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Ecos de Guerra


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I

What if

«What if living in the past was made illegal

If the world was square and everyone was equal

What if radio played songs about our lives

And television shone a light into our eyes

'Cause I don't know where we went wrong but it's alright

Just keep listening to the songs inside your mind.»

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27 de Marzo de 1984

Nevaba.

Era extraño en esa época del año y Lily lamentaba no poder utilizar el jardín, que esa mañana se había convertido en un manto blanco de una belleza impoluta.

De cualquier manera no le había molestado demasiado, al abrigo de los hechizos térmicos que protegían la casa del aguanieve feroz, y luego de un beso adormilado había bajado a la sala para preparar el ambiente con la varita en mano.

Quería decorar el sitio con serpentinas —rojas y doradas, por supuesto—, y algunos globos que flotaban a un palmo del piso y que ya habían hecho que Harry se partiera de risa mientras intentaba alcanzarlo.

En la cocina se encontró con Sirius, que fumaba cerca de la ventana.

—¿Insomnio crónico? —se burló, pasando de él para preparar el café y sacar del cajón todo lo que tenía dispuesto para la jornada.

—No podía dormir de la emoción —rebatió él enseguida, sonriendo con esa mueca que no le quitaban los años. Promesas sucias y maldades a media voz. —Ya sabes, el cumpleaños de mi esposo.

—Sirius, te recuerdo que James es mi esposo.

—Eso crees tú.

Se había quedado la noche anterior, cuando la cena estuvo a punto de explotar la cinturilla de los pantalones de los presentes. En el Valle de Godric había cuatro habitaciones. Lily todavía recordaba lo enorme que le había parecido Canterbury en su momento, y cómo la casita del Valle se le había antojado suficiente.

Seguía siendo un sitio demasiado grande para tres personas. En el dormitorio principal, el de James y Lily, podría caber casi la habitación entera de Hogwarts, en la Torre Gryffindor. En la puerta de enfrente dormía Harry, envuelto en sueños de algodón y empapelado de snitchs doradas que revoloteaban entre las paredes.

Al final del pasillo se abrían dos más. Una de invitados, que solía pasar noches de colchón frío y sábanas olvidadas. Y la otra, que siempre olía a tabaco.

Era la de Sirius.

Aunque no viviese allí, era la de Sirius y nadie había jamás insinuado lo contrario.

Lily sirvió el desayuno con un ojo puesto en el muchacho, intentando regañarlo sin éxito.

—Te he dicho mil veces que no puedes fumar aquí. No quiero que Harry lo huela.

—¿Temes que tu hijo se convierta en adicto antes de aprender a ir al baño? —la pinchó él, exhalando la última calada antes de tirar la colilla por la ventana.

—No —repuso la pelirroja con firmeza. —Solo no lo hagas. Te quedarán los pulmones de cartón. Y Harry ya sabe ir al baño.

Se marchó con los brazos inundados de serpentinas y la varita tras la oreja, fingiendo un enfado que jamás podía sostener.

—¿Sabes, pelirroja? —siseó Sirius en su oído, siguiéndola hacia la sala. —Hay muchas cosas que crees de manera errada.

Lily intentó ahorcarlo con una serpentina particularmente feroz, que terminó con una carcajada —esa tan similar a un ladrido— y ella vencida debajo de un montón de globos que competían con el color de su rostro encendido.

James bajó poco después, alertado por el bullicio del salón que habían ocasionado, poniéndose enseguida del lado de Sirius, que había construido aprisa una barricada desde donde intentaba atacar a una pelirroja dividida entre reír a carcajadas y procurar arrancarle la cabeza a esos dos de un mordisco.

Harry se quejó escaleras arriba, lloriqueando por quedar fuera de la fiesta, y poco tiempo después eran tres contra una, enviando serpentinas siseantes que se enroscaban en sus brazos e intentaban enseñarles modales.

—¡Ya basta! —trató de controlarlos Lily, poniéndose en evidencia gracias a la sonrisa limpia que adornaba su rostro colorado. —Los invitados llegarán en un momento, ¡y ustedes siguen haciendo el tonto!

James le dio un coscorrón a su hijo y a su mejor amigo, y fingiendo seriedad, emergió desde detrás del sillón que hacía las veces de refugio. Tenía un trapo blanco y lo sacudía con la mano, en son de paz.

—Vaaaaale —aceptó, a pesar de las quejas a su espalda. —¿Qué hacemos?

Lily puso los brazos en jarras, pensando si alguna vez podría llegar a ser firme con esos tres sin explotar de risas sinceras.

—Tú y yo, cocina —indicó, señalándolos con el dedo.

—Oigan, cerdos, que Harry sigue aquí —se horrorizó Sirius, tapándole con las palmas las orejas al niño, quién se carcajeó e intentó quitárselo de encima con dedos regordetes.

—Idiota —bufó la pelirroja. —A preparar el almuerzo, bestia —masculló, rodando los ojos. James le guiñó un ojo que poco tenía que ver con la cocina. —Y ya que tantas ganas tienes, Sirius, encárgate de dejar este sitio impecable —el aludido resopló, aunque con una mano seguía molestando al crío, haciéndole cosquillas en la barriga. —Y ten un ojo en Harry.

—Lily, se sensata —sonrió James, tomándola de la mano para dirigirse a la cocina. —Harry será el que tendrá un ojo en Sirius, no te engañes.

