Disclaimer: Candy Candy y sus personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente, pero la historia que leerán a continuación es de mi total y absoluta autoría, realizada con el fin de entretener y no de lucrar.
Aviso: Es una trama delicada, para mentes abiertas a nuevos retos y aunque en determinado momento habrán escenas de carácter sexual explícito, no serán vulgares ni se empleará lenguaje ofensivo. Si tienes inconvenientes con este tipo de lectura, tienes el derecho de abandonarla cuando gustes.
Luna en el infierno
Por: Wendy Grandchester
Prólogo
Todo estaba listo para el evento más grande del Museo de Arte de Nueva York. Candice White, mejor conocida como Luna, se preparaba para su exposición.
—Luna, ¿qué haces? Tienes a toda una multitud clamándote a gritos.
—¿En serio?— Preguntó con arrogancia mientras se retocaba el labial color ciruela, los colores de la última tendencia. Le quedaba muy bien a su tono de piel níveo, era una mujer extramadamente bella, extremadamente atractiva, extremadamente todo.
—Hay un cliente que quiere comprar "virginal".
—Susana, bien sabes que esa obra no está a la venta.
—El cliente está dispuesto a pagar lo que sea...
—No está a la venta, dije.
Se acomodó su sensual vestido púrpura también, con el pronunciado escote que mostraba unos pechos moderados, pero atractivos, tenía una raja en la falda que mostraba una pierna esbelta, recién razurada, brillante, tacones transparentes, con los que disimulaba tu estatura promedio. Se hizo una coleta baja de lado, caía sobre su costado derecho en majestuosos rizos dorados. Llevaba una gargantilla de plata y aretes a juego, una pulsera, pero las joyas que mejor la adornaban eran el par de esmeraldas que eran sus pupilas, el delineador negro les daban un aire brujo, misterioso, las pestañas perfectamente peinadas con rimel, haciéndose notorias, resaltando aquellos ojos. Tenía una boca hecha para el beso y que invitaba a pensamientos mucho más lujuriosos, la nariz era pequeña y orgullosa, sólo había algo que contrastaba con su apariencia de mujer letal, eran esas pecas que cubrían su nariz y las mejillas, esas manchitas rebeldes que el maquillaje no conseguía disimular, le restaban unos años a sus veinticinco y le daban un aire de la inocencia que ella se jactaba haber perdido.
—Mírala, es ella...
—Se ve mucho mejor en persona.
—Me pregunto si de verdad será tan sensual como sus obras...— La gente murmuraba, todos hablaban de ella cuando se presentó en el gran salón.
—Una es lo que proyecta...— Le dijo en un susurro al caballero que había hecho el último comentario.
Siguió caminando, saludando a algunos conocidos, aceptando copas de champagne, se sentía en sus aguas, amaba esa atención. Le llamaba mucho la atención un hombre que llevaba mucho tiempo parado ante su obra principal, virginal. Virginal mostraba a una colegiala en su habitación, recostada en su cama que aún la adornaban las muñecas y los peluches, lo interesante es que la pintura era a blanco y negro, pero aún así, la imagen captaba los lujuriosos ojos del chico que estaba sobre ella en la cama, los ojos inocentes de la chica, sus nervios, la imagen hablaba por sí sola.
—De tanto mirarlo me lo va a gastar.— El hombre se giró.
—Disculpe... ¿Usted es Luna?— Ella sonrió, sin contestar y le dio la espalda para atender a otros visitantes. Él pudo ver, por el escote de su espalda que ahí llevaba un tatuaje, una mujer sentada en una medialuna, meciéndose. Era ella, no podía ser otra, pensó.
La noche estaba siendo expectacular, había vendido tres de sus obras principales, estuvo considerando subastar virginal, tal vez algún cliente pagaría una cantidad ridícula por ella y... no, defenitivamente no, esa obra era muy importante para ella.
—Perdone, ¿puedo hablar con usted un momento?
—Ya lo está haciendo.— Le sonrió con picardía. Esa mujer conseguía dejarlo sin palabras, eso era mucho decir para un hombre como él.
—Me gustaría hablar con usted sola...
—Lo siento, pero...
—Por favor.— Insistió y le tendió la mano.
Sin saber por qué, ella lo siguió. Pocos hombres lograban cautivarla, ese en especial tenía algo diferente al resto. Era imponentemente alto, castaño, tenía unos ojos azules que indicaban cautela, unos ojos que eran el espejo de una personalidad muy fuerte. Sus rasgos eran definidos, la nariz recta, la boca varonil, labios cuidadosamente trazados y vestía un uniforme que le quedaba de infarto. Se fijó en la chapa, NY Airs... era un piloto. Ese detalle despertó en ella cierto morbo, pero había mucho más.
—¿Cuánto quiere por su obra?— Fue directo.
—Esa obra es invaluable.
—¿Puedo saber por qué?
