Solo tengo una aclaración que hacer: la historia toma lugar en 1996, siguiendo la mayoría de los acontecimientos de los libros hasta entonces, aunque muchos de los eventos de ese año se verán retrasados porque pues… este es un fic, ¿no? Es parte de la trama que estoy desarrollando.
¡Que lo disfruten!
Capítulo I
Expelido
Draco miró con indignación a la lechuza que se relamía las patas frente a sus narices. Levantó la barbilla en un movimiento grácil y altanero, y un levísimo bufido se le escapó de los labios.
Se repitió a si mismo que debía comportarse, que no debía permitirse manchar aún más el apellido de su familia. Un Malfoy siempre sería un Malfoy, y como tal, sin hacer distinción de la situación, la clase y la elegancia nunca debían perderse.
Minerva volvió a extenderle la carta.
Draco profirió una mueca de asco antes de volver a tomarla entre sus manos pálidas con escasa delicadeza. La leyó una, dos, tres, diez veces, esperanzado de encontrar algún indicio en la caligrafía de Narcissa que le indicara que había algo más, una secreto oculto, una orden que solo él entendería. Nada. El trozo de papel, formal y finamente decorado, era una simple petición acompañada de una disculpa mediocre.
Apretó el puño, y luchó por no dejar salir de sus labios ninguna palabra que dejara en evidencia su dominio del lenguaje vulgar y soez que tanto criticaba a magos y muggles por igual.
—Mi lugar es en Malfoy Manor con mi madre, no aquí.
—No lo dudo, señor Malfoy. Pero, ¿no cree que su madre ha tenido una buena razón para pedirle permanecer en Hogwarts? —Minerva le invitó a mirar a través de los ventanales. —Son tiempos difíciles, Draco, para todos. Muchos desearían tener la oportunidad de dormir bajo un techo seguro, no la desperdicie.
Lucius… Eran tiempos difíciles sin su padre, no necesitaba escucharlo de boca de nadie más. Pero, ¿Por qué la única persona por la que se preocupaba tan profundamente, tan genuinamente, le apartaba tan pronto? Sin importaba cuantas vías tomara para encontrar la respuesta a su pregunta, el final del camino era siempre el mismo, un callejón sin salida. Vacio.
Lanzó una maldición en silencio.
¿En qué pensaba su madre cuando le pedía permanecer ahí, dónde todos eran enemigos profesos de los mortifago y por consiguiente de su padre? Recibir ayuda de quien blasfemaba en contra de la cabeza de los Malfoy era absurdo, ¡ridículo! ¡Era dormir en la cueva del lobo, era correr a ciegas al borde del acantilado! Y Draco no quería caer, bajo ninguna circunstancia.
Pero si lo hacía, si se veía obligado a saltar al abismo, quería hacerlo solo, o al menos mantenerse firme hasta el último momento.
No era un secreto que en ocasiones el valor lo abandonaba, no temía demostrarlo, ni tampoco es que conociera como ocultarlo. Ya había sucedido antes, frente al estúpido de Potter, frente a…
—Draco. —Minerva arropó sus manos pálidas entre las suyas en un gesto que solo conocía de Narcissa, pero él las retiró de inmediato, incapaz de mostrar su lado sensible con nadie más que sí mismo.
Había sido demasiado. Necesitaba salir de ahí, respirar un aire distinto al de esa vieja habitación rodeada de libros polvorientos y cachivaches que doblaban su edad.
—Me voy a Malfoy Manor. —la decisión estaba tomada, con carta o sin ella, nadie podía impedírselo. Hogwarts no era Azkaban, McGonagall no era un dementor, ni él un prisionero.
No podían imponérselo, de ninguna manera.
Rió con soberbia, creyéndose el ganador de una disputa que nunca existió.
Pero la burbuja se reventó mucho antes de alcanzar el cielo.
—Esta no es una petición, señor Malfoy. Su madre fue muy clara, Hogwarts será su hogar hasta que sea seguro para usted fuera del castillo.
— ¡No puede impedirme salir de aquí! —berreó. — ¿Va a colocarme grilletes para evitar que escape?, ¿O va a encerrarme en una mazmorra hasta que la locura temporal de mi madre termine?
