Llovía. Y Juvia era la lluvia. De sus ojos cansados lágrimas caían, mezcladas con la precipitación, sus ropas mojadas abrazaban su cuerpo tensionado, mientras sus pensamientos desordenados nublaron su mente como las gotas distorsionan su reflejo en los pozos de agua por los que pasaba rápidamente. Ella está cansada, derrotada, su corazón roto sangraba, vivo todavía, en su pecho. Otra vez más fuera rechazada, pero este amor corrompido estaba entrañado en su alma.
Hacia frío. Gray era frío. Su corazón fue congelado por capas y más capas de helada insensibilidad. No siempre fuera así, pero todos aquellos que un día tuvieron su afecto fueron sacados de su vida, el dolor de la pérdida lo habían hecho un cobarde que se creía maldecido.
Sus padres habían sido muertos por las manos de un monstruo que valoraba más el papel teñido que llamamos dinero, que la vida humana. El chico que fuera entonces encuentro en la violencia un escape para su luto, hasta que una mujer gentil le dio nuevamente una familia, tratándolo como un hijo, para más tarde sacrificar su vida para salvarlo en medio a una lucha de pandillas. Sus dos hermanos se alejaron llenos de rabia y desprecio. La culpa lo devoraba por dentro y lo llevó a una vida de expiación, se entregó a los estudios, se recibió y empezó a trabajar cuidando de la mente frágil de personas víctimas de violencia. Fue entre ellos que la encontró.
Sus ojos azules, hondos, grandes y tristes. Su cuerpo marcado, violado, abusado por aquel que debería ser su responsable, su tío José Porla. Quería salvarla de la oscuridad que el mismo poseía y que mantenía sobre control a duras penas. Pero lo que debería ser apenas un interés profesional, se tornó un sentimiento abrumador. Ambos cayeron en el pozo profundo de pasión, deseo y obsesión.
Lo que los diferenciaban era el hecho de él se haber negado a seguir sus instintos e más una capa de hielo lo separó de la chica que tan ávidamente pedía por su amor. Una sirena de voz cantarina, de ojos tristes y cuerpo de una sucubus, pero lo más tentador en toda su figura era su inocencia infantil.
Qué más podía hacer él que rechazarla, pisar en sus sueños y romperle el corazón? Él no podía amar. Él no QUERÍA amar.
En aquella tarde, mientras él pensaba en ella, mirando la lluvia que caía en la ventana de su consultorio, mientras bebía un café para calentar su cuerpo, no muy lejos de ahí, en la azotea de un edificio qual quiera, el viento silbaba en los oídos de la chica, sus cabellos azules volaban azotando su delicado rostro, sus labios rosados y llenos decían el nombre de él, antes de su cuerpo alcanzar el suelo y su vida desvanecerse como una gota de lluvia.
