Disclaimer: Dragon Ball Z y sus personajes desde luego no me pertenecen. Éstos corresponden únicamente a su autor Akira Toriyama y éste se trata de un fic sin ningún otro ánimo que no sea el de entretener.
Guerra perdida
La desgracia toca a la puerta…
El atardecer se cernía sin preocupaciones sobre la tierra, pintándole de sus enrojecidos colores. Si bien el invierno estaba próximo, a pesar de todo el otoño estaba siendo condescendiente con los habitantes de aquella pintoresca montaña en medio de la nada.
La mujer que se encontraba dentro de una hogareña casita en ese lugar, no tenía suficiente cabeza como para fijarse en aquello. Dio una vuelta más frente al espejo y suspiró con pesadez, no podía sentirse conforme con su reflejo; se llevó una mano a las caderas y con desagrado la retiró poco después.
—Estoy echa una gorda…¿cómo es que Gokú se va a fijar en mí?—aquellas palabras rápidamente se consagraron como un lamento, y la morocha se sentó en la esquina de la cama, palpando con indiferencia la seda de su vestido. —Yo ya estoy cada vez más vieja…Y Gokú, Gokú…sigue tan joven como siempre, como si nunca el tiempo hiciera mella en él—enterró la mirada en sus pies, sintiendo como sus ojos comenzaban a humedecerse.
Ella no era valiente, siempre había sido una llorona por cualquier cosa. Que se contuviera frente a sus hijos, e intentara darles el ejemplo de seguir adelante era una historia muy diferente. Pero una vez cerrada la puerta, y los pequeños acostados, ella se permitía por primera y única vez en el día quebrar esa fachada de mujer de hierro.
Se borró las lágrimas de un manotazo e intentó recuperar la compostura. A Gokú nunca le habían gustado las mujeres débiles, fue por eso que se casó con ella.
Mentira, se casó contigo porque no tenía ni idea de en la que se metía.
Las palabras dichas por su consciencia se le encajaron el corazón tan duro y dolorosamente como si de un cuchillo se tratase. ¿Podía ser verdad aquello?, ese pensamiento llevaba atormentándole desde hace tantos años que era imposible recordar con exactitud cuando había emergido. A sus casi cincuenta años, aún no había podido superar esa interrogante.
Cuando el guerrero regresó, y esta vez creyó para siempre. Pensó que podía dar por zanjado el asunto, puesto que él había vuelto una vez más a ella. Después consideró que la presencia de Goten pudo haber impactado en la decisión de su esposo en mayor o menor medida. Si bien nunca lo había dicho en voz alta, ni nunca había tocado el tema con Gokú; ella aún estaba resentida.
Cuando se casaron dijeron…en las buenas y en las malas, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad; hasta que la muerte les separe.
Ella lo hubiera cumplido a cabalidad con una gloriosa sonrisa en la boca. Pero no, parece ser que ella había cometido un pecado imperdonable puesto que la hacían sufrir quitándole todo aquello que amaba. La primera vez que su esposo murió, sintió como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago robándole todo el aire de su cuerpo. Pero cuando le dijeron que el granuja de Piccolo se había llevado a su indefenso bebé sintió que se terminaría volviendo loca.
¿Por qué su vida que prometía ser perfecta se había destrozado en cuestión de algunos instantes?
Al enterarse que Gokú se había ido a entrenar con Kaio-sama y se tardaría en resucitar; supo lo que significaba el verdadero miedo. Y entonces nació la semilla de la duda en ella; ¿Cuándo volviera Gokú seguiría siendo su marido?, ¿la seguiría queriendo?
Si es que alguna vez lo había hecho.
Durante todo ese tiempo, no se puso ni una vez en contacto con ella. Y al principio había pensado que era normal, ella poco o nada sabía en ese entonces respecto a los favores que le daban Kaio y Kami-sama. Pero cuando se enteró que se había puesto en contacto con muchas personas, y sólo con ella no, más que enfurecerse se puso mortalmente triste.
