Hola a todos, vuelvo con otra historia, espero les guste. Actualizaré una vez por semana, pero si tengo el capítulo antes no esperaré y lo subiré enseguida. Espero sus comentarios. Besos.
Disclaimer: Nada me pertenece. No lo hago con fines de lucro. Es una adaptación. Personajes: J. K. Rowling. Historia: P. Jordan.
AMANTE DE SU MARIDO
Era su nuevo jefe... pero también su ex marido. Hermione llegó a la oficina como cualquier otro día... pero se encontró con una increíble sorpresa. El nuevo director ejecutivo no era otro que su ex marido.
El millonario Harry Potter se había quedado destrozado después de su separación de Hermione. Al verla de nuevo se dio cuenta de que la atracción seguía existiendo... y la pasión podía volver a volver a encenderse con sólo un beso...
Poco después, Hermione no sólo se estaba acostando con el jefe... también se había convertido en la amante de su marido.
Capítulo 1
— ¿Te has enterado ya?
Hermione, que acababa de llegar del dentista, miró confundida a Luna, su compañera de trabajo, que estaba hecha un manojo de nervios.
— ¿De qué?
—Dean va a traspasar el negocio. Y el nuevo jefe viene mañana, mañana, para entrevistamos a todos.
Un cambio en la dirección de la empresa no tenía por qué ser necesariamente malo, pero al instante Hermione compartió la preocupación de Luna. Seguramente se producirían cambios, y aquello podía implicar una reorganización de la plantilla, e incluso que el nuevo dueño decidiese prescindir de algunos trabajadores. Esperaba que no fuese así. Sólo llevaba seis meses en la empresa, pero le había costado mucho conseguir ese empleo. De hecho, había pasado todo un año trabajando y estudiando a la vez un master para poder aumentar sus expectativas laborales,
— ¿Y sabes quién es el tipo al que le ha vendido la compañía? —le preguntó a Luna, apartando de su rostro un mechón castaño.
Su compañera negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—En fin —replicó Luna—, supongo que deberíamos haberlo visto venir. Después de todo, Dean llevaba mucho tiempo considerando la idea de una jubilación anticipada. Y la verdad es que, como su mujer y él no tienen hijos, si yo fuera él también habría decidido vender la empresa para pasar los años que me quedaran viviendo tan ricamente en ese piso enorme que he oído que tienen en Miami.
Mientras escuchaba a su compañera reflexionar en voz alta, Hermione se sentó en su escritorio y encendió el ordenador. El pequeño negocio que su jefe, Dean Thomas, había establecido hacía casi cuarenta años, se dedicaba a la venta de maquinaria especializada y materiales para la construcción, y era un negocio rentable, pero desde que entrara a trabajar en la empresa como ejecutiva, Hermione se había dado cuenta de que Dean parecía cada vez menos inclinado a buscar nuevos clientes y mercados. Y era una pena, porque el negocio tenía potencial, razón por la que no le extrañaba que alguien hubiera querido comprárselo.
—Desde que me enteré esta mañana no he logrado concentrarme en el trabajo ni diez minutos seguidos—le confesó Luna—. No quiero perder mi empleo.
—Bueno, el cambio no tiene por qué ser necesariamente malo —trató de calmarla Hermione a la vez que intentaba convencerse a sí misma—. Este es un negocio con futuro. Tiene muchas posibilidades de expansión, y si quien haya comprado la empresa es capaz de verlo, no sólo no despedirá a nadie, sino que creará nuevos puestos de trabajo. A menos claro que el nuevo dueño ya tenga un negocio similar a éste y únicamente quiera fusionarlo al suyo —añadió en un tono más pesimista.
—No digas eso, Hermione, por favor. Roy y yo acabamos de pedir un crédito al banco para ampliar la casa —le dijo Luna estremeciéndose. Estoy intentando quedarme embarazada —explicó, enrojeciendo ligeramente—. No puedo permitirme quedarme sin empleo. Lo cual me recuerda, que Dean nos ha dicho que mañana tenemos que estar aquí más temprano. Según parece, el nuevo dueño le ha pedido explícitamente que vengamos a las ocho.
— ¿A las ocho? —repitió Hermione, palideciendo ligeramente.
—Sí —asintió Luna con un pesado suspiro—, con lo que detesto madrugar...
