N/a:Esta historia participa en el DramioneFest2016 del grupo "Yo también estoy esperando un nuevo capítulo de Muérdago y Mortífagos" en Facebook. El tema seleccionado es el número 1: "Cissy encontró un gato feo y Draco tiene que ayudarla a encontrar a su dueña. Nadie debe saber que el gato es de Hermione", propuesto por Duhkha.

Este es un Two-shot que muy posiblemente termine en Three-shot. Más de allí no, lo prometo; porque hay un fic por ahí del que muchos esperan la continuación y creo que publicar esto antes que un nuevo capítulo me vuelve una bruja sin corazón xD

No sé si esto es lo que Duhkha imaginó que sería, pero me ha fascinado escribir partiendo de un prompt (:

Disclaimer aplicado.


Sobre Pelos de Gato y Bajo Alas de Doxy | Aritou


Primera Parte


Caía el ocaso cuando Draco cruzó la entrada principal de la mansión Malfoy, las grandes puertas abriéndose mágicamente para él. A su recibimiento acudió Priscilla, la elfina que Narcissa había adquirido hacía un año atrás. Con una exagerada reverencia, procedió a tomar la pesada y empapada túnica que Draco dejó caer sobre ella, desapareciendo casi al instante con una sonrisa de oreja a oreja porque su amo le había encomendado una nueva labor.

—Vaya día de mierda—refunfuñó el joven, tenía el rubio cabello emparamado y le tomó tan solo un segundo hacer uso de su varita para devolverlo a su estado natural.

Los chubascos se habían vuelto comunes al suroeste de Inglaterra en las últimas dos semanas, y por supuesto que Wiltshire no se salvaba. En reiteradas ocasiones se había recordado de usar sobre él un encantamiento impermeabilizador, pero es que hoy, sencillamente, no era su día.

Caminó por el vestíbulo hasta el salón encontrándose con su madre, quien lo recibió con una escena de lo más desconcertante: arrodillada sobre la oscura alfombra de pelo corto. Parecía haber sido tomada desprevenida, porque se reincorporó precipitadamente, sacudiéndose pelusas imaginarias de su vestido. La imagen había resultado tan singular debido a que permanecer en el suelo era un comportamiento que ella misma consideraba impropio en una dama. Draco no podía estar más confuso.

—¿Qué ocurre, madre? —preguntó curioso, debía haber una razón válida para tal conducta.

—Nada, hijo. Bienvenido de nuevo.

—¿Qué hacías en la alfombra?

—¿Qué tal fue tu día? —inquirió ella prácticamente al mismo tiempo.

Distraído por su interrogante, se olvidó por completo del asunto anterior y comenzó a rumiar por lo bajo. Lo odiaba, odiaba tener que ir a ese lugar todos los malditos días para ayudar en un proyecto que lo traía sin cuidado. En el fondo, le entretenía mantener la mente ocupada con calderos hirviendo y hechizos singulares, pero tener que verla a ella, escucharla, olerla, sentirla, era desquiciador.

Más le valía a Nott cumplir con su parte del acuerdo.

—Igual que siempre: el aroma de pociones apestosas colmando el aire y mis rodillas tropezándose con todo en una oficina demasiado pequeña. Hoy Granger estuvo más insufrible de lo usual.

—Sigues sin acostumbrarte.

—¿Cómo quieres que me acostumbre? —gruñó, desplazándose hasta la chimenea para recuperar un poco de temperatura—Es un trabajo de mierda.

—Tus formas, Draco—reprobó de manera automática—. Te recuerdo que nadie te ha obligado a ello.

—Eso es cuestión de perspectiva.

—Que Theodore Nott te haya p…

Draco giró el rostro en su dirección al percibir que se había interrumpido a sí misma, solo para verla con la cara pálida como el papel.

—¿Madre?

Narcissa lo miró y caminó con rapidez hacia él, tomándolo mecánicamente del brazo. Draco alzó una ceja en su dirección, la mujer parecía haber visto un fantasma.

—¿Tienes hambre?

—¿Eh?

—Vamos al comedor. Debemos cenar.

—Aún no es hora de la cena, madre. Estás muy extraña hoy.