¿En que había fallado ella para que le tuviera tan poca estima?
Después de conocerlo a sus tiernos trece años, no había vivido para nadie más que no fuera para él. Incluso le rogó a su padre para que le consiguiese una institutriz para que ésta le enseñase el arte de ser una buena esposa. Se mató durante semanas enteras aprendiendo hacer los guisos más deliciosos habidos y por haber. Sacrificó su preciosa y cómoda ropa por horribles trajes que la hacían perder cualquier encanto con tal de dar la imagen de una esposa decente. Aprendió a controlar su fuerza para no lastimar a Gokú cada vez que demostrase su afecto; se volvió más reservada, se contuvo ante las estrictas reglas de su maestra y así se auto nombró la mujer perfecta para Gokú.
Su propia maestra se lo dijo. No podía estar más orgullosa de ella. Había convertido a una fierecilla en el prototipo de la esposa oriental perfecta. Le había hecho entender a punta de palos que la violencia nunca era el camino; si no la sabiduría.
Por eso se había empeñado tanto en dirigir a Gohan por ese camino. Porque con la primera muerte de Gokú supo que si era por él, ella se podía quedar sola. En un punto muy profundo de ella, sabía desde siempre que Gokú no repararía en seguir al próximo adversario y dejarle muy atrás; y a ella no le quedaría más que su hijo. Esa era la razón por la que ella se negaba con tanta vehemencia a que él lo llevara a los combates así fuera para salvar a la tierra.
Era egoísta lo sabía, pero no lo era tanto el preocuparse por la vida de sus pequeños. A Gokú ya lo había perdido una vez, y había dolido incluso más que romperse en pedazos, pero perder a su querido Gohan, eso le hubiera destruido el corazón. Todos los amigos de su marido la creían una completa estúpida por decir que le importaba un pepino el futuro de la tierra, ya que le interesaban más los estudios de su primogénito.
¿De verdad se la creían?
Eso solo significaba que quizás nunca ha tenido amigos de verdad. Nunca nadie la ha conocido a profundidad. ¿Cómo no le iba a importar si la tierra existía o no?, si desaparecía, también ella, Gokú, su padre y sobretodo Gohan. ¿Tan mal concepto tenían de ella?
¡Ella era una luchadora!, ella mejor que nadie conocía la adrenalina que proporcionaban los combates. Conocía la importancia del entrenamiento, de la necesidad de proteger a otros; a los seres amados.
Mierda, si cada vez que Gokú la miraba de esa manera cuando quería convencerla de que permitiera salir a Gohan a entrenar con él se mordía la lengua y pensaba en la frase más fuera de lugar e histérica que conocía. ¡Si ella misma se moría de ganas de salir con ellos a entrenar!, toda su vida lo hizo, su padre fue un grandioso peleador, ella misma lo era. ¡Quería aprender a volar!, quería perfeccionar el Kaio Ken, tantas cosas quería.
Cuando perdió por segunda vez a Gokú, y llegó Goten. Se prometió que esta vez no cometería el mismo error de intentar subyugar a su hijo, era el vivo reflejo de su padre, no podría con la culpa que sentía al pensar que todo el tiempo que pasó al lado de su esposo solo se la pasó atosigándolo.
A estas alturas de la vida nunca ha sabido si Gokú siquiera la conoce tanto como ella a él. La gente podía decir lo que quisiera, que Gokú era incapaz de tener un corazón impuro, que poseía la inocencia de un niño. Pero a ella no podía engañarla, él era un hombre hecho y derecho; pero había optado por no darle importancia a las cosas y así poder desligarse de ellas cuando le diera su condenada gana.
