Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.

Para Genee


Un pingüino acosador

Era mediados de verano en Japón y a pesar de que Sora vestía una falda tableada, una blusa de manga corta y las zapatillas de rigor —todo parte de su uniforme de tenis—, podía sentir perfectamente los efectos del calor sobre su cuerpo.

Se detuvo por un segundo estando a solo dos cuadras de su casa y con la muñeca se limpió una gota de sudor que se escurría por su frente y que a punto estuvo de derramarse por su rostro. Aquel año estaba siendo particularmente caluroso, no cabía duda. Si apenas había salido de la ducha y ya quería una nueva.

Se disponía a retomar la marcha cuando lo sintió. Repentinamente tuvo la extraña sensación de que alguien la observaba y se frenó en seco, causando que el bolso que llevaba colgado al hombro por poco cayera al suelo. Con disimulo miró hacia atrás sin voltearse del todo y vio a un par de personas que transitaban por la calle que ella iba, lo mismo con la del frente, pero nadie la miraba o al menos no lo parecía. Qué cosa más extraña, seguro solo estaba paranoica.

Volvió a barrer los alrededores con la mirada hasta regresar la vista al frente.

Un momento…

Dio un respingo e impulsivamente volvió a echar un vistazo por encima de su hombro.

Allí, justo al final de la calle y parcialmente oculto detrás de una casa había un…

¿Pingüino?

¿En plena Odaiba?

¿Con ese calor?

Todas esas preguntas surgieron de forma espontánea en su cabeza.

Pestañeó repetidamente para ver si se lo estaba imaginando, pero sin importar cuantas veces repitió la operación, el pingüino seguía estando ahí, a pocos metros de distancia.

Agitó la cabeza. Por supuesto que no era real, es decir, estaba ahí pero no era un pingüino de verdad, sino alguien disfrazado.

Lógicamente ningún pingüino era tan grande ni estaría tan campante en medio de una ciudad asoleada.

¿Por qué había tenido esa mala sensación?

Solo se trataba de un pobre chico con un mal empleo de verano. No era como si un digimon maligno en forma de pingüino fuera a aparecer en su ciudad de la nada, ¿verdad?

De inmediato sintió pena por el incauto que se encontraba debajo de ese disfraz con el calor que hacía. Seguro se trataba de algún estudiante de secundaria motivado por una suma de dinero un poco más alta de lo habitual, pero ni siquiera así valía la pena. ¿Quién podía ser tan cruel para hacer pasar a alguien por semejante tortura?

Sin darse cuenta, en medio de sus cavilaciones se había quedado mirándolo y solo se percató de ello cuando el pingüino agitó una mano como saludándola. ¿O sería más correcto decir aleta? ¿Los pingüinos tenían aletas? ¿Por qué se detenía a pensar en esas cosas?

Torpemente levantó una mano y lo saludó de vuelta. Trató de sonreír también para darle ánimo. Después se giró y siguió su camino, había recordado de pronto que iba tarde a su entrenamiento.

Ya iba muy tarde, de hecho. En la siguiente calle optó por tomar un bus. Normalmente prefería caminar, le servía para distenderse y de paso ejercitarse, pero ese día había salido con un notable retraso de casa, que ya se había convertido en atraso con todas sus letras, y de nada le serviría llegar toda agitada y transpirada solo para agitarse y transpirar más.

Aquella mañana varios transeúntes que pasaban por el lugar se encontraron con la imagen de un pingüino bastante crecidito corriendo detrás de un autobús.

Algunos incluso jurarían que lo escucharon hablar y otros, los más atentos, afirmarían que llamaba a alguien de nombre Sora.

Pero la pelirroja que acababa de abordar dicho vehículo y que por esas casualidades de la vida, que casi nunca son tales, respondía a ese nombre, no se enteró de nada.


Llegó quince minutos tarde. Su capitana la hubiera regañado de no ser porque bueno… ella era la capitana del equipo. En consecuencia se regañó a sí misma en su fuero interno.

Corrió hacia el grupo de chicas que la aguardaban sentadas a la sombra de un árbol en medio de cuchicheos que se detuvieron apenas la vieron aparecer y haciendo una reverencia se disculpó con ellas. Les pidió que fueran calentando mientras ella iba al baño a refrescarse un poco.

Cuando regresó se las encontró trotando alrededor de la cancha y no pudo evitar sonreír al comprobar lo disciplinadas y obedientes que eran. El deporte exigía ese nivel de dedicación y esmero.

