Disclaimer: Harry Potter le pertenece a una señora rubia que vive en Inglaterra.
Summary: Bueno, básicamente eso, los números de Ron. Un número por cada cosa que tiene.
Los números de Ron
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Uno. Un amigo. Harry. Una esposa. Un primer y único amor. Hermione Granger. Ahora orgullosamente Hermione Weasley. Orgullosa y felizmente. Se necesitaron siete años para unirlos, para probar que sin el otro, no podían avanzar. Y ahora están juntos, felices.
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Ron observa a Hermione e inevitablemente sonríe. Ella está mirándose al espejo, intentando que una túnica de gala le entre. Cada dos por tres, resopla y vuelve a intentarlo.
— No tiene caso — se quejó —. Estoy gorda, estoy terriblemente gorda.
— Estás preciosa — dijo Ron.
— Sí, claro… Estoy gorda, como una vaca. Pronto vas a dejar de quererme.
Ron se acercó a ella y la abrazó. Hermione sollozaba.
— Nunca voy a dejar de quererte, tontita.
— Pero es que estoy gorda.
— Estás embarazada y estás preciosa.
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Dos. Dos hijos. Niño y niña. Rose y Hugo. Rose la mayor. Su orgullo, su ojito derecho. La que más se parece a él. Excepto por la inteligencia, que la heredó de su madre. Y Hugo, básicamente su clon. Al menos físicamente, se parece más a su madre en su carácter, pero hace grandes bromas como todo Weasley que se precie.
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— ¡Mamá, dile a Hugo que me devuelva mi libro Historia de Hogwarts!
— Tú ya lo has leído unas cien veces, déjamelo un ratico.
— ¡Mamá!
Ron los miró divertido, mientras Hermione se masajeaba las sienes. Tenía dolor de cabeza y la pelea de sus hijos no le ayudaba en nada. Ron decidió tomar cartas en el asunto.
— ¿Rose, qué hay de malo en que Hugo tomé tu libro?
— ¿Qué que hay de malo? Nada, absolutamente nada. Sólo que luego va a utilizar ese libro para hacer bromas, pero nada, normal…
Ron tuvo ganas de reír, Rose era tan dramática para su edad; si no se rió fue porque sabía lo susceptible que podía ser su única hija.
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Tres. Tres mascotas. Chroockshants, el gato histérico de Hermione, que parecía haber pedido su jubilación y ahora estaba cómodamente asentado en un cojín de la sala. Bigotes, la lechuza de Rose, que parecía una bola de pelos y que se complacía en despertar a todo el mundo cuando llegaba de cacería. Sansón, la rata de Hugo, que era blanca y tenía serios problemas para dormir.
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— O encierras a Bigotes o vamos a tener problemas — gritó Hugo.
— No voy a encerrarlo sólo porque tú lo quieras — protestó Rose.
— Entonces instrúyele sobre las horas de dormir humanas. Ese maldito animal no nos deja dormir.
— Te atreves a hacerle algo y…
La pelea había conseguido despertar a Chroockshants, que molestó bufó audiblemente.
— Genial, conseguiste despertarlo — gruñó Hugo.
— ¡No es mi culpa! — exclamó Rose —.Tú alzaste la voz.
— Ah, ¿ahora es mi culpa?
— ¡Sí!
Chroockshants chillaba y bufaba audiblemente, hasta el punto que Hermione salió de la cocina - donde preparaba unas tortillas, receta de Molly Weasley - para tomar a su gato en brazos y calmarlo. Chroockshants ronroneó feliz en los brazos de su dueña.
Luego alzoó la cabeza y le sacó la lengua a Ron. Ron suspiró, ese gato y él jamás se llevarían bien.
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Cuatro. Cuatro ayudantes en Sortilegios Weasley, en la sucursal que abrieron en Hogsmeade. Ahora George se ocupaba de la sucursal del Callejón Diagon (con cinco ayudantes a su cargo), y Ron se hacía cargo de Hogsmeade. Los días más difíciles eran en los que Hogwarts salía de excursión. En ese momento, él y su equipo estaban hasta el cuello de trabajo.
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— ¡Pero mañana hay excursión!
— Jefe, lo siento. Les prometí a mis hijos que los llevaría al nuevo parque de diversiones.
— ¿Pero a quién voy a poner para sustituirte?
— ¿Qué te parece nosotros, tío Ron?
Eran James y Fred, cabecillas de sus respectivas pandillas; primos entre sí y bromistas incurables. A Ron le pareció estar viendo a sus hermanos gemelos, hace mucho, mucho tiempo.
— ¿No deberían estar en Hogwarts?
Ellos se encogieron de hombros.
— No nos hagas preguntas y no tendremos que decirte mentiras.
Ron se rió.