Posiblemente su peor defecto no era el despiste, ni su tragazón, ni tampoco su falta de tacto. Era su egoísmo, ella y él no eran tan diferentes…
A Gokú no le importaba lo que tuviera que hacer, o dejar atrás con tal de tener un combate simplemente magnífico. Así tuviera que bajar al infierno y regresar de él, detener un cataclismo, viajar entre planetas e incluso en el tiempo. Para él solo existía una cosa y esa era pelear. Todos creían que él lo hacía por salvar a la tierra, y sí, no le quitaba su mérito. Una parte de él lo hacía por consideración a ellos.
Y otra se regodeaba con la victoria. Y que nadie viniera a decirle lo contrario, porque hoy, estando a un par de días de que se cumplan tres años desde aquel torneo en el que él se marchara con el pequeño llamado Uub. Y a ella…no le quedaba otra más que esperar pacientemente sus visitas ciertamente muy escasas, tratándose únicamente de él llegando a cenar y acabar con la despensa por completo.
Nada, ni un te extrañé: menos aún un siento mucho haberte dejado sola.
Ya había perdido la esperanza en escuchar esas palabras salir de su boca.
Solo había vuelto ahora porque mañana sería el torneo de las artes marciales, y el moría por asistir.
Pero hoy estaba decidida a que él permaneciera con ella. Él le había prometido hace un mes que esta vez sí se quedaría todo el día. Hizo falta tener que soltarse a llorar para que éste se sintiera lo suficientemente culpable como para hacerle una promesa apresurada y abrazarle.
La consolaba tanto, que Gokú solía cumplir sus promesas.
Solía hacerlo…
Se había esforzado tanto en arreglarse ese día. Tomando el consejo de Bulma, se cortó de nuevo el fleco y se dejó el cabello suelto, adornado únicamente por una florecilla en la parte de atrás de su cabeza. Eligió un camisón largo algo traslúcido, con un generoso escote adornado con algunos encajes. Era color durazno, puesto que recordaba que Gokú alguna vez le dijo que era su color favorito debido a la fruta.
Escuchó algunos ruidos en la planta baja, y a duras penas pudo contener el salto que dio su corazón en su interior de la felicidad. Tomó con rapidez la bata a juego, aferrando con firmeza el cinto a su pequeña cintura y se apresuró a bajar las escaleras para recibir a su marido.
No fue raro encontrarlo tratando de picar algo de la comida que había en las ollas. Y por primera vez en mucho tiempo decidió no reñirle por hacerlo. Se aproximó en silencio hasta él, sabiendo de sobra que se encontraba ensimismado en curiosear en los manjares que había preparado como para reparar en su presencia. Con un suave movimiento lo abrazó por la espalda, depositando sus manos sobre los fuertes pectorales masculinos.
El leve sobresalto que sufrió la hizo sentirse satisfecha de haber conseguido sorprenderlo. El hombre colocó su mano sobre los delgados brazos, cubriéndolos fácilmente por completo, a la vez que giraba un poco la cabeza hacia ella para mirarle. Pronto alzó su otra mano hasta su nuca en su típica pose nerviosa y se rascó.
—Hey Chi, esta vez sí me sorprendiste, no te vi venir—su tono despreocupado y a la vez alegre consiguió tranquilizarla, al parecer no le molestaba su presencia ni su cercanía. Apretó con un poco de fuerza sus brazos y se dio la vuelta dentro de ellos, para envolverla ésta vez a ella entre los suyos.
De nuevo con un acto tan pequeño como éste conseguía llenarla de la felicidad absoluta y le perdonaba todo y cualquier cosa.
—Gokú—ronroneó su nombre con una voz aterciopelada, a la vez que lo abrazaba con un poco más de aprensión y enterraba su rostro en su pecho. Era incapaz de decir con exactitud lo que había extrañado el tacto de su musculoso cuerpo, la sensación de sentirse tan vulnerable y diminuta a su lado y a la vez tan protegida.