La aparición de Snape fue oportuna, y suficiente para quebrar su voluntad de seguir imponiéndose. Lo había visto en su mirada, no existía otra opción que esa. Se había convertido, al igual que su padre, en un prisionero más. No tenía que decirlo con palabras, que los dementores le esperaban fuera de las paredes del castillo, que la muerte lo asechaba con cada paso que se alejaba de él. Pero así lo hizo. Severus abrió la boca y las palabras hirientes salieron por sí solas, una tras otra. Eran veneno, veneno para su orgullo, para su casta, para todo lo que significaba ser un Malfoy.
—Su madre le ha prohibido la entrada a todas las propiedades de su familia. —La voz ronca y queda del mago impuso terror por sí sola. —Así que le sugiero, señor Malfoy, abstenerse de cualquier imprudencia si no quiere terminar haciéndole compañía a su padre en Azkaban. ¿No sería eso una pena?
Expelido de su propia casa. No, corrigió, expelido de cualquiera de las propiedades que durante tantos siglos pertenecieron a su familia.
La sangre le hirvió bajo el uniforme negro, bajo la bufanda que se erguía sobre cuello, elegante, con los colores de slytherin.
Dí algo, Draco, lo que sea. Se presionó en vano en busca de un escudo con el cual defenderse del denostador que ahora se perdía por los pasillos y le dejaba otra vez con Minerva, que optó por permanecer con la boca cerrada. Ella jamás habría procedido de esa manera, injuriar al muchacho, mofarse de forma cruel de la situación de su padre.
No lo aprobaba. Pero consideraba injusto desmeritar al slytherin siendo el suyo el único método efectivo de hacerle entrar en razón al menor.
— ¿Qué se supone que haga cuando las clases terminen, revolcarme con los animales que cuida el inútil de Hagrid?, ¿Asear como si fuera un…un vulgar criado? —pronunció la última palabra con asco, como si dejarla mucho tiempo rondando en su lengua pudiera llegar a quemar.
McGonagall sugirió una larga estancia en la biblioteca. Y efecto, no le bastarían dos vidas, ni tres, para terminar de leer el compilado de libros que reposaban en los estantes del inmenso salón. Pero, no, no podía pasarse una, dos… ¿cuánto semanas exactamente permanecería ahí? Ni siquiera de eso habían sido capaces de informarle.
Y hablaba de semanas porque creía firmemente en que la medida no pasaría de las vacaciones de Navidad.
Apretó el puño.
Inútiles, ¡inútiles todos!
Se retractó al recordar que la orden venía directamente de su madre. En ese caso solo podía tacharla de descuidada, no más. «Hasta que la situación mejore…»
Repitió la insignificante frase en su cabeza cientos de veces hasta dar con la más obvia conclusión. La condición de mortifago de Lucius no iba a cambiar con el tiempo, ni a los ojos de nadie. Estaría marcado de por vida como un traidor, un vil seguidor del señor tenebroso hasta el día en que dejara de existir.
Tragó saliva.
Las imágenes de Igor Karkaroff y su muerte violenta en la portada del daily prophet asaltaron sin remedio sus recuerdos. No existía forma de reivindicarse una vez cruzada la línea, no existió para su padre y no existiría para él.
—Si no queda nada más por discutir, lo mejor será que vuelva a su clase. Aún es muy pronto para pensar en lo que hará cuando lleguen las vacaciones. —Minerva señaló la salida, no sin antes recordarle de sus múltiples ausencias a clase.
El Slytherin no medio palabras antes de salir del pequeñito despacho, aún con un gesto de inconformidad en el rostro.
No le tomó demasiado tiempo realizar que asistir a clases el resto del día sería una pérdida de tiempo. A penas podía concentrarse en lo que tenía en frente, el resto estaba en casa, en Azkaban, en el Ministerio…, en todas las responsabilidad que, sin quererlo así, terminó recibiendo con el desafortunado encarcelamiento de su padre.
¿Cómo podía atreverse McGonagall a pedirle que se preocupara por algo tan inútil como su asistencia a clases si conocía su situación? Aprender a preparar pociones o conocer todos los tipos de plantas del mundo mágico no le serviría de nada cuando se convirtiera en un dementor, ni mucho menos estando muerto.
—Mira por dónde vas, quieres…
Draco no advirtió al pelirrojo hasta que lo tuvo frente a sus narices y casi le hizo caer.
Se lleno de aire los pulmones, sacó el pecho hacía afuera y forzó una mueca de indignación, como si tuviera frente a él la más descarada de las repelencias.