La entrenadora no podía ir ese día, así que la había dejado a cargo. Le tocaría el trabajo pesado.

—¡Muy bien todo el mundo, reúnanse! —pidió con un tono ligeramente más elevado—. Vamos a entrenar en duplas.

Como estaban justas, le tocó practicar con una de sus compañeras. Por azar con la más nueva, pero eso le serviría para darle un par de consejos.

Iban a jugar en grupos de tres duplas y justamente Sora y su compañera fueron una de las primeras parejas.

Estaban en medio del partido cuando ocurrió de nuevo. Esa sensación…

Apartó los ojos solo por un segundo de la pelota, que en ese momento volaba de regreso a su contrincante, para echar un vistazo a las gradas. Le pareció ver….

No. ¿Otra vez un pingüino?

—¡Quince cero! —gritó la que había tomado el lugar de arbitro, haciendo que la atención de Sora volviera al juego.

La pelota reposaba a sus pies. Por distraerse Akemi había ganado el primer tanto.

Le sonrió alentadoramente y se agachó a recoger la pequeña esfera. Aprovechó ese momento para mirar otra vez las gradas, pero las encontró tan vacías como se suponía que debían estar.

Ahora resultaba que además de paranoica también estaba alucinando. Quizás era el calor…

—¿Sora-senpai? —preguntó Akemi al ver que se demoraba.

Un par de compañeras más también la observaban con curiosidad.

—Lo siento —se disculpó volviendo a erguirse—. Hoy estoy muy distraída, tendré que tener más cuidado o me ganarás.

Como respuesta su contrincante le sonrió con timidez y el partido siguió su curso sin más contratiempos.

No hubo más pingüinos, al menos durante el entrenamiento.


Después de darse una refrescante ducha, se despidió de sus compañeras que aún seguían ahí y salió de los vestidores.

Se sentía mucho mejor, pero se imaginaba que no duraría mucho pues el calor no tardaría en secar su cabello llevándose los últimos rastros de humedad que ayudaban a mantener su temperatura un poco más regulada.

Miró la hora en su reloj y se dio cuenta de que para colmo otra vez tendría que correr.

Sus compañeras de equipo eran una cosa, pero Mimi no aceptaba que llegaran tarde a una cita con ella, aun si ella siempre los hacía esperar.

Tuvo que tomar otra vez el autobús para llegar al Aqua City Odaiba [1] y una vez que arribó a su destino bajó a toda prisa e incluso las puertas automáticas llegaron a abrirse ante ella al percibir su presencia, cuando algo hizo que se detuviera bruscamente.

Tenía un cosquilleo en la nuca y la espalda, que a esa altura ya se le hacía más que familiar. Era la sensación que la había acompañado todo ese día, como si alguien estuviera observándola desde lejos o quizás no de muy lejos, no estaba segura. Al final no pudo saberlo, porque por más que miró en todas direcciones no pudo hallar al supuesto espía. Definitivamente necesitaba relajarse.

Para cuando se juntó con Mimi la chica le dijo que ella ya había visitado casi todas las tiendas que quería visitar, pues por azares del destino su despertador sonó antes y acabó llegando con dos horas de adelanto a su cita. Sora se disculpó de todos modos y la acompañó a los lugares que le faltaba ir, mientras en su fuero interno agradecía su suerte porque ir de compras con la castaña nunca era un asunto fácil.

Después de verla probarse un par de vestidos, tras lo cual por supuesto eligió el primero que se había puesto, el mismo que Sora halagó desde el principio, fueron a tomar unos helados.

Hacía un buen día, así que subieron a la terraza y escogieron una mesa cerca del borde desde donde se podía contemplar la ciudad. La brisa era agradable.

—¿Estás bien? —preguntó Mimi luego de llevarse la primera cucharada de helado a la boca.

—¿Qué? Sí, ¿por qué preguntas? —preguntó la pelirroja a su vez con extrañeza.

—Porque has estado actuando un poco raro desde que nos juntamos. Miras hacia atrás cada tanto como si alguien estuviera siguiéndote o algo.

—Oh, eso.

Aunque se sentía algo apenada, sabía que si no lo decía voluntariamente Mimi se lo sonsacaría de todas formas, por lo que optó por lo más sano y le habló del pingüino, desde la mañana hasta que llegó a juntarse con ella.