Se soltó amablemente de su agarre para dirigirse hacia el sillón orejero más cercano al fuego.

—¡N-No!

Se dio la vuelta sorprendido, encontrándola casi encima de él.

—¡Madre!

—No te… ¡Achís!

Pocas veces en toda su vida Draco había protagonizado escena más ridícula junto a Narcissa Malfoy. Ahogando una maldición, se echó hacia atrás llevándose el dorso de la mano al rostro, notándolo húmedo de babas y mocos.

—¡Por amor a Merlín, Madre! ¡Si estás resfriada mantente alejada de mí! —exclamó malhumorado.

Como respuesta, la bruja se llevó las manos a la boca, sorbiendo por su nariz con timidez. Su templado semblante casi parecía estar sonrojado bajo la cetrina luz del salón.

—Perdóname, hijo. Ha sido un accidente.

Draco desdeñó sus palabras sacudiendo la cabeza, con la varita limpió cualquier rastro de fluidos humanos de su cara y caminó hasta dejarse caer sobre su sillón favorito. Suspiró.

No pasó mucho tiempo para que una bola peluda se asentara en su regazo.

Draco gritó y manoteó hasta apartar a la criatura buscando volver ponerse de pie. Con la varita apuntaba a lo que sea que había irrumpido en la seguridad de su hogar.

—¡Draco, no! —chilló Narcissa.

Más perplejo si cabe, observó a la mujer dirigirse a la bola de pelos hasta cargarla en sus brazos.

—¡Suelta a ese gato ahora mismo, madre!

—Entonces baja tu varita.

A regañadientes obedeció. Su madre lo observaba altaneramente, ambos agujeros de la nariz dilatados como si estuviese oliendo algo muy desagradable. Draco sabía que en realidad estaba aguantando las ganas de estornudar.

Un minuto entero transcurrió antes de que por fin se decidiera a posar al gato en el suelo. El animal se frotó en sus faldas y finalmente se echó sobre la costosa alfombra, ignorándolos a ambos.

—Hay que sacarlo de aquí. No sé cómo habrá entrado, pero…

—Yo lo he traído.

—¿Qué dices?

—He estado esta mañana en el Callejón Diagon, lo encontré cuando salía de la tienda de Madame Malkin; se veía demasiado aseado para ser un gato callejero.

—O sea que tiene un dueño que posiblemente lo esté buscando.

—No está aquí por gusto. Me seguía a todas partes así que no me quedó otra opción que traerlo conmigo.

El escepticismo en el rostro de su hijo era evidente.

—Madre, que nos conocemos.

Narcissa suspiró cansinamente, bajó la azulada mirada hasta posarla en la criatura y torció una mueca.

—Está bien, me has pillado. Es un gato horrendo, solo mírale la cara chata que tiene; su cabello, un desastre; sus ojos son aceptables, por otra parte—carraspeó y volvió su vista hacia a él—. Pero tiene algo, Draco. El porte, quizás; o la mirada, no lo sé. Es bastante educado, además.

Apretándose el puente de la nariz con dos de sus dedos, Draco objetó:

—Te diré dos razones suficientes por las que no puedes conservar a este gato por mucho que te atraiga, madre. La primera: tiene dueño, y aunque me la trae floja quién sea el pobre desgraciado que lo ande buscando, si de esa manera nos deshacemos de él, entonces hay que devolverlo, porque por otra parte traería serios problemas a tu salud debido a que, y he aquí mi segunda razón: eres alérgica a los gatos. Para muestra, un botón—señaló con arrogancia el espacio que antes habían ocupado ambos en su ridícula escena de espiración involuntaria.

Por una milésima de segundo el labio inferior de la bruja se adelantó un poco, y de pronto a Draco le pareció menos adulta y menos severa, como una chiquilla caprichosa.

—Sí—siseó ella, volviendo a su actitud circunspecta—. Bien, tienes entonces la obligación de buscar a su dueña.

—¿Yo? No tengo tiempo para estas tonterías. No quiero saber de bestias también en mis ratos libres.

—Por Salazar Slytherin, Draco, es un gato, no una bestia.

—Pues que te ayude otro.

