La luz del atardecer bañaba de rojo dorado el austero despacho del Comandante Instructor; el efecto habría sido sedante, o al menos habría animado a otra persona a dejar vagar la mente con cierta tranquilidad, pero Keith Shadis seguía masajeándose la sien con una mano mientras con la otra sujetaba (y casi podría decirse que trituraba) las órdenes que un secretario le había dejado en la mesa apenas media hora antes.

Tras recapacitar y darse cuenta de que destruir documentos con el sello del Comandante Supremo, aun accidentalmente, no ayudaría en nada a resolver la situación, Shadis abrió la mano, dejó posarse los folios sobre la mesa y empezó a mesarse la barba sin quitarles la vista de encima, como si fueran un insecto venenoso.

Una idea se hacía oír en su cabeza sobre todas las demás: ¿en qué demonios estaba pensando Darius Zackly? Cuando el "Generalísimo" le había pedido informes sobre los cadetes más prometedores de la 104, ¡jamás pensó que los usaría para esto!

Juegos de guerra. Así de sencillo. 21 de su mejores reclutas iban a perder un día entero con un simulacro en el que ni siquiera usarían el equipo básico para luchar contra los titanes. No, señor: sería un "combate" por equipos a pie, usando "armas"... Shadis creía recordar que en las órdenes aparecían expresiones como "aire comprimido" y "balas (¿o bolas?) de pintura".

Los nombres de los equipos, la situación en sí... ¡nada tenía sentido! Ni siquiera el objetivo aparecía con claridad entre todo el "burocratés" con que intentaban disfrazar lo que, seguramente, era una broma pesada del viejo Darius. No había muchos que lo supieran; pero Zackly escondía, bajo su aspecto solemne y ligeramente fatigado, un sentido del humor algo retorcido...

El Instructor se pasó las manos por la calva y luego las juntó debajo de la barbilla, sin perder de vista las órdenes, intentando serenarse para resolver aquel misterio... ¡Tenía que haber una solución! Pero no era fácil; haber sido antes durante tantos años Comandante de la Legión de Reconocimiento, le había convertido en alguien directo, con dificultades para leer entre líneas... o más bien, siempre había sido directo y por eso se había ajustado tan bien al puesto.

No era la primera vez, ni sería la última... pero echaba de menos la Legión. Sabías quién era el enemigo, lo tenías justo enfrente y se trataba de matarle a él antes de que él te matase a ti; o eso había querido creer. Resopló por la nariz, irritado, mientras recordaba que aunque siempre era duro perder a buenos hombres, lo que le asqueaba realmente era el "politiqueo"; tener que estar pendiente de a quién había que rascarle la espalda, para que a los legionarios no les faltase el material imprescindible para no morir, o al menos no tan rápidamente.

En cambio Erwim Smith, el nuevo Comandante de la Legión, siempre había tenido buena mano para encargarse de ese aspecto más turbio y menos heroico del liderazgo; como si el mundo se extendiese ante sus ojos cual tablero de ajedrez en el que mover diestramente sus piezas, previendo al mismo tiempo las jugadas del contrario con una antelación sorprendente.

Shadis meneó la cabeza y volvió a pasarse una mano por la barba, mientras usaba la otra para clavar los papeles sobre la mesa con un dedo, como para evitar que se escaparan mientras él seguía dándole vueltas al asunto. Al menos, con Erwin al mando, la Legión estaba en buenas manos; pero le fastidiaba reconocer que su antiguo subordinado habría sido capaz de resolver su quebradero de cabeza en menos de cinco minutos... ¡o quizás con solo un vistazo! Dejó escapar un suspiro, lento y hondo.

Fue entonces cuando se fijó en las palabras sobre las que se había parado su dedo y que provocaron la revelación: "...tres miembros de la Policía Militar se personarán..." En realidad, las palabras clave eran dos: "Policía Militar". Shadis se permitió una sonrisa satisfecha en su rostro, mientras su mente iba estableciendo las conexiones y aclarando aquello que se le había escapado hasta entonces, por mucho que ahora le costara creerlo.

–Serás el mejor, Erwin –murmuró–... ¡Pero no el único!

De entre todos los cadetes, sólo los diez mejores pueden elegir destino en la Policía Militar; leyendo con algo más de atención la lista de "voluntarios" para el simulacro, asociando nombres con caras y habilidades, Shadis comprobó que había veintiuno en total, el número más próximo al doble de posibles candidatos para la PM, teniendo en cuenta que los equipos eran tres.

"Así que es por eso...", pensaba el Instructor, "para que quienes tienen más posibilidades de terminar entre los primeros se vayan familiarizando con labores exclusivas de "la élite"... ¿darles a probar un poco de esa vida en la que no hay que luchar contra titanes sino contra otros humanos, ir plantando las semillas para que luego los diez mejores estén predispuestos...?"

