Artis magistra
Clare prefiere no pensar en su infancia teñida de dolor, en sus padres que tenían espejos y copas doradas en los cuales podía contemplarse, cuando era una niña rolliza y las únicas marcas que tenía sobre la piel, eran las que dejaban los músculos de su boca al sonreír en demasía. Confusión y dolor. Entonces el yoma y sus labios pegados a las heridas, riéndose de su llanto. Los dientes afilados. El vagar de ciudad en ciudad, apretando con las manos temblorosas la piel que se cambiaba cada vez que algún ciudadano demasiado decente se dignaba a abrirle la puerta y hospedarlos. Incluso se quedó sin voz, cansada de rogar que le matara como a los demás. Por piedad. Baños de sangre. Confusión y dolor. Es mejor concentrarse en los días más importantes de su triste vida. En esos que relucían como metales preciosos. El calor de Teresa. Su reflejo (las mejillas chupadas, el esqueleto vivo y rosado) patético en un río. Y ahora Raki le toma la mano, puede suspirar y taparse la cabeza con las sábanas, abrazarlo contra su pecho, olvidarse por un rato de su deber.