—¿Puedo saber por qué la desea tanto?— Tomó una copa de champagne de la bandeja del mozo que iba pasando por su lado, mientras esperaba la respuesta del hombre, se dio un trago, sin quitar la vista de él.
—Es como tener una foto de usted.— Ella por poco se atraganta.
—¿Disculpe?
—La pintura la refleja a usted. Es biográfica.
—Entonces, con más razón para no vendérsela, me estaría viendo semi-desnuda... a su antojo y placer...— Sus labios dibujaron una sonrisa perversa.
—Su belleza es algo que una pintura jamás podría captar, la desnudez en sí es un arte.
—¿Eso cree? ¿No lo considera depravado?
—¿Qué mente no lo es?
Esa mirada que le dio, ni siquiera miró a sus pronunciadas curvas, pero la hizo sentir desnuda. Hizo que sus latidos se aceleraran. ¿Qué tenía ese hombre?
Su encuentro fue interrumpido por un grupo de personas que la reclamó, aunque ella no quería deshacerse del desconocido, pero no podía desatender a un público que estaba ahí por ella, por la controversial Luna.
Por otro lado, él tampoco quería desprenderse de su presencia, pero sabía que no podía acapararla. Tarde o temprano se la encontraría a solas nuevamente. Quería conocerla, quería... lo que fuera con ella... esa mujer lo había atrapado, quería descubrir todos esos oscuros secretos de los que presumía, pero más que eso, quería descubrir a la verdadera mujer detrás de ese alter ego.
—¿A quién buscas, Luna?— Se le acercó Susana, su asistente. Era una chica alta, delgada, rubia, muy tímida y reservada.
—Busco a... ¿no viste a un hombre alto... estaba vestido de uniforme...?
—Ah, sí, el que quería comprar virginal...
—Ese mismo. ¿Sabes dónde está?
—Me pareció verlo irse... ¿por qué?
—Por nada, Sussy, por nada...
Un año después
—Vamos, Terry, no podemos perder esta ola.— Le dijo Archie esperando la inmensa ola que se levantaba, preparado en su tabla de surf.
—No sé si estás surfeando en la ola o si la ola está surfeando contigo.— Terry se burló de él al ver que la ola lo arrastró y se perdió en lo profundo con todo y tabla.
—Pues a ver que tan hábil eres tú.
—Si puedo manejar un avión, no me va a derrotar una ola de mierda.
Para demostrarlo, Terry aprovechó la siguiente ola. Iba sobre su tabla como si fuese el mismísimo Poseidón, tenía un equilibrio envidiable, sus fuertes piernas tenían gracia innata.
—Es increíble que no hayas perdido la práctica, como ahora te la pasas más por los aires.
Ambos amigos, ya cerca de sus treinta, salían del agua con sus tablas. Ambos eran guapísimos, el surfing les permitía gozar de un cuerpo atlético y un bronceado envidiable. Archie tenía el pelo castaño claro, hasta los hombros, tenía unos ojos color miel cautivantes, pero esa su personalidad pícara, descarada y alegre lo que volvía loca a las féminas. Terry también tenía lo suyo, era todo lo contrario a su amigo, era más reservado, enigmático, mayormente serio y era esa actitud distante lo que daba el mismo resultado con las féminas.
—¿Tienes algo importante qué hacer?— Le preguntó Archie.
—No, ¿por qué?
—Porque sería bueno que cenaras en mi casa, quiero presentarte a mi esposa.
—¿Tú qué?— Preguntó Terry perplejo.
—Mi esposa. La mujer más bella que hay sobre la tierra.
—Te he escuchado decir eso de todas las mujeres que has tenido.
—Candy es diferente...
—¿Candy? Vaya nombrecito...
—Espera a que la veas...
—Pues ya me está matando la curiosidad.
Terry fue a su casa a prepararse. Se bañó, se vistió casual, un jean, camiseta y zapatillas deportivas, después de todo, sólo iba a cenar en casa de su mejor amigo. Miró el reloj, era mejor ponerse en marcha ya.
—Tan puntual como siempre.
—Claro, sobretodo... si tendré la dicha de conocer a la mujer que fue capaz de llevarte al altar.
—Verás como no exagero... Candy, querida, ya llegó nuestra visita.
Por cada escalón que ella bajaba, el corazón de Terry se aceleraba más. Era ella, ella con un sensual vestido rojo, corto, con tacones, con esa melena rubia tan única suelta... ella, a la que se le detuvo el corazón cuando llegó al final de la escalera y pudo verlo bien... ¡era él!
—¿Luna?— Preguntó, rogando que se tratara de otra, que fuera casualidad y que esa mujer no sea la misma que llevaba rondando sus sueños desde que la viera hacía un año.
—¿Ya se conocían?— Preguntó Archie incrédulo, pero ninguno de los dos contestaba, sólo se quedaban mirando, sin palabras.
Continuará...
¡Hola!
Aquí les entrego mi nuevo proyecto, espero que les guste.
Wendy
