Nil admirari
Isley puede ser realmente insoportable a veces. Sobre todo cuando juega con la comida, como un lobo que se ha aburrido demasiado. O un león que se dispone a alimentarse de un pobre ratón. Pero a Rigardo le tocan una parte sensible esa clase de metáforas. En especial cuando entran en la parte del buque que posee un casino. Le han encargado cuidar que Priscilla no se pierda, ni acabe cayendo al mar, tal vez para perseguir delfines. Es peor que una niña. Y llora cuando trata de sujetarle la mano. Y si insiste, sus ojos cobran un matiz amarillento que Rigardo ha visto alguna vez en los propios, reflejados en agua de un río. Amenazador. Nuevos deseos de dejar la charada de lado y convertirse en lo que son realmente. Depredadores. Con sinceridad. Pero no, porque Isley está metido entre una multitud, apostando el dinero que le han quitado a unos viajeros desafortunados antes de decidir embarcarse (junto con los boletos para el crucero). No parece importarle que más tarde si el hambre arrecia, deberán comerse a los más descuidados u organizar una masacre que convierta el Winter snow en un barco fantasma, donde los esqueletos cubiertos con trajes festivos, dormiten sobre las velas, con sonrisas hipócritas en los cráneos descarnados a mordiscos voraces.
