Exoneración: Todos los personajes pertenecen a bioware y a su universo dragon age.


La oscuridad se cernía sobre Thedas, lo notaba en el aire que respiraba cada mañana desde hacía algún tiempo, como si fuese una bruma de tormenta que se expande inexorable sobre el cielo en el horizonte.

Un ruido la alertó, Morrigan había regresado de su pequeña excursión, pero no venía sola.

Los distinguió a lo lejos, cuatro personas la acompañaban y, una de esas personas era un guardia gris, percibía la negra y por ahora pequeña mancha de la iniciación extendiéndose por su interior, corrompiéndole. Y así, observándoles acercarse, tuvo la completa certeza de que el destino llegaba hasta ella para ponerse en sus manos.

Según iban avanzando comenzó a verlo cada vez más claro. Todos ellos estaban condenados a la muerte sólo que lo desconocían, al igual que desconocían que el destino posee miles de pequeñas ramificaciones. Algunas veces basta con decir un sí en lugar de un no, para que tu sino cambie.

Dos eran completamente irrelevantes pero, el guardia gris y la chica, ellos eran realmente importantes, si llegaban a tener la oportunidad de evitar la muerte, tenían en sus manos el poder de detener la Ruina. Y Flemeth sabía que sólo existía una forma de salvarlos: que ella intercediese tras la batalla que a punto estaba de comenzar, permitiendo así, que prosiguiesen una de esas ramificaciones menores del destino.

Salvarlos a ellos no sólo significaba salvar a Thedas, sino también a la propia Flemeth, al mismo tiempo significaba perder, perder a Morrigan. No era la primera vez que perdía a una hija, pero sí sería la primera vez que perdiese a una hija que engendrase a un viejo Dios. Ojalá pudiese poseer el cuerpo de Morrigan para ser ella la que tuviese el privilegio, pero eso era imposible, porque ocupar otro cuerpo precisaba de meses de adaptación, demasiado tiempo, un tiempo del que carecía. También decir que si pretendía sobrevivir necesitaría usar magia, algo que no podría hacer con un cuerpo todavía torpe. Luego estaba el que cuando ya se hubiese habituado a él, debía absorber poderosos hechizos mágicos, de esos que sólo ella conocía y nunca enseñaba a sus hijas, por no mencionar que el cuerpo y mente de Morrigan todavía no estaban preparados para recibirla.

La batalla estaba a punto de comenzar, en cuanto los visitantes se hubiesen ido, más le valía hablar con Morrigan, para enseñarle uno de los más poderosos hechizos que conocía: cómo engendrar un niño Dios, de paso, aprovecharía para sembrar la semilla de la discordia en su hija, manipularla para que se comportase ariscamente con sus futuros compañeros de viaje, algo que no le resultaría difícil, teniendo en cuenta la forma de ser de su pequeña bruja. Sabía que si desconfiaban de Morrigan, sería más fácil para ella cuando viniesen a matarla el poder disuadirlos, aunque la línea más gruesa del destino auguraba que estaba frente a sus futuros asesinos.

-Madre- la voz de Morrigan irrumpió sus pensamientos.

Flemeth la miró, como si nunca antes la hubiese visto. Morrigan, salvaje, arisca, pasional, una pequeña Flemeth en potencia, habían sido muchas las hijas que había tenido, unas cuantas se habían rebelado. Todas criadas para ser exactamente iguales, las perfectas anfitrionas para Flemeth, y al mismo tiempo todas tan distintas, pero de todas ellas ninguna era tan diferente e igual a la joven que un día fue Flemeth como Morrigan.

Sabiendo como sabía lo que un día Morrigan intentaría hacerle, no pudo evitar que una chispa de orgullo brillase en su interior, puede que incluso la perdonase que quisiese matarla y se postulase en las sombras para observar su evolución. Realmente, se dijo, lo había hecho bien al crear y modelar a esa hija a su imagen y semejanza.