Shadis siguió cavilando. Le extrañaba que Nile Dok hubiera tenido una idea como ésa, aunque si había llegado a Comandante de la Policía Militar era por algo. Sin embargo... ¿Quizás la iniciativa había partido de la Central? O incluso... El veterano suprimió un temblor y meneó la cabeza; si la unidad que se dedicaba a "exterminar" humanos estaba implicada de alguna manera, no había nada que pudiera hacer. Dejó escapar un suspiro, resignado; sólo eran rumores, pero aun así...

Decidió centrarse en aquello sobre lo que sí tenía control como Comandante Instructor: su deber era preparar a los cadetes lo mejor posible, guiarles por el camino implacable que les llevaría de muchachos a soldados... independientemente del destino que eligiesen al final del trayecto. Cuantas más habilidades tuviesen, más posibilidades se abrirían ante ellos; claro que siempre estaba el problema de abarcar demasiado y perder tiempo con actividades que no les conducirían a ninguna parte... aunque aquel simulacro sólo iba a durar un día y (¡quién sabe!) quizás el cambio de rutina animase a los chicos.

Entonces empezó a fijarse no sólo en los nombres de los afortunados, sino a qué grupo habían ido a parar. Y Shadis silbó, casi sonrió, al ver alguna sorpresa en la distribución. Estaba claro que alguien se había tomado la molestia de leer los informes y atar cabos, porque la mayoría de los cadetes que se llevaban bien entre sí compartían equipo: los dos que precisamente querían ir a la Policía Militar, los dos que estaban haciendo siempre el payaso (aquí Shadis no pudo evitar gruñir), incluso los dos tortolitos... Pero quien estuviese detrás del reparto había dado tal giro inesperado que sólo por eso ya merecía la pena seguir con los juegos de guerra.

El Instructor se sentía "en racha", y su mente seguía dando saltos a toda velocidad, intuyendo las razones del simulacro en general y de la "sorpresa" en particular: poner a prueba el trabajo en equipo y frente a otros equipos de quienes hasta un momento antes eran camaradas; capacidad de improvisación y adaptación a una forma de luchar completamente distinta a la habitual; someter a tensión las relaciones entre quienes no concebían estar no sólo en bandos distintos sino opuestos... aunque esto último era bastante específico y prácticamente afectaba a una sola persona, lo cual a su vez tenía sentido dado de quién se trataba...

Cuando se descubrió dándole vueltas a la idea de que quizás todo era un elaborado plan para que esa persona en concreto terminase engrosando las filas de la Policía Militar, Shadis meneó la cabeza como quien sale de un trance y se dio cuenta de que estaba yendo demasiado lejos. "Las conspiraciones nunca han sido lo mío, mejor dejémoslo así...", pensó mientras se pasaba las manos por la cara.

Repasó una vez más los documentos, asegurándose de que no se le escapaba nada de lo esencial; tendría que darle la noticias a los chicos esa misma... noche. Parpadeó un par de veces, los ojos irritados, y vio que apenas entraba ya luz por las ventanas; el sol se acababa de poner y sólo quedaba un leve barniz rojizo que iba convirtiéndose en púrpura. El tiempo había pasado más rápido de lo que creía mientras leía y reflexionaba; los cadetes estarían ya cenando en el comedor.

Shadis se levantó de la silla, cogió su gabardina del respaldo y se la puso, aplanó cuidadosamente los documentos y los guardó en uno de los bolsillos. Después, con un porte y un paso que algún adulador describiría como "majestuoso", salió de su despacho.

Inspiró profundamente, dejando que la brisa de la joven noche llenase sus pulmones. Cerró un momento los ojos, pero pronto los abrió y comprobó si había alguien cerca; no convenía que se viera al Instructor Jefe demasiado relajado, tenía una reputación que mantener. Por suerte, sólo había un centinela a un lado de la puerta, mirando al frente sin reparar aparentemente en su superior, de lo cual se alegró éste.

Shadis colocó los brazos en la posición habitual detrás de la espalda, se irguió en todo su esplendor (metro noventa de ex-Comandante de la Legión) y echó a andar con paso lento pero inexorable, respondiendo al saludo del centinela con una leve inclinación de cabeza.

Su rostro, como de costumbre, mostraba una expresión como de volcán a punto de explotar ante la más mínima transgresión, aunque sus pensamientos fuese apacibles en ese momento; era de suponer que la cara se le había quedado así tras años de librar combates que no se podían ganar, cuando la alternativa a caer en la desesperación y dejarse llevar por el pánico era usa toda la ira acumulada y reflejarla procurando transmitir a sus soldados coraje o, al menos, un temor mayor al que pudieran inspirarles los titanes.