—O lo haces tú o pasarás tus ratos libres visitando a tu madre en San Mungo, porque allí es donde voy a acabar debido a las alergias que tus malas decisiones acrecentarán.

—¿Mis malas decisiones? —la indignación transformó su expresión en un poema—Pues me niego—declaró.

—Draco.

—¡No lo haré!

—Draco.

—No, madre.

Draco Lucius Malfoy.

—… Está bien.

A Narcissa no le hacía falta una mueca para reflejar el regocijo de su triunfo, los ojos le brillaban casi con luz propia. Draco rechinó los dientes. Con una mirada de malas pulgas, echó un vistazo al gato que a su vez, lo miraba de vuelta; tenía los ojos anaranjados.

—¿Has dicho «dueña»?

—Sí, lo he dicho.

—¿Cómo sabes que se trata de una mujer?

—Tenía un listón rosa anudado a su cuello, estaba prácticamente hecho jirones así que lo he tirado, pero es macho.

—Genial, un gato amariconado.

—Tus formas, Dra… ¡Achís!

Hace más de un mes atrás, cuando Draco arribó en el hogar de los Nott, lo último que pensó es que saldría de allí con la terrible certeza de que iba a tener que trabajar con Hermione Granger a partir de la semana siguiente. Lógicamente, era ridículo en ese momento pensar que las cosas se darían de esa forma; para Draco aquella era una tarde de negocios como cualquier otra en donde, moviendo los hilos adecuados, saldría con las manos llenas de su próximo tesoro.

No era un secreto para nadie que, aun con todos los pormenores a los que los Malfoy se habían enfrentado después de la Segunda Guerra Mágica, eran poseedores de una inmensa fortuna. Si bien Draco era un tipo avispado, sabía que, si así lo deseaba, podía vivir el resto de sus días sin mover ni un solo dedo y de todas formas disponer de todos los lujos que quisiera.

Y él lo aprovechaba. Joven y con dinero, vivía el día a día sin preocuparse por el mañana.

Lo de Draco era coleccionar, pequeños o grandes artilugios que fueran de su interés y que, en su mayoría, tuvieran un alto valor—quizás consciente o inconscientemente miraba por el futuro de su linaje. Le gustaba sobre todo coleccionar artilugios tenebrosos, objetos que guardasen un trasfondo particular—un misterio o rompecabezas que él se tomaba su tiempo en resolver—, o que poseyeran una belleza oscura y mustia que pocos eran los mortales capaces de apreciarla. Los almacenaba en enormes vitrinas de cristal en una habitación especial, y no le importaba lo que los demás pudieran opinar al respecto porque estaba más que demostrado que nunca había hecho uso de ellos. Draco, honestamente, se sentía cómodo con los rumores que se decían a sus espaldas; su reputación y lealtad parecían siempre estar en entredicho, pero eso era algo que lo traía sin cuidado.

Theodore Nott era diferente. A pesar de no tener una participación notoria en la guerra, parecía querer redimirse. Y no había encontrado mejor manera de hacerlo que trabajando en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, el mismo sitio en donde trabajaba Granger.

La historia va más o menos así: siendo un entusiasta de Pociones, luego de culminar sus estudios en Hogwarts al igual que Draco, quiso invertir su tiempo en un oficio que le permitiera hacer lo que le gustaba. Al parecer todavía quedaban personas que dieran su brazo a torcer por un Slytherin, y así Nott terminó siendo parte de la Unidad de Auxiliares en Pociones del Ministerio de Magia, un puesto de mierda, si le preguntan a Draco, porque ser asignado para estar bajo las órdenes de Hermione Granger era tener una suerte muy jodida.

Los auxiliares estaban para proporcionar sus conocimientos y habilidades a cualquier miembro del Ministerio que lo demandara. Actualmente Granger era parte de un proyecto que englobaba a la Oficina de Desinformación y al Comité de Exterminación, ambos partes del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas; su objetivo era crear una poción que superara al doxycida e impidiera el apareamiento indiscriminado de los doxys, criaturas que habitualmente eran confundidas con hadas pero que al morder esparcían un veneno que si no se contrarrestaba a tiempo podía llegar a ser mortal. Su proliferación había aumentado lo suficiente en el último año como para llegar a afectar zonas que limitaban peligrosamente con poblaciones muggles, por lo que el Ministerio se vio en la obligación de tomar cartas en el asunto.

