Todas las noches antes de dormir, siempre concentraba mis sentidos en el siseo constante del viento sobre el techo, que se convertía en un precioso y pacifico ruido de fondo que me acunaba todas las noches, en la pequeña cama de un pequeño cuarto que, a pesar de su tamaño y desorden, me encantaba y lo mejor de todo, era que lo podía llamar mío.

Era una noche extrañamente calurosa de verano, para el lugar donde me encontraba, donde todo siempre estaba cubierto por una intensa niebla y siempre hacia más frío del que debería hacer. Reinaba una oscuridad muy densa, pero todo se veía iluminado por esas grandes y brillantes estrellas que solo se podían apreciar con tanta claridad en los pueblos, puesto que gracias a la polución de las grandes ciudades el cielo en noches como estas, permanecería tristemente opacado completamente. En noches así era cuando realmente me alegraba de venir todos los veranos al verde pueblo de mi padre, Forks, a las afueras de Washington. Donde mis padres aun conservaban la casa en la que vivíamos antes de mudarnos a la ciudad, en una ultima esperanza vana de conservar lo que quedaba del amor que una vez hubo entre mis padres, o eso pensaba yo.

El crepúsculo ya había llegado, y eso era señal de que mi visitante estaría aquí en breve. Mis padres discutían mucho, en el fondo de mi corazón, yo sabia que si aun estaban juntos era por mi, pero también sabia que el divorcio era inminente. En una de esas noches fue cuando le vi a él por primera vez, paseando en la noche, seguramente el tampoco podría dormir. Mientras recordaba el día en que le conocí, note unos leves golpecitos en mi ventana, estaba tan sumergida en mis recuerdos que no le oí trepar silenciosamente a mi ventana.

No lo pude evitar, en cuanto le vi, se dibujo en mi rostro una de esas sonrisas enormes y estupidas, propias de cualquier adolescente en frente de su amado. Él también sonrió al verme.

Aunque a su lado estaba increíblemente cómoda, siempre me ponía algo nerviosa al verle, pero tenia que procurar no hacer ruido al salir a hurtadillas por la ventana de mi habitación en plena noche.

- Hola, - Me saludo dulce y cordialmente cuando ya estuve sentada a su lado en el tejado de casa, mientras me colocaba una flor detrás de la oreja apartándome el cabello con extremada suavidad, y dejando caer su dedo índice desde detrás de mi oreja hasta el final de mi barbilla, rozándome levemente con sus dedos fríos que mandaron un millón de descargas eléctricas por todo mi cuerpo. - El día se me ha hecho muy largo, estaba ansioso por verte.-

- Ho-ola, yo también tenía muchas ganas de ve-verte – No sabía exactamente que es lo que me había alterado más.. Su roce, que me hacia estremecer y perder el sentido, que me trajera una flor como cada noche, sus dulces palabras de que me había extrañado o su voz y su aliento tan cautivador.

- He de decir, que estas especialmente preciosa esta noche – Él traía puestos unos tejanos largos llenos de agujeros que le daban una aspecto juvenil, acompañado de unas deportivas de color negro y una camiseta sencilla y negra de manga corta que se ajustaba perfectamente a su musculatura. Mientras yo llevaba un vestido veraniego, algo muy inusual en mi ( cosa que el sabia ), de color negro repleto de florecitas diminutas de color blanco.

Simplemente me volvía loca. No se que es lo que él habría visto realmente en mi, para que me viniera a visitar toda las noches. Era increíblemente guapo, tenia un hermoso cabello color bronce que siempre llevaba alborotado, y que me hacia perder la cordura cada vez que hacia uno de sus gestos característicos de pasarse los dedos por el pelo. Su piel era muy pálida, y el contraste con su camiseta negra era bellísimo. Tenia la capacidad de deslumbrarme y me convertía en una marioneta de feria cuando la suave curva de sus labios carnosos me sonreía. Perdía siempre el hilo de mis pensamientos en cuanto me sumergía en sus ojos, eran grandes y cálidos, de un precioso y líquido color dorado, como el del ámbar claro, enmarcados por unas espesas y largas pestañas negras. Y siempre, debajo de estos podía detectar unas ojeras liláceas. Era obviamente algunos años mayor que yo, pero nunca se lo pregunte realmente, sabia que mis padres no aprobarían a cualquier chico que fuera mayor que yo. No me quería ni imaginar que pasaría si le encontraran alguna noche en el tejado de su casa con su adolescente hija junto a su cuarto.

- Me encanta cuando te sonrojas – Dijo al comprobar el efecto que me había provocado su comentario mientras se dibujaba en su rostro una de mis sonrisas predilectas, que sin duda alguna, habría hecho flaquear mis rodillas de no ser porque estaba sentada.