Ella puso los ojos en blanco, echándole una última mirada al salón, donde Sirius ya se había puesto de pie con Harry sobre los hombros, rodeados de desorden y serpentinas.

—Sabes que es una pésima influencia, ¿verdad? —refunfuñó, descolgando el mandil de detrás de la puerta de la cocina, para atárselo a la cintura. —Estoy segura que Harry empezará a maldecir en menos de un año, y será culpa de Sirius.

James se rio, y la tomó del mismo sitio donde se había amarrado el mandil para girarla hacia él.

—Es un poco tarde para lamentarse —repuso, con esa sonrisa demasiado amplia que seguía provocando que el estómago de Lily diese un perfecto salto hacia el vacío. —¿Y no crees que te estás olvidando de algo?

—¿De echar a ese Black a patadas de mi casa? —se burló, haciéndose la desentendida a la par que le echaba los brazos al cuello.

—¿Justo hoy? —se lamentó él, impostando un puchero. —¿En un día tan especial?

—No tengo idea de qué hablas. Es un día como cualquier otro.

—¿Y por qué estamos colgando serpentinas en el salón?

—Porque me apetecía.

—Eres dura, Evans.

—Y tú demasiado crédulo.

Los labios de James vibraron al sentir la risa de Lily pegada a su piel, besándolo con ganas. Le pasó los dedos por detrás de la nuca y entreabrió la boca para profundizarlo un poquito, intentando reducir las ganas de bebérselo entero. James respondió hundiendo una mano en su cabello, seguro de que estaría flotando algunos centímetros por encima del suelo.

—Eso está mucho mejor —susurró, cuando finalmente se separaron un poco. Lily chispeaba y sus llamas le quemaban en todo el cuerpo.

En todo el alma.

—Feliz cumpleaños —deseó ella, robándole un último roce antes de poner aire entre ellos. —¿Listo?

James, con la sonrisa que Sirius solía calificar de imbécil redomado, juntó los talones e hizo una venia militar.

—A sus órdenes, mi capitana.

Su esposa rodó los ojos, divertida, y puso manos a la obra. En verdad, no era demasiado lo que tenían que hacer, si llevaba dos tardes encerrada con Emmeline preparando el menú para la jornada de aquel día. Había conseguido que la bruja se escaqueara del restaurant para ayudarla a hacer los platos favoritos de James, sin riesgo a error. Los habían empaquetado con mimo para que en ese momento, Lily solo tuviese que servirlos.

Con esa coordinación que solo podía otorgar la complicidad, se amoldaron a las pequeñas tareas, con el coro de risas y tonterías que cuchicheaban Sirius y Harry en el salón, adicionando las amenazas vagas que gritaba Lily desde la cocina.

—¡Sirius, si mi hijo aprende a decir esas palabras, te juro que…!

Las carcajadas de Harry la silenciaban, intercambiando mirada con James.

—¡Te juro pelirroja que no estoy haciendo nada!

—¡Sirius, Sirius, el globo! —chillaba el niño, comprendiendo que aquel día solo estaría lleno de excitación.

La pelirroja estaba por asomarse, temiendo que padrino y ahijado hubiesen completado su pesadilla y derribado su salón, cuando el timbre cortó por un momento el aire con su estridencia. Lily tenía las manos sucias, inclinada sobre la bandeja del postre y James estaba ocupado sacando las bebidas.

—¡Sirius, abre! —pidió, sin reflexionar demasiado, mientras se aseguraba que la crema luciese perfecta sobre las fresas. Escuchó como el aludido le hablaba a Harry antes de dirigirse hacia la puerta, cuando recordó de pronto quién era su invitada más esperada y se le detuvo el corazón.

James la vio inspirar de golpe y dejar lo que estaba haciendo sin molestarse siquiera en limpiarse las manos sobre el mandil y dar varias zancadas hasta la puerta de la cocina.

—Espera, creo que es…

—Hola.

Demasiado tarde.

Sirius ya estaba de pie, permitiendo que se colara una ventisca de aire gélido que pareció no sentir. Lily parpadeó, insegura si intervenir o quedarse al margen. Sintió la presencia de James a su espalda, alertado por la reacción de su esposa.

—Déjalos —musitó en su oreja, guiándola de nuevo hacia la cocina para darles intimidad.

Marlenne estaba plantada en la entrada, con un abrigo abotonado por delante y una bufanda púrpura que parecía algo deshilachada. Hecha a mano.

Sirius necesitó un vistazo para saber que se la había hecho Marilyn.

—Hola —imitó él, sin moverse un ápice. Ella llevaba un paquete en las manos, y lo observaba de frente, con las pestañas enredadas entre el flequillo.

—¿Vas a dejarme pasar? —inquirió Marlenne, en voz baja, sin variar su expresión. Sirius dio un paso al costado, cerrando tras ella.

Llevaban sin verse una eternidad, y aún así parecía como si nada hubiese cambiado.

Ella se desabotonó el abrigo y lo dejó en el perchero del recibidor, deshaciéndose también de la bufanda. Sirius, absorto, la observó hacer sin ganas siquiera por fingir desinterés.