El problema de Hermione, sin embargo, no era de pereza. Le era totalmente imposible llegar a las ocho a la oficina. Las clases en el parvulario no empezaban hasta esa hora, y aunque dejase a Albus allí a las siete y media no podría llegar a las ocho a la oficina. El sólo pensamiento hizo que la tensión le atenazara el estómago.
Trabajar y ser madre eran dos cosas difíciles de conjugar, sobre todo teniendo que criar sola a su hijo, pero además los empresarios eran reticentes a contratar a mujeres con niños pequeños, así que había decidido no decir nada al respecto en la entrevista, y nadie en la compañía conocía sus circunstancias personales. Difícilmente iba a poder excusarse para llegar un poco más tarde al día siguiente sin que se descubriera su secreto.
— ¿Qué ocurre? —le preguntó Luna curiosa al advertir lo tensa que se había puesto.
— Em... nada, nada.
No le gustaba tener que mentir, pero necesitaba ese empleo para poder darle a Albus al menos un mínimo de las comodidades materiales que habría disfrutado si su padre no la hubiese abandonado antes de nacer él.
Pensar en Harry hizo que le hirviera la sangre. Lo que ganaba apenas cubría la hipoteca de la casita que había comprado en un pueblo a varios kilómetros de la ciudad, las facturas, y los gastos más básicos, como comida y ropa, pero estaban mejor sin él.
Además, tenía la esperanza de poder ascender dentro de la empresa y ganar más dinero. El jefe de su departamento se jubilaría dentro de dos años, y ella estaba esforzándose todo lo posible para que Dean le concediera a ella la vacante.
Le faltaba poco para cumplir los veinticinco, y a Albus poco para los cinco. El quinto cumpleaños de su pequeño, y el quinto año para ella de estar sola, de estar sin... Hermione se apresuró a apartar de su mente esos pensamientos. No iba a auto compadecerse; no iba a dejar que lo que pudo haber sido y no fue consiguiera minar la paz y la estabilidad que tanto le había costa do alcanzar.
Tenía que concentrarse en el futuro, ¡no en el pasado!, se recordó. Pero, ¿y si el nuevo dueño de la compañía empezaba a recortar la plantilla? Tampoco tenía por qué ser pesimista. Como le había dicho a Luna, quizá el cambio fuese para mejor, quizá se ampliase el negocio y tuviesen más oportunidades de ascender. Sí, tenía que pensar en positivo.
Cuando Hermione, de pie en el umbral del parvulario del pueblo, observó cómo el rostro de su hijo se iluminaba al verla y corría hacia ella, se le encogió el corazón de amor maternal. Y luego, al inclinarse para levantarlo en brazos y apretarlo contra su pecho, se dijo que no le importaba cuántos sacrificios tuviera que hacer con tal de que su pequeño tuviera lo mejor.
Paseó la mirada por el aula, en la que ya no quedaba ningún otro niño, y frunció ligeramente el ceño. Había decidido irse a vivir allí con Albus porque quería que creciera sintiéndose parte de una comunidad, darle la clase de niñez que ella habría querido tener, pero cada día tenía que recorrer los kilómetros que separaban el pueblo de la ciudad para ir a trabajar, y Albus tenía que esperarla largo rato hasta que llegaba para recogerlo.
Si hubiera podido escoger, no habría querido que su pequeño fuera hijo único, sin más familia que ella. No, habría querido que hubiera tenido un padre que lo quisiese, hermanos... Sintió una punzada de dolor en el pecho. «Hace ya cinco años, Hermione», se reprendió; « ¿cuándo vas a dejar de pensar en ello?». Sólo una mujer sin autoestima ni amor propio podría seguir pensando en el hombre que la había traicionado y abandonado. Era irónico que aquel mismo hombre le hubiese jurado amor eterno, que le hubiera dicho que compartía sus sueños, que la última vez que habían hecho el amor le hubiese susurrado que quería que tuviesen un hijo, que quería que ese bebé creciese arropado de cariño... No habían resultado ser más que mentiras. Semanas después, la había abandonado, la había dejado sola, con el corazón roto, y todas sus ilusiones hechas añicos.