—Chi, ¿Qué te pasa?—preguntó el hombre algo intrigado por el repentino ataque de afecto hacia él. Cuando se sintió descubierto por su pequeña esposa pensó que lo regañaría y le gritaría por ser tan cochino, pero la sorpresa se la llevó él al verla tan cariñosa.
—Nada Gokú, vamos a cenar…—la azabache tomó su mano y lo dirigió con emoción contenida hacia la mesa bellamente decorada. El guerrero aceptó encantado la invitación y se sentó en su lugar acostumbrado, relamiéndose los labios desde ese momento con la sola idea de probar los platillos de su esposa.
En pocos minutos la hacendosa mujer había llenado la mesa con los alimentos, que despedían un olor tan exquisito que ha Gokú le costaba mucho trabajo contenerse para esperar a que Chi-Chi le diera su plato y se sentará ella también. Cuando esos dos factores se vieron cumplidos, tiempo le faltó para comer de la manera que sólo él sabía, a una velocidad que iba más allá que la vista.
A pesar de todo Chi-Chi decidió disfrutar de hasta ese momento, sabiendo que incluso con su falta de modales, no dejaba de ser encantador. Era tan guapo, tan varonil, tan poderoso…tan bueno.
—Ah…estuvo todo delicioso Chi…—la felicidad expresa en su voz logró contagiar del mismo sentimiento a la aludida. No había perdido el toque, aún a pesar de todos estos años. Mientras el hombre se acariciaba con placer su estómago satisfecho, su esposa se levantó de la mesa, por lo que Gokú supuso que ésta se dedicaría a recoger los platos, y sabía bien que no debía de estorbar en dicha tarea.
—Chi, voy a cambiarme…—no esperó respuesta, simplemente continuó su camino hacia la recámara que solían compartir y se perdió en las escaleras. Atrás se quedó la mujer decepcionada, que se quedó con las intenciones a medias tintas; aunque a pesar de ello no perdió el entusiasmo.
Por primera vez en su larga carrera como esposa perfecta y hacendosa, dejó la mesa tal cual estaba —importándole un soberano cuerno—y subió con decisión las escaleras siguiendo a su marido. Aún sin llegar al marco de la puerta, pudo escuchar el sonido que realizaban las prendas de su marido al ser retiradas, y ella sin pensarlo mucho soltó su cinturón dejando abierta la bata. Respiró con fuerza, dándose valor y entró a la habitación.
Encontró a su compañero dándole la espalda, retirando la camisa por encima de su alborotado cabello, para después lanzarlo sin mucho cuidado al cubo de ropa sucia. Estaba muy cansado por el entrenamiento de en la mañana con Uub, y la cena sí que había contribuido a darle mucho sueño, tanto así que casi daba tumbos.
Volvió a ser sorprendido por el tacto suave de los brazos de su esposa, y por el cosquilleo agradable que le provocaba la seda de su ropa encima de su piel desnuda. Podía tener una idea de lo que pasaba por la mente de su audaz pareja, pero este día especialmente estaba sumamente cansado. Caminó sin importarle llevar a rastras a su mujer y se tumbó pesadamente en el colchón con la pequeña carga sobre su espalda, sin importarle esto en lo absoluto.
Cuando las caricias por encima de los músculos en su espalda comenzaron a bajar hacia su abdomen y el aliento de la mujer le hizo cosquillas en el cuello, supo que Chi-Chi no había captado la indirecta. Otra noche estaría perfecto, quizás estaría más que dispuesto mañana, pero hoy había terminado agotado, entonces no le apetecía demasiado hacer aún más ejercicio.
—Chi…—susurró casi como una súplica, que hizo que la morocha se detuviera—estoy muy cansado; no tengo ganas de tener entrenamiento marital—nunca había tenido pelos en la lengua para hablar de ello; puesto que la azabache le había dado ese nombre cuando él no conseguía entender nada acerca de ese tipo de actividades. Ahora sí que sabía cómo se llamaba, pero aún le caía en gracia llamarle así.