—¿Ahora te lo amarras? —preguntó, a bocajarro, señalándole la nuca que le hizo tragar espeso. Los rizos descontrolados de Marlenne estaban sujetos por un pasador a la altura de su coronilla, descendiendo en cascada desde allí. Le dejaba las orejas descubiertas, y la curva del cuello expuesta, adivinando apenas el sitio donde escondía los tres lunares.

—Por el trabajo —explicó ella de manera escueta. —Es más práctico.

Harry chilló, obteniendo la atención inmediata de la mujer que le dio la espalda sin miramientos para ir a rescatarlo de una pila enredada de serpentinas. Tomó a Harry en brazos, quebrándose en una sonrisa que hizo a Sirius sentirse la persona más estúpida sobre la faz de la tierra.

Marlenne lucía fantástica. El cabello recogido le quedaba demasiado bien, y podía ver cómo su rostro había adquirido una redondez sutil, borrando los últimos vestigios de adolescencia. Había ganado peso —gracias a Merlín—, y la curva de su cintura parecía delineada a pincel. Si nunca había sido una chica guapa, ahora era una mujer corriente, reservada.

Exquisita.

—Supongo que estarán en la cocina —tanteó, girándose un poco hacia él con Harry abrazado a su cuello. No esperó respuesta y Sirius no encontró la voz para dársela. Se dirigió allí sin invitación, quitando un poco el aire del salón.

A Sirius empezaban a arderle los bordes de los pulmones.

Escuchó cómo Marlenne saludaba a Lily y felicitaba a James, en un tono que no conocía. Harry había empezado a balbucearle, como si fuese su persona favorita en el mundo. Mar le había ofrecido el regalo a James que resultó ser una caja de bombones, con figuras alusivas al Quidditch.

—Para compartir con Harry —había explicado ella con sencillez. Sirius se perdía parte de la conversación, pero no se atrevía a irrumpir y quebrar la atmósfera.

—¿Podrías ir a cambiarlo? —le pidió Lily, refiriéndose a su hijo. —El resto debe estar al caer y tengo que arreglar el desastre que habrá hecho Sirius en la sala.

El aludido rodó los ojos y observó cómo Marlenne se marchaba con el niño en brazos hacia arriba, permitiéndole respirar por primera vez en veinte minutos.

Se dirigió hacia Lily como una furia.

—¿Por qué no me dijiste que vendría? —siseó, sin saber por qué empezaba a sentir la sangre barbotar en las venas.

—Porque podrías esa cara —replicó Lily encogiéndose de hombros. Lo esquivó y sacó la varita para poder dejar al fin las serpentinas en su sitio. —Regresó a Londres hace poco. No podía decirle que no viniese por un capricho tuyo, ¿sabes?

—Y no voy a negártelo, Pulgas, Harry creo que la prefiere a ella —lo picó James, siguiendo la estela de su esposa. Sonreía y Sirius estaba seguro que intentaba quitarle hierro al asunto.

Tengamos la fiesta en paz.

—Traidor —masticó la palabra sin saber si se refería a su ahijado o a su amigo.

—Compórtate, ¿de acuerdo? —pidió Lily, quitándose el mandil y encantando la larga mesa para que se vistiera de gala.

—Lo dices como si nunca lo hiciera —se quejó el aludido, rebuscando entre los bolsillos. Necesitaba un pitillo de manera urgente.

—Ah, no —lo atajó la pelirroja. —Si quieres fumar, afuera.

—Creo que en verdad piensa que eres la mascota —añadió James, en un aparte que no convencía a nadie. —Serías mucho más fácil de soportar, no lo niego.

Sirius iba a comentar alguna barbaridad, cuando la chimenea centelló, pintando los rostros de verde, y terminó por escupir la figura desgarbada de Remus, que se irguió enseguida y se movió para dejarle paso a Peter.

—Buenos días —saludó el licántropo con una pequeña sonrisa, ayudando a poner de pie a su amigo. Peter se sacudió el hollín y se acercó de dos zancadas a abrazar a James.

—Te haces viejo, Cornamenta —se carcajeó mientras le palmeaba la espalda.

—Feliz cumpleaños, James —terció Remus desde atrás, extendiendo el paquete que llevaba en las manos. Peter se separó para observar cómo su amigo rasgaba el papel, divertido.

Era un libro de las mejores promesas del Quidditch de los últimos cien años. James iba a agradecer cuando Sirius decidió ladrar por la ausencia de atención.

—¿Qué tan casados están que hacen regalos en conjunto? —los burló con su sonrisa más peligrosa. Se había dejado caer en el sillón con las rodillas separadas y los brazos en cruz. Como el rey del mundo.

Como si no recordara quién estaba arriba.

—Habla el que acaba de decir que compartimos esposo —retrucó Lily, rodando los ojos. Todos rieron, para mayor enfurruñamiento de Sirius.

—Gracias, chicos —repuso James, haciendo caso omiso a su amigo. —Pero… ¿y eso?

Peter también tenía un pequeño paquete en la mano, que no había visto hasta que se había apartado. El aludido intercambió una divertida mirada con Remus, que se rascó la nuca algo culpable.

—Para Harry.

Sirius estalló en carcajadas cuando la expresión de contrariedad tiñó el ceño de James.

—¿Saben que es mi cumpleaños, verdad?

—Lo siento, amigo —lo consoló Peter, conteniendo la risa. —El niño va primero.

James se giró hacia Sirius.