Paso su mano tiernamente por mi cintura para acercarme más a él, y mientras dejaba un casto beso en una de mis mejillas se estiro dejando uno de sus brazos detrás de su cabeza, con una cazadora de cuero beis haciendo el papel de almohada, mientras con el otro me rodeaba a mi, a quien había hecho apoyarse cómodamente sobre su pecho duro y frío, aunque perfecto, como el de una escultura de hielo, pero que prefería mil veces antes que cualquier almohada. Cuando empezó a reír disimuladamente me percate de que, sin darme cuenta, estaba dibujando garabatos sin sentido sobre su duro y suave pecho con mis dedos.

- Te molesta? - dije deseando que no fuera así.

- Nada de lo que tu haces me molesta, Bella – dijo como si nada, mientras no pude evitar morderme discretamente mi labio inferior, era extremadamente encantador. Sentía un cosquilleo en el estomago cuando susurraba mi nombre de esa forma.

Pasaron algunos minutos sin que ninguno dijese nada, no era necesario, estar en su compañía era lo que más me gustaba en el mundo, disfrutar de estar a su lado. El silencio entre nosotros era algo muy cómodo, simplemente no había nada que decir y eso era maravilloso. De pronto, interrumpió el silencio que reinaba en esa pacifica noche para tararearme una preciosa nana, la que siempre me cantaba, pero que no la había escuchado nunca en ningún otro sitio. Me encantaba estar a su lado, pero sus visitas nunca eran lo suficientemente largas para mi gusto, aunque venia todas las noches sin falta. Respire profundamente su aroma, lo más discretamente posible, para poder recordarlo una vez que se fuera. Creo que en ese preciso momento, note como el también aspiraba el aroma de mis cabellos discretamente y no pude evitar sonreír y sonrojarme deseando que fuese cierto.

- No quiero marcharme, se esta demasiado cómodo a tu lado – dijo como si hablara para si mismo, pero con una voz dulce, como cada vez que hablaba conmigo.

- Pensé que no podías leerme la mente – dije, sonriente, yo tampoco deseaba que se marchase, me gustaba demasiado estar a su lado.

- Me resulta francamente difícil, pero enormemente gratificante cuando acierto – me volví a sonrojar, y aunque no me estaba mirando, ni yo a él debido a mi postura, se que lo noto. - No sabes cuanto te voy a echar de menos – dijo con un toque de melancolía y tristeza en la voz. Estaba claro que no hablaba de unas 24 horas más, ya se estaba acabando el verano y yo tendría que volver a Phoenix.

Me aterrorizaba la idea, puesto que si mis padres se separaban, seguramente yo me quedaría en Phoenix con mi madre, Charlie vendría a Forks, y hasta que ese día llegara no sabría cuando era la ultima vez que yo habría pisado este pequeño pueblo verde. Él se recostó para que los dos quedáramos sentados uno en frente del otro y me seco una lagrima escurridiza antes de que yo me diera cuenta de su existencia.

- No quiero – dije como una niña pequeña a la que la obligaban a comerse un plato de comida que detestaba mientras más lagrimas delatoras empapaban mi rostro sin que pudiera detenerlas. Pero él estaba hay, y se encargo colocando sus dos manos a los costados de mi rostro de secarlas todas. Y cuando se aseguro de que estas desaparecieran, me abrazo fuertemente para darme a entender de que el estaba aquí, a mi lado. - ¿Como sabre que no has sido un sueño o una fantasía que tenia todas las noches cuando este a-allí?- Odiaba hablar de un futuro en el que él no estuviera presente, no quería que él fuera tan solo un amor de verano, eso no podía quedar así.

- Crees que esto te podrá decir que no soy un sueño, y que siempre estaré aquí para ti ? – dijo mientras me colocaba por encima de mis hombros su cazadora, que estaba impregnada de su olor. Nunca me habría atrevido a pedírsela, pero sin duda, era el mejor recuerdo de el que podría tener, algo suyo y además con su olor. Se me escapo otra lagrima traicionera. No se como ni por que pero por sus ojos relampagueó un atisbo de tristeza.

- Que ocurre? - me apresure a preguntar, esos ojos no podían estar tristes, tenia que ser un delito.

- A mi también me gustaría tener algo tuyo, algo que me asegurara que eres real, y que todas estas noches a tu lado no han sido una mera fantasía, a la que recurro cada noche, desde que te vi por primera vez en este tejado observando las estrellas, que no se pueden acercar lo más mínimo a tu belleza. – en ese momento temí derretirme y caer del tejado como gotas de agua en los días lluviosos que frecuentaban este lugar. No se me ocurría nada racional que decir. Seguro que tendría una sonrisa de boba en la cara, deslumbrada de nuevo por sus palabras encantadoras.

- No se me ocurre nada que darte – dije sinceramente.