—No me preguntes por qué, solo... creo que había algo realmente extraño en ese pingüino. No puedo quitármelo de la cabeza.

Mimi apoyó su mentón en uno de sus puños y la observó con una sonrisa.

—Bueno, tú misma lo has dicho. Solo es un pobre chico con un terrible disfraz.

Sora levantó la cabeza. Había algo en el tono de voz de su amiga que rozaba la diversión y algo más que no pudo precisar. Solo al verla a los ojos lo entendió. La observaba de un modo que parecía transmitir que sabía algo que ella no.

—¿Hay algo que...?

Dudó. Otra vez estaba siendo paranoica.

—Dilo, ¿qué ibas a decir?

—Nada, nada —Sora se frotó los ojos—. Supongo que solo estoy algo cansada. De cualquier forma, ¿no te parece cruel que haya gente que obligue a jóvenes a vestir así?

Mimi lo meditó un instante.

—Ya sabes lo que dicen, para todo hay un tonto en esta vida.

—Qué cruel, y no conozco ese dicho.

La castaña rio.

—Pero aplica bien, ¿no? Alguien tenía que decirlo.

Después de que acabaron el helado conversaron un rato más sobre esto y aquello, cosas sin importancia que hicieron que Sora por fin comenzara a relajarse. Había pasado casi una hora cuando Mimi le dijo que debía irse porque tenía una cita y pensaba estrenar ese fabuloso vestido que ella le había ayudado a escoger.

La pelirroja le deseó suerte y la vio marchar, perdiéndola de vista enseguida entre el barullo de gente. Ella, por su parte, decidió dar un par de vueltas más.

Cuando salió del centro comercial eran cerca de las tres y el sol iluminaba las calles con todo su esplendor. La luz la cegó por un instante antes de permitirle percibir la variopinta escena que se estaba desarrollando en el frontis del lugar, donde un pequeño grupo de gente comenzaba a aglomerarse en torno a un pingüino que bailaba tap con un bastón.

Un segundo.

¿Otra vez un pingüino? ¿En serio?

¿Acaso estaría soñando?

De ser así, ¿era realmente posible que el cansancio que sentía solo fuera una representación de su mente? Se sentía tan real.

Se frotó los ojos y se golpeó las mejillas repetidamente hasta que terminó dejándolas ligeramente rojas, pero siguió estando ahí, más despierta que nunca.

Aquello de verdad estaba ocurriendo.

¿Qué probabilidades existían de encontrarse con tres personas disfrazadas de pingüino en un mismo día? Primero cerca de casa, luego en el entrenamiento (porque comenzaba a creer que no había sido una alucinación) y ahora a la salida del centro comercial. Por primera vez se atrevió a pensar que podía ser algún tipo de acosador.

Tal vez estaba siendo paranoica de nuevo, pero aquello no pintaba bien. Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza y decidió marcharse enseguida.

El problema fue que justo en ese momento el pingüino pareció percatarse de su presencia y comenzó a seguirla. Primero hacia un lado y luego hacia el otro, como un depredador que cerca a su presa hasta disminuirla.

—¿Qué... qué es lo que quieres? —Se atrevió a preguntar con voz temblorosa. Hubiera querido sonar más segura y no tan asustada como se sentía.

El pingüino, como toda respuesta, extendió un papel hacia ella e hizo una reverencia hasta que lo tomó.

Bueno, si era un delincuente o algo por el estilo, al menos era uno educado.

—¿Solo quieres que lea esto?

Un asentimiento del pingüino fue todo lo que obtuvo. Decidió hacerle caso, ¿qué daño podía hacer?

Desdobló la hoja que tenía entre las manos y leyó en un susurro:

¿Sabías que cuando un pingüino encuentra pareja, permanecen juntos para toda la vida?

¿Te gustaría ser mi pingüino?

Debajo del mensaje había un dibujo de dos pingüinos, uno de ellos abrazando al otro que sonreía complacido.

Sora pestañeó un par de veces, intentando procesar lo que estaba sucediéndole.

¿De verdad no estaba soñando? Porque su día no hacía más que tornarse más irreal a cada momento.

Por fin se atrevió a levantar la cabeza. Tal como pensó, el pingüino seguía de pie frente a ella... ¿aguardando una respuesta?

—¿Me estás pidiendo... salir?

