Disclaimer: Sobrenatural no me pertenece (aunque me gustaría).


A la gente le parecía un coche cualquiera. Sencillo y elegante. Por así decirlo, clásico. Pero a Dean no. Para él representaba una vida y una historia. Ese Chevrolet Impala negro del 67 era más que un vehículo. Era una casa, un templo, un santuario donde Dean se sentía más seguro que en cualquier hotel de cinco estrellas. Prefería dormir en su Impala por la calidez que emana a dormir en un hotel, por muy lujoso que fuera.

Después de todo, lo único que seguía intacto después de todos los acontecimientos de su vida había sido aquel montón de piezas. Había pasado la mayor parte de su infancia viviendo en el asiento trasero de aquel coche, junto a Sam. Su padre les cuidaba desde el asiento del conductor, como si de un guardia británico se tratase. Dean sentía su mirada a través del espejo retrovisor, vigilándoles incluso cuando dormían. Todo un guardián.

Aprendió a conducir con el Impala, le brindó compañía durante las noches en las que su padre estaba desaparecido, antes de ir en busca de su hermano. ¿Qué era lo que seguía igual (a excepción del iPod de Sammy) después de su salida del infierno? El Impala.

Porque conducir aquel coche por las carreteras solitarias, acompañado por su hermano y por viejas cintas de Metallica, susurrando cada palabra de las canciones, no tenía precio. No era obsesión, sino amor. Amor por el coche que encerraba todos sus recuerdos familiares, el coche que había sido testigo de la primera palabra de Sam, sus primeras lágrimas por una chica. Testigo de disputas, piques y bromas entre los hermanos, y, sobre todo, testigo de su furia.

El Impala lo tenía todo.

Y, aunque estuviese al borde del precipicio, cambiar la calidez de su Impala seguiría siendo la última de las opciones.