Algo así le contó Nott luego de su rotunda negativa cuando Draco le ofreció una suma bastante jugosa por su Hauchiwa, un abanico mágico de origen oriental. Draco estaba decidido a conseguirlo después de años de indecisión; había investigado lo suficiente para tener la convicción de que era un artículo invaluable y muy extraño en Gran Bretaña, y no descansaría hasta obtenerlo. Pero no entendía, simplemente no lograba comprender por qué luego de su oferta, Nott se negaba a dárselo. Estaba más que seguro que esa clase de cosas se las pasaba por el forro, por lo que no había razón lógica para que lo rechazara, incluso si poseía tanto dinero como él.

Entonces Nott hizo una contraoferta:

—Ayúdame a hacer para Granger la poción contra los doxys y te lo daré, Malfoy.

—¡No jodas, Nott!

Poniéndose rápidamente de pie, sintió el impulso de patear la mesa que contenía la bandeja con la jarra de té y su taza ya vacía—que se jodiera Nott con su jodido abanico y su muy jodida manera de negociar—, pero se contuvo a tiempo, salirse de sus casillas en un momento así no era nada apropiado; tenía ya una edad y si quería razonar con el mago frente a él debía mostrarse apacible y muy, muy persuasivo.

Pero entonces dudó, por un condenado segundo pensó en encontrarse con Hermione Granger otra vez. No la había visto desde que salieron de Hogwarts, y, si era honesto consigo mismo, quería hacerlo, ya que las cosas que sabía de ella no eran mera casualidad—por simple oídas—, eran debido a que de alguna manera siempre buscó estar en el lugar correcto y en el momento indicado en el que se hablaba sobre ella. Que Nott le dijera que laboraba en el Ministerio no era una novedad, ni siquiera que se encontraba en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, Draco incluso sabía cuál era la División a la que pertenecía.

Sin embargo había límites, hasta ese momento él no se había sentido tan tentado a verla de nuevo, y maldita sea Nott por eso.

Lo miró, su postura era tan relajada y la mirada tan indiferente que le crispaba los nervios.

—¿Cuánto tiempo sería?

—Depende de ti, de mí y de Granger; de qué tan eficiente seamos y sobre todo de que los altos mandos se muestren satisfechos con lo que tengamos para ellos—suspiró y echó los hombros hacia adelante, Draco notó las manchas violáceas bajo sus ojos y se preguntó cuán complicado sería crear una poción de tal calibre—. Ya sé que la odias, Malfoy, pero somos adultos, y esto es un negocio. Ambos nos beneficiamos.

—Unos más que otros, por lo que veo.

Nott hizo una pausa y se le quedó viendo largo rato. Draco cambió el peso de un pie a otro, repentinamente inquieto.

—Seguro que sí—dijo Nott al final. Se tomó su tiempo para dar un último sorbo a su té y se levantó con total parsimonia. Extendió una mano hacia él—: ¿Tenemos un trato?

—Trato—aceptó Draco a regañadientes, estrechando la suya.

—Bien. Lunes, siete en punto. No llegues tarde.

Las memorias dejaron de llegarle cuando sintió algo cálido frotarse contra su pierna. El maldito gato por alguna razón sentía cierta simpatía por él. Draco bufó. No mentía cuando le dijo a su madre que no estaba para esas tonterías, casi no podía pensar en nada más que no tuviera que ver con estúpidos doxys y con Granger, como para encima sumarle un gato que tenía el pelo tan vuelto mierda como el de ella.

Gruñó. Lo que sentía por Granger era un sentimiento de amor-odio inconmensurable. Draco no estaba seguro de en qué momento nació, solo sabía que persistía desde hacía unos cuantos años y que a medida que pasaba más tiempo junto a ella, se iba acrecentando, y eso era jodidamente malo; Granger y él eran personas totalmente opuestas, de mundos distintos, es más, ni siquiera parecían mantener gustos similares. Agua y aceite.

