Había perdido toda cuenta de cuánto tiempo había transcurrido desde que fijó su mirada en aquellos llamativos ojos felinos. Ni qué decir que las palabras que pretendía pronunciar se habían quedado atrapadas en su garganta, sin intención de dar explicación alguna de la razón por la que su alma rota aún continuaba siendo testigo de aquel fatídico momento. Si bien Yang había decidido darle una oportunidad para que su estrecha amistad siguiera siendo la misma, no comprendía el porqué de aquel acto de crueldad hacia ella. Ante la inesperada caída de Beacon durante el Vytal Festival, Yang había arriesgado su propia vida solo para protegerla de aquel infame que la perseguía y amenazada, y que llevaba por nombre Adam Taurus. ¿Qué había ocurrido hasta entonces? ¿Realmente aquella chica ante sus ojos era Blake Belladonna, o quizás solo la mismísima personificación del diablo?

Yang bajaba las escaleras de la casa el día anterior; la hermana de su compañero, Jaune Arc, los había acogido en su hogar después de su complicado viaje hasta Argus. Podía ver cómo el chico rubio hablaba animadamente con su hermana, o cómo el reservado Lie Ren tomaba una cálida taza de chocolate mientras se acomodaba en uno de los sofás de aquel amplio salón; parecía encontrarse en un estado de paz absoluta en cada momento del día.

—Buenos días —la saludó Ren, en cuanto terminó de dar el primer sorbo a su chocolate caliente, percatándose de la presencia de Yang. La rubia le devolvió el gesto y caminó hasta él con la intención de entablar conversación, a lo que Ren se desplazó sobre su asiento para hacerle un hueco a su lado.

Pero Blake también se encontraba allí. Apoyada sobre la pared con semblante serio, observando a través de una ventana algún punto concreto en el paisaje que desde allí podía vislumbrarse, suspiraba con pesadez mientras una batalla interna parecía atormentarla. Era claro que los pensamientos de culpa por los hechos pasados aún inundaban su mente. Había tratado de ser cercana de nuevo a su compañera, pero ésta no había reaccionado demasiado bien a todo ello. Yang seguía sufriendo algunos malos sueños sobre Adam y su pérdida del brazo derecho, pero Blake le aseguraba que no temiera; que ella no se volvería a ir de su lado. Si, de nuevo, tuvieran en un futuro la desafortunada ocasión de ver al ex líder radical del llamado White Fang, Blake estaría allí para protegerla. ¿Protegerla? Podrían ambas haber muerto aquella noche a manos de aquel vulgar asesino, ¿y lo único que Blake tenía que decir es que la protegería? Yang habría dado casi cualquier cosa por no haber vivido aquel incidente e, incluso, llegar a eliminar a Adam; y ella ni siquiera podía asegurarle que sintiera tanto rencor hacia su antiguo amante como para tratar de vengarse por el dolor que causó, en vez de limitarse a evitar que la atacara. Aunque en el fondo Yang sabía que había exagerado ante tal situación, y que el camino hacia la venganza no era el correcto, su herida emocional no estaba cerrada aún. ¿Qué más necesitaba? ¿Por qué aquellos demonios seguían con ella hasta en sueños?

Fue entonces cuando Yang descartó acompañar a Ren y decidió que lo correcto era comprobar si su compañera se encontraba en buenas condiciones. Tampoco habían tenido mucho tiempo para hablar del tema con tranquilidad, y la única oportunidad que se presentó no acabó como debía.

—¿Blake? —la llamó con voz tenue una vez que se acercó a ella, posando con cierta inquietud su mano sobre el hombro de la fauno—. ¿Estás bien?

—Yang... —alcanzó a decir la nombrada, girando su rostro hasta ver los ojos de la chica rubia. Ni siquiera habría necesitado mirarla para saber que era ella, pues disponía de un buen sentido del olfato y conocía su aroma corporal a la perfección.

—Escucha —Yang pudo ver una vez más esa mirada de culpabilidad en su compañera, por lo que decidió hablar—, sé que fui muy dura contigo el otro día, pero no me gusta verte así. No me lo tengas tan en cuenta, ya sabes que soy muy impulsiva...

—Pero ya nada es como antes, Yang —respondió Blake, arrepentida y rompiendo el contacto visual con la chica rubia—. Todo fue por mi culpa, por dejarte y huir como siempre. Incluso mi semblanza me permite huir de mis enemigos.

Yang no deseaba que Blake se martirizara por más tiempo, y pensaba que ambas habían tenido ya suficiente como para seguir con un entendimiento a medias, unas sinceras miradas que no llegan y un escudo para el afecto y el cariño. Arropó entonces a la fauno con cuidado entre sus brazos, notando que Blake se estremecía por la sorpresa de aquella acción, y trató de tranquilizarla.

—Está bien, Blake —dijo, en voz baja—. Me dolió mucho el hecho de que te fueras, pero lo más importante es que estás aquí ahora. Si Adam vuelve a intentar matarnos, lucharemos juntas contra él.

—¿Estás... segura? Dijiste que aún tienes pesadillas a veces —recordó Blake.

Yang se distanció un poco de su compañera y asintió, decidida. Por su parte, Blake no sabía qué decir y se limitó a sonreír, perdiendo un poco ese miedo al rechazo de la chica rubia. Había tantas cosas que querría haberle dicho en ese instante, tantas explicaciones y tantas disculpas por sus errores... que ni siquiera sabía por dónde empezar. Debía contarle la verdad; que su fugaz huida fue más por terror que por cobardía, que cada día en su exilio pensó todo el tiempo en querer volver y que jamás elegiría a Adam por encima de ella. Yang aún parecía dolida en su interior aunque lo negara, y Blake lo sabía. Fue entonces cuando, en un intento por no separarse de ella nunca más, la fauno envolvió con sus brazos a la chica rubia en cuanto notó que ésta se alejaba levemente de su cuerpo. Yang parecía sorprenderse igualmente, pero aceptó y correspondió gratamente aquella muestra de cariño.