Claro que no. Sería una locura. Seguro que ella estaba malinterpretando. En el fondo esperaba que el animal se riera de su ingenuidad. ¿Acaso era una broma?

Dio un vistazo a su alrededor y se percató de que el grupo de gente que había visto antes disfrutando del espectáculo seguía ahí. No se habían movido para nada. ¿Qué estaban esperando? Y sobre todo... si llegaba a ser verdad, ¿cómo iba rechazarlo con esa audiencia sin quedar mal? ¡Si hasta había niños mirando! Niños con sus caras ilusionadas que parecían tan expectantes como el pingüino.

¿Sería toda una actuación? ¿Una de esas intervenciones en la que engañaban a la gente y luego lo pasaban por televisión para que todos pudieran burlarse de ella?

Fuera como fuera, necesitaba encontrar una forma de salir de aquella embarazosa situación y la única posible parecía ser que lo rechazara.

Sí, eso haría. Sería honesta con él. Le diría: Lo siento, pero no te conozco de nada y no puedo aceptar salir con alguien al que no conozco.

Entreabrió los labios para decírselo, pero entonces lo impensado sucedió. El pingüino, que hasta ese momento había procurado mantener su identidad oculta, se quitó la máscara y la dejó caer hacia atrás como una capucha que permaneció unida al resto del traje.

La mandíbula de Sora se desencajó.

¡Lo conocía! Después de todo sí que conocía al pobre chico, solo que ahora sospechaba que no había sido ningún jefe prepotente el que lo había obligado a vestir así.

Permaneció un par de segundos atónita, sin poder creerse lo que veían sus ojos. Si bien sabía que su mejor amigo era más que capaz de hacer esa clase de locuras, hasta ese momento realmente no se le había cruzado por la cabeza que pudiera tratarse de él ni de nadie conocido a decir verdad.

—Tai…chi —El nombre finalmente emergió de sus labios en un jadeo de sorpresa, pero por fortuna consiguió recuperarse casi enseguida, como si todo lo que necesitara para hacerlo fuera constatar su identidad diciéndola en voz alta—. ¡Me asustaste! Pensé que…pensé… —Decidió en ese instante que le daba demasiada pena reconocer lo que de verdad había llegado a pensar y apretó los labios—… muchas estupideces. ¿Qué rayos haces vestido así y por qué has estado persiguiéndome? Porque eras tú, ¿no es así? Ya decía yo que era demasiada coincidencia haberme cruzado con tres chicos disfrazados de pingüino en un mismo día.

Taichi se limitó a sonreírle de esa forma tan suya que tenía de hacerlo y bajó un poco la mirada, rascándose la nuca empapada por el sudor.

—Déjame ponerlo en términos simples para ti —Metió una mano en uno de los bolsillos del disfraz y extrajo algo que ella no pudo ver, para enseguida depositarlo en su mano y cerrársela en torno al misterioso objeto.

Cuando Sora abrió la palma, ya libre del tacto del castaño, descubrió una pequeña piedra alojada en el centro, lo que solo consiguió desconcertarla aún más.

¿Acaso tenía la forma de un…?

—No se nota mucho –Interrumpió Taichi sus pensamientos, haciendo que por instinto levantara la cabeza para mirarlo a los ojos como si esperara hallar en ellos la respuesta que el chico estaba tardando tanto en darle—, pero… si la miras con atención, casi tiene la forma de un corazón como tu emblema.

—¿Dónde la conseguiste? —A pesar de que su cabeza se llenó de preguntas, terminó por hacer aquella que más rápido pareció hallar el camino hacia su garganta y boca, saliendo en un susurro hacia el exterior.

—En la playa. El otro día cuando…

—¿Te insolaste? —preguntó ella, recordándolo enseguida. Se los había contado a todos, Yamato estuvo molestándolo por horas.

Taichi rio por lo bajo, viéndose tan avergonzado como Sora estaba segura de no haberlo visto nunca.

—Sí, bueno… eso no estaba en mis planes. Como les dije, fui buscando algo pero me quedé dormido y desperté con el sol sobre la cabeza. Ahora estoy intentando decirte algo, así que te pediría que me dejaras terminar sin interrumpir, ¿de acuerdo?

Sora asintió. No se había dado cuenta hasta ese momento de que, de hecho, lo interrumpía ansiosamente, lo que resultaba bastante impropio viniendo de ella. Pero asimismo tampoco había notado lo nerviosa que se sentía. ¿Sería por lo que Taichi fuera a decirle? ¿Sería que…? No. Agitó imperceptiblemente la cabeza. Tenía que dejar de pensar y solo escuchar.