Pero estaba soltera, y Draco odiaba ser consciente de ese hecho. Descubrirlo de la boca de Nott ese mismo día en que pisó su despacho por primera vez hizo que su corazón se detuviera por una milésima de segundo y que un desagradable optimismo floreciera por un instante en su interior. Buscó destruirlo rápidamente, sin embargo una parte suya se regocijaba al saber que Weasley no había sabido conservarla, dejándola ir en el mismo instante en que ella decidió que se dieran un tiempo. Al parecer la analítica y siempre metódica Granger había sido práctica al querer enfocarse por el momento en solamente una cosa en su vida: su carrera profesional, y a Weasley no le había quedado de otra que aceptar. Qué fría era la jodida; Draco casi, casi sentía lástima por el pobre infeliz.

Descubrir que Granger estaba sola no era suficiente incentivo para ir a por ella, por otra parte; en realidad, Draco tenía la certeza de que no podía existir—de ninguna maldita manera—un incentivo para recurrir a tal disparate. Ella estaba muy lejos de sus posibilidades ya que—y esto no tiene nada que ver con que él no fuera un buen partido—Draco no quería estar con ella.

Que el infierno se congelara antes de que algo así ocurriera.

Volviendo al presente, Draco hizo una mueca y se apartó del apestoso animal—que no apestaba, era solo una forma de expresarse—y llamó en voz alta a Priscilla. La elfina, que era más pequeña que los elfos de su edad, acudió rápidamente a su llamado materializándose delante de la puerta de sus aposentos, haciendo una prolongada reverencia.

—A sus órdenes, amo.

—Quiero que mañana luego del desayuno partas al Callejón Diagon y averigües si alguien se encuentra en búsqueda de un gato perdido. En cuanto sepas algo, avísame.

—Así será, amo.

—Retírate ahora.

Con una nueva reverencia, Priscilla desapareció con un sonoro «Pop». Draco volvió su atención al felino, sus ojos anaranjados estaban fijos en él, la luz del fuego de la fogata reflejándose en ambas pupilas. ¿Quién podía ser su dueño? Corrección, su dueña; debía ser muy bondadosa para apiadarse de semejante esperpento, porque era el gato más feo que él había visto nunca. Su cara era tan… rara.

La criatura maulló de pronto y él dio un respingo. Se le quedó contemplando otro momento más, pensando en que quizás su madre llevaba razón. Tenía algo, sin duda: la inteligencia en su mirada.

Al día siguiente Draco partió luego del desayuno, mientras escuchaba a su madre ordenarle a Priscilla darle de comer al gato. Aquella mañana su despertar había sido poco agradable, pues abrir los ojos y sentir el rabo peludo de la endemoniada criatura sobre el rostro era como un augurio de que hoy también sería un mal día.

—Llegas tarde, Malfoy—le dijo Nott apenas le sintió entrar, sin voltear a mirarle.

—Vaya, no me había dado cuenta—ironizó—. Si encima tengo un jefe y hasta ahora no lo sabía.

—¿Te has levantado del lado incorrecto de la cama o qué?

Draco solo chasqueó la lengua y barrió la mirada por toda la habitación.

—¿Y Granger? ¿También llega tarde?

—Qué va. Ya estaba aquí cuando llegué y salió a por café para todos.

—Odio el café.

—Lo sé, por eso no te he traído—alguien más respondió por Nott.

Apretando la mandíbula, Draco fulminó al joven con la mirada.

—Ah, que ya está aquí.

Nott finalmente dirigió su atención a él y torció una mueca parecida a una sonrisa.

—Volvió unos cinco minutos antes que tú llegaras.

—Buenos días, Granger—carraspeó cuando logró ubicar la desordenada melena castaña detrás de una pila de libros ridículamente alta.

—Buenos días, Malfoy.

Hermione cruzó miradas con él brevemente y Draco estuvo tentado a apartar la vista, ansioso. Le ponía un montón verla con el cabello alborotado y los anteojos resbalándole por la nariz—en algún punto del último par de años, Granger había comenzado a utilizar gafas de lectura. Succionando su labio inferior, caminó hacia la mesa del centro donde el día anterior había dejado tiradas sus últimas anotaciones, demasiado frustrado por no ver resultados próximos y tener que aguantar las prisas que la pesada de Granger demandaba a cada momento—se había vuelto especialmente insistente esta última semana.