¡Y pensar que por estar con él se había enfrentado a sus tíos, que la habían criado, y que por casarse con él no habían querido volver a tener trato alguno con ella! No es que le hubiera importado lo más mínimo, por supuesto; jamás habría querido que formaran parte de la vida de su hijo. Aunque se hubiesen hecho cargo de ella cuando se había quedado huérfana, lo habían hecho porque lo consideraban una obligación moral, no porque sintiesen cariño alguno por ella. ¡Y ella había estado tan necesitada de afecto...!
— Albus estaba empezando a preocuparse.
Hermione contrajo el rostro ante el suave reproche de Minerva, la profesora de su hijo.
—Lo siento, sé que llego un poco tarde —se disculpó—, pero es que ha habido un accidente en la circunvalación.
La mujer, alta, delgada y de cierta edad, sonrió. Tenía un carácter afable y jovial, y los pequeños la adoraban.
—Tranquila, no pasa nada. Es un niño buenísimo. No nos da nada de guerra.
Diez minutos después, estaban en casa. La pequeña vivienda se encontraba situada en el centro del pueblo. La fachada daba a una plaza con árboles y un estanque en el que nadaban patos y elegantes cisnes, y la parte trasera se asomaba a un jardincillo.
Albus era un niño de constitución robusta y rizado cabello oscuro, herencia del padre al que nunca había visto.
Hermione habría querido olvidarse de que Harry había existido jamás, pero el hecho de que la mayoría de sus compañeros del parvulario sí tuvieran un padre, había llevado al niño a empezar a hacerse preguntas, preguntas con las que la asaltaba en los momentos más inesperados.
Hermione suspiró para sus adentros. Por el momento el chiquillo se había mostrado satisfecho con sus respuestas, pero se le encogía el corazón cada vez que veía el anhelo con que miraba a Neville Longbottom, el padre de su mejor amigo, jugando con su hijo.
Harry salió del Mercedes, y se quedó de pie frente al edificio delante del que había aparcado.
El traje a medida que llevaba le daba un aire elegante, y bajo la chaqueta se le marcaban los músculos, resultado de los años que había pasado ganándose el sustento trabajando como obrero para distintas constructoras, los años en los que se había prometido a sí mismo que un día las cosas serían distintas, que sería él quien diese las órdenes en lugar de recibirlas.
Desde muy niño había aprendido a valerse por sí mismo, ya que a los seis años había sido abandonado por su madre, una hippie adicta a las drogas, y lo habían llevado a un centro de protección de menores.
Al cumplir los dieciocho estaba fuera, y había empezado a trabajar, haciendo casi cualquier trabajo que le ofrecieran, y a los veintitrés comenzó a asistir a una escuela nocturna para conseguir un título en Administración de Empresas. Su treinta cumpleaños lo había celebrado vendiendo la compañía que había creado partiendo de cero por un valor de veinte millones de dólares. Podría haber dejado de trabajar si hubiera querido y haberse dedicado a vivir de las rentas, pero le gustaban los retos, y era capaz de ver el potencial de pequeñas empresas como la de Dean Thomas, que acababa de comprar. No, no iba a retirarse a una isla paradisíaca ni mucho menos; su vida no había hecho más que empezar: tenía sólo treinta y cinco años.
Treinta y cinco años... y grandes planes para ese negocio que había adquirido hacía una semana. Sin embargo, para poder llevarlos a cabo, necesitaba la clase de personal adecuado: gente dedicada, entusiasta; trabajadora, ambiciosa. Esa mañana iba a tener el primer encuentro con sus nuevos empleados, e iba a evaluarlos como lo había hecho con cada negocio del que había ido. Haciéndose cargo: con un cara a cara. Después y sólo después se leería las fichas de cada uno.
Aunque era un hombre increíblemente guapo, a esas horas tempranas de la mañana la luz del sol resaltaba las líneas rectas de su nariz y sus labios, mostrando al ejecutivo de férrea determinación que raramente sonreía. Consciente de su atractivo, sus ojos brillaron con un cierto cinismo cuando una joven que caminaba por la acera en ese momento aminoró el paso, mirándolo de arriba abajo con una mirada apreciativa.
Desde que empezara a ganar dinero, dinero de verdad, lo habían perseguido las mujeres más bellas, pero Harry sabía que se habrían alejado de él con absoluto desprecio si hubieran sabido quién había sido antes de convertirse en el hombre de éxito que era.