—Confía en mí —le pedía la joven Belladonna con un hilo de voz, mientras sentía en su propia piel la agradable calidez de su compañera—, jamás te traicionaré.

—Lo sé —respondió Yang. Había dejado que sus dedos llegaran hasta el pelo de Blake y se entrelazaran dulcemente entre sus cabellos negros.

Tanto Ren como Jaune, allí presentes, se sentían satisfechos al ver que las dos chicas parecían ser más cercanas de nuevo. Era una gran noticia, debido a que esa noche debían hacer equipo para tratar de encontrar a Qrow u Oscar. Ambos se encontraban en paradero desconocido y tanto Yang como su hermana pequeña, Ruby, necesitaban asegurarse de que, al menos, su tío estaba bien. Quizás solo pasaría las horas emborrachándose en cualquier bar de aquella ciudad pero, ¿quién iba a estar libre de todo peligro? En cualquier momento podían verse en una situación crítica sin previo aviso.

Aquella noche, de hecho, parecía tranquila cuando Blake y Yang salieron a patrullar. La quebrada luna iluminaba parcialmente su camino, y las propias luminarias de las calles destapaban todo rincón que pudiera estar en la oscuridad. Ambas caminaron durante horas, preguntando en varios locales de las cercanías, pero no parecía haber rastro del hombre de la guadaña.

—Descansemos un poco, Blake —propuso la chica rubia, deteniendo su paso. Había visto un nuevo local en el que preguntar y, si lo necesitaban, conseguir algo de beber. Su compañera también se detuvo y volvió la vista atrás para mirarla—. ¿Quieres que te traiga algo?

—Estoy bien —respondió la fauno. Vio entonces a Yang marchar en dirección al antiguo local que se situaba cerca de ellas.

Blake acabó sentándose en uno de los bancos metálicos que decoraban la amplia calle. Tenía la sensación de que su compañera iba a tomarse su tiempo para encontrar algo de beber y que le aportara calor; Argus podía ser realmente frío a altas horas de la noche.

Dentro del local, Yang paseaba entre la gente posando sus ojos en cualquier persona que se pareciera físicamente a Qrow, antes de llegar a la barra de aquella taberna. El dueño del bar se había percatado de la presencia de la chica rubia desde que ésta había cruzado la puerta de entrada; no era muy usual ver a una chica con pintas de cazadora entre los clientes habituales. A sus 50 años, su larga experiencia como tabernero le decía que aquella joven no era como las demás.

—Strawberry sunrise, sin hielo —pidió Yang con una sonrisa, una vez que llegó a la barra. El dueño pareció extrañarse al principio, pero en pocos segundos confirmó sus sospechas: aquella chica era una cazadora.

—¿No eres un poco joven para beber? —bromeó el hombre, con el propósito de llamar su atención.

—Creo que a mi edad he podido vivir más de lo que tú vivirás jamás, abuelo —respondió ella con cierta combinación de prepotencia y simpatía—. ¿Has visto por los alrededores a algún tipo alto, moreno y con ropas de cazador últimamente?

—¿Qué me darás a cambio de esa información? —preguntó el duelo del local, terminando de preparar la bebida que posteriormente posicionó frente a Yang. Ésta parecía pensárselo por unos instantes antes de contestar.

—Hagamos un trato: tú me das esa información y yo prometo no destruir por completo este apestoso bar a puñetazos —dijo, sin hacer desaparecer la sonrisa de sus labios—. ¿Qué me dices?

—Malditos cazadores —se rindió el hombre finalmente, suspirando con pesadez—, nunca se puede negociar con vosotros. No he visto por aquí a ese tipo que mencionas, pero si lo buscas en lugares como éste quiere decir que acabará apareciendo tarde o temprano en alguno de los locales cercanos.

Yang no parecía estar muy orgullosa con aquella respuesta. Primeramente porque lo que aquel hombre decía ella ya lo sabía; Qrow estaría en algún bar de la zona. Y segundo, había estado perdiendo el tiempo hablando con ese tipo dejando a Blake sola sin necesidad. Tomó aquella copa y se la bebió con efusividad ante la mirada atónita del tabernero.

—Gracias por su colaboración —se despidió, antes de marcharse.

Ni siquiera tuvo oportunidad de girar completamente por sí misma, ya que Blake había entrado corriendo al local y sujetado a Yang por sus hombros, obligándola a estar ante ella frente a frente. Parecía asustada e intranquila, y sus manos temblaban; algo debía haberle pasado ahí fuera mientras ella no estaba. Sus ojos reflejaban el miedo y el desconcierto, como si le hubieran amenazado de muerte o hubiera pasado por un momento crítico y traumático.

—Vayámonos de aquí, Yang —pidió la fauno—. Por favor.

—Blake, estás temblando —decía Yang, mientras igualmente posaba sus manos sobre los hombros de su compañera, comprobando su gran nerviosismo.

—Por favor, Yang... —la fauno casi parecía suplicar por que se fueran de allí.

Yang estaba muy confundida ante el comportamiento de su compañera; no era algo propio de ella el estar en esas condiciones o actuar de aquella manera, pero supo que tenía que sacarla de ese lugar lo antes posible y regresar al hogar de la hermana de Jaune. La chica rubia asintió y, tras sujetar con firmeza la mano de Blake, salió con ella apresurada del lugar. Podía dar por concluida la batida de esa noche.