—Vaya, pensé que mi día no podía empeorar, pero veo que sí, el más estúpido de los Weasley. —habló, pretendiendo sacudirse la capa de alguna suciedad que solo él podía ver.
Ron se preparó para saltarle encima como un león, pero la expresión en el rostro que le miraba por sobre el hombro con tanta prepotencia, le presentaron un arma nueva, una que no se había atrevido a usar hasta ahora:
— ¿No deberías estar en clases? —inquirió, sonriente. Como si Draco recién le hubiera felicitado por la más grande de las hazañas. — Ah, claro que no, los mortifagos no pierden su tiempo en cosas tan estúpidas. Aunque tu padre mantuvo una buena fachada, también tú deberías hacerlo. Pero por si acaso, acostúmbrate a la mugre, Malfoy, Azkaban no es un lugar muy limpio. Lucius debe estar revolcándose en…
— ¡No te atrevas a mencionar a mi familia con tu sucia boca, Weasley!
El pelirrojo luchó por liberarse de las manos de Draco que lo sujetaban con violencia contra las paredes por el cuello de la camisa. Frente a él y con la cara roja de cólera, ya no lucía tan lastimero e indefenso como le había parecido solo segundos atrás.
La grieta en su usual mascara de indiferencia se había vuelto invisible otra vez, pero ya había atacado, y no podía retractarse.
— ¡Tendrías que decírselo a todos! —contraatacó. —Si no desaparecieras tan seguido podrías escuchar lo que dicen todos de tu familia, incluso tus amigos... no, espera, tú no tienes amigos, Malfoy. Ni siquiera dentro de Slytherin quieren cerca a un traidor como tú. Si te hablan, si te miran, si se atreven a cruzarse en tu camino es porque tienen miedo de que los hundas contigo. ¿A cuántos obligaste a hacer tus porquerías, eh?
— ¡Ron, basta! —La voz de Hermione hizo eco en el pasillo vacio.
Draco sostuvo el cuello del Weasley entre sus manos hasta que la suplicante mirada de la Gryffindor alcanzó la suya. Lo hizo a un lado como un costal de arroz, haciéndolo caer de espaldas contra el suelo en un golpe seco, y sonrío lleno de avidez.
—Tienes suerte, gusano, la sangre sucia ha llegado en el momento justo. —Ron se preparó para escuchar todo lo que su lengua viperina tenía por decir, pero en su lugar solo llegó una pequeña advertencia: —Si vuelvo a escucharte decir algo de mi padre, Weasley, ten por seguro que iré a Azkaban, pero será por haberte degollado como a un cerdo.
Draco se dio la vuelta y volvió a perderse por los corredores sin tener rumbo alguno.
—Ron, no debiste decir todas esas cosas sobre su familia.
—Pero son ciertas, Hermione, todo el mundo lo sabe. —se acomodó el cuello arrugado de la camisa y la capa. —Probablemente lo único que le importe es el renombre que ha perdido su familia, y no que Lucius esté en Azkaban. ¡Y se atreve a compararme con un cerdo!
— ¡Ronald! —Hermione le ayudó a ponerse de pie de mala gana. — ¡Olvidemos esto y volvamos a clases! ¿Hay un examen de posiciones, recuerdas? Espero que hayas leído algo, ¿lo hiciste, no?
La ronda de excusas continuó hasta que hubieron llegado a las mazmorras, donde Harry los esperaba curioso.
— ¿Por qué tardaron tanto?
Hermione tomó asiento frente a los calderos humeantes en completo silencio, y fue Ron quien contó lo sucedido mientras intentaba copiar lo que Harry hacía con dificultad.
Severus Snape lo sorprendió en plena faena, no sin antes encargarse de restar cinco puntos a Gryffindor y diez a la ya deprimente calificación personal del pelirrojo.
—Gracias por no advertirnos que estaba detrás de nosotros, Hermione. —Ronald amarró los brazos. — ¿Y por qué no le restó puntos a Harry? ¡El también estaba hablando!
— ¡Pero Harry no estaba copiando! ¿Quién copia en posiciones, Ron? Solo tienes que memorizar los ingredientes y las cantidades, hasta un troll podría hacerlo. Tienes suerte de que Snape no te haya dado un castigo.
Harry rió todo el camino hasta la sala común, observando a Ron asentir y bajar la cabeza cada vez que Hermione le reprochaba sobre sus últimas calificaciones.