—Te traje un té—la escuchó decir de súbito—. Con miel en vez de azúcar.

Volvió su vista hacia ella, Granger continuaba observándolo, pero apenas él posó sus ojos en los suyos, dejó de hacerlo y casi se mimetizó con los libros a su alrededor. Draco parpadeó, se giró hasta posar su atención en la taza humeante—incluso se había molestado en poner un encantamiento calentador para evitar que se enfriara—y una impresión lo asaltó de repente, ¿en qué momento Granger se había dado cuenta de que él prefería endulzar el té con miel en vez de con terrones de azúcar?

Incrédulo, se acercó hasta la mesa donde se posaba la taza y luego de estar seguro de que esto no era algún tipo de broma pesada, se la acercó a los labios y dio un corto sorbo.

Estaba delicioso. Bebió con más entusiasmo.

—¿Cómo se dice, Malfoy? —escuchó a Nott preguntar con tono indiferente.

—Gracias, Granger—refunfuñó para esconder su emoción.

—Es mi forma de pedir disculpas.

Draco la observó. Se había incorporado y caminó hasta quedar en medio de la oficina, vestía un pantalón de mezclilla y una túnica bastante más grande que ella, igual que en el colegio.

—¿Disculpas? —repitió.

Por el rabillo del ojo notó a Nott prestarle igualmente atención.

—Así es. Sé que he estado muy pesada estos días, apremiándoles a terminar rápido cuando sé que ambos dedican gran parte de su tiempo a este proyecto. Realmente estoy agradecida por ello, pero el Comité de Exterminación insiste en eliminar a los doxys para terminar con la plaga y eso me genera una frustración que he reflejado de mala manera ensañándome con ustedes, especialmente contigo, Malfoy—hizo una pausa para tomar aire—. Así que les pido disculpas por toda esta presión innecesaria.

Él no sabía qué contestar a eso. Cuando comenzó esta absurda rutina de trabajar codo a codo con ella, no podía mostrarse más disgustando. Granger, por otra parte, era un reflejo de sus propias emociones; aunque en algún momento Nott le había informado que buscaría a alguien que les diera una mano, jamás sospechó que sería Draco Malfoy, así que cuando lo vio aquel lunes bien temprano en su oficina, exigió inmediatamente una explicación. Nott, con su usual pasotismo, se limitó a contestar que Malfoy le debía uno que otro favorcillo, por lo que iba a asistirlos con el proyecto.

Granger, razonable como era, aceptó a regañadientes y procedió a explicarle todo lo que debía saber: La Oficina de Desinformación buscaba una solución a la plaga de los doxys que amenazaba con abarcar territorios muggles y al Comité de Exterminación no se le había ocurrido idea mejor que extinguirlos a todos. Naturalmente, ella no estaba a favor de aquel pensamiento radical, y había propuesto un nuevo planteamiento: Crear una poción más potente que el doxycida que, además de repeler a los doxys, inhibiría su capacidad de reproducirse, mermando así su proliferación. Es allí donde había entrado Theodore Nott; ambos habían pensado que la poción sería pan comido, pero a medida que transcurría el proyecto se encontraron con obstáculos que nunca habían calculado. Así pues, si más ayuda era propuesta, ella no dudaría en tomarla.

Draco inmediatamente se burló de su propósito, señalando lo ridícula e innecesaria que le parecía su idea. A él le traía sin cuidado lo que pudiera pasarle a los jodidos doxys, eran seres insignificantes que ni siquiera a alguien tan patético como ella deberían importarle. Lógicamente, Granger replicó a sus palabras, y ambos se enzarzaron en una discusión que solo terminó cuando Nott se negó a estar en la misma habitación que ambos. A Granger no le quedó de otra que dar su brazo a torcer y Draco se autoproclamó ganador en esa ocasión.