Lo que no supo Gokú es que aquello fue una mala elección de palabras. Puesto que su pequeña esposa no había podido olvidar su pensamiento en el que ella se había aprovechado de su inocencia para obligarlo a casarse con ella. Y ahora que repetía ese engaño, no hizo más que convencerla aún más que él solo volvía a ella por obligación. Con el corazón peor que un estropajo se retiró de encima de él, con miedo de decir algo más que pudiera empeorar la situación.
El hombre tuvo una desagradable sensación el pecho, como si se sintiera angustiado. Pero con lo cansado que estaba, prefirió ignorarlo y cayó dormido como tronco sobre la almohada. Chi-Chi se sintió mortalmente rechazada y se acurrucó en una orilla de la cama repentinamente tan grande. Las lágrimas procedieron a salir a borbotones por sus oscuros ojos, y no pudo hacer más que mirar a duras penas al hombre con el que había compartido casi toda su vida.
O más bien, al que se la había dedicado.
Se preguntaba, ¿alguna vez podrá tener una idea de lo que sentía por él?, ¿de lo que había sufrido?
¿Le importaría saberlo?
Cualquiera lo hubiera dejado en el olvido, y aprovechando su juventud y belleza se hubiera conseguido otro. Había sido viuda durante ocho años, y sin contar los que pasó durante el secuestro de Gohan… ¿Qué hizo si no añorarlo con toda su alma?
De pronto la noche se le antojaba horrorosa y se arrepentía de haber hecho tanto para nada. Tal vez si le hubiera dicho que fastidiaba hubiera dolido menos. Pero Gokú no era así, él era incapaz de decirle cualquier descalificativo. Sólo escuchaba con paciencia sus histerias, temblaba de miedo y pedía perdón después; sabiendo que de alguna manera él tenía la culpa.
Tenía maneras más sutiles de darse a entender.
Pasó la noche en vela, en posición fetal al borde la cama, ahogándose en amargas lágrimas.
Cuando la luz del amanecer se coló por la ventana, el hombre de cabello alborotado se despertó aún algo modorro; aunque bastante compuesto. Y para ser sincero moría de hambre, pero cuando apenas se iba a dar la vuelta para pedirle a Chi que le hiciera de desayunar, recordó que había quedado de ir a desayunar con Uub y su familia en una especie de celebración.
En el aire estaba presente un desagradable olor salino—lo sabía por su excelente olfato—que le hizo sentirse culpable. Sabía por experiencia a que se debía, y no entendía a ciencia cierta porque había estado llorando su pareja. Aunque a juzgar por la tranquilidad de su respiración, le pareció que estaba dormida y prefirió no hacerla enfurecer desde tan temprano.
Entonces sin apenas hacer ruido para no despertar a la mujer—o eso creía él—se apresuró a recoger un cambio de ropa y salir rápidamente de la habitación para ir a bañarse al río. Hoy sinceramente no tenía muchas ganas de calentar agua, y viendo que lo más posible era que su esposa estuviera dormida—y muy probablemente de pésimo humor—supo que un poco de agua helada no le haría daño.
La indiferencia de su esposo le cayó a la azabache como la sal a una herida abierta. Compungida permaneció en silencio, observando los movimientos apresurados y silenciosos del hombre. Cuando lo observó salir se levantó al instante y se acercó a la ventana viéndolo alejarse en calzoncillos a buen paso rumbo al río.
Comenzó a caminar como autómata, sin molestarse en reacomodarse su cabello y se dirigió a la cocina, dónde pretendía realizar las tareas como un día cualquiera. Se sintió aún más desgraciada al encontrar el tiradero que dejó ayer por la noche y se sintió más desanimada de comenzar. Así que de momento prefirió utilizar otros utensilios, para así evitarse la tarea de tener que lavar el trasterío, que a estas alturas debían de tener tatuados los restos de comida.
Cuando había indicios de terminar con la preparación, Gokú entró campante por la puerta interrumpiendo su melancólica tranquilidad.