Los recuerdos, en parte amargos, y en parte dolorosos, disolvieron la calidez de su mirada, y el verde de sus ojos se tomó opaco, apagado. Había recorrido un largo camino para llegar hasta donde había llegado, pero nunca le parecía que fuera suficiente.
Cerró el coche, y se dirigió hacia la entrada del edificio con paso firme.
Mientras le ordenaba mentalmente al semáforo «cambia, cambia, cambia», Hermione sintió cómo el sudor empezaba a perlarle la frente y los nervios le atenazaban el estómago. Había tenido que tragarse su orgullo y llamar la noche anterior a Hannah, la madre del mejor amigo de Albus, para preguntarle si podía dejar a su hijo en su casa a las siete y media el día siguiente para que lo llevara al parvulario con el suyo. Hannah había sido muy amable y le había repetido una y otra vez que no era molestia en absoluto, pero Hermione se sentía como una mala madre.
Le rogó en silencio a todos los santos por que el nuevo dueño de la empresa no fuera muy quisquilloso con la puntualidad, porque, si no, acabaría de patitas en la calle.
Cuando por fin llegó a la oficina, Hermione miró su reloj de pulsera mientras se bajaba del coche. « ¡Ocho y media!», pensó horrorizada, apretando los dientes. Atravesó a toda prisa las puertas del edificio, corriendo hacia los ascensores.
Segundos después, entraba en la oficina y se dirigía al pequeño salón de actos, con la esperanza de poder colarse sigilosamente y sentarse al fondo sin que el nuevo dueño reparara en ella, pero justo en ese momento se abrió la puerta y empezaron a salir sus compañeros.
— ¡Hermione!, ¿dónde estabas? —le siseó Luna, deteniéndose a su lado.
—Te lo explicaré luego; cuando...
Hermione no terminó la frase. Se había quedado de piedra al ver al hombre que estaba saliendo por la puerta detrás de Dean. ¿Qué... qué estaba haciendo allí su ex marido?
—Quizá querría explicármelo a mí, ahora.
Qué bien recordaba aquella voz aterciopelada, ese tono gélido... Hermione se dio cuenta de que sus compañeros estaban mirándola, y se irguió, intentando recobrarse de la impresión.
—Escuche, señor Potter... —le dijo Dean incómodo a Harry—, estoy seguro de que...
Ignorándolo, Harry se volvió y agarró el picaporte de la puerta del salón de actos, ordenándole a Hermione:
—Entre.
Hermione se quedó mirándolo fijamente un momento, atónita, y temblando de rabia por dentro. ¡Su nuevo jefe era su ex marido! ¿Cómo podía el destino darle un golpe tan bajo?
El día que Harry salió de su vida, abandonándola por otra mujer, había rezado por no tener que volver a verlo nunca más. Había dado todo en su relación, pero a él aquello no le había importado. El éxito, que no habría conseguido sin su ayuda y apoyo, lo había vuelto arrogante, las cosas habían cambiado, y de pronto un día ya no era lo bastante buena para él.
—Señor Potter, no sea duro con Hermione —volvió a intentar interceder de nuevo Dean por ella—. Es una empleada responsable y...
—Gracias, señor Thomas, pero, si no le importa, yo me haré cargo de esto —le cortó Harry con aspereza.
Hermione entró en el salón de actos, y Harry la siguió, cenando la puerta tras de sí.
— ¿Hermione?—dijo en un tono despectivo—, ¿qué ha sido de «Mione»?
Mione... aquel era el diminutivo que había empezado a usar Harry al poco de conocerla, porque sus tíos la llamaban Hermione y a él le parecía demasiado frío. Volver a oírlo de sus labios hizo que toda una serie de dolorosos recuerdos afloraran en ella.
Alzó la barbilla desafiante, y le contestó con una risa amarga.
— ¿Quieres saber qué ha sido de Mione? Murió hace cinco años, Harry, cuando destruiste nuestro matrimonio.
— ¿También tienes ahora otro apellido? —inquirió él, preguntándose si Hermione podría comprender o siquiera notar la ira que había hecho que su voz se hubiese tornado ronca de repente.
— Vincent.
— ¿Vincent? —repitió él, casi escupiendo la palabra.
— ¿No creerías que iba a seguir usando el tuyo? —le espetó Hermione.
—Así que has vuelto a casarte sólo para poder cambiarte de apellido.
Los ojos de Hermione relampaguearon al escuchar el desprecio en su voz.
