Desde el borde del precipicio
Mientras esperaban a que todos los miembros de la tripulación llegaran a Sabaody, con el Sunny ya preparado, dos de ellos eran conscientes de que antes de zarpar tenían que dejar las cosas claras, dos años sin verse podían significar demasiado.
Para ello, la navegante recogió todo lo que necesitaba y anunció que antes de emprender el viaje iba a tomar algunas notas del archipiélago en el que se encontraban. Zoro se levantó y se puso a su lado. No podían permitirse que nadie de la tripulación, y mucho menos su navegante, cayera en manos de la marina.
Mientras Zoro y Nami ascendían a la localización escogida, un silencio, ligeramente incómodo, iba creciendo. Al llegar a la cima la pelinaranja sacó el instrumental necesario para tomar las medidas que necesitaba para su mapa, mientras que el espadachín se tumbó a descansar.
Unas horas más tarde, el ruido de Nami moviéndose le despertó. Abrió los ojos y la vio de pie, mirando al mar desde el borde del precipicio, mientras dejaba escapar un suspiro de sus labios.
- La verdad es que la vista es preciosa – dijo colocándose a su lado.
- Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea… para eso están los nakamas. ¿En qué piensas?
Nami giró la cabeza para mirar al espadachín que tenía a su lado… fiero, decidido, con su gabardina verde ondeando al viento. Sonrió melancólicamente.
- No lo sé Zoro, en todo y en nada, en el barco, en los chicos, en nuestro viaje, en mi sueño, en mí, en ti…
- El problema va a ser que piensas demasiado Nami. Siempre acabas complicando las cosas que son bien sencillas si te paras a verlo.
Nami se volvió y quedó en frente de Zoro sin saber que decir y con las lágrimas a punto de derramarse. Él le acarició la mejilla, recogiendo la primera que escapaba de sus ojos mientras le sonreía. Se acercó, Nami apoyó su cuerpo en el de él y se abrazaron. Un abrazo protector, lleno de cariño de seguridad y de todos los sentimientos que sin haberse dicho ambos conocían.
- Siempre estaré a tu lado Nami.
La navegante lloró todo lo que necesitaba entre los fuertes brazos del hombre al que amaba. Al recuperarse se separó lentamente y quitándose una última lágrima perdida miró a Zoro.
- Gracias
- No tienes por qué darlas Nami. Cada uno tenemos nuestra forma de desahogarnos; han sido dos años muy duros, pero se acabó, volvemos a estar juntos.
Y sin dejar de mirarla a los ojos, con la expresión más dulce que puede reflejar su cara, la besó en los labios, con cariño, jurándole que jamás volvería a separarse de ella.
El anochecer los encontró sentados, mirando el inmenso mar al que se dirigían con fuerzas renovadas y, de nuevo, seguros de que sus sueños se harán realidad.
