Los juegos del hambre no me pertenecen.
Diez de copas: Porque no todos mi vencedores tienen porque sufrir, también está él y me apetecía algo alegre :P
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Sin razón para mentir.
Era extraño, a pesar de todos los rumores sobre que los vencedores solo podían entenderse entre sí, que su relación fuera juzgada por muchos y ella vista como una mujer dentro de lo cual lo más leve era valiente, lo otro avariciosa, Timeo sintió un inmenso alivio cuando Lani sobrevivió a su última cosecha. No sólo era un buen recuerdo, era la señal de que aún siendo lo que era, un vencedor, podía ser feliz.
Podía estar bien.
Y no sabía qué era lo más inverosímil del asunto, si el hecho, o que él mismo lo creyese. Era extraño, definitivamente, o quizás no tanto, quizás simplemente la presidenta tenía razón.
Era afortunado.
Aquello era un concepto en el que se había negado a pensar, su más vívido recuerdo, el baile de su Gira de la victoria, cuando Arcana, con una educación y modales exquisitos, lo invitó a bailar y él se imaginó lo peor.
"¿Sabe, señor? En diecinueve años de juegos una cree haber visto de todo, sin embargo usted es especial. Tan afortunado… Realmente aprecié su discurso, muchos deberían aprender de él."
Le contó y por primera vez él se había visto obligado a mentir, no comprendí en qué era exactamente afortunado, Nate, Levi, Iris, Caleb, los cuatro vencedores profesionales habían sido voluntarios, como él, nadaban en la abundancia, al igual que él y, por aquel entonces, los cuatro se dedicaban a hacer lo que querían.
Aparte sus inicios eran todo menos admirables. Con catorce años había tenido que efectuar su primer delito, introducirse en aquella suntuosa casa, robar,… Y eso era precisamente lo que le diferenciaba de aquellos vencedores. Eso y ella…
Lani, quién lo descubrió, todavía recordaba la forma en que su corazón latía por lo más natural, miedo, cuando ella le dijo que tenía sesenta segundos para explicarle qué hacía rebuscando en la cartera de su madre. Y como tras ello decidió no denunciarle. Tenía catorce años, seis papeletas, e incluso así subsistir le era casi imposible. No desde que su padre había caído en una intensa crisis y su ayuda no era suficiente para remontar. Todavía hoy recordaba sus palabras:
"Nuestro distrito es funcional, los que son como vosotros pescáis para vivir, pero muchos olvidan que vivir no es solo nutrirse. Puedes pescar lo que quieras, dinero incluido, siempre y cuando seas consciente de los riesgos a los que te expones. No podré protegerte siempre."
Las que definieron su filosofía. Era difícil de creer que una muchacha aventajada como ella tuviese aquella visión, pero Lani era inteligente, había aprendido a ver a través de las erróneas enseñanzas del Capitolio y esa extrema necesidad de aparentar que en el cuatro vivían bien. Cuando dos años después, él fue el voluntario de los Décimo Novenos Juegos del Hambre ella fue la única que no lo trató de loco, ni le preguntó si no le daba vergüenza faltar a los preceptos de su difunta madre.
Únicamente le preguntó si era consciente de lo que significaba su elección, sin llantos, rechazos, ni insultos.
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Timeo lo era, desde el año quince los voluntarios surgían en el cuatro y no regresaban. Era consciente de que significaba un todo o nada, de que si regresaba había fuertes posibilidades de que no quisiera mirarse en un espejo. De que iba a complacer el gobierno contra el que luchó su madre. Pero también era consciente de los días de hambruna, las faltas al colegio por trabajo o el riesgo que corría robando, de que si lo cogían los agentes tendría el mismo resultado. El intenso abrazo de su padre, envuelto en una mezcla de sorpresa, compasión y dolor; sentimiento tan habitual en su vida que la presencia constante de Lani era lo único que le salvaba de la depresión. No le prometió que regresaría a ninguno de los dos, prefería no jugar con ellos para el caso de que no, al fin y al cabo no era el único que iba a matar para subsistir.
Esas personas, esos recuerdos, fueron lo que le mantuvieron cuerdo en la arena, ellos y su deseo de una vida en la que pudiera ser feliz sin arriesgarse. Venció sorprendiendo a todos y fue entonces cuando comenzó a propagarse que era afortunado.
Timeo no lo veía así, no porque fuera desgraciado, o se arrepintiera, su madurez, las ideas de Lani, la inmensa alegría de su padre, la paz que sucedía a la tempestad, todo contribuía a sus creencias de que lo que otros llamaban fortuna era justo "lo que necesitaba". Evidentemente que pensaba en todos los jóvenes iguales que él, matar era horrible, era consciente de ello, pero había aprendido a vivir más allá.
Había aprendido que la felicidad es efímera y que la verdadera libertad está en encontrarla y luchar por conservarla. Sus sueños, que comenzaron a jugar a la montaña rusa desde su victoria, se atenuaron con el paso del tiempo, Lani subsistió a su última cosecha y cuando se casaron Timeo al fin comprendió que, quizás, solo quizás, la presidenta tenía razón.
Estaba bien, era feliz, no siempre, a veces fingía, como había confesado en su discurso de la Gira de la victoria. Sus remordimientos eran mínimos y no por orgullo o crueldad. Solo pensaba en el alivio y casi felicidad de su padre cuando regresó, los rostros ilusionados de los jóvenes de su barrio cuando llegaron los primeros paquetes, la ausencia de riesgos a los que someterse para subsistir y Lani…
Aquella muchacha de cortos cabellos que lo besó tras el anuncio de tributos, al igual que aquel día en el edificio de justicia, ese te amo que le ayudó a subsistir, su "instante de felicidad", como le gustaba llamarla desde que venció. Y sonreía, definitivamente sonreía. Atesorando con fervor todas esas oportunidades que tenía de hacerlo.
Porque mientras unos habían muerto, abandonado todo ápice de piedad por lo que Iris llamaba ilusiones, enloquecido o vivían atormentados por todo lo que debieron hacer o todavía hacían. Él estaba bien, había sido bendecido con personas que lo hicieron regresar, amor y, tras ello, dinero y tranquilidad. Todos decían que era afortunado, él incluido y no mentía.
No había razón para ello.
