, casi ofendido.
—No eres justo. Ha llamado a sus amigos antes que a desconocidos, Draco se preocupa por nosotros.
Theodore no respondió. Siempre le había resultado una pérdida de tiempo discutir con él sobre Malfoy. Absurdo.
ȃl...
—Lo conozco desde antes que tú. No tienes que explicarme cómo es.
Se levantó y alisó la túnica, y sin decir nada más se fue a buscar otra copa.
TBC