—Leí por internet que cuando un pingüino se enamora, busca la piedra más bonita del glaciar y se la regala a su enamorada. Yo llevo tanto tiempo intentando decirte lo que siento, que se me ocurrió que tal vez si me disfrazaba me sería más fácil [2].

La chica pasó saliva, sintiéndose de algún modo paralizada. A pesar de que una parte suya le decía que resultaba evidente lo que Taichi le estaba diciendo, la otra, la más insegura, seguía incrédula, intentando buscar un significado secreto en sus palabras que no fuera que se le estaba declarando allí, a las afueras del centro comercial y frente a una pequeña multitud de curiosos que por lo visto no tenían nada mejor que hacer.

—Me habría gustado hacerlo en un lugar más discreto —dijo él como si le leyera el pensamiento, lo que considerando la regularidad con que lo hacía, bien podía ser cierto—. Pero saliste muy apurada de casa y después en la práctica no estuviste ni un solo minuto a solas salvo cuando saliste y corriste a tomar el autobús…

—¿Puedo preguntar algo?

Taichi la observó un tanto inseguro, temiendo lo que pudiera querer saber, pero decidiendo al final que no había hecho tanto esfuerzo para no dejarla hablar también a ella. Necesitaba saber qué pensaba sobre lo que le acababa de decir.

—Seguro –Soltó sonando mucho más inseguro de lo que pretendía.

—¿Por qué estabas bailando tap? –Podía parecer una pregunta estúpida de hacer en un momento como ese, en medio de una declaración, pero al menos consiguió arrancarle una sonrisa a Taichi. Verlo nervioso la estaba poniendo nerviosa a ella.

—Eso tampoco estaba en mis planes. Cuando llegué al centro comercial corrí para alcanzarte, pero entonces un niño me detuvo y le dijo a su papá que me tomara una foto con él. Como lo hice para evitar problemas, todo el mundo asumió que estaba trabajando y se armó una fila, así que me empecé a desesperar y para que dejaran de acosarme se me ocurrió ponerme a bailar.

—¿Y ese bastón?

—Se lo quité a una viejita. Bueno, lo tomé prestado —se corrigió rápidamente al ver que la chica fruncía el ceño—. Estoy seguro de que todavía debe estar por acá, se lo devolveré —añadió lanzando una distraída mirada por encima de su hombro, que con lo nervioso que estaba bien podía ser la mirada de un ciego, pues todo lo que distinguió a su alrededor fueron manchas en lugar de rostros.

—Taichi… —Lo llamó ella suavemente.

Y entonces él lo supo. Iba darle una respuesta. Buena o mala, este era el momento por el que había estado soportando todo el día que sus planes se torcieran una y otra vez.

Con temor, se giró a mirarla.

—¿Hiciste todo esto por mí? –preguntó presionando con fuerza la piedra en su puño derecho hasta sentir que sus bordes se enterraban un poco en su piel, aunque no lo suficiente para hacerle daño.

—Sí.

A Sora le entraron ganas de reír, probablemente producto de los nervios y de que, mirado desde afuera, la escena resultaba de lo más graciosa a pesar de lo mucho que Taichi parecía haber sufrido ese día solo para confesarle sus sentimientos.

Se cubrió la boca intentando contenerla, pues no quería que pensara que se estaba burlando de él.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó él, viéndose más dolido que enfadado por la situación.

—¡Nada! Nada… bueno, solo… todo, supongo. Pero un poquito.

—¿Qué quieres decir?

—Lo lamento. No me estoy burlando, es solo que estoy tan nerviosa, nunca pensé que…

—No tienes que responderme ahora si no quieres. Como te dije, mi intención era hacerlo en un lugar más privado.

Sora negó firmemente con la cabeza.

—Da igual el lugar, tengo que decirlo ahora —susurró acercándose un par de pasos a él—. Aunque no lo has dicho exactamente así, yo también te quiero, tonto.

—Supongo que no lo dije apropiadamente, ¿verdad? —preguntó rascándose la nuca.

—No hace falta. Todo lo que hiciste habló por ti.