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Cinco. Cinco arrugas de risa en cada comisura. Una por cada vez que se había reído. Una por cada vez que había bromeado. Hermione trazaba aquellas arruguitas y sonreía.
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— Dentro de poco voy a ser viejo.
— Bah, no se te van a notar.
— Sí, estoy seguro que sí.
— Ya verás que no. Además, si tú tienes arrugas yo también, y más porque soy mayor que tú.
— Sólo por un año, eso no es mucho que digamos.
— Yo también voy a estar vieja.
Ron sonrió.
— Entonces envejeceremos juntos.
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Seis. Seis hermanos. Cinco hermanos mayores y una hermana menor. Todos ya se habían ido de casa. Tenían trabajos, casa, familia. Y se reunían casi todos los domingos en La Madriguera.
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— Y así fue como Ron se despertó en la mañana de ese diciembre — finalizó George, obteniendo como resultado un gran conjunto de carcajadas, cortesías de sus sobrinos y sus hijos.
— Ahora cuéntanos una anécdota del tío George, tío Ron — pidió Dominique, Dom para todos pues detestaba su nombre.
— Una anécdota del tío George — repitió Ron.
George intervino en ese momento.
— ¡No te atrevas, Ron, o no respondo!
Ron se rió.
— Yo tengo una — dijo Percy.
— ¿Qué? ¡No! ¡Percy!
— Alguien te la tiene que cobrar, George — dijo Percy simplemente.
— ¿Quién eres y qué has hecho con mi hermano? — dijo George dramáticamente.
— Yo sí tengo buenas anécdotas — intervino Ginny.
— ¿Qué? ¡No! ¿Tú también?
— Oh, sí George. El público lo pide y yo voy a hablar.
— Pues date prisa, Ginny — azuzó Bill — Todos queremos darle a George un poco de su propia medicina.
George gimió. Mientras todos los demás se reían.
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Siete. Siete años para descubrir que Hermione le importaba, no como una amiga, sino como algo más. Siete años para aceptar que se había enamorado de una castaña hermosa.
— Te enamoraste de mí, ¿cuándo?
— No tengo la menor idea — contestó Ron —. Fue paulatino. Un momento eras mi mejor amiga, y luego… luego pasaste a ser algo más.
— Sí, también pasé por eso. Luego… luego cumplí trece años y todo cambió.
— ¿Ya estabas enamorada de mí los trece años?
— Sí, pero lo acepté cuando estaba en cuarto.
— Creo que para mí todo empezó en ese año.
— ¿En cuarto?
— Sí… cuando te vi con ese vestido. Jamás te había visto con túnica de gala, así que… Y estabas de la mano de Vicky.
Ya la broma era tan vieja que Hermione que ni se molestaba. Sólo suspiró.
— Yo también quería que estuvieras a mi lado.
Ron asintió.
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Ocho. Ocho citaciones de parte de la profesora McGonagall con respecto a Hugo. Ocho citaciones por semestre. Y cada vez que los llamaban, Hermione fruncía el ceño, así que Ron había optado por ocuparse él mismo de aquellas citaciones. Sólo tenía que decirle a George que Hugo había hecho una trastada y se iba. Total, se lo debía: Fred hacía incluso más trastadas que Hugo.
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— No sé de qué te quejas — le dijo Ginny —. James se mete en más líos que Fred y Hugo juntos. Ya McGonagall ni me cita, sólo me escribe una carta. Y ya ni siquiera le envío vociferadores, sólo lo castigo — Sacudió la cabeza —. No sé cómo mamá aguantó tanto con los gemelos. Enviar vociferadores cada dos por tres. De verdad no sé cómo no se volvió loca.
— Tenemos unos hijos problema.
— Sí, así es.
— Nosotros no éramos así.
— Nosotros no tuvimos tiempo para hacer trastadas — le recordó su hermana.
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Nueve. Nueve sobrinos. Bill y Ginny eran los que habían tenido más hijos: tres cada uno. Todos los demás (excepto Charlie, claro), habían tenido solamente dos.
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— La casa está llena — comentó Molly Weasley.
— Como siempre quisiste — replicó Ron.
Molly asintió:
— Cierto.
— Me pregunto qué hubiera pasado si no nos hubiéramos casado ni…
— Creo que los hubiera obligado.
— ¡Mamá!
— Tú preguntaste y yo contesté — se encogió de hombros —. Siempre quise tener muchos nietos, y ahora los tengo.
— Sí, ahora los tienes.
— Y tú eres feliz.
Ron sonrió.
— Todos somos felices.
— Hiciste una buena elección el día en que te casaste con Hermione.
Ron sacudió la cabeza.
— Hice una buena elección el día en que entré en el compartimento de Harry Potter.
Notas de la autora:
- Bueno, tenía ganas de algo lindo y tierno y salió esto. Espero que les haya gustado.