—¡Esto es culpa tuya! —lo acusó, blandiendo el dedo en su dirección. —¡Tú fuiste el primero que empezó esta tontería!

—¿Qué tontería?

—Traerle un regalo a mi hijo sin importar la ocasión —James lo fulminó con la mirada, pero Lily ya se había resignado.

—Será el niño más consentido del mundo —suspiró, hundiendo los hombros. —Y no podré hacer nada por evitarlo.

—Lo lamento, Lily —Remus le palmeó la espalda con cariño, aunque no lucía ni un poquito arrpentido. —Pero, ¿para qué estamos nosotros?

Ella rodó los ojos e ignoró la carcajada de Peter cuando James se abalanzó contra Sirius, iniciando una de esas clásicas e imposibles peleas sin final.

—¿Te ayudo en algo? —preguntó el licántropo, solícito, para arreglar un poco el daño. Lily suspiró una última vez, pero le regaló una sonrisa.

—Vale. Sí, ven. Llevemos las bandejas a la mesa.

Le hizo una seña para ignorar a los idiotas y regresaron a la cocina, donde estaba ya todo dispuesto para un banquete memorable. La pelirroja terminó de hacer los retoques de último momento y observó de reojo a Remus, que parecía muy concentrado en secar las copas sin riesgo a terminar quebrándolas.

—Recibimos una lechuza de España ayer, ¿sabes? —comentó, como quién no quiere la cosa, fingiendo estar ocupada en sacarle brillo a las bandejas.

Remus levantó la mirada.

—Vale.

—Me contaron que hubo visitas inglesas hace poco —insistió ella, torciendo el gesto para reprimir una sonrisa. Remus rodó los ojos, acorralado.

—No es lo que piensas.

—¿Cómo se oye el acento de Mary? —Lily no pudo aguantarlo más y rió entre dientes, enderezándose para observarlo de frente.

—No es lo que piensas —repitió el aludido, reclinándose sobre la encimera. —Somos amigos.

—¿Amigos que se besan?

—Amigos —Remus frunció la nariz y luego permitió estirar una ligera sonrisa. Sincera. —Mary ya tiene su lugar allí, y yo aquí. Somos amigos. Ya sabes que nunca podría ser algo más.

—Lo que tu digas —aceptó Lily sin mucho acierto, haciendo un ademán antes de sujetar la primer bandeja. —Solo creo que, como siempre, estás siendo un cabezota.

—Ella es feliz —dijo Remus con sencillez. —Y yo voy bastante bien.

La pelirroja sacudió la cabeza, resignada.

—Ven, tómalas con las manos. No quiero arriesgarme con magia —indicó, regresando a la tarea.

—Hija de muggles, después de todo.

Cuando regresaron a la sala, la decoración estaba lista y aunque James se veía más despeinado que nunca, se había molestado en lucir presentable. Lily casi deja caer la bandeja al ver quiénes habían llegado.

—¡Alice!

La aludida esperó a que Lily depositara con cuidado la comida antes de aceptar un abrazo sincero, entorpecido por una barriga que despuntaba por encima del pecho.

—¡Estás enorme!

—Tomaré eso como un cumplido —sonrió Alice, separándose un poco. Detrás, Frank sostenía a Neville sobre un hombro. El niño parecía dividido entre la diversión y el terror de caerse.

—Felicidades, James —dijo él, palmeando la espalda del aludido. —Saluda a James, hijo.

Neville escondió la cara detrás del cuello de su padre.

—Feli… dades —se oyó bajito, arrancando algunas sonrisas enternecidas. Frank hizo una mueca.

—Ya saben que debería preocuparme, pero sabiendo cómo éramos nosotros cuando éramos pequeños… —comentó, divertido, intercambiando una mirada cómplice con su mujer. —Al menos habla, a veces.

—Déjalo un momento con Sirius y te aseguro que saldrá maldiciendo a diestra y siniestra —refunfuñó Lily, rodando los ojos. El coro de risas acompañó la expresión de satisfacción del aludido.

—Es que se junta mucho con Ben.

—Pues debería hacerlo más con Dorcas —repuso Sirius, incisivo. Alice resopló, y tomó a su hijo en brazos.

—Vamos, cariño, ¿no quieres jugar con Harry? —le susurró amorosamente, mientras Lily hacía un gesto.

—Marlenne está con él arriba, pero les haremos un sitio aquí para que jueguen, ¿vale?

Como si hubiese sido alertada por su nombre, Mar bajó con el niño en brazos, que jugueteaba con uno de sus rizos ensortijados.

—¡Mar! —exclamó Frank, sincero. —¡Qué bueno verte, al fin! Ben estará contentísimo de verte.

—Ya lo creo —repuso Sirius desde su sitio, en voz baja. Solo Peter, que estaba junto a él, pudo pillar al vuelo su fastidio.

—No seas bruto —le pidió, en muda advertencia. Los ojos de Sirius centellearon al ver el abrazo que le ofrecían Frank y Alice.

James encantó la alfombra de la sala, cerca de los sillones y murmuró un Accio para traer los juguetes de su hijo.

—Déjenlos aquí —indicó, a Mar y Alice. —Luego de comer podemos liberarlos.

La chimenea volvió a escupir fuego, sobresaltando a Lily que estaba terminando de colocar la mesa.