—Entonces… —musitó levantando una mano para acomodar un cabello de la chica detrás de su oreja. Sora comprobó con ternura que le temblaba la mano—. ¿Estás segura? No quiero que te sientas presionada a decir que sí solo porque…

—Taichi —lo interrumpió, poniendo una de sus manos en la mejilla de él para obligarlo a mirarla a los ojos— Estoy totalmente segura.

Suavemente una sonrisa fue extendiéndose por los labios del chico, iluminando todo su rostro que hasta ese momento había lucido tan sombrío.

—Genial —murmuró—. Es genial —La imitó, poniendo una de sus manos en la mejilla de ella y juntó sus frentes como si fuera a besarla, deteniéndose en el último segundo, quizás al recordar que todavía había gente mirándolos.

La pequeña multitud suspiró. El beso que no se dieron se quedó flotando entre ellos.

Taichi golpeó juguetonamente su nariz con la de Sora y terminó por presionar sus cálidos labios contra la frente de ella por un instante.

Entonces la risa incontrolable volvió a atacar a la pelirroja.

—¿Y ahora de qué te ríes?

—De que debí saberlo.

—¿Saber qué?

—Que eras tú. Cuando te vi bailando… siento decirlo, pero lo haces terrible. Siempre has tenido dos pies izquierdos.

—Ja, ja, ja.

—Hablo en serio. Y además… ¿cómo pudiste decirme que lo pondrías en términos simples para mí si hiciste todo un montaje para decirme lo que sientes? Quiero decir, ¿cómo puede esto ser simple? —preguntó haciendo un gesto con la mano que pretendía abarcar figurativamente todo ese día.

—Ya te lo dije —se excusó él—. Intenté solo decirlo. Probablemente tú no te dabas cuentas porque siempre cambiaba de tema antes de poder confesártelo o salía huyendo, pero…

Sora negó.

—No te estoy pidiendo una explicación. Esto es lo más lindo que nadie ha hecho nunca por mí.

Taichi volvió a sonreír. Una sonrisa más serena que definitivamente se parecía más a las que siempre esbozaba.

—¿Estás bien? —Sora se preocupó al verlo cerrar los ojos por un instante, de pronto se había puesto pálido.

—Sí, sí, debe ser el cansancio y...

Antes de que pudiera acabar la frase, sus rodillas se flexionaron y se desvaneció, cayendo desmayado como en cámara lenta. Sora apenas consiguió sujetarlo para suavizar la caída y se tumbó sobre sus rodillas a su lado, poniendo una mano cuidadosamente debajo de su cabeza.

El bastón produjo un pequeño ruido al golpear el suelo.

—¡Taichi! ¿estás bien?

La gente alrededor también se asustó y se acercó a mirar. Alguien dijo que el pobre chico solo necesitaba un poco de aire y ayudó a que todos se alejaran, animado por el pedido mudo de la pelirroja, quien solo con una mirada logró transmitirle que por favor hiciera que les dieran algo de espacio.

Taichi tardó exactamente seis segundos en volver en sí, seis segundos que Sora contó en su cabeza con el corazón estrujado de preocupación.

Solo cuando los ojos del chico se abrieron, tras un pequeño revoloteo de pestañas, pudo respirar tranquila.

—¿Estás bien?

—Sí, solo hace mucho calor.

Al ver que se encontraba mejor, la gente comenzó a dispersarse poco a poco hasta dejarlos solos.

—Eres un tonto —le recriminó ella; toda preocupación que había sentido súbitamente olvidada—. ¿Cómo has podido soportar todo el día con ese disfraz? ¡Parece hecho para el Polo Norte!

—Vaya, no sé si sentirme enfadado de que me regañes después del esfuerzo que hice o halagado por haberte preocupado tanto.

—No seas idiota. Aprecio lo que hiciste, de verdad… —susurró suavizando el tono de su voz al tiempo que acariciaba una de sus mejillas con el dorso de la mano—. Pero no entiendo por qué tuviste que usar un disfraz tan grueso o por qué no te lo quitaste a la primera oportunidad.

—Cuando me di cuenta de que era una terrible idea, como todos me dijeron, ya era tarde. Y en cuanto al disfraz… fue cosa de mala suerte. Pregunté en varios locales, pero solo tenían de invierno.

—¿De verdad? —preguntó un poco escéptica, no sabía por qué presentía que allí había gato encerrado—. ¿Dices que todos lo sabían?

Taichi se limitó a asentir desde su posición.

