Si deus me reliquit.

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Si Dios me ha abandonado, entonces yo lo abandonaré también. Cierro todas las puertas con una llave negra para no alcanzar ningún rezo. Sin embargo ¿Quién me defiende? Del peor, del más terrible:
De mí.

—¿Cuál es tu definición de un mundo mejor, Alíbabá?

Hakuryuu está seguro, imponente como nunca, porque él siempre fue débil, demasiado débil para Aladdín, demasiado débil para Morgiana, para Kouen, para Hakuei y para Alíbabá.

Pero sobre todo para sí mismo.

Y una noche Judar le dio el poder; le mostró el poder de la depravación y le mostró lo que Ill Ilah podía hacer con el mundo; Hakuryuu está allí, con las horas pasando sobre su cabeza mientras se vanagloria, cuando recuerda una a una las palabras de Judar y la manera ne la que éste le ayuda cada vez más a controlar a su ejército y al pueblo, uno a uno cada peón va cayendo.

Kouen se debilita.

Koumei pierde inteligencia.

Kouha llora cada noche por Judar.

Hakuei se retuerce de dolor por su hermano.

Ese es el mundo que Hakuryuu quiere, uno donde sabe que todos ahora conocen el sufrimiento que él pasó una vez. Porque Judar se lo promete y él es demasiado dulce, demasiado áspero, demasiado poderoso como para poder llevar la carga sólo él. Pero compartir el trono y la verdad con Judar ésta bien, porque el oji-escarlata lo comprende.

El magi siempre vivió en la oscuridad como él y ahora ambos pueden forjar un nuevo mundo. Uno donde los demás no decidan por ellos y donde cada cosa pueda ser hecha por su propia mano, donde pueden echar raíces y tener paz.

Todos menos Alíbabá.

Alíbabá está allí, observándolo en el balcón y Hakuryuu sabe que las cosas no van bien. Lo sabe porque Judar le ha contado la historia del hermano del rubio ¿Kassim, se llamaba? Y sus ojos reflejan la oscuridad en cada mirada cuando habla de él, cuando mira a Judar con rencor y cuando lo mira a él con miedo.

No, no es miedo.

Lo mira con asco.

Lo mira con la lástima que Kouen hizo una vez.

Y la historia tiene tintes paradójicos de nuevo; porque Alíbabá se ha convertido en un pequeño Kouen, en un pequeño Sinbad. Se ha convertido en alguien igual de soberbio; igual de oscuro que todos aquéllos que jamás comprendieron el dolor de Hakuryuu o el de Judar.

—Tal vez los demás me odien; pero morirás aquí.

Y Hakuryuu invoca a Belial, y se transforma. Y lo sabe. Alíbabá lo mira. Lo mira como si tuviese una enfermedad incurable y como si trajera consigo las plagas de Egipto. Lo mira como el monstruo de cinco ojos en el que se ha convertido.

Cuando el manto de la oscuridad y los rukh negros lo envuelven Hakuryuu siente calor, siente la mano de Judar sosteniendo la suya y diciéndole que si no pueden crear un mundo ideal juntos entonces morirán en el intento. Que si los demás le han dado la espalda él no se la dará, porque él no lo abandonará.

Hakuryuu está allí, en el palacio imperial, y no brilla, pero tiene calor. Alíbabá brilla frente a él, con sus ideales retorcidos y poderes que podrían ser suyos también, de ambos, porque a Hakuryuu no le importa el trono, no, no le importa gobernar a los demás, sólo quiere el calor que le hace sentir el poder.

Pero Alíbabá está allí, resplandeciendo con su fuego marchito y Hakuryuu se sume en el calor de la oscuridad. Y es cuando decide atacar.

Y por un instante de la eternidad; todo es perfecto para Hakuryuu.