El baile de máscaras estaba en pleno apogeo, los comensales reían y especialmente coqueteando descaradamente unos a otros bajo el escudo del antifaz. Aunque claro, para unos era bastante obvio quien era quien. Por eso se hallaba Mikasa en unas de las esquinas de la mansión Rivardille, como odiaba ese apellido.

Caminó hacia la terraza que se ubicada al lado este del salón de baile, esta era la velada que todo Londres esperaba de los Duques Sussex, quienes se jactaban de ser amigos de toda la aristocracia.

Paró ante la barandilla, apoyando levemente sus manos en esta, ahogando un gemido de frustración. Tenía que casarse, pero no quería hacerlo.

No es que Mikasa fuese fea, sino que había heredado el cabello azabache de su madre, como la piel lechosa que hacía ver, si se hacía con bastante detención, las finas venas que surcaban sus manos y parte de su cuello. Pero sus ojos eran de su padre, pardos que destellaban cuando estaba en estado de rabia o cuando estaba alegre, aunque en ese instante no lo estaba.

Su padre, Lord Barrington era el señor de las apuestas en todo el reino, él no escatimaba en apostar hasta su hombría por ganar uno de sus juegos. A la familia ya no le quedaba más de dos terrenos fuera de la capital y eso había sido por el préstamo que le hizo el flamante Duque Sussex en una típica noche en el salón de naipes de WhiHou.

Y ahora ella debía pagar estas deudas con el enlace. Sí, debía contraer matrimonio con el indomable Marqués de York, el único hijo del duque.

El aire primaveral le azotaba la cola del vestido al compás de la música que se bailaba en el salón. Anhelaba marcharse de la fiesta, sin embargo tenía que quedarse a la recepción privada que Lady Sussex hizo en honor a ellos.

Las historias que circulaban por los salones de londres, decía que el marqués era el engreído número uno, no obstante no era esto lo que más se hablaba, sino que durante su juventud fue el mayor libertino del país.

sintió un malestar en su nuca, el escalofrío le caló los huesos aunque no corría ninguna brisa desde unos minutos atrás, así que debía ser alguien detrás de ella. Y exactamente era alguien que no conocía.

el pecho de hombre que la miraba desde se agitaba despacio como si tratase de asimilar su aroma, los perfectos hombros se ajustaban sin dejar lugar en la tela de la chaqueta negra. Sus calzas eran la segunda piel de sus piernas, pero era la mirada de este la que hizo entrar en alerta. No podía dejar que un desconocido la mirase así, por lo tanto que se movió torpemente hacia la entrada, cuando este la atajó por la cintura.

-tener miedo es algo común, querida - inspiró cerca de su lobulo, no se dió cuenta cómo el señor misterioso llegó hasta ahí - pero tu estás tentando al diablo.

El corazón de Mikasa se volvió loco ante la frase, aunque era el aroma del hombre que le llenaba los sentidos. El cedro con algo que no lograba descifrar le estaban flaqueando las piernas.

- Cuando llegué usted no estaba - replicó débilmente contra el cuello de este.

-debería tener los ojos más abierto - la mano del hombre se alzó hasta un mechón de cabello, tocándolo como si fuese un diamante - verte tu cuerpo en el baile me estaba volviendo loco -

-Le pido que me suelte -

Chasqueando la lengua, él la miró directo a los ojos.

-Solo si me dejas besar esos labios -

No le importo esperar la respuesta de la chica, sus bocas se tocaron, provocando en el cuerpo de la joven un hilo de fuego por donde sus cuerpos se rozaban.

Le daba gracias a las máscaras por la privacidad de su identidad pero sentía que este misterioso señor la desnudaba.

Sería una perfecta despedida para su soltería. Conoció el deseo, sin embargo no de la mano de su prometido.