Eso definitivamente explicaba el extraño comportamiento de Mimi cuando le habló del pingüino.

—¿Y por qué no te lo quitaste antes? Cuando no pudiste alcanzarme después de salir de casa, por ejemplo.

—Bu-bueno, eso… —musitó apartando la vista convenientemente.

—Vamos, puedes decírmelo.

—En parte por orgullo —murmuró nervioso.

—¿Y la otra? —preguntó intuyendo que algo ocurría, no por nada la gente decía que tenía un sexto sentido y si acaso eso no fuera suficiente, conocía demasiado bien a Taichi como para que pudiera engañarla.

—Bueno, es vergonzoso…

—Escúpelo, Yagami —demandó.

—Estoy atorado.

Al principio Sora creyó que había escuchado mal.

—¿Qué?

—Que estoy atorado en este estúpido disfraz porque el cierre se atascó —repitió Taichi entre dientes.

Esta vez Sora no pudo contener la risa, que brotó libremente desde su estómago y se derramó por el borde de sus labios, clara y alta, uno de los sonidos más bonitos que el chico estaba seguro de que oiría en su vida. Siempre le había gustado verla reír, quizás por eso se esmeraba tanto es ser gracioso, porque sentía que uno de los momentos en que la pelirroja se atrevía más a ser ella misma era cuando se convertía en presa de risas incontenibles, casi siempre propiciadas por él.

—Lo siento, lo siento… —se disculpó en medio del ataque de risa, sin poder detenerse.

Las manos sobre su boca no conseguían aplacar del todo las carcajadas que seguían fugándose entre sus labios.

Taichi se limitó a mirarla con el ceño fruncido, haciéndose el ofendido, pero al cabo de un rato acabó riendo también. Después de todo tenía que reconocer que su pequeña travesía era bastante graciosa.

Cuando por fin ambos pudieron calmarse, Sora le extendió una mano para ayudarlo a levantarse.

—Ven, vayamos a casa y te quitaré ese traje así tenga que usar tijeras.

—Wow pelirroja, me gusta cuando hablas así —La picó Taichi, tomando su mano para impulsarse.

—¿Qué? —Tardó un segundo en entender el doble sentido, ese que en boca de Taichi siempre estaba a la orden del día; sus mejillas se encendieron automáticamente en respuesta—. ¡Yo no lo decía por eso, pervertido! —replicó con un tono solo un poco más alto de lo necesario.

—Pero igual quieres verme desnudo, admítelo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Solo cierra la boca o te quedarás atrapado en ese ridículo disfraz para siempre. O peor aún, podría cortar accidentalmente ciertas partes con mis tijeras.

—Vale, me callo –Fingió palidecer, con los ojos muy abiertos—. ¡Espera, no me dejes aquí! —gritó luego cuando la chica empezó a alejarse.

Bastaron solo un par de zancadas para alcanzarla y ella no hizo nada para dejarlo atrás nuevamente.

Caminaron juntos rumbo al paradero sin importarles atraer un par de miradas curiosas en el trayecto. Desde afuera lucían como una peculiar pareja y por dentro también lo eran, siempre lo habían sido, pues cuando se trataba de Taichi y Sora podías esperarte cualquier cosa, menos que se comportaran como una pareja normal. Su amistad había sido tan especial como ellos solos y de seguro su historia de amor también lo sería, llena de baches y anécdotas graciosas, pero también de un amor incondicional de esos con los que algunas personas solo podían soñar.


Notas finales:

Esta idea surgió a partir de una imagen que encontré por Facebook, que es la que puse de portada y que dice lo mismo que el papel que Taichi le entrega a Sora en el cual le pregunta si quiere ser su pingüino.

[1] Aqua City Odaiba: Centro comercial que está situado justo en frente del famoso canal Fuji TV.

[2] Lo que Taichi menciona acerca del ritual de apareamiento de los pinguinos, en que éstos eligen la piedra más bonita del lugar y se la entregan a su pareja o a quien intentan conquistar, lo extraje de internet.

Genee, esta historia se alargó mucho más de lo que esperé. Seguro que si hubiera querido escribir algo largo no me hubiera salido nada jaja. La cosa es que disfruté mucho imaginándome a Taichi en esta situación y a Sora estando tan paranoica por todo. Espero que a ti te gustara. Va con mucho cariño, ya lo sabes.

A todo el que llegue hasta aquí abajo, gracias por leer.