Una vez habían formado parte de un mismo ser y aunque el recuerdo casi había desaparecido de sus memorias el eco de aquello latía con fuerza en sus entrañas. Para el otro, era una historia, para ella seguía siendo casi real.
Eran dos y a la vez eran uno.
Cordera la muerte pacifica, que te abrazaba, las muertes en el lecho junto a tus seres queridos y Lobo la muerte brutal, en el campo de batalla, agonizante, resistiendo con cada fibra de tu ser, lleno de dolor.
A ella no le gustaba que se resistieran, prefería que fuera fácil, que dejaran la vida de forma sosegada, sin remordimientos, pero a Lobo le gustaba cazar, le gustaba ver el miedo, correr tras su presa y que esta luchara hasta el último suspiro.
Sentían que eran cara y cruz de la misma moneda.
Rara vez se encontraban dos veces con la misma persona, pero a veces... a veces ocurría. Y si esas personas lograban recordarles les parecía que Cordera mandaba sobre Lobo, que este se volvía hacia ella y preguntaba si podía tomar a su presa y que ella era la que le contenía. Sin embargo para Cordera no era exactamente así, ella no contenía a Lobo, Lobo se contenía por ella, no como una obligación, si no como una especie de juego, le gustaba ver los ojos suplicantes de sus victimas, el temor, como miraban a Cordera, a la vez que Lobo preguntaba, con temor en los ojos, suplicándole a ella la misericordia que Lobo no les daría.