La cosa no mejoró demasiado el resto de la semana, Granger se mostraba ácida en cualquier oportunidad y él no parecía tener intenciones en colaborar con el proyecto. El lunes siguiente Nott tuvo que recordarle que si no había cooperación de su parte, podía olvidarse del abanico, y Draco, imposibilitado para protestar en esas circunstancias, tuvo que ponerse a la labor. Pero todo era incómodo, el maldito despacho que estaba sepultado en pesados volúmenes con los que Draco tropezaba a cada minuto, trabajar en el mismo escritorio que Nott—era un fiel apasionado del espacio personal y eso parecía simplemente no existir en ese endemoniado lugar—, y encima, soportar las intromisiones de Granger que, cuándo no, quería controlarlo todo. Concluyentemente, aquella segunda semana también resultó infructífera.

A la tercera semana, Draco se encontró con la grata sorpresa de que Granger había hecho espacio en la oficina para colocar un nuevo escritorio al cual asignó. Él no le agradeció por ello, pero fue la primera vez que no hubo discusiones en todo el día. Luego de eso, la tirantez en su relación fue destensándose paulatinamente; por supuesto, no podían faltar los comentarios mordaces ni las réplicas ingeniosas, ni siquiera una que otra calurosa discusión, pero nada que obstaculizara el avance del proyecto. Eventualmente Draco se fue interesando más en su labor como para preocuparse en manifestar su descontento con el espacio de trabajo o las horas que invertía en ello. Mas existían sus excepciones.

Y su mayor excepción era, justamente, Hermione Granger. Si bien no estar siempre a la defensiva era agradable, en ello recaía cierta desventaja para Draco: le permitía más libertad para inspeccionar su entorno, lo que se traducía en más oportunidades de prestar atención a Granger—su forma de vestir, de hablar, en que se recogía el cabello y dejaba a la vista un cuello de cisne que parecía muy suave; la manera en que fruncía el entrecejo cuando no lograba comprender algo y en cómo se abstraía en sus propias anotaciones. Era, quizás, demasiado consciente de su presencia la mayoría del tiempo, a tal punto de que no sabía si era debido al reducido espacio o a repentinas alucinaciones olfativas, pero percibía su aroma en cada maldito rincón del lugar.

Granger tampoco ayudaba precisamente, su especie de tregua aparentaba haberle dado ciertas libertades, como asomarse sobre su hombro muy cerca para ver lo que estaba haciendo—Draco contenía la respiración entonces y gruñía en fingida molestia—, contar una que otra anécdota de su fin de semana—él al principio se mostraba indiferente, pero en algún momento comenzó a opinar al respecto—, pedirle que se esperara a que ella cerrara la oficina cuando ya ambos iban de salida—Nott solía salir un poco más temprano los martes y los jueves, y para Draco era una clase de calvario porque estar a solas con Granger no entraba dentro de sus pronósticos—, e incluso solicitar su opinión en ciertos menester que él no pensó que le incumbirían—«Alyssia Jennings es la nueva directora del Comité de Exterminación. Malfoy, si la conoces, apreciaría mucho que me dijeras tu opinión sobre ella».

Y también, por lo visto, el comprarle bebidas calientes endulzadas a su gusto.

—Todo está bien, Granger. Son cosas que pasan—dijo Nott encogiéndose de hombros con simpleza. Draco a veces envidiada esa naturalidad con la que le hablaba, sin socarronerías de por medio, para él resultaba casi antinatural dirigirse a Granger de aquella forma.

Ella asintió y enfocó sus ojos en él. Draco se le quedó viendo en silencio, tomándose su tiempo para beberse su té, recreándose interiormente con su imagen solícita poco común. Sus ojos la recorrieron de arriba a abajo y creyó verla estremecerse.

Cuando hubo terminado, colocó la taza sobre la superficie de madera y se dio media vuelta dispuesto a irse a su escritorio.

—Un té delicioso, Granger. Siéntete libre de toda culpa.

Era su manera de decir que la perdonaba. Y una lástima que haya evitado ver su rostro justo en ese momento, sino habría podido apreciar la bonita sonrisa que se formó en sus encantadores labios.

Llegó el fin de semana y Draco se sentía… acechado. El jodido gato no había dejado de seguirle a todas partes desde que despertó esa mañana, al principio se le hizo sencillo ignorarlo, pero cuando se volvió evidente que incluso esperaba por él en las inmediaciones del cuarto de baño, comenzó a perturbarle. El brillo inteligente de sus pupilas seguía allí, escudriñándole, parecía restregarle que él sabía algo que Draco no, y esto lo intrigaba.