—¡Te dije que no tenía sentido que buscaras la chaqueta, imbécil! —la voz de Dorcas inundó la sala antes de que su figura se delinease frente a los presentes. —¡Estamos llegando tarde por tu culpa!

La chica emergió en un silencio repentino, y se quedó pasmada al ver que todos los presentes la observaban. Tanto, que no atinó a correrse cuando la chimenea centelló por segunda vez y Benji casi le cae encima, tiznado de hollín.

—¡Aparta, idiota! —espetó, quitándoselo con ademanes bruscos. El rubio se puso de pie de un salto, y le ofreció una mano que Dorcas rechazó.

—Bueno, parece que llegamos a tiempo —comentó él con serenidad, arreglándose la ropa. Enseguida Frank se acercó a abrazarlo, como si no se hubiesen visto esa misma mañana.

—Refunfuñando como siempre, Dor —soltó Sirius, canino, riendo de su mueca de indignación. —Cualquiera diría que no te atienden bien, ¿sabes?

—Tú no cambias nunca, ¿cierto? —lo amonestó Remus, pellizcándole la rodilla. Él lo apartó de un manotazo.

—Puedo conseguir a quien quiera para atenderme, Sirius, gracias por preocuparte —Dorcas nunca se quedaba atrás. Sonrió con excesiva dulzura y se giró para felicitar a James, que estaba siendo acaparado por Benji y Frank.

—No armes un escándalo, te lo pido por Merlín —murmuró el licántropo entre dientes, con un ojo en la recién llegada. Sin embargo, no estuvo seguro si sus palabras habían sido oídas porque en ese momento Benji había descubierto la presencia etérea de Mar —se había sentado con el culo en el suelo, sin importarle demasiado, para jugar con los niños— y se acercaba.

Remus pensó que tendría que sujetar a Sirius cuando el rubio le sonrió y la abrazó con sentimiento. Contuvo la respiración, pero el mundo no colisionó, y Sirius no se incorporó.

—No soy tan idiota —masculló él, girando el rostro.

Quizá todos esos años no habían pasado en vano.

—Bueno, bueno, ¡qué sorpresa! —la voz de Dorcas seguía siendo demasiado alta, y nadie tuvo duda de cuáles eran sus intenciones cuando se acercó a separar con disimulo a esos dos. —¡McKinnon, al fin te dejas ver!

Benji entornó los ojos y se comunicó en silencio con Mar para disculparse.

—Hola, Dorcas.

Lily, que al fin había dejado la mesa perfecta, olió el peligro desde lejos y se hizo paso por encima de la entusiasta conversación de Quidditch —¡hombres!— que se había desatado y procuró ir a salvar a su amiga antes de que los dardos de Dorcas la quemasen.

Pero no fue necesario porque el timbre volvió a sonar. Peter se puso de pie de un salto y abrió, dando paso a cuatro personas teñidas de nieve.

—¡El alma de la fiesta ya está aquí!

—Gideon, te lo pido por favor…

—No vas a creerte mejor que mí, ¿verdad, Prewett?

Hestia se encargó de eliminar el aguanieve de los hombros y colgar los abrigos, mientras Gideon enseguida devolvía la pulla a Sirius, a pesar de los ojos en blanco de Emmeline.

—Hay cosas que nunca pasan de moda —suspiró la bruja, sonriendo hacia Lily en señal de disculpa. Fabian se encogió de hombros y le tomó la mano para ingresar en la sala, a saludar a todos sus compañeros.

—Eh, James, ¡felicidades!

—¡Remus, que bueno verte!

—Hestia, tan guapa como siempre.

—Black, ni te atrevas a ponerle una mano encima a mi mujer.

Sonrisas, saludos, abrazos y besos inundaron el salón de los Potter, adornado de serpentinas y chillidos por parte de Harry y Neville que no querían quedarse sin atención.

—Quedó todo perfecto, Lily. Se ve delicioso.

—No hubiese podido hacerlo sin ti.

—¿Por qué no me pediste ayuda a mí? —se burlaba Gideon. —Después de todo, Em solo es la sous-chef.

—Pero nuestro chef principal es un idiota, y nadie en su sano juicio querría estar con él más de una hora seguida —replicó Emmeline con cariño impostado que hizo que Lily lanzase una carcajada.

—Te estoy oyendo, Vance, y se me ocurren varias personas que querrían estar conmigo… Soy un encanto.

—¿De cuántos meses estás, Al? —preguntaba Remus, con un ojo puesto en Sirius. La chica le había permitido a Hestia tocarle la barriga con una mano temblorosa y emocionada.

—Esperamos que nazca para Mayo —explicaba ella en voz baja. Se veía bien, más que bien en verdad. Tenía color en las mejillas y había aumentado mucho peso con el embarazo, pero no le importaba. Remus creía que el pálido reflejo de lo que había sido se había encerrado en las capas de amor y felicidad que Frank le otorgaba a manos llenas. —Aunque ya estoy enorme. Me duelen los tobillos.

—Te ves espectacular —decretó Hestia, haciendo eco de los pensamientos de Remus.

Alice se ruborizó un poco. A pesar de los años, seguía sorprendiéndose por los cumplidos.

—Es extraño tener un embarazo corriente, ¿saben? —confesó, con una sonrisa pequeña. —Para variar. Se siente bien. Se siente genial.