—Chi, tengo que irme regreso en la noche…—así eran las despedidas de Gokú, observó con deseo contenido la comida, pero supo contenerse. Chi-Chi lo miró desconcertada, y aún más triste, parecía que ahora le huía.
—¿A dónde vas?, no ves que el desayuno ya está listo—la voz le salió un poco más débil de lo justo, y eso lo notó el guerrero, que se preguntó si no estaba pisando terreno peligroso.
—La familia de Uub me invitó a desayunar y a comer con ellos, así que…ya me voy—fue la sencilla y sincera respuesta que el guerrero le otorgó a su mujer. Ésta no supo cómo, pero la sola mención del nombre del chico la enfureció a niveles demasiado altos.
Gokú supo que la había embarrado, cuando el aura alrededor de su esposa comenzaba a tornarse roja y peligrosa. Tenía la idea de que a Chi-Chi no le simpatizaba mucho el muchacho moreno, pero no tenía idea de que fuera tanto su desazón.
—¡De modo que prefieres irte a comer con esos desconocidos antes que conmigo Gokú!, ¿Qué te pasa?—reclamó enfurecida la menuda mujer, lanzando a alguna parte el cucharón que llevaba en la mano. Después se acercó a zancadas al aterrorizado saiyajin que alzó los brazos frente a su rostro en defensa retrocediendo sin remedio.
—No…Chi, no es eso…—a estas alturas era incapaz de disimular el gran temblor que sufría su cuerpo del miedo que le causaba ver a su esposa en ese estado encolerizado. Sin embargo, de nuevo las palabras inteligentes brillaron por su ausencia, puesto que no se le ocurrió nada que pudiera tranquilizar a la morena.
—¿Entonces qué Gokú?, con un demonio…si hasta parece que te falta tiempo para marcharte de aquí, ayer no quisiste estar conmigo…y ahora te largas apenas amanece, ¡dime que es lo que te molesta tanto de mí!, que de verdad no lo entiendo…—el auto control había perdido hace algún tiempo la batalla dentro de la cabeza de la mujer, siendo completamente avasallada por la gran frustración y sufrimiento que la ahogaban en esos momentos.
—¡Chi!, no es lo que crees…—hizo aún el vago intento de tranquilizar a su iracunda esposa, pero la verdad era que el miedo estaba pudiendo más con él; por lo que al ver que nada podría calmarla, decidió poner los pies en polvorosa. —¡Mira la hora Chicha!, ya se me hizo tarde…nos vemos en la noche…—y apenas dicho eso, y dejando a la aludida congelada se dio prisa en regresar sobre sus pasos y salir por la puerta. El moreno buscó con rapidez las botas que había dejado afuera y comenzó a ponérselas.
La morocha salió con la misma velocidad, observando indignada sus acciones. Que poca importancia le tomaba a ella, que prefería ir a comer con aquellos, que discutir y arreglar sus problemas matrimoniales. Intentó llegar hasta dónde estaba él, pero estaba algo retirado.
—¡Gokú!..—le llamó la chica siendo ignorada; y aquello solo consiguió enfurecerla más. Cuando el hombre se levantó y colocó dos dedos sobre su frente supo lo que quería hacer. Sin embargo, antes de que pudiera agregar algo más, un profundo dolor en su pierna derecha le quitó el aliento; con rabia bajó la vista para averiguar que había sido y notó una serpiente color azul que se retiraba entre la hierba.
La sangre se le fue a los pies, y pronto sintió una espantosa sensación de angustia. Con rapidez giró el rostro para ubicar a su compañero. —¡Gokuuuuuú!, ¡no te vayas!—aulló presa de la desesperación, trató de dar un paso hacia adelante, pero su pierna no respondió.—Ayúd….- El guerrero le dirigió una mirada rápida, y después desapareció como si nunca hubiera existido; no pudiendo escuchar su desesperada petición.