- Cualquier cosa que sea tuya será como un tesoro para mi – y dicho esto me volvió a sonreír, con una de mis sonrisas predilectas. Nerviosamente me mire a ver que tenia encima, podría perfectamente entrar en mi cuarto y coger algo, pero tampoco se me ocurría el que. Entonces me di cuenta de que llevaba algo, que he llevado todas las noches desde que le vi. Colgado de una cuerda negra, en mi cuello, un amuleto que al zarandearse hacia un ruido musical, se supone que llama a los ángeles y trae buena suerte. Recordé que algunas veces él lo había rozado levemente haciéndolo sonar. Me lo quite y se lo coloque a él. Por supuesto, le quedaba mucho mejor que a mi.

- Dicen que trae buena suerte, y atrae a los ángeles. Debe de ser cierto, por que lo llevaba puesto cuando te conocí – dicho esto se esbozo en él la sonrisa más grande que jamás había visto en su rostro.

- Te juro que jamás me separare de él, será mi tesoro- Sin duda esto era una despedida. En verano me costaba recordar en que día vivía, pero sus palabras me recordaron que así era. A la mañana siguiente tendría que partir hacia la ciudad. Y él lo sabia. A mi madre le entraron unas irrefrenables ganas de volver a casa el pasado lunes, pero accedió a irnos el viernes siguiente, cosa que le explique esa misma noche a mi visitante nocturno. Otra lagrima se me escapo al recordar esto.

- Hay algo que creo que no te he dicho, pero creo y espero que lo sepas, aun así no aguanto más y tengo que decirlo. – no tenia ni idea a lo que se estaba refiriendo pero de repente, vi como sus ojos se iluminaban y me percate de que estábamos muy cerca el uno del otro, más de lo que imaginaba. Puso sus manos en mi rostro cuidadosamente durante unos largos e interminables segundos. Me pareció verle levemente sonrojado, pero estoy segura que debería ser un reflejo de mi color tomate. Y entonces lo dijo- Te amo. -

Después de decir esto, acorto la distancia que había entre su cara y la mía muy lentamente, como si tuviera miedo de mi reacción, de que yo le rechazara. Esa idea me pareció francamente ridícula y mientras sus labios se acercaban a los míos cada vez más lentamente, note como mi corazón daba saltos cada vez más apresurados. Cuando sentí su frío y dulce aliento mezclarse con el mío, cerré los ojos para que el acabara de una vez con mi sufrimiento. Entonces sentí sus fríos y marmóreos labios presionando levemente los míos mientras mi corazón luchaba para salirse de mi cuerpo y millones de corrientes eléctricas recorrían todo mi ser. Pero ese leve roce de labios duro solo unos segundos. Los segundos más maravillosos de mi vida. No entendí por que se separó. Pero cuando abrí los ojos, vi que estaba con la vista al suelo y alejado de mi. Me iba a acercar a él para preguntarle si le pasaba algo, pero él hablo antes de que me diera tiempo a moverme un milímetro.

- Lo-lo siento, no pude evitarlo – no podía ser cierto. ¿Esa criatura maravillosa estaba nerviosa?, no podía haber tartamudeado, era imposible. Alto, ¿Acaso estaba pidiendo disculpas?¿Acaso creía que yo no seníta lo mismo? ¿O que no quería que me besara?

- Escúchame – ahora era yo la que estaba enfrente de él con mis manos a los dos lados de su cara. Tenía la piel tan dura y suave a la vez, que casi pierdo el hilo de mis pensamientos y de lo que le quería decir cuando la electricidad traspaso las yemas de mis dedos para recorrer todo mi cuerpo. Cuando al fin logre captar su atención y me miro, recordé lo que tenía que hacer – ¿Acaso te he dado permiso para acabar de besarme?- dije pícaramente, mientras el volvía a dibujar esa tan cautivadora sonrisa.

Entonces fui yo la que lentamente me fui acercando a sus labios. Lastima que no fuera tan fuerte como él para hacerle sufrir como él había hecho conmigo. Me abalancé encima de él deliberadamente, sin poder evitarlo. Él estaba recostado sobre el tejado de mi casa mientras yo enredaba mis dedos en su suave y sedoso cabello de color bronce. Y él con cautela fue bajando sus manos mientras acariciaba suavemente mi espalada asta dejar sus manos a los costados de mis caderas. En medio de ese apasionado beso que yo había empezado, rocé levemente con mi lengua su labio inferior, pidiendo un permiso que imagino que supo reconocer. Entreabrió los labios y en ese momento nuestras lenguas entraron en contacto y sentí como su delicioso sabor entraba dentro de mi. Solo me separe de él unos segundos por la falta de oxigeno, y mientras jadeaba, antes de volver a besarle apasionadamente, recordé que no le había dicho algo.

- Te quiero – dije entrecortadamente mientras intentaba recuperar aire, pero él me izo girar sobre el tejado, para quedar ahora encima de mi y ser él quien me besara apasionadamente.

Y entonces abrí los ojos y desperté.