Remus lo entendía. Por supuesto.

Lily aplaudió para llamar la atención de los presentes.

—¡A la mesa!

—Espera —interrumpió James, emergiendo de algún lugar. La sala ya estaba abarrotada. —¡Aún faltan…!

El timbre volvió a sonar, estridente, dándole la razón. Peter volvió a hacer gala de anfitrión y se acercó para abrir, quebrando el aire por un momento.

Un cristal. Hecho trizas.

Lily parpadeó, solo esperaban a Caradoc, que ya había avisado que llegaría tarde.

Fabian se apareció desde la otra punta y le tomó la mano a Hestia. La bruja miraba a la entrada como todos los demás, con una mueca indescifrable en la mirada.

—Lamento la demora —musitó Edgar, entrando de la mano de Addie, sacudiendo una botella de hidromiel con la otra. —Buenos días.

Gideon intercambió una rápida mirada con Emmeline, que negó de manera imperceptible con la cabeza. Nadie atinó a moverse. Los dedos de Fabian se enredaron con fuerza sobre la palma de Hestia.

—Hola, Ed —susurró ella, acercándose para saludar y haciendo que la escena recobrase el sonido. Lily suspiró, aliviada, y se volvió enfadada hacia James.

—¡No me dijiste que Edgar vendría!

Su esposo parecía avergonzado.

—¡No podíamos no invitarlo! —cuchicheó, en voz baja. —Me confirmó ayer que vendría… además, ¡tú tienes a Sirius y a Mar en la misma habitación! No es mi culpa.

Ella suspiró y le dio un rápido beso en los labios.

—Si al final de esta fiesta, nuestra casa sigue en pie, será de puro milagro.

—Todo saldrá bien, ya verás.

La mesa chirrió de platos y comensales, cuidadosamente ubicados bajo el ojo experto de la pelirroja, en aras de mantener la paz. Las conversaciones y las risas se hilaban sin prisa y sin pausa, mientras Harry y Neville se divertían con los autitos que Sirius había encantado para que flotaran a un palmo del piso.

—Entonces… ¿estás saliendo con Fenwick? —Sirius picaba a Dorcas sin remilgos, ganándose miradas fulminantes por parte de la chica. El rubio, tres asientos más allá, conversaba tranquilamente con Frank y Remus.

—No.

—Pero viven juntos.

—Sí.

—Y trabajan juntos.

—Ajá.

—Pero no duermen juntos.

—Cállate, Sirius.

—¿Estás viviendo con alguien con quien no te acuestas? Cuesta creerlo.

—Eres imbécil redomado.

—¿Te estás sonrojando?

—Cómo va el restaurante? —se escuchaba más allá, James con una copa de vino en la mano.

—Pregúntale a Peter, que nos visita todas las semanas.

El aludido, que había sido pillado con la boca llega, tragó con dificultad.

—Excelente.

—Es difícil ver que Gideon se lleve bien con alguien, ¿no? —picaba James, entornando los ojos divertido.

—Es que Emmeline tiene una paciencia de santa.

—Y que lo digas.

—¿Molly, Fabian? —preguntaba Benji, interesado.

—Al borde del desastre.

—Los invitamos, pero con tantos niños no es sencillo movilizarse —explicó Lily, varios asientos más allá. —Harry hizo muy buenas migas con Ron. Es un niño estupendo.

—Sí, pero Ginny es la que los sigue haciendo llorar, ¿verdad?

—A mí no me mires, mis favoritos son los gemelos.

—Por qué será, ¿no? —se lamentaba Hestia, sarcástica y divertida.

—¿Y van a casarse? —la pregunta para nada inocente de Sirius había hecho que Fabian escupiera la bebida.

—Pues aún es demasiado pronto, ¿no crees?

—Solo pregunto. Mira a tu hermano, Fabian, parece un idiota.

—Black, estoy escuchándote —amenazaba Emmeline desde su sitio. Sirius no amainaba. ¿Cuándo lo había hecho?

—Si la verdad duele…

—Sirius, compórtate.

—Ya salió el lobo con su palo en el culo. También puedo hablar de España, ¿eh? Tengo para todos.

—Por el amor de Merlín, Sirius, cierra el pico.

—Te ves muy bien, Hestia —decía por debajo del vozarrón de Sirius Edgar. Le había crecido la barba. Addie lucía más vieja, pero sus arrugas delineaban el mapa hacia una felicidad demasiado tiempo pospuesta. —Luces feliz.

—Lo estoy. Gracias. ¿Dónde dejaste a las niñas?

—Con mi madre —explicó su esposa. —Este año empezarán Hogwarts, ¿sabes?

—¿El Ministerio sigue siendo un caos?

—Pregúntale a Caradoc. Montañas de papeleo. Pero es divertido. Ahora que puedo mandarlo yo, me quedo con todas las misiones divertidas.

—Cosa que es ilegal —apuntaba Benji, para exasperación de Dorcas.

—Ojoloco piensa retirarse. Creo que Dor anhela su puesto.

—Pues claro. Nada más guapo que un ojo mágico. Y esta cadera de mierda.

—Sigues siendo la más sexy para mí, no te preocupes —la burlaba Gideon, ganándose un coscorrón.

—Para todos —Sirius nunca se quedaba afuera.

Lily le daba la mano por debajo de la mesa a James, apretándola con afecto y sin poder borrar la sonrisa.