Se preguntó entonces si acaso era un gato corriente. En cierta ocasión se le ocurrió que tenía un parecido con los kneazles, sus orejas eran bastante similares aunque mucho más cortas, además del color del pelaje, sin embargo no halló lunares a la vista ni ninguna otra similitud.

Se lo comentó a su madre.

—No seas absurdo, Draco. Tan solo es un gato—respondió Narcissa de manera resuelta.

—Yo no digo que no lo sea, pero se sabe que hay ciertos animales que pueden mezclarse con los gatos. Hay estudios que lo comprueban.

—Creo que pasas demasiado tiempo con la chica Granger.

Draco sintió que se ahogaba con su propia saliva. Su madre casi nunca nombraba a Granger, y que lo hiciera justo ahora bajo aquella premisa le tomó por sorpresa. Ignoró su comentario y se dedicó a prestar atención de nuevo al felino, pero fue casi peor, porque este lo miraba intensamente y él casi creía que abriría la boca en cualquier momento para acusarle: «A ti te gusta Hermione Granger, yo lo sé».

Sacudió sutilmente la cabeza. Necesitaba seriamente unas vacaciones o algo.

—Creo que deberíamos ponerle un nombre—expresó su madre después de atajar un ligero estornudo con su pañuelo de seda negro. Se mantenía lo más alejada de la criatura que reposaba a los pies de Draco, pero aun así continuaba afectándole—. ¿Qué te parece…?

—No, madre—le cortó el joven ipso facto—. No le pondrás un nombre.

—¿Y por qué no?

—Porque no es tuyo, porque no vamos a quedárnoslo y porque si lo nombras te encariñas. Así que no habrá nombres para él.

Narcissa soltó un sonidito disgustado y Draco estuvo seguro de que si su padre hubiera estado presente, lo habría reprobado por tal trato hacia su progenitora. Por otra parte, si Lucius estuviera en casa en esos momentos, esta ridícula situación ni siquiera estaría aconteciendo.

El minino de pelaje canela se restregó contra sus tobillos y Draco inconscientemente bajó la mano hasta acariciarle tras las orejas, su pelo era suave y abundante. Cuando se percató de lo que hacía, apartó rápidamente la mano y carraspeó por lo bajo, pero ya era demasiado tarde, Narcissa lo había visto todo y tenía una mueca perspicaz en el rostro. Draco enrojeció.

Más tarde aquella noche, tras un sonoro «Pop», Priscilla se materializó en los aposentos del muchacho. Se le notaba ansiosa y entusiasmada.

—¡Priscilla la ha encontrado, amo!

—¡Priscilla! —respingó Draco—¡No puedes entrar así a mi habitación!

La elfina ignoró su regaño y él, que probablemente años atrás habría considerado que por tal desacato un elfo doméstico merecería un severo castigo, lo dejó pasar. Había estado a punto de comenzar a desvestirse para colocarse el pijama, mas abandonó su intención de desabrocharse los botones de la camisa y se apoyó contra el alfeizar de la ventana, cruzado de brazos.

—¿Has encontrado a la dueña del gato? ¿Por qué rayos te has tardado tanto?

—Mis más sinceras disculpas, amo—se arrodilló en el suelo para hacer una profunda reverencia—. Priscilla ha buscado estudiar el comportamientos de los transeúntes que han pasado estos días por el Callejón Diagon, pero no ha encontrado nada que le indicara que alguien estuviera en la búsqueda de una mascota extraviada. Hasta hoy. Alguien ha estado colocando carteles de «Busco a mi Gato». Aquí tiene—avanzando hacia él, hurgó en sus ropas hasta sacar un papel doblado y maltrecho. Lo desdobló con cuidado y se lo extendió con el mayor de los entusiasmos.

Draco lo tomó. Abriendo los ojos de par en par ante la foto impresa y la descripción en el pie de página del arrugado papel, miró a la pequeña elfina con nuevos ojos:

—No puedo creerlo. Priscilla… tú…


Continuará.