— ¿Por qué has llegado tarde? —exigió saber Harry abruptamente. ¿No quería dejarte salir de la cama?
Hermione sintió que le ardían las mejillas.
—Sólo porque tú...
Pero no dijo más, y tragó saliva cuando los recuerdos acudieron como un torbellino a su mente: Harry imprimiendo en su nuca leves besos al amanecer, que seguían con insistencia hasta que estaba despierta del todo y se tornaban en algo más para luego...
Hermione se enfureció consigo misma al sentir la excitación que estaba invadiéndola con sólo pensar en ello. ¿Acaso no había aprendido la lección? Harry había hecho trizas el amor que había sentido por él, de un modo cruel y deliberado. Se alegraba de que creyera que había encontrado a otra persona, que se había vuelto a casar. ¿Se habría casado él con la mujer por la que la había dejado?
En ese momento, sonó el teléfono móvil de Harry. Lo sacó del bolsillo de su chaqueta para contestarlo mientras le decía que podía marcharse. Mientras se daba media vuelta para dirigirse hacia la puerta, Hermione oyó la voz femenina al otro lado de la línea:
—Harry, querido...
Hermione estaba acabando de recoger las cosas de su escritorio cuando Luna entró en su despacho.
—Hermione... ¿Qué estás haciendo?
— ¿Tu qué crees? Recogiendo mis cosas —respondió ella secamente.
— ¿Te marchas?
Hermione alzó la cabeza para asentir y vio una expresión de espanto en el rostro de su compañera.
— ¿Te ha echado simplemente por llegar tarde?
Hermione esbozó una leve sonrisa.
—No, no me ha echado. Digamos simplemente que me marcho antes de que lo haga
—Pero, Hermione... —replicó Luna—. Quizá tu relación con el nuevo jefe no haya empezado con buen pie, pero parece un buen tipo; seguro que en el fondo es un encanto.
¡Harry! ¡Encanto! Hermione reprimió una risa amarga. Podían decirse muchas cosas de Harry, pero no que era un encanto. Harry Potter era un hombre arrogante y sin sentimientos. Resoplando, dejó a un lado la caja que había estado llenando de cosas y se puso a teclear en el ordenador.
—Oh, gracias a Dios... has cambiado de opinión—dijo Luna, suspirando de alivio.
—No lo he hecho —replicó Hermione sin dejar de teclear—. Estoy escribiendo una carta de dimisión.
— ¡Dimisión!—exclamó Luna espantada—. ¿No crees que te estés tomando esto demasiado a pecho? Tal vez Dean pueda hablar con él y arreglar las cosas.
Sin embargo, Hermione no quiso escucharla, y siguió tecleando para, segundos después, imprimir la carta, doblarla y meterla en un sobre que puso en la bandeja del correo interno. Una vez hecho eso, tomó la chaqueta de su asiento y se la puso ante la mirada angustiada de Luna.
—Me marcho —le dijo—. Por lo que a mí respecta, ya no trabajo aquí.
—Pero, Hermione, no puedes irte así... sin decírselo a nadie —le insistió su compañera siguiéndola por el pasillo.
— ¿Qué no? Fíjate.
Y con esas palabras, salió por la puerta y abandonó la oficina.
¡Mione estaba trabajando allí! Harry no podía dar crédito a aquel inesperado giro del destino. Acababa de terminar la conversación telefónica con la esposa de su asesor financiero, que lo había llamado para invitarlo a una cena que iban a celebrar con varios amigos. Había rehusado, por supuesto. Detestaba esa clase de reuniones sociales, y siempre que podía las evitaba. Antes de conocer a Mione ni siquiera había sabido cuáles eran los cubiertos correctos para cada plato. Había sido ella quien se lo había enseñado, quien con dulzura y paciencia había limado las asperezas de su carácter. ¿Y qué había hecho él para pagárselo?
Se dirigió enfadado hacia el ventanal y miró fuera, sin ver nada en realidad, pues no podía dejar de pensar en Hermione. En aquellos cinco años, después del divorcio, nunca había intentado localizarla, saber qué había sido de ella. ¿Qué sentido habría tenido? Su matrimonio se había acabado y, aunque ella la hubiera rechazado, le había ofrecido una compensación más que generosa por el divorcio.
¿Con quién se había casado?, ¿y cuándo?