Mientras se dirigía hacia el comedor como una fuerza natural a la que nada pudiese detener, respondiendo brevemente a los saludos de sus subordinados, Shadis reconocía para sí que era duro con los cadetes, justo en el límite de lo razonable... Pero estaban luchando contra titanes. ¡Titanes! Contra un enemigo así, lo "razonable" pasaba a un segundo plano y era necesario llevar a los reclutas al límite; sí, algunos se quebrarían en el camino, pero el resto estaría mejor preparado para enfrentarse a lo que se les vendría encima.

Y si el Alto Mando ordenaba dedicar un día a aquellos juegos de guerra, él se aseguraría de que fuese un día bien aprovechado, de que ese tiempo no mermaría las posibilidades de supervivencia de sus chicos sino todo lo contrario; y para ello, era imprescindible hacerles comprender la seriedad del asunto, aquella misma noche dada la escasa antelación con que le habían avisado.

Su paso implacable le condujo finalmente ante la puerta del comedor, ya por completo de noche, las cercanías iluminadas por el resplandor que atravesaba las ventanas. También llegaba hasta ahí el batiburrillo confuso de voces (y ocasionalmente algún grito o risotada) de los cadetes, correspondiente a una escena que Shadis podía imaginar fácilmente: los grupos de amigos sentados en torno a las distintas mesas, devorando el rancho para reponer fuerzas después de otro día de entrenamiento que se hacía largo y al mismo tiempo había parecido pasar volando, charlando todavía con bastante ánimo, cansados pero contentos, y relajados sabiendo que les esperaba una noche de descanso antes de empezar otra jornada agotadora.

El Instructor miró discretamente por una de las ventanas: comprobó que los cadetes casi habían terminado de cenar. Decidió esperar todavía cinco minutos, para dar las noticias sin interrumpirles; habían trabajado duro y era lo mínimo que se merecían. Sólo les estuvo observando unos instantes; para los reclutas, sería extraño que el temible Shadis estuviese mirando precavidamente sin llegar a entrar... antes se esperarían que echase la puerta abajo y se comiese vivo al primero que cometiera cualquier falta.

Sonrió, una vez más, al pensar en esa reputación que tenía que mantener. Sin embargo, él también había sido un cadete; también había pasado muchas noches en un comedor como aquél, cenando con sus compañeros... muchos de los cuales, por desgracia, ya no se encontraban en este mundo, después de años de librar combates sin fin en una guerra eterna...

Meneó la cabeza, en un intento de alejar aquella nostalgia que no le conduciría a ninguna parte; su papel ahora, su deber, era enseñar a aquellos chicos todo lo que sabía, asegurarse de que ponía a su disposición todos los trucos y todas las herramientas que les servirían, si tenían suerte, para poder celebrar la "reunión anual de la Promoción 104" durante unos cuantos años.

Siguiendo aquel cauce, sus pensamientos se centraron en la cadete más prometedora de todos: Mikasa Ackerman. Si alguien tenía posibilidades de vivir lo suficiente para llegar a un alto cargo y, ¡quién sabe!, quizás terminar su carrera entrenando a la siguiente generación, era ella. De hecho, en el breve instante que tardó en mirar por la ventana, Shadis no había tenido problemas para distinguirla, con su característica bufanda roja al cuello como siempre... e incluso juraría que ella le había devuelto la mirada. No le extrañaría, dado que la joven siempre estaba atenta a todo lo que la rodeaba, aunque no lo pareciese.

El Instructor siguió dándole vueltas a aquel misterio. La cadete más prometedora tenía apenas 15 años, pero su actitud era la de un auténtico veterano que se hubiese hecho más fuerte con cada batalla, hasta terminar sumido constantemente en una calma atenta a la que no escapaba nada, capaz de convertirse en cualquier momento en una maquina letal y precisa que aniquilaría todo lo que se interpusiese en su camino. Debía ser desconcertante para sus compañeros del sexo opuesto: no había duda de que era bella, con rasgos exóticos (a pesar del apellido su madre había sido una de las últimas orientales), piel pálida y cabello oscuro e incluso enigmático como sus ojos ligeramente rasgados; pero no había duda de que podría vencer (quizás con una sola mano) a cualquiera de los varones. Eso explicaría por qué nadie iba más allá de la mera camaradería con ella, aunque Eren Yeager...

Shadis volvió a pasarse la mano por la barbilla; no había duda de que, sólo por esto, la batalla simulada sería interesante. Los cinco minutos ya habían pasado. Sin perder más tiempo, fijó en su rostro la máscara de "instructor implacable" y entró en el comedor.