—Cálmate, ¿quieres? —Ronald se dejó caer sobre uno de los sillones y cerró los ojos. —Todo ha estado revuelto últimamente, me preocupa lo que pueda sucederle a mi padre en el Ministerio, y a Percy. Incluso en la madriguera ha dejado de ser seguro.
Hermione se disculpó, y se tumbó junto a Ron, arrepentida por su falta de tacto.
—Sé que necesitas verlos y asegurarte que están bien, pero las vacaciones serán pronto y estoy segura que a Molly no le gustará saber que vienes a Hogwarts a perder el tiempo. —solo Harry notó el sonrojo del pelirrojo. —Las malas noticias son las primeras en saberse. —le recordó. —Ellos están bien.
Una sonrisa pequeñita alumbró el rostro del Weasley, y preocupado preguntó por la situación de Hermione:
— ¿Qué hay de tu familia? —Ron se llevó a la boca una rana de chocolate que llevaba todo el día en su bolsillo. — ¿Piensas pasar todas las vacaciones en casa?
—Los extraño, realmente quiero verlos. —Hermione arrancó de las manos del Weasley una segunda rana que recién sacaba de su bolsillo y la lanzó a la chimenea. —No solo a mis padres, a toda mi familia. Ellos creen que estudio muy lejos, en un internado en el extranjero. No es el del todo falso, pero… algunas cosas son muy difíciles de justificar. Tal vez es tiempo de que visité a mis primos, y a mis tíos. Pero iré a verlos a la madriguera, encontraré tiempo.
Ron le aseguró que no tenía que hacerlo. Ellos podrían ir a verla si era necesario, no había nada malo con eso.
—Hasta podrías presentarnos a tus padres, formalmente quiero decir. —el pelirrojo se rascó la cabeza. —Porque supongo que le has hablado de nosotros, ¿no?
—Les he dicho lo necesario. —Hermione no mintió. —Mis padres no creerían en la mitad de las cosas que hay aquí aunque se las mostrará. Saben que son mis amigos, tú y Harry, con eso basta. ¿Crees que puedo llegar a casa y decirle a mis padres que fui convertida en piedra o que una Segunda Guerra Mágica podría estallar en cualquier momento? ¡No existen las guerras mágicas en el mundo muggle!
El tono de la Gryffindor hizo estallar en carcajadas a los tres magos, que decidieron obviar las consecuencias que un enfrentamiento en el mundo mágico podría significar para los muggles. No era el momento, ya había tenido suficiente por un día.
Pero de vuelta en Slytherin, las preocupaciones de Draco a penas y le permitían respirar. Bromear sobre una posible segunda guerra era una ligereza que no habría podido permitirse aunque así lo hubiera querido.
Se las había ingeniado para mantener a todos fuera del dormitorio mientras organizaba sus ideas.
Expelido de sus propias tierras, de sus dominios, de lo que era suyo.
Rabió por todo lo alto y luego se tranquilizó.
Miró colgado sobre las paredes un calendario de papel que bailaba con la brisa gélida que se colaba por las ventanas. Octubre terminaría pronto, y entonces faltaría un mes antes de las vacaciones de navidad, las primeras que pasaría fuera de Malfoy Manor.
No quería pensar en la posibilidad de que la absurda medida se extendiera hasta fin de curso. En ese caso, Hogwarts se convertiría en su hogar por cuánto tiempo, ¿dos, tres meses más?
La piel se le heló solo de imaginarse recibiendo la visita de los dementores a la mitad de la noche, completamente solo. A merced de los planes que el señor tenebroso tuviera para él. Le succionarían lo que le quedaba de vida hasta secarlo como a un árbol en otoño.
El miedo se dibujó en su rostro, y pudo verlo con claridad en el espejo que estaba frente a él.
Tenía que huir.
Sí, huiría. Tan pronto como la nieve cayera, dejaría Hogwarts y buscaría a Narcisa para llevarla lejos… hasta que todo acabara, o hasta que acabaran con él.
Continuará.
Muchas gracias por leer. Tal vez se note, tal vez no, es la primera vez que escribo cualquier cosa sobre el mundo de J.K Rowling, y ha sido bastante diferente de cualquier otro fandom del que haya escrito.
En todo caso, esperó haber llenado la expectativa de los que pasaran por aquí. Hasta pronto.