Estaban en familia.

La pelirroja sirvió el postre, consintiendo que Hestia tomase a Harry entre los brazos. No le gustaba que el niño se pasase todo el tiempo en el regazo de alguien, pero con tantos tíos consentidores era imposible. Benji no había tardado en tomar a Neville, y los dos niños se comunicaban en esa lengua a medias por encima de la mesa.

Mar había permanecido en un silencio cauto todo el almuerzo, cosa que no había pasado desapercibido por Sirius, que se levantó cuando la crema ya se había esfumado de las copas y anunció que salía a fumar.

—Alguien no me permite hacerlo adentro.

—Y lo bien que hace.

Pasó por detrás de Mar y le tocó el hombro, sin mirarla. Lily intercambió una mirada preocupada con Remus, pero, una vez más, el mundo no colisionó ni se quebró.

Marlenne se puso de pie, en el bullicio del salón y salió al jardín detrás de Sirius.

Hacía un frío espantoso para esa época del año, pero el clima ya no significaba algo más. El frío solo era frío.

La primera voluta de tabaco relajó los dedos atrofiados de Mar, que había estado retorciendo su servilleta en el regazo, oculta de los demás.

—¿Cuándo llegaste a Londres? —preguntó Sirius con tranquilidad. Se había apostado debajo del alero de los Potter, sentado sobre el pequeño escalón que descendía al parque. Mar titubeó pero tomó sitio a su lado, a una distancia prudencial.

El reflejo de otras mil veces en las que habían intentado hablar al abrigo del mundo.

—Hace poco menos de un mes —explicó, desapasionada.

—¿Egipto? —tanteó Sirius, fumando de cara al vacío.

—China —corrigió ella. —Hice un curso de medimagia oriental. Un año.

El aludido silbó por lo bajo.

—Interesante.

—¿Qué haces tú? —soltó Mar, sin poder reprimir su ansiedad.

—Errar con la moto dejó de ser divertido —comentó él, intentando imitar su tono. Se encogió de hombros. —Y es difícil estar lejos de Harry —detrás del nombre del niño, había muchos más. —Soy rompedor de maldiciones. En Gringgots. Se me da bien. Y no es muy asfixiante.

—Está bien —Marlenne se lo pensó. —Te pega. ¿Vives en Londres?

—Sí, aunque paso la mayor parte del tiempo aquí. Remus se cagó y se fue a vivir con Peter. No entiendo por qué.

—Yo sí.

Una única mirada elocuente antes de regresar al vacío.

—¿Cómo está Marilyn? —preguntó Sirius, saliendo del paso.

—Bien. Ya está en quinto año. No sabe bien qué hacer luego, pero le he dicho que no se preocupara —los ojos de Mar chispeaban bajo el flequillo, como siempre que hablaba de su hermana. —Está saliendo con Donny.

—Es sabido que las McKinnon tienen un pésimo gusto para elegir pareja.

—Ya lo sé.

Silencio. Y tabaco. Sirius encendió el tercer pitillo, sin darse cuenta que tenía las manos sudadas. La curva del cuello de Mar estaba tan cerca que casi podía sentirla entre los dientes.

—¿Qué vas a hacer ahora? —inquirió, moviéndose para hacer remitir el tirón entre las piernas.

—¿A qué te refieres?

—¿Te quedarás en Londres?

—San Mungo me ofreció una plaza. Está muy bien. Creo que pretenden que me haga cargo del ala de niños en unos años. No creo que pueda rechazarlo.

—Vale. ¿Volverás a casa, entonces?

—Supongo que alquilaré algo. Cerca.

—Ya basta de viajar.

—Sí. Ya me encontré a mí misma, ¿sabes? —dijo, sincera. —Y como dices, es duro estar lejos de Harry.

—Ya.

Marlenne se puso de pie, con el último estertor en forma de voluta saliendo del cigarro de Sirius y le dio la espalda, regresando al interior marcado de bullicio. Sirius sintió los labios calientes, buscando el contacto que le había rehuido por años.

Le besó la nuca. Mar lo dejó hacer, aterrada que sus rodillas no la sostuvieran —como una idiota, como si no hubiese pasado ni un día desde la última vez que se habían visto— y regresaron al salón.

—¡Un brindis!

—¡Por James Potter!

—¡Por el idiota más espectacular de todos los tiempos!

—¡Por Harry, lo único bueno que hizo James en su vida!

—Por el mejor esposo de todos los tiempos —el susurro fue un secreto al oído de James, que sonreía como loco y levantaba su copa, con Harry encastrado en el hueso de su cadera y el medio abrazo de Lily en su cuello.

—¡Por la nueva generación! —exclamó Frank, en clara alusión al vientre henchido de vida de su esposa.

—¡Y por la felicidad! —agregó Hestia, volviendo a sujetar con fuerza los dedos que nunca la dejaron caer.

—Y por la vida.

—Por los sueños.

—Porque son todos unos imbéciles sentimentales y ya tienen que emborracharse.

—Porque Sirius alguna vez consiga callarse.

—Olvídenlo.

Por la noche, la casa en el Valle de Godric se adornaba de un silencio inusual, acostumbrada a la estridencia de la fiesta y la alegría. Harry dormía, agotado por la marea de emociones que había experimentado en la jornada.