La fuerte mujer, buscó con frustración a la atacante, deseando haberse equivocado en su rápida identificación. Cuando la localizó, la aplastó con todo el coraje del mundo con su pierna sana; para después perder el equilibrio y caer pesadamente en el césped. Gruñó con rabia lamentándose el golpe, pero la angustia comenzaba a invadirla tan rápido como un incendio.
Quiso levantarse, pero fue incapaz de conseguirlo. Decidida a no dejarse vencer, utilizó sus brazos para arrastrarse por el suelo ingresando a su hogar. El trayecto de la puerta a la cocina le pareció de repente infernalmente eterno y chilló del dolor al resentir un potente calambre en su pierna herida. Rechinó los dientes y apretó los puños con fuerza. Alzó la vista observando la olla que se encontraba a un lado del fregadero y maldijo su incapacidad de alcanzarla.
Lágrimas comenzaban a agolparse en sus ojos al distinguir la sensación de adormecimiento en sus miembros inferiores. Tenía que hacerse el remedio, ese maldito veneno era tan condenadamente fácil de contrarrestar, pero era incapaz de tomar la olla, ni hablar al respecto de buscar en la alacena las hierbas y hervir el agua.
—Gokú…—sollozó por lo bajo sintiéndose completamente impotente. Le había llamado y él la ignoró por completo.
Con el paso de los minutos, y posteriormente las horas, la cocina comenzaba a tornarse cada vez más fría; no sabía si era porque el invierno había sido contenido mucho tiempo o eran los síntomas de la intoxicación. En medida de sus posibilidades titiritaba sin mucho control.
Maldecía su suerte. Sí que lo hacía. Pero se lamentaba aún más que Gokú no la hubiera esperado.
Si se hubiera quedado un segundo más, un mísero instante más…
La pudo haber ayudado.
Cuando el sol comenzaba a teñir el horizonte con colores cada vez más ocres, y el aire que ingresaba por la puerta abierta comenzaba a tomar más fuerza. Los ojos de la morocha se volvían cada vez más pesados. Ahogados gemidos salían de la garganta inflamada de Chi-Chi mientras las lágrimas bajaban sin compasión por sus entreabiertos ojos.
¿Por qué no llegaba?
Ahora que lo necesitaba tanto…
Y entonces lo entendió, y la verdad le dolió incluso más que su cuerpo.
Nunca estuvo ahí para ella.
Con ese último pensamiento, y con un escozor indecible en el pecho. La pelinegra exhaló su último sollozo.
¡Hola!
Tenía demasiado tiempo queriendo publicar un fic de tragedia de Dragon Ball Z, no me pregunten porqué, pero adoro hacer drama. Ahora, después de haber torturado durante un largo tiempo a los personajes de Inuyasha, un poco a los de ATLA, viene mi otro anime preferido. No sé, siempre me pareció un personaje extraño Chi-Chi, durante un tiempo siempre pensaba que era una agua fiestas, después me gustó su carácter por poder dominar a Gokú, y por último quise ser como ella. (Algo que logré demasiado bien) y ya en esta edad logré ver el trasfondo del personaje. Una mujer aterrada de quedarse sola, y abandonada la mayor parte del tiempo.
Una mujer que luchó sola para sacar adelante a sus hijos, (uno con un serio trauma, del que profundizaré después), y el otro que vino al mundo después de que el suyo se haya destruido en pedazos. No sé, siempre me pareció increíble que Gokú regresara de la muerte como si nada, y luego al final de Dragon Ball Z, se largara como si nada. Eso, querid s, me hubiera destrozado por dentro de haber sido yo.
Igual y yo soy la sensible...
¿Que les parece?, se trata de un fic no muy largo, calculo que saldrán tres o a lo mucho cuatro capítulos.
¡Sorpresa!, tengo el segundo ya hecho, así que prometo no demorar demasiado.
Besos...