Lily, con el pijama puesto, quitaba las mantas para poder meterse en la cama, mientras James terminaba de cepillarse los dientes.

—Un éxito, ¿eh? —dijo, al regresar, oliendo a menta y sonrisas.

—Bueno, creo que la casa tembló un par de veces, pero seguimos teniendo techo. Podemos considerarlo un éxito.

Se metieron a la vez, encontrándose en el centro, en una sinfonía que se sabían de memoria. Lily dejó que su cabeza descansara justo en el punto en donde latía la vida de su esposo.

—¿Crees que Sirius y Mar estén por derrumbar Londres? —preguntó él con picardía, amoldándose enseguida. La abrazaba.

—¿Por los gritos? —se sonrió Lily, a su pesar.

—O los gemidos. Tú eliges.

—Cerdo —lo amonestó ella, palmeándole con debilidad el pecho. —No lo sé. Uno esperaría que hubiesen madurado después de todo ese tiempo.

—Estamos hablando de Sirius.

—Cierto.

Permitieron que ese silencio extravagante los meciera, arrullados por el calor de sus pensamientos.

—¿Sabes, James? —preguntó Lily, bajito, siguiendo la corazonada a la que estaba dándole vueltas hacía semanas. —¿Recuerdas esa… conversación?

—¿Sobre qué?

—Sobre el equipo de Quidditch… que armaríamos. Tú y yo.

—Cómo olvidarla.

—Bueno, pues… ¿no crees que podríamos volver a intentarlo? —se había movido, para hincar el codo sobre el colchón, de lado, observándolo con los ojos brillantes y el cabello cayendo sobre el costado.

—¿Estás diciéndome lo que creo que estás diciéndome?

—Bueno… Harry debe sentirse solo. No solo, porque siempre está con Sirius pero… —habían pasado años y Lily conservaba la capacidad de sonrojarse despacio. Adorable. —Necesita compañía de más niños. Como Neville. O Ron.

James parpadeó, en el segundo más largo en la vida de la pelirroja. Luego se carcajeó, asustándola, y se abalanzó sobre ella, girándola y tumbándose encima sin recostar todo su peso.

Brillaba.

—Eres el mejor regalo de cumpleaños de mi vida, ¿sabes? —susurró, contra sus labios. —El mejor.

—Harás que los demás regalos se pongan celosos.

La risa vibró en el espacio entre ambos, como siempre. James la besó brevemente y luego, sin caber en sí de felicidad, ahuecó el pecho para deslizar las manos hacia las caderas de Lily.

—Oye, ¿qué…? —balbuceó al notar los dedos de James tironeando su ropa interior hacia las rodillas, por debajo de la camiseta que usaba para domir. —¿Qué crees que haces?

Las chispas derritieron el poco sentido común que le quedaba a la pelirroja, mientras James reía y le besaba el cuello.

—¿Qué crees? Tenemos que apurarnos —musitó contra su piel. —Al y Frank nos lleva siete meses de ventaja.

—Y tú no quieres perder nunca, ¿cierto?

—Palabra de merodeador.

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Piedad. No me volví completamente loca —o no del todo— y no usé ninguna sustancia alucinógena para crear esto. Permítanme explicarles.

Creo que ya les conté que tenía el proyecto de crear algunas viñetas independientes que se desprendieran de Guerra una vez que lo termine. Escenas perdidas que fui apuntando porque imaginaba cosas, hechos, situaciones que se sucedieron luego del punto y final de esta puta Guerra que nos tiene sin respiración. Me quedan cosas por contar sobre los —pocos— sobrevivientes, y me pareció que lo mejor era crear un pequeño rejunte aparte, independiente.

Bien, ahora, hace varios días, que el bichito del AU venía comiéndome el coco, pensando... ¿Y qué si...? —What if...?—. ¿Y qué si nadie hubiese muerto? ¿Y qué si la Guerra hubiese tenido un final diferente?

Saben que soy un poco maniática del canon, así que no es algo que pudiese incluir en el fic principal. Eran tonterías inconexas —¿qué pasó con Mar? ¿Dorcas y Benji terminaron juntos? ¿Hestia eligió? ¿Remus regresó a Mary?— pero se hicieron tan fuertes que, bueno, ya me conocen. Los dedos pican y la mente actúa, yo solo soy intermediaria.

Así que este es el primer capítulo de esos Ecos de Guerra, de las historias que no pudieron ser —como esta— y las que veremos una vez que 1981 nos de ese tan terrorífico punto y final. Debería haber empezado este rejunte de viñetas luego de terminar Guerra, lo sé, pero no pude resistirme a mostrarles esto.

Un poquito de esperanza —y negación— en un día demasiado especial. Es el cumpleaños de James, y estoy segura que si la vida hubiese sido un poco más justa, esto es lo que hubiese tenido que pasar.

No sé cuándo regresaré a esto —tengo que ponerme con el próximo capítulo del fic principal, obviamente—, pero saben que no me iré de aquí sin contarles todo lo que tengo en mi cabeza.

Espero que hayan disfrutado esta fantasía tanto como yo me emocioné escribiéndola.

Nos estamos leyendo muy pronto, como siempre. Gracias por seguirme a donde sea que mi mente nos lleva.

Los adoro.

Y si llegaste hasta aquí, un océano infinito de gratitud.

Ceci Tonks.